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Capítulo 2

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Conocí a e. e. cummings del mismo modo que la mayoría de los hombres sensibles e inteligentes de mi edad conocen a e. e. cummings: a través de una de las escenas más románticas de una de las historias de amor más románticas de todos los tiempos: Hannah y sus hermanas, en la que un neoyorquino inteligente, sofisticado y casado que se llama Elliot (Michael Caine) se enamora de su cuñada (Barbara Hershey). Debe andarse con cuidado; no puede insinuarse así como así. Por eso espera cerca del apartamento de ella y finge encontrársela por casualidad. Brillante, romántico. El amor lleva trabajo. Ella se sorprende de verlo y se lo lleva a la librería Pageant, donde él le compra un libro de poemas de e. e. cummings (¿empiezas a ver las similitudes?) y le manda mirar el de la página 112.

Ella se sienta en la cama a leerlo a solas mientras él está en su cuarto de baño, pensando en ella. La oímos leer.

Mi verso favorito:

nadie,ni siquiera la lluvia,tiene las manos tan pequeñas[1].

Excepto tú, Beck. A lo largo de los últimos días he aprendido mucho. Siempre que te da por ahí, que es a menudo, te pones manos a la obra contigo misma, con tus manos pequeñas, y eso me recuerda a otro chiste de Hannah en el que Mia Farrow le dice en broma a Woody Allen que se ha echado a perder de tanto masturbarse. Espero que tú no.

El problema de la sociedad es que si una persona cualquiera supiera lo nuestro (tú que por las noches tienes tres orgasmos tú sola, y yo que desde el otro lado de la calle, solo, te miro tener esos orgasmos), la mayoría diría que el puto raro soy yo. Tampoco es un secreto que la mayoría son unos idiotas de mierda. A la mayoría le gusta los misterios de baratillo y no ha oído hablar de Paula Fox ni de Hannah, así que, en serio, Beck, que le den por el culo a la mayoría, ¿no?

Además, me gusta que cuides de ti misma en lugar de llenarte la casa y el coño de una ristra de hombres inadecuados. Eres la respuesta a todos los artículos banales y reduccionistas sobre la cultura de las relaciones informales. Tienes valores y eres Guinevere, una historia de amor esperando a tu media naranja; seguro que hasta sueñas con él en mayúsculas: el señor Media Naranja. Conmigo. Todo el mundo lo quiere todo ya, ahora mismo, pero tú sabes esperar con

las manos tan pequeñas.

Tu nombre fue un punto de partida glorioso. Por suerte para nosotros dos, no hay muchas Guinevere Beck en el mundo: sólo una. Lo primero que tuve que buscar fue tu casa, e internet se diseñó pensando en el amor. Me ha ofrecido tanto sobre ti, Beck, tu perfil de Twitter:

Guinevere Beck

@TheUnRealBeck

«No me callo las ideas. Escribo historias. Leo historias. Hablo con desconocidos. Nantucket es mi colega, pero Nueva YorkSUBINDICE es mi perra».

Las bíos reveladoras que incluyen las distintas revistas online donde publicas los artículos de blog (a menos que quieras llamarlos ensayos), y tus entradas de diario mal disimuladas (a menos que quieras llamarlos relatos) y los poemas que escribes de vez en cuando te dan cuerpo. Eres una escritora nacida y crecida en Nantucket y bromeas sobre la endogamia de las islas (aunque no sea tu caso), sobre navegar (los barcos te paralizan del miedo) y sobre el alcoholismo (tu padre murió por culpa de la botella, y tú escribes mucho sobre eso). Tu familia está unida pero no, y tú no sabes cómo comportarte aquí, en la ciudad donde nadie conoce a nadie, a pesar de que tuviste cuatro años de prácticas mientras te sacabas la carrera en Brown. Entraste desde la lista de espera y sigues convencida de que hubo algún tipo de error. Te gusta la polenta y las barritas con sabor a tarta de cereza de Lärabar. No haces fotos de comida ni durante los conciertos, pero tienes cuenta de Instagram, donde sólo cuelgas fotos de cosas viejas, de tu difunto padre, de días en la playa de los que es imposible que te acuerdes. Tienes un hermano que se llama Clyde. Tus padres son un poco gilipollas con los nombres. Tienes una hermana que se llama Anya (gilipollas de verdad, pero no como yo pensaba). Según el registro de la propiedad, la casa es vuestra desde siempre. Provienes de granjeros y te gusta decir que no tienes casa en Nantucket, pero que tu familia se hizo un hueco. Estás llena de descargos de responsabilidad, eres como las advertencias de los paquetes de tabaco.

