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11. La curiosidad mató al gato

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La curiosidad mató al gato

Dawson

—¿Por qué me miras así? —pregunto sentado en su cama, desde donde la veo apoyada en el borde de la ventana de su habitación.

—Porque me gusta verte, periquito.

Sus palabras van acompañadas de un mordisquito en su labio inferior y una mirada con los ojos entornados. No los lleva delineados y viste un camisón de seda y un pequeño short que deja al descubierto sus piernas.

Trago. Quiero tocarla, lo deseo mucho.

No hay rastro de sus mascotas, la habitación se encuentra con las luces muy tenues y es de noche.

Una gota de sudor me resbala por la frente mientras siento que mi bóxer se tensa ante las reacciones incontrolables de este encuentro, y mi erección se endurece todavía más cuando ella comienza a acercarse a paso lento hacia mí. Cuando está frente a mí, de pie mientras permanezco sentado, se ubica entre mis piernas, deslizando las manos por mi cabello y sonriéndome con esos carnosos labios color carmín. Parece una completa diosa, casi etérea.

—¿Te gusto, Dawson? —murmura en voz baja, con un acento que me eriza los vellos del cuerpo.

—Me gustas, Mérida.

—¿Mucho? —susurra, apoyando una rodilla en el colchón al lado de mi muslo antes de subir la otra.

Está a horcajadas sobre mí con su rostro muy cerca, presionando sus labios contra mi barbilla. Con lentitud deslizo las manos por sus suaves piernas desnudas y ella gime de una manera que me hace cerrar los ojos.

—Mucho —respondo con voz enronquecida.

—¿Me deseas, periquito? —Sus labios se deslizan hasta la comisura izquierda de mi boca y presiona con la punta de su lengua.

—Demasiado.

Deja caer su peso sobre mí y siente mi dureza contra su esponjoso y carnoso trasero. Esta vez soy yo quien gime.

—¿Me amas? —pregunta con una sonrisa casi sobre mis labios, a nada de besarme.

—Te amo —respondo sin pensar, totalmente jodido cuando sus suaves labios presionan contra los míos.

Y entonces abro los ojos.

Abro los ojos jadeando con una respiración errática, y me incorporo hasta quedar sentado. Tengo la erección matutina más dura que he tenido en toda mi vida. Bajo la vista y encuentro la punta humedecida de mi miembro, que sobresale del pantalón de chándal con el que duermo.

Aún fuera de mí, miro alrededor y me doy cuenta de que estoy en mi habitación, no en la de Mérida. Que no estoy sentado al borde de su cama y ella no se encuentra sobre mí en su estúpido y tentador pijama que seguramente no tiene.

Con la respiración agitada me oriento y me dejo caer de nuevo sobre la cama, y presiono mi rostro contra la almohada para ahogar mi grito frustrado.

Pero ¿qué pesadilla fue esa? ¡Dios mío! Una pesadilla que se siente como un sueño. ¿Cómo es que conseguí soñar de esa forma con Mérida? ¿Y por qué justo hoy, que sé que tendrá su tan esperada cita?

Me siento de nuevo y me paso las manos por el cabello, luego por el rostro y finalmente por el cuello. Estoy estresado y demasiado excitado. Cuando bajo la vista encuentro el bulto rebelde entre mis piernas y gimo de frustración.

—No, Dawson, no se te permite soñar con ella así. Tienes prohibidos los sueños húmedos con Mérida. ¡¿Y qué carajos?! ¿Cómo consigo estar tan excitado si estábamos vestidos y ni siquiera nos besamos?

Sacudo la cabeza cuando me llegan las imágenes vivas de cómo la sentí sobre mí, sus labios y la mirada de un marrón líquido tentador, pero lo peor no es que fuese un sueño que se dirigía a lo sexual; lo peor es el imbécil de Dawson diciendo que la ama en sueños, que es la cosa más absurda de toda la pesadilla sin duda alguna.

No la amo, ni siquiera nos conocemos a ese nivel, y no la amaré porque no estamos en ello, pero el Dawson de la pesadilla parecía un cachorrito enamorado dispuesto a susurrarle en la piel que la amaba.

