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Capítulo 4

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Yo no voy a Greenpoint, donde la gente se toma un chupito del vinagre de los encurtidos después de uno de whiskey y lo llama Pickleback, pero hoy lo hago por ti, Beck, igual que me hice daño en la espalda por ti cuando me caí de tu ventana para que no me vieses intentando verte, intentando conocerte mejor. Me da rabia que me veas aquí ahora y pienses que soy un capullo que sobreestima el valor cultural de Vice y bebe lo que coño sea que Vice diga que hay que beber. Beck, yo no fui a la universidad, así que no me paso la vida adulta tratando de recuperar la vida universitaria. No soy un blando hijo de puta que jamás tuvo agallas para vivir la vida aquí y ahora, tal como viene. Yo vivo por vivir y pediría otro vodka con soda, pero para eso tengo que hablar otra vez con el camarero de la camiseta de Bukowski, y volverá a preguntarme qué tipo de soda quiero.

Estoy de mal humor, y tú estás ahí arriba con medias amarillas que tienen agujeros y se nota que te esfuerzas demasiado. Ya no pareces salida de La telaraña de Carlota, pero yo tampoco tengo un aspecto genial. Tuve que salir por la ventana de tu cuarto y la caída no es muy grande, pero es una caída y me escuece la espalda, si oigo la palabra pickleback una vez más, te juro que…

Tus mejores amigas están en la mesa de al lado siendo desleales en voz muy alta, auténticos ejemplos típicos de lo que se ve en la línea F del metro, con las botas y ese pelo estropeado de tanto producto que es un insulto sutil a las chicas de Jersey que lo hacen adrede. Fuisteis las tres juntas a Brown y ahora estáis juntas en Nueva York y odiáis Girls y os quejáis de la serie sin parar, pero ¿no habla justo de lo que estáis intentando hacer todas en la vida? Brooklyn, chicos y chupitos de vinagre.

Te sientas con los demás escritores entre comillas, y eso les permite a tus amigas seguir criticándote y, por desgracia, tienen razón: estás mucho más comprometida con ser escritora (aceptar halagos y beber whiskey) que con escribir. Por fortuna, también se equivocan: en este local todo el mundo ha bebido demasiado vinagre de encurtidos para comprender el relato del vaquero.

Tus amigas tienen celos. Chana es la gran crítica, una versión femenina de Adam Levine con los ojos pequeños y brillantes y una confianza injustificada en sí misma.

—A ver, explícame otra vez de qué sirve esa mierda del puto máster de escritura creativa si no eres Lena Dunham.

—Creo que puedes dar clases —responde Lynn.

Lynn está muerta por dentro, es un cadáver. Su enfoque de Instagram es metódico, clínico, como si reuniese pruebas para la defensa, como si dedicase la vida a demostrar que tiene vida. Se burla en voz alta de que hayas leído un relato en Lulu’s mientras tuitea sobre lo «flipada» que está de asistir a un #recitalenLulus. En serio, Beck, te juro que…

Otra vez Lynn:

—¿Crees que esto es como la inauguración de una exposición, que vas una vez y ya está? ¿O va a ser algo… semanal?

—Joder, ni que yo montase una pasarela cada vez que diseño algo —refunfuña Chana—. Pues no: trabajo y sigo trabajando hasta que tengo una colección. Y entonces sigo trabajando en ello.

—¿Vendrá Peach?

—No lo digas en voz alta, a ver si va a pasar.

Puede que hablen de la chica alta que no sonríe, pero no puedo preguntárselo.

—Lo siento —suspira Lynn—. Al menos en las inauguraciones hay vino gratis.

—Al menos en las inauguraciones hay arte. Lo siento, pero ¿un puto vaquero?

Lynn se encoge de hombros y sigue, es una metralleta que ni sabe ni quiere parar.

—¿Qué me dices del disfraz?

—Se esfuerza demasiado, da pena.

—¿De qué coño va con esas medias?

Lynn suspira y tuitea y suspira y la metralleta dispara una última ronda rápida.

—No me extraña que no la aceptaran en Columbia —dispara Chana.

—Me da la impresión de que todo esto es por Benji —dice Lynn—. Me sabe mal por ella.

¿Benji?

—Bueno, es lo que te pasa cuando estás colada por un juerguista sociópata.

Lo único que oigo es «colada» y le quieres y les mientes: al ordenador, a ti misma, y crees que no lo saben y sí que lo saben. Ay, no, no. Benji. No.

No debo perder el hilo, tengo que estar presente. Lynn suspira:

—Qué mala eres.

—Soy realista —resopla Chana—. Benji es un esnob y un capullo. No hace más que pillarse globazos de drogas caras y montar empresas de mentira.

—¿En qué se licenció? —quiere saber Lynn.

—¿Qué más da? —espeta Chana.

A mí sí me da, quiero saber más y quiero llorar y no quiero que estés colada por nadie más que por mí.

—Igualmente me gustaría que se portara mejor con ella —dice Lynn.

Chana la mira con incredulidad, mastica un hielo y discrepa.