Anya es carne de isla y nunca se marchará de allí. Es la niña que sólo quiere pasear por la playa y notar la división clara entre el verano y la desolación endémica de una trampa para turistas. Anya está jodida por lo de tu padre, mal de la cabeza. Escribes relatos sobre ella y la conviertes en un chico o en una anciana ciega y, en una ocasión, en una ardilla extraviada, pero es evidente que se trata de tu hermana. Te da envidia. ¿Cómo puede ser que no tenga el peso de tu ambición? Te da lástima. ¿Cómo puede no tener ambición?

Clyde es el mayor y lleva el negocio familiar de taxis en la isla. Está casado, tiene dos hijos y es el típico cabeza de familia. Es lo que se puede deducir a partir de la foto del periódico local: bombero voluntario, piel curtida, hombre americano reglamentario. Tu padre ostentaba el récord de cualquier bar de la zona y no se le caían los anillos por conducir bajo los efectos del alcohol ni por alterar el orden público por embriaguez, y tu hermano respondió convirtiéndose en el polo opuesto: sobrio, de sobriedad extrema. Si tú hubieras nacido la primera, puede que hubieras acabado llevando el negocio familiar. Pero eres la clásica mediana y sacabas buenas notas y toda tu vida te han colgado el sambenito de «la esperanza», la que saldría de allí.

Internet es una maravilla, y tú escribiste un tuit una hora después de que nos conociéramos:

Huele a hamburguesa con queso

#CornerBistroMeEngorda

Deja que te diga que, durante unos instantes, me preocupé. Tal vez yo no fuera especial. No me mencionabas a mí ni nuestra conversación. Además, en tu perfil dice: «Hablo con desconocidos». Hablo con desconocidos, ¿de qué coño va eso, Beck? Se supone que los niños no deben hablar con los desconocidos, pero tú eres adulta. ¿O es que nuestra conversación no significa nada para ti? ¿Son un desconocido más? ¿Es tu perfil de Twitter una manera sutil de anunciar que eres una adicta a la atención que carece de criterio y que le hará caso a cualquier pringado que la salude? ¿Acaso no signifiqué nada? ¿No mencionas al tipo de la librería? «Joder —pensé—, igual me he equivocado. A lo mejor no había nada», pero luego me puse a explorar y resulta que no escribes sobre las cosas importantes. No me compartirías con tus seguidores. Tu vida online es un espectáculo de variedades, así que, en todo caso, que no me hayas incluido en tu monólogo de humor significa que me deseas. Tal vez más de lo que yo pienso, ya que ahora mismo tu mano va camino del coño una vez más.

Lo siguiente que me dio Internet fue tu dirección. El 51 de Bank Street. ¡No me jodas! Nada de un bloque de ambiente frenético en Midtown, de esos que las abejas obreras agobiadas asaltan de noche y abandonan por la mañana, sino una finca elegante, aletargada, ridículamente segura y cara del West Village. No puedo plantarme en esa calle así como así, tengo que encajar con todos esos repipis. De modo que me paso por la tienda de segunda mano. Compro un traje (empresario o chófer u hombre mantenido), unos pantalones anchos de trabajo, una especie de cinturón de herramientas (un manitas durante un descanso) y un chándal de pega (gilipollas que cuida de su preciado cuerpo). Para la primera visita me pongo el traje y la zona me encanta, Beck. Es el viejo Nueva York por antonomasia y me da la sensación de que voy a ver a Edith Wharton y a Truman Capote cruzar la calle de la mano, cada uno con su café para llevar en un vaso de papel con motivos griegos y el mismo aspecto que tenían en su mejor época, como si los hubieran conservado en formol. En esta manzana viven princesas y es donde Sid Vicious murió hace mucho tiempo, cuando las princesas no eran más que embriones y Manhattan todavía molaba. Me planto al otro lado de la calle y veo que tienes las ventanas abiertas (sin cortinas) y te observo mientras viertes las gachas de avena instantáneas en un cuenco de plástico. No eres muy princesa. Tu Twitter me confirma que has ganado una especie de rifa inmobiliaria:

