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Miércoles por la noche en un lujoso restaurante. Marta levanta su copa y sonríe a sus hijas.

—Brindemos —dice—. Por este golpe de suerte.

Frente a ellas hay varias fuentes con todo tipo de exquisiteces. Cada una ha elegido lo que más le gustaba del menú, sin importar el precio ni la cantidad. Están comiendo lentamente, para saborear cada plato y también para no atosigar el estómago. Quieren dejar espacio para los postres, cuya elección ya ha sido objeto de grandes debates.

Las tres están vestidas con elegancia. Marta tiene un conjunto de pantalón y camisa azul pálido que llevaba un par de años sin salir del armario. Ana compró una remera violeta esa misma mañana. Y hasta Cecilia, a quien la ropa no le despierta el más mínimo interés, aceptó ponerse un vestido blanco y negro que resalta su belleza, aunque también, observan ahora con cierta preocupación, su extrema delgadez.

Ayer decidieron que la ocasión merecía un festejo. Cobraron el premio y, tras pagar las deudas, aún les quedaron unas reservas que, calculan, les durarán un buen tiempo.

—Sí, brindemos —dice Ana levantando su vaso—. Yo brindo por el futuro.

Por que nos vaya bien a las tres.

—Nos va a ir bien —contesta Marta—. Ninguna de ustedes va a volver a trabajar hasta que sean mayores, eso seguro. Y les cuento una novedad: creo que pronto voy a cambiarme a algo mejor.

—¿Sí? —Ana levanta las cejas con interés—. ¿Qué?

—Una agencia de publicidad. Alfredo, el marido de mi amiga Carla, me hizo un contacto. La semana que viene tengo una entrevista. Me interesa mucho más que el trabajo en el consultorio y pagan mejor.

—Te felicito. Es buenísimo.

Ana la mira y sonríe ampliamente. Hace mucho tiempo que no ve a su madre tan animada. Si siempre fuera así, piensa, si nunca más se quedara días enteros en la cama… Ahora Marta ha vuelto a levantar su copa.

—También hay que brindar por Bety —dice—. Al fin y al cabo, se lo debemos a ella.

—Por Bety —Ana choca su vaso—. Mañana la voy a visitar y a llevarle el regalo que le compré.

Durante un rato hablan de una serie de arreglos necesarios en la casa que ahora podrán encarar y de la posibilidad de un breve viaje a la costa. Llevan más de tres años sin tomar vacaciones y la idea las ilusiona. Cecilia escucha, pero no interviene más que para asentir o para reírse suavemente.

Más tarde, una vez que han terminado el postre, Ana levanta otra vez el vaso.

—Un último deseo —dice—. Que Cecilia hable más. Que nos cuente lo que piensa.

—Yo me sumo —coincide Marta—. Eso me gustaría mucho.

Cecilia sonríe y hace chocar su vaso una vez más. Pero no dice nada.

Fast forward, cinco años. Marta ha vuelto a cambiar de trabajo. Dejó la publicidad, primero por una agencia de turismo y luego por una empresa de servicios médicos en la que le ha ido bien. La situación económica de la familia pasó por altos y bajos una vez que se acabó el dinero de la lotería, pero ya lleva un tiempo estabilizada. Los ánimos de Marta aún experimentan vaivenes. La depresión siempre está ahí, agazapada como un animal salvaje, y cada tanto muestra su cara.

Fast forward, quince años. Cecilia se ha convertido en una reconocida artista plástica. Sus obras ilustran libros y se exponen en galerías. A menudo aparece citada en los medios, pero no da entrevistas ni dicta conferencias. No le gusta hablar en público. Nunca le va a gustar.

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