—Olvídate de la pesadilla, eso es lo que fue.

Me dejo caer decidido a ignorar lo mucho, muchísimo, que mi pene desea mis atenciones. Miro al techo y trato de desviar mis pensamientos a las cosas que tengo que hacer hoy, pero Mérida es un molesto e insistente recuerdo que intenta reaparecer.

Gimiendo una vez más de frustración, giro de costado y tomo el teléfono de la mesita de noche. Ignoro los mensajes entrantes y voy directo a Instagram, donde pongo la primera letra de su usuario en la cajita de búsqueda y de inmediato me sale, porque la busqué un par de veces. Veo las mismas ocho fotos que tiene: tres son de ella y solo en una se ve completa, que es la que tiene más «me gusta», y hay un comentario del tal Francisco que ella llamó Pancho que dice: «¡Dios! Qué hermosa mi novia, quiero comerte, bebé», y debo capturarlo y traducirlo porque lo escribió en español. Esa foto es de hace un año, cuando ella llevaba el cabello más largo. Las otras son de su perfil o de espalda y el resto son molestas fotos artísticas, porque tampoco sube lo que dibuja.

Es muy diferente a mí, que tengo publicadas más de trescientas fotos en mi perfil porque me gusta compartir momentos especiales o algunos espontáneos sin importarme si son estéticos o no. También me siguen un montón de personas desconocidas de todo el mundo que me consideran «guapo», otras a quien les gustan los tips que ofrezco sobre animales, personas que conocí en fiestas, amigos y gente que me sigue por ser el hermano del famoso Holden Harris. Eso da un total de setenta mil seguidores en comparación con sus trescientos veinte.

Veo que al parecer tiene stories recientes y hago clic sonriendo. Entonces aparece un plano de unos ojos amarillentos debajo de la cama.

«Una vez más Boo me da un susto de muerte porque me odia —dice su voz—. A las tres de la madrugada escucho unos sonidos extraños, me agacho y me dedica tal mirada espeluznante».

Continúa en la siguiente story:

«Boo, sal de ahí, ven, no seas aterradora. —La gata, cuyos ojos es lo que resalta, continúa mirándola—. Ven aquí, pretenciosa. ¡Boo! ¿Conseguiré dormir?».

La siguiente es una foto de la gata acurrucada al final de la cama observándola intensamente. No quiero decir que con desprecio, pero sí lo parece.

Me pienso muy bien qué hacer y luego decido que no hay mucho que pensar sobre si seguir o no a alguien de manera amistosa cuando ya hablas con ella, así que presiono el botón de seguir y luego bloqueo el teléfono. Al ponerme de pie veo mi erección y decido tomar una ducha bastante fría para comenzar bien el día, o eso espero.

Cuando estoy duchado y vestido, listo para empezar otro día en el trabajo, bajo y me encuentro con Alaska sobre Drake en el sofá, sentada a horcajadas, y repentinamente me asalta una vez más mi pesadilla con Mérida en la misma posición.

Atrás, pensamientos desviados, atrás.

—Tan temprano y ya regalándome visiones perversas —comento pasando de ellos, y voy a la cocina para tomar una galleta integral y una taza de café, porque no tengo demasiada hambre.

Cuando regreso a la sala, ya se encuentran acurrucados en el sofá, pero uno al lado del otro, sin ninguna perversidad. Veo el uniforme de Alaska y luego miro mi reloj.

—¿Quieres que te deje en la escuela de camino a la clínica veterinaria?

—¡Jesús agradecido! Te amaría aún más por eso, porque la verdad es que no debía venir a ver a Drake, porque podría llegar tarde a clase, pero no pude resistirme a venir a ver su dulce carita.

—La cara que me copió, claramente. —Bebo de mi café y me dirijo a las escaleras—. Iré a por mi bolsa y nos vamos.

—¡Ponte la bata blanca! —grita detrás de mí, y me vuelvo para mirarla con desconcierto.

—¿Por qué?

—Porque te ves tan lindo y tan profesional como el doctor Harris. Me llenas de orgullo.

