Zona

Zona


Capítulo XXII

Página 29 de 35

XXII

Sashka, pintora del alma como san Lucas, Sashka distante, Sashka ángel rubio de Jerusalén no es de este mundo, Nathan Strasberg agente alicaído me contaba que en Jerusalén había siempre una energía mística, un soplo, ya seas judío, cristiano o musulmán, en los dorados el incienso y los recuerdos para turistas de ese corazón atravesado por el monoteísmo intransigente, si Intissar la combatiente palestina existe quizá hoy esté en Palestina, ahora, cerca de la tumba de Arafat el pálido, el padre de la nación palestina a quien todo se le perdonaba, hasta sus millones de dólares, hasta su mujer, hasta sus innumerables errores políticos y militares, porque era el Padre, un padre muerto en extrañas circunstancias, casi soviéticas, rodeado de secreto y de mentiras, empujado escaleras abajo por sus hijos, porque los tiempos cambian y también los hijos desean el poder, el poder y el dinero, sobre todo el dinero, Arafat Abu Ammar el valiente enviado al Hades por el celo de sus tenientes, por la historia feroz, Nathan estaba contento y triste al mismo tiempo de perder a semejante enemigo, contento de que el tiempo hubiese conseguido lo que tantas veces se le escapase al Mosad, pero también triste, triste, decía, porque a Arafat lo conocíamos bien, después de todo lo habíamos encerrado como a un mono en el zoo, ahora todo será más difícil, más violento, arden los montículos de basura de la franja Gaza, los neumáticos, los cohetes, Gaza el fondo del fondo de la Zona, el único lugar del Mediterráneo en cuyas playas inmensas cubiertas de herrumbrosas alambradas de botellas de plástico de tristeza y miseria no encontrarás ni un solo turista, Gaza la insensata sigue su camino hacia el fin del mundo entre el odio y los gritos de venganza, abandonada, con el solo consuelo de los misiles que unos distraídos aviadores lanzan de vez en cuando desde el cielo siempre azul sobre un coche sobre la plaza de una mezquita sobre una casa sobre una calle en Rafah en Kan Yunis o en Gaza, todo allí es tan denso que resulta imposible apuntar decía Nathan suspirando, las víctimas civiles eran el suplicio del ejército israelí perseguido por fantasmas de niños muertos, a pesar de sus hermosos carros mate sus aeroplanos sus tropas de élite, qué vamos a hacerle, hay que defenderse hay que vengarse tenemos que combatir a nuestro enemigo, no hay otra, Gaza inmensa reserva india sin alcohol donde un millón y medio de palestinos esperan, esperan un trabajo un gobierno un país en esa capital de la tristeza a la deriva, tierra baldía y sin dueño, el único erial del Mediterráneo, conejera sin propietario donde la población se alimenta por una mirilla abierta con prisas en la pared; en una exposición a la que me arrastró Stéphanie en París vi una instalación de un artista llamado Hugo Orlandini, una réplica a tamaño real de una de las jaulas de detención de Guantánamo, un paralelepípedo de alambrada con una litera un meadero a la turca de acero brillante un pijama color naranja fluorescente bien plegado sobre el colchón unas pantuflas y una preciosa bolsa de tejido negro para la cabeza, ahí es donde van a parar los tipos que nosotros le habíamos estado entregando a la CIA, Estados Unidos de América se vengaba torturando lenta y científicamente a cuantos caían entre sus garras, vuelos chárter que despegaban de Egipto de Grecia de Israel de España de Paquistán de Francia de Inglaterra cargados de sospechosos para acabar poblando esos acuarios de metal en la zona de no-derecho al este de Cuba, isla de la esperanza comunista del ron y de la salsa, prisioneros de guerra sin guerra sin abogado y sin nombre, musulmanes sospechosos obligados a confesar cualquier cosa pasándolos por la bañera dejándolos pudrirse bajo el sol privándolos de sueño de alimento molidos