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Lunes » Capítulo 9

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Los malos casos no existen. Solo malos clientes. Mi mentor, el juez Harry Ford, me lo había enseñado hacía mucho tiempo. Y resultó ser cierto. Una y otra vez. Mientras estaba sentado en un sillón de cuero junto a Bobby Solomon, me acordé del consejo de Harry.

—Ariella y yo tuvimos una pelea la noche en que murió. Por eso me marché de casa y me fui de juerga. Yo…, yo… solo quería que lo supieran. Por si sale el tema. Discutimos, pero, por Dios santo, no la maté. La quería —dijo Bobby.

—¿Por qué discutisteis? —pregunté.

—Ari quería que firmara el contrato para la segunda temporada de The Solomons, nuestro reality. Pero yo odiaba tener las cámaras siguiéndonos, era… demasiado. ¿Sabes?, no podía hacerlo. Discutimos. No fue una pelea física, «nunca» era físico. No le hubiera puesto la mano encima. Pero gritamos y ella se disgustó. Le dije que no lo iba a hacer. Y después me marché —dijo Bobby.

Se reclinó en el sillón, hinchó los mofletes y se puso ambas manos sobre la cabeza. Parecía un hombre aliviado de quitarse un peso de encima. Entonces vinieron las lágrimas. Le estudié atentamente. Su mirada solo expresaba una cosa: culpa. Pero no tenía claro si era culpa porque las últimas palabras a su mujer hubieran sido duras o si era por otra cosa.

Rudy se levantó, abrió los brazos e hizo un gesto invitando a Bobby a abrazarle.

Se fundieron en un abrazo. Oí que Rudy susurraba:

—Lo entiendo, lo entiendo, ¿de acuerdo? No te preocupes. Me alegro de que me lo hayas contado. Todo irá bien.

Cuando por fin se soltaron, vi que Bobby tenía los ojos llorosos. Se sorbió la nariz y se enjugó las lágrimas.

—Bueno, creo que eso es todo. Por hoy —dijo Bobby. Bajó la mirada hacia mí, extendió la mano y me dijo—: Gracias por escuchar. Siento haberme emocionado. Estoy en un apuro. Me alegro de que vayas a ayudarme.

Me levanté para estrechar su mano. Esta vez el apretón fue sorprendentemente firme. Esperé y me tomé un momento para estudiarle de cerca. Seguía con la cabeza inclinada hacia el suelo. A pesar de los guardaespaldas, la ropa cara, las manicuras y el dinero, Bobby Solomon era un chaval asustado ante la perspectiva de pasarse la vida en la cárcel. Me caía bien. Le creía. Y, sin embargo, seguía habiendo un hilo de duda. Tal vez fuera todo un numerito. Para convencerme. El chico tenía talento. De eso no cabía duda. Pero ¿bastarían sus dotes de actor para engañarme?

—Prometo que lo haré lo mejor que pueda —dije.

Puso su mano izquierda sobre mi muñeca y con la derecha apretó mi mano con fuerza.

—Gracias. Eso es todo cuanto puedo pedir —dijo.

—Gracias, Bobby. Será suficiente por hoy. Te veré en el juzgado mañana por la mañana, para la selección del jurado. Habrá un coche a la puerta de tu hotel a las ocho y cuarto. Duerme un poco —apuntó Rudy.

Dicho eso, Bobby se despidió con un gesto y salió del despacho. Sus guardaespaldas le rodearon inmediatamente (no corrían riesgo alguno) y le escoltaron hasta la salida de la oficina en una formación de largos abrigos de cachemir.

Me volví hacia Rudy. Nos sentamos.

—¿Hace cuánto que sabías que Bobby y Ariella estuvieron discutiendo sobre su reality? —pregunté.

—Desde el primer día —contestó—. Supuse que el cliente acabaría hablando. Parece que tienes bastante efecto sobre Bobby. Contigo se ha abierto inmediatamente.

Asentí.

—Has hecho bien tu papel…, dejándole que sintiera que se ha quitado un peso de encima. Eso fortalecerá su confianza.

El gesto de Rudy se ensombreció y se quedó mirando su escritorio, entrecruzando los dedos. Tras un momento, levantó la cabeza, cogió el portátil de la mesa y me lo dio.

