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Ana se presenta en la tienda a las dos horas, tal cual le indicaron, y vuelve a toparse con Orlando.

—¿Cuál es la oficina de Bety? —le pregunta.

—¿La señora Bety?

Las cosas con este chico, percibe Ana mientras pestañea nerviosamente, van de mal en peor.

—Sí, la señora Bety.

Orlando le sostiene la mirada unos segundos, en un gesto que busca transmitir su obvia desaprobación. Luego la conduce hasta una oficina oscura, en el fondo del edificio. Golpea suavemente y empuja la puerta entreabierta.

—¿Señora Bety? Acá le traigo a la chica que va a hacer de Papá Noel.

Bety es una mujer alta y corpulenta, con el pelo recogido en un rodete y los ojos tristes. Examina a Ana de arriba abajo y frunce el ceño.

—No va a ser fácil. Demasiado flaca —murmura, más para sí misma que para ella. Luego saca el traje de la caja y le indica que se lo ponga.

Efectivamente, el traje le sobra por todas partes, aun con el relleno que abulta su estómago. Bety suspira y empieza a hacer pinzas y a marcar dobleces con sus alfileres. En los primeros momentos, Ana se siente incómoda. La mujer habla poco, no sonríe, y murmura por lo bajo mientras acorta una de las piernas del pantalón. Todo en su actitud parece mostrar que desaprueba su presencia ahí.

—¿Por qué querés trabajar?

La pregunta la sobresalta.

—Necesito plata.

—¿Problemas en casa? —acaba de terminar el dobladillo de la pierna izquierda y ahora está midiendo la otra—. ¿O no querés hablar del tema?

Ana se encoge de hombros.

—Debemos dos meses de alquiler. Si no pagamos, nos echan. Además nos van a cortar el gas. Y mi mamá tiene un trabajo malísimo, donde no le pagan casi nada.

Bety asiente en silencio, pero Ana percibe la pregunta en el aire.

—Papá murió hace dos años —agrega.

Durante un rato, ninguna de las dos habla. Cuando termina de achicar la cintura del saco, Bety levanta otra vez la vista. Algo en su interior parece haberse suavizado.

—No va a ser sencillo. Te va a tener corriendo todo el día.

—¿Quién?

—Toby, mi hermano.

—¿Usted dice por el asunto del carro?

—El carro, los volantes, las fotos, los chicos… Preparate. Toby puede ser muy exigente.

—Bueno. Igual son pocos días.

Bety sonríe.

—Sí, eso es un consuelo. Poco tiempo. Lo mismo pensé yo hace muchos años, cuando empecé.

Una vez que terminan los arreglos, Ana vuelve a probarse el traje. Bety le ajusta el cinturón y toma distancia para mirarla. Parece satisfecha.

—Bueno, podés sacártelo y llevarlo. Ahora te van a dar tus primeras tareas.

Pero cuando Ana está abriendo la puerta, vuelve a llamarla.

—¿Te interesa compartir un número de Navidad?

—¿Un número?

—De lotería. Compré dos quintos, para compartirlo con alguien, pero cuando llegué ya todos se habían juntado para comprar otro —Bety sonríe con acidez—. Nadie me avisó.

—No puedo —Ana titubea, incómoda—. Disculpe, pero no tengo plata.

—Eso no importa. Me lo pagás más adelante.

Bety saca el papel de su cajón, separa los dos segmentos y le extiende uno.

—Llevátelo.

Luego se da vuelta y empieza a poner en orden los elementos de costura. Ana mira el papel: el número termina en siete. Su favorito. Pero no se anima. Lo deja y va hacia la puerta.

—Gracias por todo —dice—. Seguro la veo más tarde.

—Sí —contesta Bety sin darse vuelta—. Y prefiero que me tutees.

Fast forward, dos horas y media. Ana no se ha sentado ni un segundo.

La primera hora estuvo ayudando con la pintura del carro, y luego, con el disfraz ya puesto, la mandaron a la calle a tocar una campana y a repartir los volantes que anuncian las ofertas navideñas y las sesiones de fotos con Papá Noel. Tiene los bolsillos llenos de caramelos, que debe ir entregando con moderación. Pero los chicos se le tiran encima para que les dé más, tratan de tocarle la barba, quieren sacarle la campana, le hacen preguntas. Ella se limita a sonreír y a asentir, aunque no sabe bien a qué. Para distraerse piensa en Garath, su mundo virtual, y más particularmente, en Luc matando dragones en medio de un bosque encantado. Ahora lo ve avanzar, rubio e imponente, con su espada de fuego en mano. Orlando se está acercando por el costado opuesto y Luc arremete implacable: su espada lo descabeza de un solo golpe. Arrancada de cuajo, la cabeza de Orlando vuela y va a caer en el medio de la avenida.

—¿Estás dormida?

Ana se da cuenta de que Orlando le está hablando.

—¿Qué?

—¿Por qué no me contestabas? ¿Te quedaste dormida con los ojos abiertos?

—No, estaba distraída. ¿Qué pasa?

—Dice el jefe que podés entrar y descansar diez minutos.

Ana asiente y entra en la tienda.

—Podés usar el baño que está pasando esa puerta —Orlando señala al fondo—. Al lado está la máquina de café y hay lugar para sentarse.

Ella pasa rápidamente por el baño y decide que no tiene fuerzas para el café. Luego se deja caer en una silla. Le duelen los pies, la cintura, el cuello. Cierra los ojos. Luc acaba de atrapar a Toby: ahora lo ata contra un árbol y apoya el filo de la espada en su cuello. Ana le dice que no lo mate. Al menos, no todavía.

—¿Te volviste a quedar dormida?

Abre los ojos y ve que Orlando la mira con desaprobación.

—No, solo descansaba.

—Pasaron los diez minutos. Dice el jefe que salgas otra vez.

Nuevo fast forward, tres horas más. Ya ha oscurecido. Ana sale de la tienda y se dirige a su casa. Le cuesta dar cada paso. Cuando pasa por el cíber decide que, después de tamaño esfuerzo, se merece una recompensa. Revisa sus bolsillos y encuentra una moneda de un peso que no recordaba haber dejado ahí. Le alcanza para media hora.

Apenas se conecta, encuentra a Amina. Es una semihumana, mezcla de mujer y leona, con una larga melena rubia y el cuerpo dorado. Conversa brevemente con ella, hasta que aparece Luc.

—¡Isharita! —su voz suena profunda y suave en los auriculares—. ¡Tanto tiempo! Pensamos que nos habías abandonado. Te extrañamos.

—Es que estoy sin internet en casa. Ahora tengo poco tiempo, quince minutos…

—Si me los dedicás, podemos liquidar juntos a unos cuantos orcos.

El avatar de Luc hace una reverencia y, sin darse cuenta, Ana sonríe e imita el gesto frente al monitor. Por un momento piensa en sugerir un encuentro real. O al menos en pedirle el teléfono y poder comunicarse sin necesidad de internet. Se imagina tirada en la cama, manteniendo larguísimas conversaciones con Luc, oyendo su cálida voz cada vez que quiere. Pero no hace nada de eso: solo mata orcos y dragones hasta que se le acaba el tiempo.

Llega a su casa con el último aliento. El dolor en la cintura se ha extendido a toda la espalda. En la puerta se cruza con su madre, que está saliendo a hacer compras. Le dice que Mateo llamó otra vez. Ana piensa que debería responder el llamado, pero solo atina a tirarse en el sillón y a cerrar los ojos. Faltan doce horas para volver a la tienda.

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