a golpes por un personal que se lo pasan en grande con esos insectos famélicos color naranja, la jaula de Hugo Orlandini escupía música, esa música que los humillados de Guantánamo soportaban en su chabolo durante toda la noche, musicoterapia, una cancioncilla eterna que salía del hoyo brillante del retrete, una voz de ultratumba les salmodiaba con «My Way» en bucle, se suponía que Sinatra se inmiscuía en sus tripas a través del ano torturado hasta convertirlos «desde el interior» al buen gusto y la cultura occidental, la réplica de Hugo Orlandini fascinaba a los visitantes que comprobaban la solidez de las paredes, todos incluida Stéphanie manoseaban la estrecha puerta para ver si estaba abierta o no y luego jugaban con la cerradura, un mirón particularmente interesado no pudo resistir la tentación y robó el pijama y las zapatillas, me lo imagino de noche dominado por su esposa, vestido de naranja con una tela negra en la cabeza, Sinatra de fondo en el tocadiscos, su señora excitada y hundiéndole todo tipo de objetos incongruentes en las intimidades; men men men, hubiese dicho Joyce, en el campo de concentración pisano Ezra Pound el trastornado era sometido día y noche a un bombardeo de luz y de ruido, los altavoces furiosos no le dejaban en paz ni un solo segundo, las Andrews Sisters penetraban el cerebro del poeta de la noche a la mañana, «drinkin' rum and Coca-Cola / Go down Point Koomanah / Both mother and daughter /Workin’ for the Yankee dollar», hasta que su salud mental se vio afectada, en su imaginación trataba de refugiarse en Rapallo la genovesa, en su hermosa casa frente al mar, frente al Mediterráneo tranquilo y tranquilizador, en el lugar donde un Nietzsche dionisíaco había tenido la idea de su Zaratustra imaginando águilas y leones entre las nubes, por encima de la llanura marina, unos días antes de su muerte Pound va por última vez a Burano y a Torcello, se pasea en la agonía de la laguna veneciana, cerca de los campaniles inclinados y las barcas de pescadores, allí piensa en el violín de Olga Rudge la fiel, en los conciertos de Vivaldi cuidadosamente copiados durante años, Pound el silencioso olvida la Italia fascista y busca el perdón y el descanso, adiós a la venganza, había visto la luz, la pequeña luz del Canto CXVI, «to confess wrong without losing rightness: Charity have I had sometimes, I cannot make it flow thru» teniendo toda la razón en haberse equivocado, Pound avanza hacia el gran vacío, «a little light, like a rushlight», ve un rayo de luz, la chispa veloz de una cerilla, «to lead back to splendour», que lo guía hacia el esplendor, en las aguas estancadas de la laguna que lo hubiese engullido de no haberse esforzado Olga por tenderle la mano en el momento del óbito; quién me tenderá la mano a mí, Sashka tiene los dedos atestados de mártires, Stéphanie tenía razón, soy un monstruo, un monstruo de egoísmo y soledad, deberían haberme encerrado en la jaula de Hugo Orlandini el artista, condenado a oír «My Way» para los restos, o «Lili Marleen», o «Tres jóvenes tambores» cantada por una compañía de infantería, tantas músicas en mi vida; en Siria Aloïs Brunner el carnicero de los judíos de Austria de Grecia de Francia y de Eslovaquia fue condenado a un castigo idéntico, obligado a soportar los cuartos de tono de esas melodías árabes que tanto odiaba durante cuarenta años, encerrado en su pequeña casa en la carretera de Bloudane cerca de Damasco, conservado como un rehén de lujo por los diferentes regímenes sirios, Nathan Strasberg me proporcionó amablemente su dirección, si tienes la oportunidad pégale un tiro en la nuca de mi parte, no tuve la oportunidad, Brunner enloquecido por las melopeas de Fairuz por el almuecín y la estridencia del pop oriental fue devorado por el odio, prisionero de quienes lo habían salvado de la pena de