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Es necesario presionar rewind unos seis meses, hasta el momento en que Ana sube al colectivo 39, que la lleva al colegio. Tiene puestos los auriculares de su mp4, en los que suena un viejo tema de la Bersuit. Una parada más adelante, sube un compañero de clase con el que nunca ha cruzado más que dos o tres palabras. Tiene un aspecto vagamente punk, remera oscura, cinturón con tachas y un extraño corte de pelo que le dibuja un par de picos en la nuca. Ana mantiene los ojos fijos en la ventanilla y no lo mira. Pero eso a él no lo detiene. Se ubica al lado de ella y sonríe.

—Hola, flaca.

—Hola —ella se saca por un momento un auricular y luego vuelve a colocárselo. Le parece que es una señal evidente de que no quiere hablar. Pero tampoco eso lo detiene.

—¿Te gustan Los Ángeles de la Noche?

Ana se saca otra vez un auricular.

—¿Quién?

—Una banda. Los Ángeles de la Noche.

—No los conozco.

Él no le da tiempo a volver a ponerse el auricular.

—¿Y el colegio?

Ana se rinde y apaga el reproductor.

—¿El colegio qué?

—¿Te gusta?

—No, lo odio.

El chico sonríe.

—Yo también. ¿Querés que estudiemos matemáticas juntos para la prueba?

Ana no sabe qué responder. Piensa en decirle que le va bien en matemáticas y no necesita reunirse con nadie. O que ni siquiera se conocen y probablemente eso no resulte bien. O que ella es una persona muy poco sociable. Pero no lo dice. En cambio, pregunta:

—¿Por qué?

Mateo parece desconcertado. Se encoge de hombros.

—Me cuesta estudiar solo. En casa no me concentro.

Ella hace silencio, mientras considera la forma de rechazarlo sin sonar agresiva. Para ganar tiempo, sigue preguntando:

—¿Qué pasa en tu casa?

—Me llevo mal con mi viejo. Discutimos todo el tiempo.

—¿Por qué?

—Está sin trabajo y eso lo puso insoportable. Y toma mucho.

La cara de Mateo se ha ensombrecido, y Ana se da cuenta de que no sabe cómo decirle que no.

—Está bien —acepta—. El martes.

Fast forward de cinco días. Ana y Mateo están estudiando juntos en un bar. Contrariamente a lo que ella esperaba, las cosas avanzan bien: él es rápido, entiende enseguida la lógica de los ejercicios y los están resolviendo a buen ritmo.

—Al final —le dice—, sos mucho mejor que yo en esto. No necesitabas ninguna ayuda.

Él sonríe.

—Eso es porque estoy acá, con vos. Si estoy solo en mi casa, puedo mirar media hora cada ejercicio sin encontrarle la vuelta.

—¿Por qué?

—Muchos problemas. Me distraigo.

Ana asiente. Piensa que prefiere que no le cuente más del asunto, pero una vez que ha empezado pareciera que Mateo ya no puede detenerse.

—Mi viejo se la pasa haciéndome la guerra. Dice que no se puede vivir conmigo. Pero el problema es él. Siempre quiere tener la razón.

—¿Y vos?

—¿Qué?

—Que también tenés un carácter fuerte. Me parece.

—Sí —admite con reticencia—, pero no es eso. Lo que pasa es que él se zafa cuando toma. Y cada vez toma más.

—Uh…

Ana frunce la nariz, sin saber qué decir. Mateo sigue.

—Un viejo borracho es lo peor. Te da vergüenza, bronca. A veces me gustaría irme, cambiar de vida.

—Yo tengo otra.

—¿Otra qué?

—Otra vida, en un mundo virtual. Ahí me llamo Ishara.

Mateo la mira desconfiado.

—¿Y cómo es Ishara?

Ana se encoge de hombros.

—Distinta. Linda. Valiente. Capaz de enfrentar a un ejército de bestias. Flaca.

—Flaca, vos sos flaca.

Ana se ríe.

Otro fast forward, hasta el último día de clases. Ana y Mateo reciben las calificaciones de matemáticas: ambos aprobaron. Están caminando juntos hacia la parada del colectivo, una costumbre que han adquirido en los últimos días. Mateo se muestra abierto y conversador, quizá demasiado abierto y conversador. Ana, en cambio, mantiene su reticencia.

—Nos fue bien estudiando juntos —dice él sonriendo—, aunque se notó que vos no estabas muy convencida. Pensaste que yo iba a ser un pesado, ¿no?

Ella asiente, algo incómoda.

—Sí, al principio yo no estaba nada segura. Pero funcionó.

—Podríamos vernos en las vacaciones —dice él, y clava la vista en el tránsito para no mirarla.

—Sí, claro… Más adelante, porque yo tengo que ponerme a buscar un trabajo con urgencia.

—Bueno, entonces cuando estés libre llamame vos.

—Está bien —acepta Ana.

Pero no lo llama.

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