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Lunes » Capítulo 11

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Había subido el tercer escalón de entrada a mi edificio cuando oí que alguien me llamaba desde la calle. Al instante, noté que Holten se tensaba. De camino no había dicho una sola palabra, más allá de preguntarme si iba cómodo y de educadas contestaciones monosilábicas a mi conversación trivial. ¿Rudy Carp era buen jefe? Sí, Holten trabajaba por cuenta propia, pero era fácil tratar con Carp. ¿Llevaba mucho trabajando con su bufete? Sí. ¿Le gustaba el béisbol? No. ¿El fútbol americano? No. Desistí, suponiendo que iba mirando el camino y no debería distraerle. Cuando estaba de pie en los escalones que conducían a mi portal, me sorprendió que reaccionara protegiéndome. En realidad, no hizo nada. Simplemente, se preparó. Para cualquier cosa. Me giré hacia la voz que había dicho mi nombre y vi al juez Harry Ford saludándome desde la acera. Su viejo descapotable clásico estaba aparcado calle abajo.

Estaba a punto de devolver el saludo a Harry cuando vi al tipo detrás de él. Llevaba una gorra de béisbol bien ceñida sobre la frente. Bajo la luz de las farolas no podía ver su rostro. La visera le cubría las facciones. En ese momento, su cara no me pareció especialmente importante. Me llamó más la atención su mano derecha. La llevaba metida en el bolsillo del abrigo, como si estuviera a punto de sacar una pistola.

Con el rabillo del ojo, me di cuenta de que Holten también le había visto y tenía la palma de la mano sobre el arma en su cinturón. Sentí la boca seca y noté que no podía respirar. Mi cuerpo estaba paralizado. Los instintos primarios y básicos que todavía había dentro de mí estaban concentrados en el hombre que se acercaba con la mano metida en su abrigo. Mi cuerpo no necesitaba distracciones, como respirar o pensar. De repente, hasta el último músculo y terminación nerviosa de mi cuerpo se pusieron en alerta. Toda mi energía se canalizó hacia el «modo de supervivencia». Estaba clavado en el sitio. Si la mano salía de aquel bolsillo con un arma, me tiraría al suelo.

La temperatura estaba desplomándose. El hielo que se formaba en la acera brillaba como cristal aplastado bajo la luz de sodio de las farolas.

El hombre de la gorra se puso a la altura de Harry y sacó la mano derecha del bolsillo. Extendió el brazo apuntando hacia nosotros. Estaba empuñando algo brillante y negro. Oí un ruido hueco de ventosa cuando Holten sacó su pistola de la cartuchera de cuero. Como si se hubiera activado un interruptor dentro de mí, aspiré muy hondo y caí de rodillas. Me cubrí la cabeza con las manos.

Silencio. Ni un disparo. Ningún destello de la bocacha del cañón. Ni una bala golpeando los ladrillos sobre mi cabeza. Noté una mano grande dándome una palmada en el hombro.

—Está bien —dijo Holten.

Alcé la vista. Harry estaba junto al hombre de la gorra. Los dos miraban el móvil que el tipo llevaba en la mano. Harry lo señaló, luego indicó hacia el oeste, calle 46 abajo. El hombre asintió, le dijo algo a Harry y levantó el teléfono. Aunque estaba a unos metros, me pareció ver un mapa en la pantalla de su smartphone. El hombre pasó por delante de mi edificio y siguió caminando en dirección oeste.

—Por Dios, Holten. Vas a provocar que me dé un ataque al corazón —dije.

—Lo siento —respondió él—. Más vale ir con cuidado.

—Eddie, ¿qué demonios estás haciendo? —preguntó Harry.

Me puse de pie, me limpié el abrigo y me incliné sobre la barandilla.

—Aparentemente, tener cuidado. ¿Qué quería este tipo?

—Solo era un turista. Quería que le diera indicaciones —contestó Harry.

Miré por encima de mi hombro. El hombre seguía su camino, con el smartphone levantado delante. Estaba de espaldas a nosotros. Vi que se alejaba y me volví hacia Harry.

—Creíamos que llevaba un arma. Por cómo se acercó. Como si estuviera decidido. ¿No le habías visto antes? —pregunté.