muerte: como Franz Stangl antes que él, en 1954 Brunner entra en Siria con un pasaporte falso, en Damasco se siente a salvo, protegido por los enemigos de sus enemigos, algo estrictamente transitorio, y el tiempo pasa, el tiempo pasa y Aloïs el hiperactivo siente que la reclusión le pesa, que Siria no le gusta, pero ya no hay nada que hacer, emigrar a América del Sur es ya demasiado peligroso y los gobiernos sirios han caído en la cuenta del valor potencial de su cautivo pues podrían utilizarlo en una futura negociación con Israel, en 1970 el golpe de Estado de Háfez al-Ásad endurece un poco más las condiciones de su estancia, le imponen arresto domiciliario y se ve forzado a cambiar continuamente de dirección para evitar la venganza del Mosad, que en repetidas ocasiones le hace llegar cartas-bomba que lo privan de algunas falanges y de un ojo, Brunner se refugia en el odio, el odio hacia los judíos que tanto le gustaría matar de nuevo, el odio hacia los árabes que lo albergan y sobre todo hacia su música insoportable y sus infames alimentos, Aloïs Brunner plantado con su perro día y noche ante la televisión alemana se aburre, da algunas entrevistas a la prensa austríaca pidiendo que le agradezcan haber librado Viena de sus molestos judíos, a Brunner el loco le gustaría hablar más a menudo, pero los sirios se lo impiden, oficialmente niegan su presencia en suelo sirio, Nathan Strasberg estaba en un error, cuando llegué a Damasco a visitarlo, Aloïs, el responsable de la deportación de León Saltiel el judío de Salónica, ya estaba bajo tierra, muerto en 1996 a la edad de ochenta y cuatro años, seguramente un tanto senil, en su casa en las colinas secas al oeste de la capital siria, no se sabe cómo murió, el televisor en marcha, su cadáver fue descubierto quince días más tarde medio comido por un dóberman al que habían dejado sin alimento durante demasiado tiempo, lo enterraron a puerta cerrada en un sepulcro anónimo; al sirio de Homs que me vendió las copias de las fotografías de la policía le pareció del todo injusto que uno pudiese acabar medio descompuesto y comido por su propio chucho, en bata, solo y además en el extranjero, deplorable, le pregunté qué había ocurrido con el perro, él hizo una mueca de asco, no tengo ni idea, supongo que lo sacrificaron allí mismo, la última víctima de Aloïs Brunner, un cánido negro de dientes afilados forzado a comerse las esmirriadas pantorrillas de su dueño para sobrevivir unos días, Brunner tuerto amputado y rencoroso se agarró a la existencia hasta el fin, con la rabia en el cuerpo, Nathan estaba muy contento con las imágenes y la información, me invitó a una botella de champán en el Hotel King David mientras una hermosa pianista rusa de pelo largo y rubio tocaba «My Way» en un reluciente Steinway; no hubo nadie para tomar la mano de Brunner en el momento de la muerte, nadie aparte de una presentadora teutona vía satélite en directo desde Munich, los dioses lo habían abandonado, los sirios ya no sabían qué hacer con aquel incómodo huésped, el tiempo pasa, Roma se acerca, me siento tentado de pedirle al violinista que se parece a Hemingway que me toque un aria como de vez en cuando hacía Olga con Ezra Pound, «erbarme Dich, mein Gott» de la Pasión según san Mateo, «tened piedad, Señor», u otra cosa lacrimógena, y su compañera comenzaría a cantar las palabras del evangelista, Mateo muerto a espada por la espalda en Etiopía, mientras rezaba con los brazos alzados al cielo, frente al altar, Mateo a quien Sashka pinta inclinado sobre su mesa o ante su balanza de recaudador, Mateo a quien Caravaggio el enamorado de la decapitación representa contando sus monedas, cada vez más cerca de Roma, más cerca de Roma la luz eterna, qué voy a hacer, Yvan viejo amigo qué vamos a hacer en Roma recorrer las iglesias buscar una improbable