Eh, no quiero sonar como @AnnaKendrick47, pero os quiero mucho, friquis maravillosos de @BrownBiasedNYC, y me muero de ganas de mudarme a Bank Street.

Me siento en el escalón de la entrada y lo busco en Google. The Brownstone Biased Lottery es un concurso de artículos para licenciados de la Universidad de Brown que necesitan alojamiento para hacer un postgrado en Nueva York. El apartamento lleva años en la Familia Brown (a saber qué significa eso de Familia Brown). Estás haciendo un máster de escritura creativa, así que no me sorprende que ganases una rifa que es, en realidad, un concurso de artículos. Y Anna Kendrick es una de las actrices de Dando la nota, que va de unas estudiantes universitarias que participan en concursos de canto a capela. Te identificas con ella, cosa que no tiene sentido. He visto la película, y esa chica no viviría como tú.

La gente pasa por delante de tu apartamento, que está en el principal, casi a nivel de calle, y nadie se detiene a mirar a pesar de que estás ahí, expuesta. Tienes las dos ventanas abiertas de par en par y suerte que no sea una calle muy transitada. Eso debe de explicar la falsa sensación de privacidad que tienes. Vuelvo la tarde siguiente (no puedo evitar ponerme el mismo traje), y tú te paseas desnuda por delante de las ventanas abiertas. ¡Desnuda! Me quedo un rato sentado en el escalón de enfrente y tú no te das cuenta; nadie se fija en ti ni en mí, pero ¿qué pasa, joder? ¿Están todos ciegos?

Pasan los días y me entra la ansiedad. Tú te exhibes demasiado y eso no es seguro; basta con que te vea un tío raro y decida ir a por ti. Unos días más tarde, me pongo el disfraz de carpintero y fantaseo con ponerte barrotes en las ventanas, proteger la vitrina que tú consideras tu hogar. El vecindario me parece seguro y lo es, pero aquí la tranquilidad es letal. No me extrañaría que nadie saliera a impedírmelo si estrangulase a un viejo en mitad de la calle.

Vuelvo con el traje (mucho mejor que la ropa de carpintero) y para variar un poco me pongo una gorra de los Yankees que he encontrado en otra tienda de segunda mano (sí, ¡soy esa clase de gilipollas!), por si acaso te fijas, que no es el caso. Un hombre que vive en tu edificio sube una escalera muy corta (sólo tres escalones) que conduce a una puerta de entrada (¡que no está cerrada!) y esa puerta está muy cerca de tu apartamento. Si quisiera (¿quién no querría?), podría asomarse por encima de la barandilla, dar unos golpecitos en la mosquitera y llamarte.

Vengo de día y de noche y, siempre que estoy aquí, las ventanas están abiertas. Es como si nunca hubieras visto el informativo de la noche ni películas de terror, y me siento en el escalón del edificio que hay al otro lado de esta callecita limpia y finjo leer Pobre George de Paula Fox o enviar mensajes a mis socios (¡ja!), o hago como que llamo a un amigo que llega tarde y accedo en voz muy alta a esperar otros veinte minutos. (Eso lo hago porque podría haber algún vecino escondido, sospechando del tipo del escalón; he visto muchas películas). Tu política de puertas abiertas me da entrada a tu mundo. Si el viento sopla de cara, huelo la comida precocinada que comes y oigo a Vampire Weekend, y si se me escapa un bostezo de mentira y levanto la mirada, te veo holgazanear, bostezar, respirar. ¿Siempre has sido así? Me pregunto si ya eras así en Providence, si te exhibías como si quisieras que tu petit comité de vecinos te conociera desnuda, medio desnuda, adicta a la comida de microondas y masturbándote a voz en grito. Espero que no. Espero que haya un motivo lógico que me vayas a explicar cuando llegue el momento. Y tú con tu ordenador, como si tuvieras que recordarle a tu público imaginario que eres escritora cuando todos (yo) sabemos lo que eres en realidad: una intérprete, una exhibicionista.

