Zombi

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Cómo ocurrieron las cosas » 48

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Día 26 de agosto y en cuanto hube llegado a casa y salido de la ducha e iniciado mis tareas del día como CUIDADOR llamaron con fuerza a la puerta de la calle. Y lo supe.

No había escuchado ningún programa de noticias. Porque para qué iba a escucharlos Q_ P_. Eran las 7.50. No sabía nada, no tenía ni idea de nada. Pero recién afeitado y mi cabello ralo peinado impecable y húmedo pegado a mi cráneo y los ojos con venitas rojas pero sin esconder nada tras mis gafas con montura de plástico transparente. Con una camiseta de algodón blanco limpia, viejos pantalones de trabajo, sandalias. (Sería otro día de calor húmedo.) Y oí que llamaban a la puerta y aquel chisporroteo de una radio de la policía, un coche patrulla aparcado en el sendero detrás de la Dodge Ram. No lo parecía pero lo sabía. Y oí que alguien abría la puerta con la llave, era uno de los inquilinos que salía y allí en los escalones de la entrada dos agentes de policía de Mount Vernon. Y sus voces preguntando por Q_ P_ ¿era residente de esta casa? ¡Y yo me quedé helado y paralizado en el vestíbulo pensando en la cisterna!, ¡en la mesa de «operaciones» de camping!, ¡los suministros quirúrgicos!, ¡la provisión de comida, y mantas, y el espejo de cuerpo entero! Y en la habitación del CUIDADOR las polaroid-recuerdo de mis zombis fracasados, y el recuerdo en formaldehído de GRANDULLÓN, y otros artículos que nadie salvo Q_ P_ debía ver jamás. Había tenido cuidado de limpiar la Dodge Ram lo más a fondo posible, antes del amanecer trabajé frenético descalzo y con el torso desnudo lavando todo rastro. Porque había poca sangre en la furgoneta, sobre todo pipí y el olor a pipí que perdura. Mi ropa manchada, la peluca, etcétera, las había hecho pedazos y enterrado en sitios diseminados por la Ruta 31, el propio Q_ P_ jamás podría recordarlo. Y mi pistola del 38, los cuchillos y mi solitario recuerdo de ARDILLA los había dejado a salvo lejos del 118 de North Church.

Sin embargo no me quedó más remedio que avanzar, y declarar Sí, yo soy Q_ P_, tranquilo y socarrón me acerqué a los agentes de policía de la puerta, uno uniformado y el otro con traje y corbata. Me saludaron y preguntaron si podía salir fuera. Pero no lo hice. Tampoco les invité a entrar. Porque esto no era como el arresto después del chico negro gritando en la calle cuando me sacaron a la fuerza de la furgoneta y me arrojaron de bruces al suelo y me esposaron las muñecas a la espalda y yo gritaba de dolor. Esto no era un arresto auténtico; ¿qué era? Sólo un interrogatorio. Porque había muchos nombres en el ordenador, delincuentes sexuales conocidos. Porque no tenían pruebas, y no tenían autorización o ya estarían buscando. No les dejes entrar en casa, había dicho el abogado de papá. No vayas con ellos voluntariamente a ninguna parte. Si siguen acosándote, llámame. A cualquier hora del día o de la noche, llámame. Me preguntaron si podían entrar y dije que no con la cabeza, creía que no. Fueron educados y volvieron a preguntar si quería salir fuera y fui educado y razonable y dije, procurando no tartamudear, que creía que no. Y esto les sorprendió, porque están acostumbrados a intimidar a los ciudadanos. Les pregunté qué querían. Y ellos me miraron, el mayor que iba con traje y corbata se chupaba el labio, Ya sabes lo que queremos, hijo, ¿verdad? Y yo negué con la cabeza, no, no lo sabía, y me hice fuerte mirándoles a los ojos, y no vi seguridad en ellos, ni en el rostro del otro. Y esto prosiguió varios minutos. Y lo que yo sabía era que sabía, y ellos no. Y que conocía mis derechos como ciudadano. Y no accedería al acoso policial de un hombre en libertad condicional, que no ha violado la libertad condicional. Y un hombre que es «gay» y que no anuncia este hecho pero tampoco se avergüenza de ello, y tampoco es culpable de nada por ello. Y al fin hablaron de un «jovencito» que había sido «secuestrado» la tarde anterior en Dale Springs y había desaparecido y su bicicleta se había encontrado en un callejón y sólo querían hacerme unas preguntas, lo que pudiera saber de esto o pudiera haber oído, etcétera, aquí o en algún sitio, y si no tenía ninguna objeción les gustaría mirar un poco por allí. Y yo negué con la cabeza y repetí que creía que no, mi abogado me había aconsejado que le llamara si había algún problema con la policía, o si me acosaban de alguna manera y me gustaría llamarle ahora.