redención en las imágenes de los mártires emborracharnos irnos de putas por via Salaria, a dos pasos de las catacumbas, el maletín sigue discretamente esposado encima de mi asiento, qué contiene en realidad, qué es lo que he metido ahí dentro, todos esos muertos, todos esos destinos cruzados, el mundo al completo, un feto en un tarro de formol, la esencia de la tragedia, la energía de la venganza, «erbarme Dich, mein Gott», madre, llora a tu hijo desaparecido, llora al hijo que se fue, mis padres, mis abuelos, mis países, mis víctimas, las fotos sórdidas de Harmen Gerbens pornógrafo concentracionario, las caras atemorizadas de las holandesas resistentes que él obligaba a posar en Westerbork, el polvo negro de El Cairo, la luz de Alejandría la inolvidable, todo se apaga, todo se apaga mientras el tren sale del túnel a precipitarse en los suburbios, despacio, ahora despacio, paso a paso, casi he llegado, la vía de ferrocarril acarrea cadáveres como el Escamandro impetuoso, la mujer elegante delante de mí ha sacado de su bolso el Corriere della Sera, parece que el joven businessman italiano nieto de Agnelli pasó la noche en compañía de varios transexuales y tomó una mezcla de cocaína y de opio, muy bien muchacho, según el periódico de la tarde está fuera de peligro, Turín debe de estar celebrándolo con alivio, en 1942 Agnelli el abuelo, histórico dirigente de Fiat, condujo un tanque de esa misma marca en África del Norte, menuda ironía, tuvo oportunidad de comprobar en persona la calidad del material, acaso cantaba «Lili Marleen» mientras conducía como Vlaho, «i znaj da čekam te», estoy cansado, estoy tan cansado, si ahora cierro los ojos seguro que me despierto en Roma, una vez allí cogeré el maletín y mi mochila sin olvidar el libro de Rafael Kahla el cuerpo de Marwan y el dolor de Intissar, en Termini esperaré un taxi o iré a pie por la via Nazionale, las innumerables tiendas de corbatas desiertas cerradas como mis párpados, «tres jóvenes tambores regresaban de la guerra, tres jóvenes tambores», le cantaba esta canción a mi hermana para dormirla, me gustaba cantarle canciones, cuando ella era pequeña yo en realidad no era mucho mayor pero a su lado tenía la impresión de ser un gigante, Leda se chupaba el pulgar en su cama plegable y yo le acariciaba la mejilla a través de los barrotes, «hija del rey, entrégame tu corazón, hija del rey, y ri y ran, ranpataplán», todo eso ya queda muy lejos, ya lo creo, Leda flota ahora entre la bruma, inalcanzable, incomprensible, una burguesa católica con quien ya solo comparto genes y mudos reproches, mi familia ha quedado muy lejos, mi madre viuda afligida, mi padre en el ataúd comedor de carne, en Ivry, de él he conservado los recuerdos de los trenes eléctricos y las fotografías de torturas, una figura enorme en silencio un Napoleón en Santa Elena envenenado por su propia memoria, perseguido por los cientos de miles de almas de los veteranos a los que envió al Hades, «si no te portas bien Old Boney vendrá por ti» le decían a los niños ingleses para asustarlos, mi madre utilizaba la misma táctica, «ojo porque se lo contaré todo a tu padre», y la amenaza de la delación bastaba para hacernos comer hasta los sesos de cordero, por qué, si mi padre no era violento ni tiránico, solo silencioso, no recuerdo que me haya levantado la mano ni una sola vez, jamás, ni siquiera me amenazó, nunca una palabra más alta que otra: las madres te atraen hacia ellas tanto como pueden, tú crees que te pareces a ellas, que gozas de su misma perfección, su arte su belleza su bondad hasta que descubres que no es así, que eres un hombre, un retrato del padre silencioso, un calco, una estatua animada, así que ignoras hacia dónde te han enviado, adónde vas, siguiendo un rastro invisible, por qué te alejas con tanta firmeza de la madre y de la