Mientras tanto, yo debo ser precavido. Un día me engomino el pelo y al día siguiente me lo alboroto. La gente que no se fija en los demás no debe de fijarse en mí. Al fin y al cabo, si le cuentas a cualquiera lo de la chica que a menudo se pasea desnuda por delante de una ventana abierta y el chico perdidamente enamorado que la observa con discreción, la mayoría diría que el pirado soy yo. Pero la pirada eres tú. Lo que pasa es que nadie te llama eso porque tienes un coño del que quieren saberlo todo, mientras que para tus vecinos el mero hecho de que yo exista es una aberración. Vivo en un sexto sin ascensor en Bed-Stuy. No permití que la patraña de los préstamos estudiantiles me tocase los cojones. Me pagan en negro y tengo un televisor con antena: esta gente no me tocaría la polla ni con guantes. En cambio, tu coño es oro puro.

Me bebo el café en el escalón de la otra acera con el Wall Street Journal enrollado y bien sujeto en la otra mano, respiro y te miro. No me pongo el chándal ningún día porque haces que quiera estar elegante, Beck. Pasan dos semanas y una viuda rolliza sale de su vivienda. Me levanto; me jode, pero soy un caballero.

—Hola, señora —le digo, y le ofrezco ayuda.

Ella acepta.

—Ya va siendo hora de que los jóvenes aprendáis a comportaros —me reprocha con voz ronca.

—Tiene toda la razón del mundo —contesto.

El chófer de su coche de lujo le abre la puerta. Me saluda con un gesto de la cabeza, somos hermanos. Estoy hecho para esto, recupero mi asiento en el escalón.

¿Por esto le gustan a la gente los programas de telerrealidad? Tu mundo me maravilla, ver el lugar donde vagueas (con bragas de algodón que compras al por mayor en la página de Victoria’s Secret: el otro día te vi abrir el paquete) y donde no duermes (te sientas en el sofá y lees mierdas de internet). Me da que pensar. A lo mejor estás buscando al buenorro de la librería. Ahí es donde escribes; te sientas muy erguida con el pelo recogido en un moño y escribes a velocidad de conejo hasta que no puedes más y agarras ese cojín de color verde lima, el mismo en el que apoyas la cabeza durante las siestas, y lo montas como un animal. Te desfogas. Ahora es donde duermes, por fin.

Tu apartamento es la hostia de pequeño. No te faltaba razón cuando tuiteabas:

Vivo en una caja de zapatos. Pero no importa, porque no me pulo los verdes en Manolos @BrownBiasedNYC #Rebelde

La taza de #BrownUniversity es más grande que mi apartamento. @BrownBiasedNYC #inmobiliaria #NYC

No hay cocina, sólo una zona donde se amontonan los electrodomésticos como en la sección de artículos de oferta de Bed Bath & Beyond. Sin embargo, tu tuit esconde una verdad: odias el apartamento. Creciste en una casa grande con jardines en la parte delantera y trasera. Te gusta tener espacio, por eso dejas las ventanas abiertas. No sabes estar a solas y, si le cerraras las ventanas al mundo, así es como estarías.

Tus vecinos van a lo suyo, como niños: los recogen en coches lujosos enfrente de sus casas y los depositan al final del día, mientras que tú te pudres en un espacio digno de una empleada del hogar o de un golden retriever con un esguince de tobillo. Pero no me extraña que no te marches de aquí. Tú y yo compartimos ese amor por el West Village y, si yo pudiera mudarme aquí, lo haría, aunque para ello tuviera que volverme loco poco a poco de la claustrofobia. Elegiste bien, Beck. Tu madre se equivocaba:

Mi madre dice que las señoras no deberían vivir en cajas de zapatos @BrownBiasedNYC #logicademadre #nosoyunaseñora