Y hubo un silencio. Y los policías se quedaron parados y me miraron fijamente, y yo me quedé dentro de la casa sin ceder ni un centímetro.

El detective dijo: De acuerdo, hijo. Llama a tu abogado. Llámale ahora. Y nosotros estaremos aquí fuera.

Así que llamé al abogado de papá a su casa. Y mi voz joven y afligida como la de un niño contándole este último acoso. Por un «secuestro» del que no sabía nada, porque no había visto las noticias, y ¿podían arrestarme?, ¿sin pruebas, arrestarme? Y el abogado de papá habló para calmarme diciéndome cuáles eran mis derechos, aunque no debía intentar irme de allí. Sin duda estaban esperando una orden de registro. Desde mi habitación donde estaba veía a los dos más otro policía uniformado en el sendero contemplando la Dodge Ram que relucía al sol, le dieron la vuelta y atisbaron en la parte trasera (yo había retirado la separación de madera por supuesto y las tiras de plástico de las ventanas) y veían… ¿qué? Nada. No había nada que ver. Sin embargo no se atrevían a forzar la furgoneta por miedo, porque si descubrían alguna prueba la habrían cogido de forma ilegal y no valdría.

El abogado de papá dijo que llegaría enseguida, y que no hablara más con la policía sobre todo que no diera ninguna información voluntariamente por muy inocente que fuera ni les permitiera entrar, y le dije de acuerdo y colgué. ¡Cuánto tiempo tenía! ¡Cuándo irrumpirían en casa! Lo primero que hice fue tirar la muela de oro de SIN NOMBRE al retrete, me la saqué del bolsillo y desapareció para siempre. Y lo siguiente, saqué la botella de formaldehído del armario con cerradura y fui a la cocina al lado y dije a dos de los inquilinos que esperaban a que hirviera el agua para un té que iba a fumigar la cocina, lo sentía pero tenían que salir unos minutos por razones de seguridad pero podían dejar el agua en el fuego, etcétera. Así que salieron, eran Akhil y un joven estudiante de química egipcio, y eché a GRANDULLÓN por el fregadero y con un cuchillo lo corté y metí a la fuerza en el triturador de basura y lo puse en marcha con un fuerte ruido de triturar. Y el formaldehído lo tiré por el desagüe, lo que me escoció los ojos y estuve a punto de vomitar. Y eché Dutch Cleanser en el fregadero y lo froté con una esponjilla de acero, y después eché Drano en el triturador, y también la botella de cuarto, para contrarrestar el fuerte olor del producto químico, y creo que lo conseguí. Y otra vez puse en marcha el triturador, triturando pedazos de jabón para las manos y todo era suave y limpio y olía a limpio. Y el agua para el té hervía y la retiré del fuego, y llamé a Akhil y a su amigo para que volvieran, y dije que la fumigación había terminado, y no creía que ahora corrieran ningún peligro. De nuevo en mi habitación entonces (vi a los policías aún en el sendero, ¡CABRONES! Quería gritarles por la ventana ¡CABRONES! ¡ACOSÁNDOME Y JODIÉNDOME la vida!) rompí el mapa de la ruta de ARDILLA en bicicleta y las polaroids y lo quemé todo en el lavabo de mi cuarto de baño y eché agua para que las cenizas desaparecieran por el desagüe y volví a frotar con estropajo de lanilla de acero. Y abajo en el sótano viejo saqué la mesa de camping de la cisterna y la arrastré al sótano nuevo. Le puse encima una cesta de plástico para la ropa sucia. Y una caja gigantesca de detergente. El picahielo y los cuchillos los subí a la cocina y los metí en un cajón con otros utensilios del estilo. Y el pequeño y afilado instrumento dental que había birlado de la consulta del doctor Fish fue a parar a mi armario de las medicinas con el cepillo de dientes, hilo dental, etcétera, pues éste era el lugar lógico y no deseaba perder un instrumento tan valioso. Porque sin duda habría otros especímenes esperando, y no me dejaría acosar e intimidar por aquellos cabrones y perder mis derechos. Las vendas, la gasa, etcétera, fueron al armario de suministros de la despensa, y la comida y el agua mineral. El espejo lo arrastré hasta el sótano nuevo y lo apoyé en un rincón con algunos muebles viejos. En el espejo Q_ P_ con el rostro grasiento y hosco y las entradas del pelo cada vez más grandes, la luz reflejándose en sus gafas. Un hombre responsable se labra su propia suerte. Pero yo estaba cabreado.

Un alivio, mamá y papá están en el norte. Cuando se enteren de esta humillación, todo habrá terminado.