hermana, un imán te arroja a un mundo abominable de gritos en la noche, Ghassan el libanés me contó que su padre lo encerraba en un armario muy estrecho y en completa oscuridad, no tenía sitio para sentarse así que se quedaba de pie paralizado por el miedo sin siquiera atreverse a llamar a la puerta, lloraba en silencio hasta que una o dos horas más tarde le dejaban salir: hasta tal punto temía ese castigo que se comportaba con una extraordinaria docilidad y obediencia, a pesar de lo cual de vez en cuando volvían a meterlo en aquel agujero para darle una lección, para mostrarle la injusticia, el deseo de venganza, para inocularle en el cuerpo un odio sordo, energía en ese universo del sufrimiento, Ghassan lo contaba riéndose, tan pronto como tuvo edad de llevar un fusil se enroló en la milicia más próxima, quería que su padre se sintiese orgulloso de él, que sintiese orgullo pero también un poco de miedo del poder de su arma, que comprendiese que ahora era él quien podía meterlo en el armario con un simple movimiento de cañón, solo en contadas ocasiones la venganza se vuelve contra los padres, suele expresarse en otro lugar, contra los desconocidos los enemigos los traidores los presos los izquierdistas los musulmanes Ghassan se acordaba sobre todo del olor de aquel reducto, el olor a Dettol a productos de limpieza a trapos, que era en realidad el aroma de una farmacia de embalsamador, de taxidermista, y ese olor regresaba cada vez que estaba a oscuras, decía, con las tinieblas llegaba instantáneamente el olor del armario, Ghassan el guerrero; Venecia estaba definitivamente sumergida en el más allá, flotábamos en ella como en un largo coma, como en una oscuridad interminable, antes de la saludable patada en los cojones a punto estuve de palmarla, por una noche negra sin luna una noche de armario de escobas o de tumba, borracho como un chetnik con la barba atestada de ladillas, ebrio como nunca, a qué vino aquello, cuando salí del bar en lugar de dirigirme hacia el gueto me fui en dirección contraria, hacia el norte, llegué a la plaza de los Dos Moros, ante el bajorrelieve del pequeño camello, entonces tropiezo, doy tumbos de una pared a otra, tengo un fusil en la mano mi gorro en la cabeza doblado en dos como en la guerra: avanzo, desemboco en el muelle vislumbro la fachada de ladrillos de Madonna dell’Orto, qué estaba haciendo allí, yo vivo al otro lado de pronto tengo la revelación he venido a morir me he plantado ante esta iglesia para acabar de una vez, en mitad de la noche, menuda gilipollez doy media vuelta en qué estaría pensando en el puente tropecé, en el puente tropecé y caí al canal, silencio acuático, movimientos desesperados de los brazos, las piernas, la ropa se hincha como una trampa los zapatos me pesan el sabor del agua en la boca, me falta el aire, me falta el aire los pies en el lodo negro es el final, acaso no es lo que querías pues ahí lo tienes lo has conseguido, vas a palmarla, tomo un poco de aire en la superficie me estoy helando tengo los pulmones minúsculos los brazos cansados todo pesa, el Escamandro se me lleva, todo pesa tengo sueño tengo bastante sueño el río ha ganado yo me abandono a las profundidades, me acuerdo perfectamente de haberme dado por vencido, todo era negro, de haber dejado de resistir, qué sucedió después, san Cristóbal descendió de su pináculo, el buen gigante de Caldea dejó al niño que llevaba al hombro para venir a socorrerme, me tendió su mano inmensa, me sacó del agua, medio inconsciente, yo no me enteré de nada, me desperté empapado sentado a la puerta de la iglesia con los zapatos llenos de barro la boca de sal y el gorro todavía atornillado al cráneo, las campanas me golpeaban la cabeza, los ojos me ardían, una hermosa bronquitis como único viático para la vida nueva

Ir a la siguiente página

Report Page