—Las pruebas contra Bobby son demoledoras. Hay una posibilidad. Muy remota. Y haré todo cuanto sea necesario para que sean más favorables. Échales un vistazo esta noche. Verás a qué nos enfrentamos.

Cogí el portátil de sus manos y lo abrí.

—Hace falta tener algo fuera de lo normal para matar a dos personas a sangre fría. Especialmente a tu mujer y a un hombre al que conoces bien. No es normal que una persona sin antecedentes violentos pierda los papeles de esa manera. ¿Tiene algún antecedente de problemas psicológicos? Si no hay nada violento en su historial clínico, puede que valga la pena mostrarle los informes al fiscal —dije.

—No vamos a utilizar sus informes —dijo Rudy, inexpresivamente. Marcó un botón del teléfono y dijo—: Necesito transporte seguro.

Detecté cierto tono en la voz de Rudy. O no le gustaba mi opinión sobre aquel aspecto del caso, o me estaba ocultando algo. Fuera lo que fuera, pensé que no sería tan importante, de lo contrario el fiscal ya lo habría encontrado y lo habría utilizado. Lo dejé pasar, por el momento.

La pantalla de inicio del portátil me pidió una contraseña. Rudy garabateó algo en un post-it y me lo dio.

—Esta es la contraseña. Tenemos que asegurarnos de que llegas bien a tu despacho con esto. Así que, si no te importa, voy a pedir a uno de nuestros escoltas que te acompañe.

Pensé en la gélida temperatura de la calle y en el paseo de regreso a mi despacho.

—¿El escolta viene con coche? —pregunté.

—Claro.

Miré el post-it. La contraseña era «NoCulpableI».

Cerré la pantalla, me levanté y nos dimos la mano.

—Me alegro de que te hayas unido oficialmente —dijo.

—Te dije que revisaría los expedientes antes de decidirlo —contesté.

Rudy sacudió la cabeza.

—No. Le has dicho a Bobby que le ayudarías. Has prometido que harás todo lo que puedas. Estás dentro. Tú le crees, ¿verdad?

No parecía tener mucho sentido ocultarlo.

—Sí, supongo que sí.

«Pero ya me he equivocado otras veces», pensé.

—Tú eres como yo. Sabes cuándo tienes un cliente inocente entre manos. Simplemente, lo notas. No había conocido a nadie con esa capacidad. Hasta hoy —dijo Rudy.

—Yo no soy Bobby Solomon, Rudy. No tienes que besarme el culo. Sé que le has hecho venir aquí porque querías que le conociera. Querías que le mirara a los ojos. Que le pusiera a prueba. Que decidiera. Sabías que le creería. Has jugado conmigo. Y aunque no creo que sea un asesino, tampoco puedo estar seguro de que no esté jugando con los dos.

Levantó las manos.

—Culpable de todos los cargos. Eso no cambia el hecho de que nos enfrentamos a una situación de pesadilla: un hombre inocente. Sí, sabe actuar. Pero no puedes irte de rositas de un doble homicidio solamente actuando.

La puerta del despacho se abrió. El hombre que entró abrió ambas hojas; aun así, tuvo que pasar de lado y con dificultades. Medía más o menos como yo. Calvo. Y gordo como esa maldita mesa de reuniones. Pantalón negro y chaqueta negra abotonada hasta el cuello. Cruzó los brazos por delante de su cuerpo, entrelazando las manos. Supuse que me sacaría unos cinco o seis años y que había sido luchador. Sus nudillos sobresalían como bolas de chicle.

—Este es Holten. Él se asegurará de que el ordenador y tú lleguéis sanos y salvos —dijo Rudy. Se agachó, sacó un maletín de aluminio de debajo del escritorio y lo dejó encima.

Holten se acercó, intercambiamos un saludo educado y fue directamente a coger el maletín. Abrió los cierres, levantó la tapa y colocó el portátil dentro de un hueco a medida. Le vi cerrar el maletín, ponerle el seguro y sacar unas esposas del bolsillo de su abrigo. Se esposó la muñeca al mango del maletín, lo cogió y dijo:

—Vamos.

Le di las gracias a Rudy. Cuando estaba saliendo por la puerta con Holten, Rudy me dio un último consejo:

—Cuando leas los expedientes, recuerda lo que ha pasado hoy aquí. Recuerda cómo te has sentido. Recuerda que sabes que ese hombre es inocente. Tenemos que asegurarnos de que lo siga siendo.

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