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Tobías Brenner está furioso. Lleva cuarenta minutos caminando para descargar esa presión en el pecho que amenaza con ahogarlo, pero, lejos de retroceder, su furia parece haber crecido. Todos sus proyectos, echados a la basura. Meses haciendo planes, una importante cantidad de dinero invertido, horas de trabajo… Todo perdido por culpa de dos chiquilines estúpidos. Nunca debió contratarlos, vuelve a decirse. Fue un grave error.

Y además, el ridículo en el que han dejado a la tienda. Primero el chico, que en lugar de hacer su trabajo al frente del carro miraba para cualquier lado. Aunque no era cualquier lado, sino muy claramente el escote de su hija, recuerda ahora Toby, y siente su sangre hervir. Quizá no espere hasta fin de mes. Puede echarlo antes. Hoy mismo, para qué postergarlo.

Pero lo peor fue lo de la chica… Loca, completamente loca. ¿Qué ataque la obligó a escaparse de esa manera? ¿A correr empujando a la gente? Quizá hizo caer a alguien, a algún anciano, y ahora vendrán a reclamarle… Y luego, el accidente. Todos esos autos que chocaron… Seguramente alguno le echará la culpa al carro, que quedó parado en medio de la calle. Lo cierto es que el carro no tenía un permiso municipal para circular, recuerda con inquietud. No le pareció necesario gestionarlo por unas pocas vueltas… Pero ahora, si interviene la policía… Toby frena y se seca el sudor que le empapa la frente. Quizá sea mejor volver a la tienda, piensa. Se está sintiendo descompuesto.

Cuando entra va directo a su oficina y se deja caer en el sillón. No tiene ganas de hablar con nadie. Levanta el teléfono y le pide a su secretaria un té y dos aspirinas. Cierra los ojos, intentando relajarse. Tiene que pensar en otra cosa, en algo que le transmita paz. Quizá escuchar música. ¿Un concierto de piano?

—Acá está su té.

Abre los ojos. Marisa, la secretaria, acaba de entrar silenciosamente y ahora lo mira con aire preocupado.

—¿Se siente mal?

—No —dice Toby—, solo me duele la cabeza.

Quiere que se vaya de una vez y lo deje en paz. Pero ella sigue ahí, sin moverse.

—¿Usted cree que fue un milagro? —pregunta.

—¿Qué cosa?

—Lo de Ana y el chico. ¿Fue un milagro?

Toby no sabe qué responder. Le parece extraño que su secretaria le tome el pelo, pero no hay otra manera de entender esto.

—¿De qué me está hablando? —replica de mala manera.

Marisa se sobresalta y retrocede un paso.

—No, nada. Disculpe —dice antes de irse.

Recién después del té y las aspirinas, Toby empieza a preguntarse por el extraño comentario de su secretaria. Pero sus ideas no cambian hasta más tarde, cuando recibe el primer llamado.

—Un periodista de Canal 7 —le avisa Marisa por teléfono.

—¿Qué quiere?

—No sé. ¿Le pregunto?

—Por favor.

Segundos más tarde vuelve a oír la voz temerosa de la secretaria. Aparentemente le cuesta hablar.

—Quiere preguntarle por el asunto del carro y Ana. Del supuesto… milagro.

Toby decide que antes de atender ese llamado necesita informarse sobre algunos asuntos que al parecer desconoce. Invita a su secretaria a entrar a su oficina y conversar.

Dos horas más tarde, Tobías corta el teléfono, satisfecho. Acaba de hablar con el tercer periodista del día. A todos les ha explicado cortésmente que la persona que actuó como Papá Noel no hará declaraciones porque es muy reservada y prefiere mantener el anonimato (ni loco permitirá que trascienda que contrató en negro a una chica de supuestos dieciséis años), pero que él puede responder a todas sus preguntas. Acto seguido, les ha hablado largamente de la intuición y la valentía demostradas al salvar a ese niño de la muerte.

—¿Pero usted qué cree? —insiste uno de los periodistas—. ¿Fue un presentimiento? ¿Cómo pudo saberlo?

—Cada uno puede interpretarlo como quiera. Yo diría que fue un genial momento de intuición. Quizá hubo algún ruido que lo alertó, la actitud de algún automovilista… Lo cierto es que ni él lo sabe. Pero es lo de menos, ¿no le parece? Aquí todos estamos muy felices porque se ha evitado una desgracia. Mañana habrá un nuevo desfile para festejar este acontecimiento —agrega—. Y, por supuesto, ustedes podrán tomar todas las fotos que quieran.

Toby repasa el diálogo y vuelve a sonreír. Antes de ponerse el saco, hace un último llamado a su casa para avisar a su mujer que va a llegar algo tarde. Ella lo felicita por su actuación ante los medios.

—Sí —sonríe orgulloso—. Siempre supe que esta era una gran idea.

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