Le sonrío y retomo la caminata. Para su fortuna, cuando regreso, en efecto, llevo puesta la bata, que uso muy pocas veces, y después de despedirse de Drake y de que yo ponga los ojos en blanco, llegamos al auto.

—Estoy seguro de que Drake estará durmiendo de nuevo dentro de menos de cinco minutos —le hago saber.

—Lo hará. —Ríe por lo bajo—. ¿Viste todo lo que ha estado avanzando? Siento que pronto estará muy recuperado, ya no se frustra tanto.

—Ha tenido una buena evolución y está comprometido con ello, eso ayuda.

—Es tan fuerte… —dice, y no tengo que volverme para saber que está sonriendo. Está locamente enamorada, como también lo está mi hermano.

Le pregunto adrede sobre Química y Física para hacerla rabiar, porque es pésima en esas clases y siempre quiere obligarme a hacerle la tarea cuando Drake no está, y, mientras intento enseñarle, a menudo terminamos peleándonos cuando me exige que le haga los deberes. Es divertido, pero admito que siempre me voy para no sacudirla.

No tardamos en llegar a su escuela, donde suelta un breve discurso que pretende ser emotivo sobre que es su último año.

—Oye, Aska —la llamo antes de que baje, y se vuelve para mirarme—. Eres experta en las historias +18.

—¡Dawson! No lo digas así. —Se lleva una mano al pecho, escandalizada, y hago una mueca.

—Entonces ¿qué significa +21?

—¿Por qué lo preguntas?

—Curiosidad —respondo, encogiéndome de hombros.

Me mira fijamente y espero parecer curioso y no superinteresado en una respuesta. Mérida me dijo que bromeaba, pero comentó algo sobre sexo +21 que me generó curiosidad, incluso si no es cierto.

—Son historias que tienen un contenido más fuerte que el +18, más crudo, pero no solo en lo sexual, también puede ser en torno a la violencia, el abuso de sustancias o con escenarios que pueden considerarse delicados e incluso tabús. Debe ser manejado por una audiencia lo suficientemente madura como para consumir ese tipo de contenidos.

—Suenas como un diccionario —le hago saber—. Pero si este +21 es de sexo, entonces ¿significa que es todo muy explícito?

—¡Uf, sí! E incluso incluye sexo que podría resultar oscuro o bien sucio y delicioso. —Sonríe—. Asusta el concepto, pero te aseguro que hay buen contenido +21, solo debes encontrar el correcto. ¿Ha satisfecho eso tu curiosidad?

—Algo así, ahora ve a clases.

—¡Ten buen día, doctor Harris! —me grita cuando se encuentra fuera del auto, lo que me hace sonreír.

—¡Has venido! —grita una voz familiar detrás de mí.

Me giro y veo a una castaña guapa de ojos verdes y complexión delgada que se acerca a mí. Tengo que admitir que durante unos segundos mis ojos beben de cómo se ve con un vestido corto ajustado negro que abraza sus pechos turgentes y por el aspecto kilométrico de sus piernas, pero luego simplemente sonrío de forma amistosa, porque se trata de Ophelia y nuestra relación no pasa de ahí.

Me sonríe y posa su mano en mi brazo cuando me besa la mejilla. Es casi tan alta como yo, por lo que, con sus botas de tacón, no hay necesidad de que se alce de puntillas.

—Alguien me dijo que viniera a la fiesta de cumpleaños de un miércoles muy atravesado de mi querida amiga —le hago saber sin dejar de sonreír—. Feliz cumpleaños, belleza, te has puesto más sabia, inteligente y guapa.

—Oye, pero dame un abrazo. —Se ríe, y yo también mientras la envuelvo en mis brazos.

Se siente bien, agradable y cálida, y huele increíble, a algún perfume caro y francamente bueno. Aún entre mis brazos, se separa un poco para que nuestros ojos puedan encontrarse y noto que se va formando un ambiente denso que me recuerda que estamos en páginas diferentes sobre nuestras emociones, así que retrocedo porque no quiero ilusionarla con percepciones erróneas. Aunque he intentado poner distancia entre nosotros desde que me confundió con Drake y lo besó, ella siempre la elimina actuando con normalidad y fingiendo que no es nada raro lo que hay entre nosotros.

