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6: Brisa fuerte » Capítulo 2

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¡Hanne! ¡Despierta!

No sabía dónde estaba. Hacía mucho tiempo que no dormía tan profundamente. El viaje desde el reino de los sueños fue largo y tortuoso, y durante varios segundos intenté enfocar al hombre que estaba en cuclillas con una mano en mi hombro, susurrando:

—¡Tienes que despertarte!

—¿Qué pasa? —murmuré por fin—. ¿Qué hora es?

—Las tres. Son casi las tres.

—Estoy durmiendo.

—Roar Hanson ha desaparecido.

Intenté incorporarme. Por suerte, Geir había aprendido la lección y no intentó ayudarme, aunque yo debía de parecer bastante atolondrada.

—Roar Hanson —repetí mecánicamente—. ¿Qué quieres decir con que ha desaparecido?

Por fin había logrado incorporarme. Geir se sentó en el sofá en que yo estaba acostada, y se inclinó hacia delante.

—Comparte habitación con Sebastian Robeck.

—Seb… ¿De quién estás hablando?

Volví a tumbarme sobre las almohadas. Ahora que al fin me había agarrado de verdad el sueño no quería soltarme.

—Da igual quién sea. Simplemente es un tío de esa comisión. Compartían habitación. Pero cuando Sebastian Robeck se levantó a mear hace media hora, descubrió que la cama de Roar Hanson estaba vacía. Nadie ha dormido en ella. Roar no llegó a acostarse.

—En otra habitación —murmuré—. Se habrá acostado en una habitación para él solo. Tras la caída del vagón, han quedado libres algunas habitaciones.

—Eso es lo que yo sugerí también. Pero ese tío, ese Sebastian dijo algo que…

Agité las manos para que se apartara un poco hacia atrás. Tenía la lengua seca y entumecida, y busqué un chicle en mi chaquetón.

—¿Qué dijo? —pregunté en voz baja mientras me frotaba los ojos con ambas manos—. Por cierto, ¿está dormido Adrian?

Geir echó una mirada hacia los ventanales y afirmó con la cabeza.

—Roar Hanson dijo algo —susurró—. Ayer por la noche, justo antes de que todos se fueran a dormir. Le dijo a su compañero de habitación que tenía que ocuparse de un asunto, pero que solo tardaría un cuarto de hora. Le pidió… —De repente levantó la vista—. Ahí viene —susurró, señalando.

Berit Tverre se acercaba sigilosamente. Me quité el edredón de encima y tuve tiempo de sentarme en la silla de ruedas antes de que ella y su acompañante llegaran hasta el sofá. Por suerte, me había acostado con la ropa puesta. El olor a rancio que desprendía mi cuerpo sin lavar me hizo retroceder con la silla cuando el hombre me tendió la mano. La volvió a bajar, se encogió de hombros y se presentó de todos modos. Yo murmuré mi nombre.

—¿A qué viene todo esto? —pregunté moviendo enérgicamente la cabeza, aunque no sirvió de mucho—. No entiendo tanto drama. Estamos en plena noche y como quedan muchas habitaciones libres, puede…

—Me pidió que lo esperara —contestó Sebastian en una voz tan alta que tuve que pedirle silencio. Cuando prosiguió, el volumen de su voz había bajado considerablemente—: Dijo que tenía que ocuparse de un asunto, o encontrarse con alguien, o tal vez dijera que tenía que hacer un recado. No recuerdo muy bien. Pero lo curioso es que… que me pidió que lo esperara. Solo tardaría un cuarto de hora más o menos. Le pregunté por qué, y él se limitó a repetir lo mismo: debía esperarlo.

—Pero ¿tenías intención de irte a alguna parte? ¿Por qué te pidió que lo esperaras, si de todos modos ibas a acostarte?

—Sí, sí.

El hombre se rascó una axila y en la nariz le apareció una arruga de descontento.

—Me pidió que no me durmiera. Que me quedara despierto hasta que él volviera.

—¿Por qué?

—Ni idea.

—¿Se lo preguntaste?

—Sí, y entonces me rogó aún con mayor insistencia que lo esperara despierto.

—¿Y qué paso?

El hombre se retorció.

—Me dormí. Estaba agotado.

Lo último lo dijo en tono de lamento, casi contrito.

—No veo que hayas cometido ningún crimen, vaya.

Intenté reprimir un bostezo. Se me saltaban las lágrimas. Cogí la botella de agua de la mesita y bebí. Me tragué el chicle al mismo tiempo.

—¿Qué hacemos? —preguntó Geir—. ¿Nos ponemos a buscarle?

Se hizo el silencio.

—Estamos esperando —dijo por fin Berit—. Lo último que debemos hacer ahora es despertar a todos antes de que hayan dormido lo suficiente. Probablemente Hanson estará durmiendo en otra habitación. Quizá ha vuelto y ha visto que Sebastian estaba durmiendo, y como quería leer un poco se ha metido en otra habitación a fin de no molestar.

—¿Las habitaciones libres están cerradas con llave? —pregunté—. Quiero decir, ¿hay que ir a la recepción por la llave?

Berit sonrió resignada.

—No, desistimos ayer. Todo está abierto. Hemos sacado montones de ropa de cama limpia. La gente tiene que hacerse su cama si quiere cambiarse de habitación. Para nosotros es más fácil, claro, pero nos quita algo de control. Pero no podíamos…

—Suena muy sensato —señalé—. Y estoy de acuerdo contigo. Es muy probable que la desaparición de Roar Hanson tenga una explicación natural…

Me callé. Los demás me miraron. Los tres sabían que estaba mintiendo. Todos pensábamos lo mismo. El hecho de que un miembro más de la comisión de la Iglesia estatal desapareciera durante la noche bajo extrañas circunstancias, casi exactamente veinticuatro horas después de que un colega fuera tiroteado y asesinado, resultaba sospechoso, por no decir algo peor. Además supuse que yo no era la única persona que había reparado en la inestabilidad emocional de Roar Hanson. Que Sebastian Robeck y yo supiéramos, el clérigo podría haber roto una ventana y saltado al frío infernal por voluntad propia.

O algo por el estilo.

—… esperaremos antes de dar la voz de alarma. Si despierto a la gente ahora, me temo que eso provoque una catástrofe aún mayor que…

No pude finalizar la frase. Tampoco intentó ayudarme nadie.

—¿Por qué no nos vemos aquí a las…? —Eran ya las tres y diez— ¿a las seis? No, mejor a las seis y media. A esa hora la mayor parte de la gente estará aún dormida. Seguiremos entonces. ¿De acuerdo?

Nadie protestó. Se fueron a sus respectivas habitaciones y me dejaron sola. Volví a acostarme. Adrian yacía en la misma postura en que se había acomodado hacía tres horas. Antes de que me diera tiempo a temer el insomnio, caí en un sopor profundo y sin sueños.

Es extraño lo que la gente conseguimos hacer.

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