—No lo sé. No le he visto bien la cara, por la gorra. De todos modos, aunque la hubiera visto, tampoco habría podido decirte mucho: no llevo las gafas puestas —respondió.

—Entonces, ¿cómo has venido en coche? —dije.

—Con cuidado —contestó Harry.

Holten cogió una de mis sillas de madera, salió del despacho y la colocó junto a la puerta de entrada, que daba al rellano. Volvió a entrar y estudió mi despacho de nuevo. Desde el sofá, Harry le observaba con la indiferencia de un hombre con una copa de buen whisky escocés en la mano y plenamente consciente de su calidad.

—No hay seguridad en este sitio, señor Flynn. Esta noche me quedaré fuera. Por la mañana, me encargaré de que traigan una caja fuerte a su despacho. El ordenador se guardará en la caja cuando no esté usted. ¿Le parece bien? —me preguntó Holten.

—¿Quiere decir que se va a quedar toda la noche fuera de mi despacho?

—Ese es el plan.

—Bueno, puede que haya visto la cama que hay en la parte de atrás. No tengo apartamento como tal: duermo aquí. Probablemente me quede trabajando toda la noche, así que no se preocupe. Váyase a casa y duerma un poco. Estaré bien.

—Si no le importa, me quedo fuera.

—Hay un sofá. Si se va a quedar, al menos póngase cómodo.

Lanzó una mirada al sofá. Hacía unos años, Harry se había desplomado en el centro rompiendo varios muelles y estaba algo hundido. Desde entonces, cada vez que Harry venía, me lo recordaba sentándose en un extremo, pero los muelles le hacían deslizarse hacia el medio; parecía como si fuera a caer al valle central en cualquier momento. Me daba la impresión de que Holten pensaba que estaría más cómodo en una dura silla de madera.

—No se me daría muy bien vigilar si estoy dormido en el sofá cuando alguien derribe su puerta para coger ese ordenador. Me quedo fuera, ¿vale?

Miré el maletín sobre mi escritorio, con las esposas aún cogidas al asa.

—Me parece bien —contesté.

—Les dejo, caballeros —dijo Holten, y cerró la puerta del despacho detrás de sí.

—Es un pelín intenso —apuntó Harry.

—Nada de «pelín» en este tipo. En cualquier caso, me cae bien. Se nota que es un profesional —añadí.

—¿Qué hay en ese ordenador que exija tanta seguridad? —preguntó Harry.

—Podría decírtelo, pero esta noche te vas a emborrachar demasiado como para recordarlo, así que será mejor que tengamos esta conversación mañana.

—Brindo por ello —dijo Harry.

Me serví dos dedos de bourbon y tomé asiento en el sillón detrás de mi escritorio. Solo una copa. Para calmar los nervios. Necesitaba tener la mente despejada para leer los expedientes. Pero, por el momento, podía relajarme un poco. La lámpara de la esquina y la de mi escritorio, con su pantalla de vidrio verde, daban una luz cálida a mi pequeño despacho. Reclinándome en el sillón, puse una pierna encima de mi escritorio y me llevé el vaso a los labios. Ahora ya podía disfrutar tomando una copa de vez en cuando con Harry. Había logrado desarrollar esa disciplina, aunque me había costado bastante. Harry me había ayudado.

De no ser por Harry, no sería abogado. Años atrás me denunciaron por provocar un accidente de tráfico y llevé mi propia defensa. Un fraude al seguro que salió mal. Harry era el juez. Me enfrenté al abogado del otro tipo, gané el caso y Harry vino a hablar conmigo después. Me dijo que debería plantearme ser abogado. Y entonces, una carrera de Derecho después, acabé trabajando para él mientras me preparaba para el examen de acceso al Colegio de Abogados. Harry me dio una nueva vida, lejos de las estafas y de los timos de la calle. Ahora hacía mis triquiñuelas en el juzgado.

—¿Cómo está la familia? —preguntó Harry.

—Amy está creciendo muy deprisa. La echo de menos. Pero puede que las cosas estén mejor… Christine me llamó para invitarme a cenar —dije.

—Eso está bien —respondió Harry con entusiasmo—. ¿Crees que tal vez podáis arreglar las cosas?