Yo también soy idiota y finjo no saber nada porque no quiero avergonzarla o hacerla sentir mal al abordar algo para lo que no se siente lista de expresarme.

Retrocedo y le dedico una sonrisa torpe, y veo que a mi alrededor hay más que un pequeño grupo de personas.

—Vine por poco tiempo —digo por encima de la música cuando me guía hacia donde están las bebidas— y solo tomaré un trago, mañana trabajo.

—Oh, cierto, mi querido veterinario. —Me entrega una cerveza—. Así que ¿qué hay de nuevo?

—No mucho —respondo caminando a su lado hacia un lateral de la pequeña casa—. ¿De quién es este lugar? Esperaba que nos amontonáramos en tu diminuto piso compartido.

Mis palabras son en broma, porque su apartamento no es diminuto. Es un buen alquiler que comparte con otros estudiantes que, al igual que ella, no residen en Londres.

—Es de una de mis amigas, lo ofreció y acepté.

—Ah, esas ventajas de ser popular.

—Algo así —responde, sonriendo—, pero ven, baila conmigo, y no puedes decirme que no porque soy la cumpleañera.

—Eso es chantaje emocional —la acuso—. Solo para confirmar, Martin no está aquí, ¿verdad?

No es que sean grandes amigos. Se conocen por mí, pero no se llevan mal, y no sería raro que lo hubiese invitado.

—No, me dijo que tenía cosas que hacer. ¿Por qué? ¿Pasó algo entre ustedes?

—Algo así, preferiría que no coincidiéramos.

—Oh, ¿algo como lo que sucedió con Leah? —pregunta con cautela.

Poco sabe de lo que sucedió. Le di una versión distorsionada y no sabe que Martin usó mi rostro. Para ella éramos dos tontos amigos interesados en la misma chica, lo que la hizo etiquetar a Leah como la manzana de la discordia, pero las dos chicas se agradaron mutuamente las veces que coincidieron.

—Son cosas entre nosotros, simplemente no quiero relacionarme con él, ¿de acuerdo? Y Ophelia, si algún día te sientes incómoda a su alrededor o algo te parece extraño, habla. A veces no terminamos de conocer a las personas.

—De acuerdo —dice con lentitud ante mi seriedad, y después sacude la cabeza—. Ahora ven, bailemos.

La dejo guiarme hacia donde los cuerpos se agrupan y saludo a varios de sus invitados. Bailamos un par de canciones y, aunque estoy acostumbrado a la sensualidad de estos bailes, cada vez que siento que las cosas se ponen muy cercanas, con disimulo lo llevo a un terreno más inocente, pero en algún punto sus brazos terminan alrededor de mi cuello y sus ojos fijos en los míos.

—Siempre con tus lindos ojos, Dawson Harris.

Recuerdo que de pequeños Drake y yo creíamos que éramos defectuosos por tener los ojos de diferentes colores (es culpa de nuestro hermano mayor, Holden, que para asustarnos dijo que había leído en internet que éramos alienígenas que en el futuro robarían almas… Supercreativo). Pero en la adolescencia descubrimos que nuestra heterocromía, aunque no es tan notable como en otras tantas personas —uno de nuestros iris es de un verde musgo y el otro es de color avellana—, era algo que llamaba mucho la atención y en lo que muchos se interesaban.

Así que estoy acostumbrado a esos cumplidos, pero Ophelia nunca me dijo nada parecido. Cuando su mejilla se apoya en mi hombro, me siento aliviado de romper el contacto visual y entonces me pierdo en mis pensamientos. Mientras yo estoy en esta fiesta, Mérida está en su cita. ¿Cómo le estará yendo?

Al terminar la canción dejamos de bailar y ella va a por otra bebida, y yo tomo una botella de agua.

—Oye, una pregunta —comienzo.

—Una respuesta —se burla.

—¿Conoces a un tal Kellan? No es un nombre muy común. No es demasiado alto, pero es muy fuerte, ya sabes, ejercitado… Cabello castaño, ojos azules…

—¡Ah! Kellan, el de Arquitectura, el de la sonrisita que enamora. —Sonríe—. Sí, sé quién es. ¿Por qué?

