Zombi

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Cómo ocurrieron las cosas » 45

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Al día siguiente, pregunté a la abuela si podía pedirle dinero para pagar un depósito para un Dodge Ram; mi vieja Ford está tan estropeada y en el garaje me dicen que repararla (frenos y carburador) me costará más de lo que vale. Y la abuela dice ¡Quentin, claro que sí! Y sonríe y sus manos huesudas tiemblan un poco al extender el cheque. Es un préstamo, digo. Te lo devolveré. Y la abuela se ríe Oh, Quentin. Quieren a alguien para amar y por quien vivir, las mujeres. No importa quién como sería con un hombre. Y para el almuerzo prepara bocadillos de queso gratinados para mí con tiras de crujiente tocino que me volvían loco de niño cuando iba a visitar a la abuela. Y la abuela toma su té de color pipí y sus «píldoras para el corazón» como las llama. Tengo la sensación de que ahora he llegado a conocerte, Quentin. Este verano. ¡Los caminos de Dios son inescrutables!, ¿eh?

Dijo: Esto es entre tú y yo, Quentin. ¡Nuestro pequeño secreto!

Tengo hambre y estoy comiendo. Y el cheque en el bolsillo de mi camisa. Desde que tomé mi decisión tengo más apetito que en años y esta mañana he tenido que hacer un nuevo agujero en mi cinturón. Con doble ración de tranquilizantes mi corazón está calmado y fuerte y late con regularidad y el pulso es sostenido en mi polla. La ZONA CERO está tan cerca que es casi como si hubiera ocurrido ya. Y cuando regreso al 118 de la calle North Church MI ZOMBI ARDILLA estará esperándome en el sótano. Comida y bebida y un espejo de cuerpo entero para usarlo él (y su amo). Los excelentísimos ojos verdes de ARDILLA, y la coleta tan sexy. Y aquella BOCA hecha para besar y chupar. Y aquel magnífico CULO. Y la abuela está diciendo con un temblor en la voz que lo único que le falta para que su vida sea completa, que moriría feliz entonces, si Junie o yo, o los dos a los que tanto ama se casaran y tuvieran hijos y el linaje no se perdiera. Nuestros antepasados fueron tan buenos cristianos, honrados, decentes y orgullosos, dice la abuela. Y decimos:

—¿Quentin? Nada me haría más feliz.

—¿El qué, abuela?

—Digo… nada me haría más feliz, si algún día pronto te casaras y tuvieras hijos. —Frotándose los ojos y riendo tristemente, dijo—: Sé que soy vieja y no es asunto mío meterme con la vida de vosotros los jóvenes.

—No, abuela, está bien.

—Sé que es demasiado pedir. Hacer feliz a una anciana.

—No, abuela, está bien.

—Sé… el mundo ahora es tan diferente…

Y yo estoy lamiendo helado de cereza de la cuchara pasando la lengua alrededor de la cuchara y digo:

—Eh, abuela, no. No llores. El mundo no siempre es tan diferente.

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