Zombi

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Libertad condicional » 11

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Vivía en dos habitaciones de la calle Doce en Reardon, de nuevo en Mount Vernon después de pasar un tiempo en Detroit y esta dirección la conocían papá y mamá y trabajaba en Ace Quality Box Co. (papá creía que en la oficina, en realidad cargaba y descargaba camiones) o quizá acababa de dejarlo o me habían despedido cuando papá se pasó por allí. Unos días después de la clase en el anfiteatro creo. En mi mente no estaba claro si papá me había visto allí en la oscuridad SUS OJOS TRASPASANDO LA OSCURIDAD pero quizá no fue así.

Tenía veintisiete años y era hora de VIVIR SOLO, les dije. Y lo decía en serio.

(Excepto que: mamá me daba dinero cuando lo necesitaba, no talones sino en efectivo. Para que papá no lo supiera.)

La semana siguiente a Acción de Gracias de 1988. GUANTESDECONEJO hacía doce días que había desaparecido pero nunca salía nada en el Mount Vernon Inquirer ni en la televisión local, ¿por qué iba a salir? Fui de Detroit a Montana y no dejé ni rastro.

Cuántos centenares, miles en un solo año. Como gorriones en el aire se elevan en sus alas y remontan el vuelo y vacilan y caen y desaparecen y no dejan rastro. Y el propio Dios es la MATERIA OSCURA que se los traga.

Dale Springs 8 000 habitantes es donde viven los P_ y donde creció su hijo Q_. Un suburbio de Mount Vernon junto al lago Michigan y muchos árboles altos y un meridiano de verdor con geranios en verano cuando se entra cruzando la frontera (invisible) de la ciudad de Mount Vernon. Diez kilómetros al oeste y al norte de la universidad ahora hay un gran campus que crece. En el centro de Mount Vernon, este barrio de mierda donde yo tenía alquilado mi lugar está a ocho kilómetros al sur. Papá dijo que había PASADO a visitarme.

Los golpes en la puerta. Mis ojos se abrieron de pronto separando las pegajosas pestañas y el corazón me latió con un frío pánico porque NO ERA EL MOMENTO.

Contesté balbuceando y me levanté de la cama tropezando mientras me ponía los pantalones. Me subí la cremallera. Tapé el colchón con la manta color caqui. Las sábanas manchadas, el olor dulzón rancio. Yo ya estaba acostumbrado y debería haber intentado abrir la ventana pero no lo hice.

—De acuerdo —dije—. Estoy bien, estoy bien.

Y era papá. Mi papá. ¡Había PASADO a ver cómo estaba!

La cadena de la puerta estaba puesta. Allí estaba el profesor R_ P_ sonriendo con su rostro de pana de color arena y su culo de tweed por boca y sus gafas de plástico negro como de profesor sobre el puente de la nariz. Forcejeé para abrir la puerta. Intenté decir que la puerta no se abriría más, el pestillo estaba atascado. Pero LOS OJOS DE PAPÁ a unos centímetros de la rendija.

Salido de un sueño cachondo con GUANTESDECONEJO, y cariñoso. Su voz tan clara en mi cabeza como si fuera antes del cambio. Y sus ojos castaños como el barro profundos como SABIENDO y las pupilas pequeñas como puntas de aguja.

—¡Hola, Quentin! ¡Soy yo! ¿Te molesto?

Mi mano se movió y retiré la cadena. Y papá llenó el umbral de la puerta mirando fijamente y sin aliento desde la escalera. Cuando la perilla del profesor R_ P_ pasó de reluciente castaño a tener vetas grises se la afeitó por orgullo pero aún queda la sombra de la perilla en su rostro. Aquel tono de voz.

—¿Hijo?

Los dos de la misma altura si yo me erguía lo que me cuesta y levantaba la cabeza para hacerle frente. Preguntó cómo estaba como siempre, y yo se lo dije. Y cómo estaba él, ¿y las cosas en casa? Y mamá y la abuela enviaban recuerdos. Sí y Junie. Todos se preguntaban por qué no llamaba y no iba y les preocupaba (¡ya sabes cómo son las mujeres!) que quizá estuviera enfermo. Y LOS OJOS DE PAPÁ fijándose como yo sabía que harían en una única cosa. Una pausa y luego la pregunta:

—Ese armario con llave es nuevo, ¿verdad? —Y una pausa. Y—: ¿Qué es lo que tiene que necesita estar cerrado con llave?

Me volví para ver el armario de metal de metro y medio en el rincón. Entre la cama y el cuarto de baño. Como si no lo hubiera visto antes y me sorprendiera yo mismo.

—Sólo algunas cosas de gimnasia, papá —dije. Lo dije enseguida—. Zapatillas de correr, calcetines. Toallas y cosas así.

Papá preguntó, muy razonable:

—¿Por qué ha de estar cerrado con llave?

Era una cerradura de combinación como una taquilla de instituto. Había memorizado la combinación y tirado el papel.

Dije:

—Llevaba esa cerradura, papá. Era del Ejército de Salvación. Una auténtica ganga, doce dólares. Va con el armario. Es una manera de utilizarlo por completo, supongo.

—Pero no necesitas usarla. ¿Por qué ibas a hacerlo?