—Curiosidad —respondo, pero luego me lo pienso mejor—. Es que está en una cita con una… amiga.

—¿Qué amiga?

—Una de tantas.

—¿Una amiga real o una amiga con la que te has enrollado?

—Una amiga —concluyo.

—Bueno, ha salido con muchas en la uni. Pero ¿quién no lo ha hecho? No es un mal tipo, siempre escucho cosas buenas de él, y esa sonrisa lo es todo. Tiene algo que atrapa, y no son solo sus músculos. Escuché que es amable con las chicas con las que se lía y todas siempre tienen algo bueno que decir sobre… sus destrezas.

—¿Quiere decir eso que mi amiga está a salvo?

—Sí, lo está. Quién sabe, tal vez tu amiga consiga ser esa novia que no tiene desde hace mucho.

—Genial —digo mirando hacia donde las personas bailan—, me alegro por ella.

Porque es verdad, me alegro muchísimo.

Estoy estudiando nuevas cosas en mi iPad cuando me aparece una notificación de Instagram y descubro que Mérida me ha seguido, y luego llega su mensaje directo.

Mérida Sousa: ¡Ajá! Te he pillado, no te resististe y me seguiste

Dawson Harris: curiosidad

Mérida Sousa: la curiosidad mató al gato

Miro confundido el mensaje intentando entenderlo, pero no lo consigo.

Dawson Harris: No entendí

Mérida Sousa: es algo que se dice mucho en Venezuela, bueno, creo que en muchos países

Mérida Sousa: significa que cuando eres muy curioso te puedes meter en problemas… O eso creo, buscaré en internet.

También lo busco y veo que no estaba tan perdida en su explicación. Cada día se aprende algo nuevo.

Mérida Sousa: tienes un montón de fotos y pareces modelo en muchas

Dawson Harris: Ya dejaste todos tus likes???

Mérida Sousa: no es que te hagan falta, señor famoso, y en realidad no las vi todas

Dawson Harris: fingiré creerte

Pero salgo del chat y voy a mi perfil a verificar cuáles son las últimas cuatro hileras de mis fotos. Son básicamente de mí en situaciones espontáneas, de animales, algunas frases que me gustaron, un par de nosotros reunidos con las hermanas Hans… Me doy cuenta de que hace meses que no tengo una foto con Drake, desde que enfermó, y es porque él no se sentía cómodo con ello. Tal vez ya esté de nuevo listo para impactar al mundo con la belleza que me copió.

Dawson Harris: así que… Qué tal la cita?

Ya está, había que preguntar.

Tarda un par de segundos en responder.

Mérida Sousa: Estuvo buena!! Al principio estaba nerviosa y ni te lo imaginas

Dawson Harris: el qué?

Mérida Sousa: Pancho apareció, pero pude echarlo antes de que Kellan llegara y él pensó que te esperaba a ti

Dawson Harris: Pancho es molesto

Mérida Sousa: pero la cita fue bastante buena, fue una comida muy rica y él es divertido y atento

Mérida Sousa: me invitó a salir de nuevo y acepté… También me besó

Mérida Sousa: Está mal que lo hiciera en la primera cita?

¡Vaya! Kellan es rápido. Me rasco la barbilla en un estado pensativo antes de responder.

Dawson Harris: no está mal si eso es lo que quieres, Mérida

Dawson Harris: me alegra que lo pasaras bien y que todo fuese como lo esperabas e imaginabas

Mérida Sousa: fue muy buena, me gustó, pero no fue como la imaginaba

Me arriesgo a preguntar, porque al parecer hoy soy muy curioso.

Dawson Harris: cómo la imaginabas?

Mérida Sousa: pensé que sería exactamente como la que simulamos

Escribo un «¿Eso es bueno o malo?», pero borro el mensaje y me limito a enviar un estúpido emoji riendo que estoy seguro de que desentona con la conversación, porque luego ella me dice que ya hablaremos más tarde y se termina la charla.

—Ten cuidado, Dawson Harris —me digo—, la curiosidad mató al gato.

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