Llegó el abogado de papá, y poco después otro coche patrulla y los cabrones tenían una orden de registro y no se pudo impedir. Dos de ellos empezaron con la Dodge Ram —no tuve más remedio que entregarles las llaves— y el resto con la casa. Y el abogado estipuló que el registro debía limitarse a ciertas zonas porque era una propiedad alquilada y las habitaciones de los inquilinos eran privadas y no debían ser saqueadas por un registro. Y por eso registraron la zona del CUIDADOR por supuesto, revolviéndolo todo, y el sótano completo y el desván, y las habitaciones del piso de abajo, armarios, etcétera, Y NO ENCONTRARON NADA. PORQUE NO HABÍA NADA QUE ENCONTRAR.

Aquel día también me interrogaron sobre el chico desaparecido cuyo nombre era nuevo y desconocido para mí; James, o «Jamie», Waldron. El abogado de papá estaba presente, desde luego, o sea que mis derechos estaban protegidos. Porque Q_ P_ no sabía nada del chico, y sólo podía repetir y repetir unos cuantos hechos. Que había trabajado en el jardín de la abuela, de las cinco de la tarde hasta las siete y después había conducido hasta Summit Park con la esperanza de refrescarme y había comido algo en McDonald’s allí cerca y luego —porque se me había ocurrido como en un ataque de locura, claro que comprobarían el cuentakilómetros de la nueva Dodge Ram y anotarían los kilómetros— había conducido junto al lago, y en la zona de University Heights, durante mucho rato, esperando refrescarme. Para entonces el abogado de papá se había puesto en contacto con la abuela, y con la señora Thatch, para corroborar que yo había estado en casa de la abuela las horas indicadas, y ambas estaban seguras de que había sido así. La abuela dijo que su nieto era el joven más amable y servicial de la tierra, la visitaba a menudo y le hacía favores no sólo a ella sino también a sus amigas. Y como la hora en que se había fijado el secuestro del chico era entre las seis de la tarde cuando él dejó su lugar de trabajo y las 18.40 cuando se descubrió su bicicleta abandonada en un callejón a un kilómetro y medio de su casa, no podía ser que Q_ P_ estuviera implicado en modo alguno.

También estaba el misterio de los pollitos del callejón. Nadie de los que vivían cerca los identificó o reclamó. Nadie había visto anteriormente pollitos en aquel lugar. Ni siquiera se criaban gallinas en el vecindario. El detective habló con perplejidad de este hecho, treinta y seis pollitos sueltos y picoteando el suelo del callejón, y la bicicleta cara del muchacho aparcada cerca con el pedal bajado, lo que sugería que no había sido arrancado de la bicicleta, sino que acompañó a su secuestrador, o quienquiera que fuera, voluntariamente. ¿Qué relación podía haber con el muchacho desaparecido y los pollitos? O quizá no había absolutamente ninguna relación. Q_ P_ permanecía sentado en silencio y con el entrecejo fruncido y no tenía nada que decir, porque no tenía ni idea. El abogado dijo con escepticismo: Quizá el muchacho quiso gastar una broma y no ha desaparecido. Alguna broma de hermandad.

El detective con traje y corbata se chupaba el labio y dijo: Si lo es, no es muy divertida, ¿no?

Los policías habían terminado su registro en los dos pisos y se fueron. Eran las 12.40.Yo no había comido nada desde antes de las seis de la madrugada, Froto Loops tragados con agua mineral caliente como pipí al conducir a casa por la Ruta 31 desde Manistee Forest. Desde el estrecho y profundo y rápido río sin nombre en cuyo fondo yacía mi ZOMBI fracasado ARDILLA desnudo y con la garganta cortada en la que le entraba el agua que se llevaría la sangre al infinito de tal modo que jamás encontrarían su rastro, y su flaco cuerpo envuelto en arpillera y cargado con rocas y jamás ascendería excepto cuando los huesos se separaran, libres de carne y de identidad. Y estaría el cráneo y la dentadura dicen que se puede identificar, PERO ¿UN CRÁNEO FLOTARÍA? No creo que un cráneo flote, pesa demasiado.

Había dejado la mordaza-esponja, las tiras de cinta rodeándole la mandíbula. Al final, fue rápido.

El detective dijo gracias y adiós de momento y no parecía sarcástico sino sólo cansado. Y afuera en el sendero les vi hablar con uno de los hombres más jóvenes, de uniforme. E interrumpí al abogado que estaba hablando de denunciarles por acoso si esto seguía, y dije:

—Quizá… quizá podría hablar con ellos, después de todo.

—¿Qué dices?

—La policía. Quizá podría hablar con ellos, después de todo.

Tragué con fuerza, tenía la garganta muy seca. No establecí CONTACTO VISUAL con el abogado de papá.

—Sólo un minuto, yo solo.

El abogado miraba a Q_ P_ como si no me hubiera visto nunca. Y no le gustó lo que vio. Su cabeza tenía forma de bombilla y era pálida y casi sin pelo, el cabello en finas tiras encrespadas. Tenía la edad de papá y creo que era amigo de papá de alguna otra época cuando todos eran jóvenes. Dijo:

—¿Estás loco? Ni se te ocurra.

—De acuerdo —dije.

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