Distinguido profesor, universidad estatal de Mount Vernon. Nombramiento doble en física y filosofía. Miembro del Michigan State Institute for Advanced Research.

LOS OJOS DE PAPÁ detrás de sus relucientes gafas. Mirándome como cuando tenía dos años y estaba sentado en el suelo del cuarto de baño cagando y cuando tenía cinco años y jugaba con mi pequeña polla y cuando tenía siete años y mi camiseta se manchó de sangre de la nariz de otro niño y cuando tenía once al volver a casa de la piscina donde mi amigo Barry se ahogó y los OJOS DE PAPÁ más fieros cuando tenía doce años aquella vez que papá subió corriendo la escalera agitando las revistas de culturismo.

—¿Hijo? ¿Hijo?

—¿Q-qué? —balbuceé—. Te estoy escuchando.

Papá tenía el entrecejo fruncido. Cincuenta y siete años y pelos negros en las ventanas de la nariz que se abrían y cerraban.

—¿Por qué las «cosas de gimnasia» necesitan una cerradura especial, hijo? ¿Por qué las «cosas de gimnasia» emiten ese olor?

Se me ocurrió: papá cree que vuelvo a beber y que vuelvo a tomar drogas, ¿es eso? ¿Y que vuelvo a tener costumbres poco limpias poniendo en peligro mi salud?

De GUANTESDECONEJO ¿qué podía saber papá? ¿Podía saber algo?

Entre el somier y el delgado colchón estaban el cuchillo de destripar pescado y el picahielo y la pistola Smith & Wesson de níquel del calibre 38 pero yo estaba paralizado y no podía hacer un movimiento súbito para protegerme. Me miraba fijamente las manos que me temblaban un poco como si el edificio estuviera vibrando. Me pregunté: ¿podría estrangular a papá? Pero él se resistiría, lucharía, y es fuerte. Y luchando estaríamos muy cerca. Me miraba fijamente las manos como si nunca las hubiera visto, como si estuviera aprendiendo que me llamo Q_ P_ y que yo soy ése y no puedo ser nadie más, los dedos regordetes como los de un niño y los nudillos arañados y las uñas con extrañas medialunas lechosas desiguales y rotas y con el borde lleno de mugre. Cuántas veces me había frotado las manos con el jabón gris de Ace y limpiado debajo de las uñas con una navaja y sin embargo todo había regresado.

Y entonces me llegó la respuesta.

Dije:

—Apuesto a que sé lo que es, papá. Una rata muerta.

—¿Una rata muerta?

—O un ratón. Quizá ratones.

—¿Aquí hay ratones muertos?

Había pensado quizá en comida, comida podrida. Oh, mierda.

Dio unos golpecitos en el armario con los nudillos. El armario estaba pintado de color verde del ejército y lleno de arañazos y se tambaleó cuando lo golpeó. El rostro de pana de papá se arrugó con aire de disgusto.

Dije:

—Sé que no me educasteis así, papá, ni a Junie. Lo siento.

—Quentin, ¿cuánto hace que esta habitación está así?

—No mucho, papá. Uno o dos días.

—¿No te molesta el olor?

—Este fin de semana haré un poco de limpieza, papá.

—¿Has estado durmiendo aquí, al lado de este armario, con este olor, y no te ha molestado?

—Me molesta, papá. Sólo es que no me pongo nervioso por ello.

—Me inquieta mucho, hijo, que puedas estar mintiéndome.

—Bueno, no quiero mentir, papá. Sólo es que no sé qué es lo que preguntas.

—Pregunto por qué este armario está cerrado con llave y por qué huele mal. Sabes lo que estoy preguntando.

—Aparte de los ratones, papá —dije—, no sé qué es lo que estás preguntando.

—Tu madre está preocupada por ti, y yo estoy preocupado por ti —dijo papá—, no sólo por tu futuro, sino ahora. ¿Cómo es tu vida ahora, Quentin? ¿Cómo la describirías?

—¿Mi vida «ahora»…?

—¿Trabajas en esa compañía de cajas?

—Claro. Sólo que hoy tengo el día libre.

—¿Qué estabas haciendo cuando he llamado a la puerta?

—Una siesta.

—¿Una siesta? ¿A estas horas del día? ¿Con este… olor? Hijo, ¿qué te ha ocurrido?

Meneé la cabeza. Miraba el suelo pero no lo veía.

Si mira en el cuarto de baño, pensé, estoy perdido. No había tenido tiempo de limpiar la bañera. La cortina de la ducha estaba muy manchada y salpicada. La ropa interior de GUANTESDECONEJO empapada de sangre y el vello púbico que le había afeitado esparcido por el suelo.

—¿Hijo? Te estoy hablando. ¿Cómo te explicas?

—Bueno —dije—, aparte de los ratones, no veo cuál es el problema.

La cosa siguió así. La BOCA DE PAPÁ dio forma a ciertas palabras que salían como globos y mi boca daba forma a ciertas palabras y me resultaba familiar y había consuelo en ello. Finalmente papá lo deja porque no quiere saber y se seca el rostro con un pañuelo y dice:

—Quentin, la principal razón por la que he venido es que… ¿te gustaría venir conmigo a casa esta noche a cenar? Tu madre ha hecho tarta de plátano.

Y dije:

—Gracias, papá, pero no tengo hambre. Ya he comido.

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