Tuiteas más de lo que escribes y tal vez por eso estés haciendo el máster en New School y no en Columbia. Columbia rechazó tu solicitud:

El rechazo se sirve en un sobre de papel, porque así puedes romperlo o quemarlo #sinplazaenColumbia #lavidasigue

Y tenías razón, la vida siguió. Aunque New School no es una universidad de prestigio, el profesorado y los alumnos te gustan bastante. Muchos de los talleres están disponibles en internet. En internet se accede a muchos cursos universitarios, lo que supone otro golpe contra el sistema elitista que llaman universidad y que cada vez es más irrelevante. Progresas adecuadamente con la escritura, pero si pasaras menos tiempo en Twitter o moviendo la ficha del Parchís…… Ahora en serio, Beck: si yo estuviera en tus zapatos, nunca me vestiría.

Te gusta ponerles nombre a las cosas, y me pregunto cómo me llamarás a mí. Has empezado un concurso en Twitter para decidir cómo llamar al apartamento:

¿Qué tal #máspequeñoquemitoto?

O #Dondedarlanota

O #Lo​llaman​piso​cuando​quieren​decir​mat​de​yoga

O #El​sitio​desde​donde​miras​por​la​ventana​y​ves​al​tipo​de​la​librería​observándote​y​sonríes​y​saludas​y

Un taxista aporrea el claxon porque un gilipollas recién duchado y recién sacado de un borrador de Bret Easton Ellis que nunca vio la luz ha cruzado la calle sin mirar. Dice que lo siente, pero no va en serio, y se pasa la mano por la melena rubia.

Demasiado pelo.

Sube los escalones como si fueran suyos, como si los hubieran construido para él, y la puerta se abre antes de que llegue, y eres tú la que abre la puerta y le haces pasar y le das un beso antes de que la puerta se cierre despacio y ahora enredas las manos

las manos tan pequeñas

en su pelo, y no os veo a ninguno de los dos hasta que entráis en el salón, y él se sienta en el sofá, y tú te arrancas la camiseta de tirantes y te subes encima de él y te mueves como una estríper y esto está muy mal, Beck. Él te arranca las bragas de algodón y te azota, y tú gritas, y yo cruzo la calle y me apoyo en la puerta del edificio porque necesito oírlo.

—¡Perdona, papi! ¡Perdóname!

—Dilo otra vez, niña.

—Lo siento, papi.

—Has sido mala.

—Soy muy mala.

—Quieres que te azote, ¿verdad?

—Sí, papi, quiero que me azotes.

Se te mete en la boca. Te ladra. Te da cachetadas. De vez en cuando, pasa Truman Capote y mira, reacciona y aparta la mirada. Nadie va a llamar a la policía porque nadie quiere admitir que mira. Estamos en Bank Street, no me jodas. Y ahora te lo follas tú, y yo vuelvo a mi acera, desde donde veo que no te está haciendo el amor precisamente. Te agarras a su pelo (demasiado pelo) como si eso fuera a salvarte a ti y a tus relatos. Te mereces algo mejor, es imposible que te guste; mira cómo te agarra, con esas manos grandes y débiles que no sirven para nada, y cuando acaba te da otro cachete. Te bajas y te acurrucas con él, pero él te aparta, y tú le dejas fumar en tu casa y tirar la ceniza en la taza de Brown (que es más grande que tu apartamento), y ves Dando la nota mientras él fuma y envía mensajes y te aparta cuando te acercas. Tienes cara de triste y

nadie en el mundo tiene las manos tan pequeñas

salvo tú y yo. ¿Por qué estoy tan seguro? Hace tres meses, antes de conocerme, escribiste un tuit:

Seamos sinceros y admitamos que conocemos a

#eecummings por #Hannahysushermanas, ¿vale?

¡Fiu! #bastadechorradas #menosfingir

¿Lo ves? Hablabas conmigo antes de conocerme. Cuando se marcha, en la mano no lleva Personajes desesperados, de Paula Fox. Es un misógino rubio de los que se hacen el chulo y se apartan el pelo de los ojos con un resoplido. Acaba de usarte y no es tu amigo, y yo tengo que irme. Necesitas una ducha.

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