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Miércoles » Capítulo 39

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El interrogatorio de Pryor al inspector Anderson dejó fascinado al resto del jurado. El policía les había ofrecido el primer aperitivo de las pruebas. Era el primer acto. Y todos los miembros del jurado parecían volcados con el testigo.

Eso le venía de maravilla a Kane. Porque su testimonio había sido una útil distracción. Mientras Anderson declaraba, tuvo todo el tiempo que necesitaba para examinar los apuntes que Spencer tenía sobre el regazo. Ningún otro jurado sentado en la fila de atrás era lo bastante alto para ver por encima de los hombros de sus compañeros de delante. Solamente Kane. Él también había tomado media página de apuntes. Palabras y frases clave para ayudarle a recordar el testimonio. Pasó la página y escribió una sola palabra: «culpable».

Volvió a mirar los apuntes de Spencer. Luego los suyos. Tachó la palabra «culpable» varias veces. Luego la escribió de nuevo en otra hoja. Esta vez trazó la «c» un poco más recta y más pequeña. Le hizo el rabo más largo a la «p», asegurándose en todo momento de estar inclinado sobre el cuaderno para que nadie viera lo que estaba escribiendo. También trataba de mantener el bolígrafo levantado, para no tocar la página con las manos desnudas.

Kane había pasado gran parte de su vida practicando ser otras personas. A veces, esas identidades le acompañaban durante un tiempo, especialmente cuando tomaba el lugar de una persona real. A veces, usaba la identidad falsa y se deshacía de ella pronto, una vez cumplido su cometido. De entre las identidades que más le habían durado, Kane tenía varias favoritas. Y había aprendido rápidamente que, para mantener una identidad, tenía que ser capaz de firmar ciertos documentos: carné de conducir, cheques, transferencias de dinero… Lo típico. En su tiempo libre, practicaba la firma de su nueva identidad y aprendía a falsificarla a la perfección. Con los años, se había hecho un experto. Desarrolló un control del bolígrafo y una coordinación ojo-mano dignas de un gran artista.

Por fin, una vez satisfecho con su trabajo, Kane se relajó en el asiento, volvió a la primera página del cuaderno y se cruzó de brazos.

Concluido el interrogatorio principal de Pryor, Kane observó fascinado la fila de personas que entró por la puerta trasera de la sala con cajas y con un colchón. Vio a Pryor discutiendo con Flynn.

—Señoría, quisiera solicitar una moción para que se permita una demostración formal durante mi contrainterrogatorio a este testigo —dijo Flynn.

—Moción aceptada, pero antes de eso debemos excusar al jurado —contestó el juez.

Los jurados a ambos lados de Kane se levantaron. Él los siguió, guardándose el cuaderno en el bolsillo. La guardia los condujo a través de la puerta lateral a la sala del jurado. En muchos casos, entraban y salían diez o doce veces al día mientras los abogados discutían la ley. Kane ya estaba acostumbrado.

La guardia se quedó fuera de la sala, sosteniéndoles la puerta. Al pasar a su lado, Kane dijo:

—Disculpe, ¿podría ir al aseo?

—Claro, está al final del pasillo. La segunda puerta a la izquierda —contestó.

Kane le dio las gracias y se fue por el pasillo. Los aseos eran pequeños, oscuros y olían como la mayoría de servicios masculinos. Uno de los apliques de luz estaba roto. Había dos urinarios sobre el alicatado blanco. Kane fue al único cubículo, se metió y cerró la puerta con pestillo.

Rápidamente, se puso manos a la obra.

Primero sacó un paquete de chicles del bolsillo. Ya estaba abierto y le faltaba uno. Lo volcó en la palma de su mano y salieron el resto. También había una bolsita del tamaño de un chicle. Quitó el envoltorio de celofán de la bolsita y desdobló un par de guantes de látex increíblemente finos. Se los puso con rapidez. Sacó el cuaderno de su bolsillo y arrancó la página donde había escrito «culpable». Arrugó el papel entre las manos haciendo una bola, asegurándose de que tres de las letras quedaran a la vista. Metió el papel arrugado en su chaqueta, se quitó los guantes, introdujo algunas monedas en su interior, los envolvió en papel higiénico, los soltó en el inodoro y tiró de la cadena.

