Zombi

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Cómo ocurrieron las cosas » 31

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El nombre que le puse era ARDILLA. Era mi nombre secreto y el nombre que puedan saber de él es otra cosa.

Q_ P_ no tenía intención de que ocurriera esto. ARDILLA no fue un espécimen bien elegido. Lo sabía y siempre lo he sabido. Estaba decidido (¡cuántas veces me lo había dicho a mí mismo!) que ESTO NO OCURRIRÍA. ¡Alguien con una familia que se ocupara de él, caucásico y de clase media y viviendo en Dale Springs!

La culpa fue de la abuela. A ella le dolería saberlo pero es así. Por supuesto, Q_ P_ su único nieto, ni nadie, revelaría jamás semejante verdad a una mujer tan anciana.

Quizá me equivoque al decir que la culpa fue de la abuela, creo que probablemente no es de nadie. Es supersticioso y retrógrado pensar en términos de culpa. Anoche ver en la televisión el Comet Shoe-maker-Levy 9 chocando con Júpiter lo confirmó. Papá me invitó a ir a casa a mirar con ellos este acontecimiento histórico pero dije Gracias papá, tengo demasiado trabajo (trabajo que hago para ti, papá era el mensaje) y me quedé en mi asquerosa habitación de cuidador y comí mi Hot Italian Sub de Enrico’s y me entrompé un poco con un par de botellas de vino peleón. Dijeron que las explosiones en Júpiter eran millones de veces mayores que cualquier explosión hecha por el hombre en la Tierra pero en la pantalla sólo se vieron unas pequeñas bocanadas negras. Destellos y bolas de fuego y llamaradas. Rastros de meteoro a muchos millones o millones de millones de kilómetros de distancia chocaron con la atmósfera de Júpiter y explotaron. El fragmento Q chocó cuando me quedé dormido.

Qué CULPA tienen esas columnas de fuego. Si explotan en Júpiter o en la Tierra. Si están condenadas por el universo desde el principio del tiempo o hechas por el hombre. O sea que la abuela no tiene la CULPA. Me equivoco al cabrearme con una mujer tan vieja. Que es tan buena conmigo.

Fue así. La abuela me pedía que la llevara a sitios porque ella ya no conduce y a mí no me importaba, a veces. (Porque la abuela me pagaba, claro.) Me pedía que la llevara a casa de alguna otra vieja, o a visitar a patéticas ancianas tullidas en alguna residencia y yo la esperaba por allí cerca y la llevaba de regreso a casa y estaba bien. Si yo estaba libre y no tenía mucho que hacer como cuidador en casa o trabajo para el Dale Tech. (En realidad el semestre había terminado, los cursos habían finalizado.) Y entonces la abuela tuvo la idea de contratarme para trabajar en el jardín, cortar el césped (que mide aproximadamente media hectárea) y recortar el seto y echar fertilizante en los rosales, etcétera. Y eso estaba bien en teoría. La abuela me pagaría de cincuenta a setenta y cinco dólares en efectivo sólo por trabajar unas horas a la semana y no necesitaba hacerlo muy bien, ella nunca salía a examinarlo. Una operación de cataratas o algo así en uno o ambos ojos o sea que quizá no veía demasiado bien y yo no preguntaba. La abuela me metía esos billetes en la mano diciendo Esto es entre tú y yo, Quentin. ¡Nuestro pequeño secreto! Queriendo decir que ni papá ni Hacienda lo sabrían.

Quizá la abuela se sentía sola y lo hacía por eso. Intentar que me quedara a cenar, etcétera. Había otra mujer vieja, una viuda amiga de la abuela y a veces acompañaba a esa otra mujer a su casa y ella también me daba una propina. Como un servicio de taxi. En mi furgoneta Ford de 1987 con la calcomanía de la bandera americana en la ventanilla trasera.

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