—No lo sé. Christine y Amy están muy asentadas en Riverhead. Me da la sensación de que siguen adelante con sus vidas, sin mí. Necesito un trabajo que no me ponga en peligro. Algo estable y aburrido que no me traiga problemas, ni a mí ni a nadie. Eso es lo que quiere Christine: una vida normal.

Lo dije, pero, en realidad, ya no estaba muy seguro de que fuera así. Siempre habíamos querido un hogar estable y seguro. Mi trabajo lo hizo imposible, pero ahora dudaba que Christine siguiera queriendo tenerme en su vida. Había nacido una distancia entre nosotros. Esperaba que la invitación a cenar fuera una oportunidad para acercarme a ella de nuevo.

Harry dio un sorbo a su whisky y se frotó la frente.

—¿En qué piensas? —le pregunté.

—En ese maletín. Y en ese animal apostado en tu recibidor. En eso pienso. Si estás buscando un trabajo más tranquilo, esto no lo parece, desde luego. Dime que no estás en peligro.

—No estoy en peligro.

—¿Por qué me da la impresión de que eso no es todo?

Acunando el líquido ámbar en el cuerpo de la copa, la levanté a la luz. Di otro sorbo y volví a dejarla sobre mi escritorio.

—Hoy he estado con Rudy Carp. Me ha contratado para formar parte de la defensa de Robert Solomon.

Harry se puso en pie. Apuró el resto del whisky y dejó su copa vacía junto a la mía.

—En tal caso, tengo que irme —dijo Harry.

—¿Cómo? ¿Qué pasa?

Suspiró, se metió las manos en los bolsillos del pantalón y se quedó mirando al suelo mientras hablaba.

—Supongo que le viste esta mañana. Que Rudy Carp no se puso en contacto contigo antes de eso. Nada de correos electrónicos ni llamadas. ¿Verdad?

—No. ¿Cómo lo sabes?

—¿Por qué te ha dicho Rudy que querían contratarte?

—Más bien lo he deducido. Soy un valor prescindible. Voy a por la policía. Si el jurado no traga, la defensa me aparta y hacen como si nada hubiera pasado. Soy un amortiguador entre Rudy y el jurado. Si el numerito no funciona, su imagen queda intacta ante ellos. No es un buen trato, pero quiero ayudar a ese tipo, Bobby. Sé que es una estrella del cine y todo eso, pero me cae bien. Creo que es inocente.

—Supongo que Rudy necesitaba una historia que pudieras creerte. En cierto modo, es más convincente si crees que no es un buen trato. Eso explica por qué te han contratado el día antes de la selección del jurado.

Había conseguido ponerme nervioso. Me erguí en el asiento y le ofrecí toda mi atención.

—Harry, no te andes con rodeos: suéltalo.

—La jueza Collins me llamó el viernes. Dijo que tenía una sensación muy extraña. No me sorprendió. Se ha pasado todo el año llevando la preparación para el juicio del caso Solomon. Ya ha habido una docena de vistas previas para admitir pruebas, mociones para desechar la causa…, de todo. Hace dos semanas se instaló en un hotel para tener espacio y tranquilidad para trabajar. A pesar de sus defectos, Rowena Collins es una jueza a la que no le importa trabajar duro. En fin, yo creí que era por el estrés. Un caso como ese pasa factura.

Harry dejó la frase en el aire y se perdió en sus pensamientos. Yo no dije nada. Ya diría el resto cuando los hubiese ordenado.

—El sábado me llamaron del hospital. Rita se había desmayado la noche anterior, poco después de hablar conmigo. De no haber sido por el servicio de habitaciones que utilizaba regularmente, podría haber muerto. Un botones la encontró en el suelo. Estaba en parada respiratoria. Menos mal que la encontraron en ese momento. El personal de la ambulancia le salvó la vida. Tuvo una especie de episodio cardíaco y está en cuidados intensivos. En estado crítico, pero estable. La he visto hoy. Está mal. Y bien, aparte de todo esto, este incidente ha puesto en peligro el juicio de Solomon. No conocía a nadie que pudiera dejar su lista de casos dos semanas, así que me ofrecí. Eddie, yo soy el juez del caso Solomon.

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