El jurado no tuvo que esperar demasiado. Diez minutos. Lo suficiente para que Spencer volviera a romper las reglas.

—A ver, la cosa no pinta bien para el acusado. Lo sé. Pero el caso no ha acabado. Y no me fío de ese poli —dijo Spencer.

—Yo tampoco. Y ese fiscal tan vivo ha tenido el cuchillo todo este tiempo. Simplemente, no quería que la defensa lo supiera —apuntó Manuel.

—Eso no lo sabemos. Lo único que puedo decir es que ahora mismo la cosa no tiene buena pinta para Solomon —dijo Cassandra.

Kane había pillado a Cassandra mirando a Spencer furtivamente de vez en cuando. Era joven y delgado. La chica aún no se había armado de valor para hablar con él, pero parecía obvio que se sentía atraída por ese tipo.

—Tenemos que mantener la mente abierta. Y no está permitido que hablemos sobre las pruebas hasta que concluya el juicio —dijo Kane.

Varios miembros del jurado asintieron mostrando su aprobación.

—Tiene razón —dijo Betsy—. No podemos hablar de ello.

—Solo he dicho eso: que no deberíamos creérnoslo como si fuera el Evangelio solamente porque lo diga un policía. La mente abierta, chicos —dijo Spencer.

El jurado volvió a tomar asiento. Antes de hacerlo, Kane se quitó la chaqueta y la dobló. Se sentó en su asiento de la tribuna, justo detrás de Spencer; colocó la chaqueta sobre su rodilla derecha. El juez volvió a dirigirse a ellos.

—Gracias, damas y caballeros. He autorizado al señor Flynn para que realice una demostración práctica. Recuerden que la acusación tendrá derecho a volver a preguntar al testigo sobre cualquier tema que surja durante la demostración. Adelante, señor Flynn —dijo el juez.

Kane dejó caer la chaqueta al suelo, asegurándose de que la manga izquierda quedara mirando hacia él. Se inclinó a recogerla, comprobando antes que los jurados sentados a ambos lados estaban atentos en la primera pregunta de Flynn. Tanto Terry como Rita estaban concentrados en el abogado. Al coger la chaqueta, sacó la bola de papel del bolsillo derecho empujándola a través de la tela. De este modo, el papel quedó en el suelo, con la chaqueta encima. Luego levantó la chaqueta apenas un centímetro del suelo para deslizarla un poco. Por un brevísimo instante, vio la bola rodar hasta la sombra que había bajo el asiento delante de él.

Comprobó rápidamente los rostros de los jurados a su izquierda, así como de Rita, a su derecha. Ninguno parecía haberlo visto.

En cuanto Flynn empezó su contrainterrogatorio, notó que había tensión entre Anderson y él. Se hizo evidente cuando el policía habló sobre su muñeca. Dijo que se lo había hecho en una caída.

Flynn estaba dolorido. Se movía más despacio que cuando le había visto el día anterior. Y también se fijó en que cada vez que se levantaba de la silla intentaba ocultar una mueca de dolor.

Si tuviera que apostar, diría que Anderson y Flynn se habían peleado la noche anterior. La forma en la que el policía miraba a Flynn escondía algo. El odio que rezumaba como si fuera vapor iba más allá del desprecio transitorio que sienten los policías de Homicidios por los abogados defensores.

No, ahí había algo más. Algo reciente.

A Kane no le caían mal los policías. No los odiaba.

Por eso había decidido colaborar con uno. Era útil. Pensó en llamar a su contacto más tarde. Había más trabajo por hacer.

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