—¿Sabes qué pasa? Que Beck es una creída. Y Benji es un creído. No me sabe mal por ninguno de los dos. Ella nos trae aquí como si fuera escritora, y él tiene a todo el mundo haciendo como que él es un artesano. Es de chiste. Los dos están encantados consigo mismos, aquí no hablamos de dos almas torturadas y demasiado sensibles que escriben poemas sobre el vacío y la desolación de la vida o lo que sea.

Lynn se aburre, y yo también. Intenta despistar a Chana de su diatriba:

—Ahora mismo me siento gordísima.

Chana gruñe. Las chicas son crueles.

—¿Has visto la mierda esa sobre la empresa de soda bío? —le pregunta—. Brooklyn me da ganas de mudarme a Los Ángeles, comprar una caja de Red Bull y escuchar a Mariah Carey.

—Tuitea eso —le dice Lynn—, pero sin la mala leche.

Tú abrazas a los otros «escritores» y eso significa que la siguiente parada es tu mesa, y Lynn es de una amabilidad incansable.

—Me sabe mal por ella —dice, y sonríe con afectación.

Chana resopla.

—A mí me sabe mal por los vaqueros. Se merecen algo mejor.

Tú te acercas a la mesa sin prisa, lo que implica que ellas tienen que dejar de hablar de ti, y yo me alegro muchísimo cuando llegas por fin y abrazas a las falsas de tus amigas. Ellas aplauden sin entusiasmo y te hacen la pelota, y tú engulles whiskey como si pudieras ganar el Pulitzer a base de beber.

—Por favor, señoras —dices, y estás más entonada de lo que parecías—. Llega un momento en el que una mujer no puede con más halagos ni cócteles.

Chana te posa la mano en el hombro.

—Yo creo que a lo mejor ya vale de cócteles, cielo.

Tú apartas el brazo. Este es tu posparto. Has dado a luz a un relato y ¿ahora qué?

—Estoy bien.

Lynn le hace un gesto a la camarera.

—¿Nos traes tres Picklebacks? Esta joven necesita valor líquido.

—No necesito valor, Lynn. Acabo de subirme ahí y de leer un puto relato.

Chana te da un beso en la frente.

—Y lo has hecho de la hostia.

Pero no cuela, así que la apartas.

—Que os follen.

Me gusta ver este lado de ti, la borracha desagradable. Si vas a querer a alguien, tienes que conocer todas sus facetas y ahora odio a tus amigas un poco menos. Se miran, y tú miras a la barra.

—¿Ya se ha ido Benji?

—¿Tenía que venir, cariño?

Suspiras como si nada te viniera de nuevo, como si se te hubiera acabado la paciencia, y coges el móvil con la pantalla agrietada. Lynn te lo quita.

—Beck, no.

—Dame el móvil.

—Beck —dice Chana—, lo has invitado y no ha venido. Deja el tema. Déjalo en paz.

—Odiáis a Benji —te quejas—. ¿Y si se ha lastimado?

Lynn aparta la mirada y Chana resopla.

—¿Y si es un gilipollas?

Es evidente que Lynn no quiere volver a hablar del tema en la vida. De las tres, ella es la que al final se marchará de Nueva York y se mudará a una ciudad más pequeña y manejable, donde no haya recitales de prosa de ficción, donde las chicas beben vino y los sábados por la noche en la máquina de discos suena Maroon 5. A sus bebés, que son inevitables, les sacará fotos con el mismo entusiasmo con el que fotografía los vasos de chupito, las copas vacías, sus zapatos.

En cambio, Chana es para toda la vida, nuestra aguantavelas a largo plazo.

—Hazme caso, Beck. Benji es un gilipollas. ¿Vale?

Quiero gritar que sí, pero me quedo como estoy. De todos modos, Benji…

—Oye, Beck —continua Chana—. Hay tíos que son gilipollas, eso hay que aceptarlo. Puedes comprarle mil libros, pero él seguirá siendo Benji. No será Benjamin ni Ben, que Dios me perdone, porque no le hace falta, ya que es un niño a perpetuidad, ¿entiendes? Él y su soda pueden irse a tomar por el culo, igual que ese nombre de idiota. O sea, ¿Benji? ¿En serio? Y encima lo dice como si fuera francés o asiático. Ben Jiii. Tío, vete a cagar.

Lynn suspira.

—No lo había pensado. Benji. Ben Ji. Ben Gili.

Se os escapan un par de risas, y yo he aprendido cosas sobre Benji. No me hace gracia, pero debo aceptarlo. Benji es real, y yo me pido otro vodka con soda. Benji.

Cruzas los brazos y la camarera aparece con los Picklebacks. El humor ha cambiado.

—Bueno, ¿os ha encantado el relato o qué?

Lynn es muy rápida:

—No tenía ni idea de que supieras tanto sobre vaqueros.

—Es que no sé tanto —contestas.

Estás en la mierda, así que coges el chupito y te lo bebes de golpe, y las chicas se miran de nuevo.

—Es mejor que no vuelvas a hablar con ese cabrón —dice Chana.

—Vale —respondes.

Lynn levanta su chupito. Chana también. Tú levantas el vaso vacío.

Chana propone un brindis:

—Por no volver a hablar nunca más con ese soplapollas, por su puta soda, su puto corte de pelo y su puta caradura por no presentarse.

Hacéis chocar los chupitos, pero las otras dos tienen algo que beber y tú copa no rebosa[2]. Voy afuera para estar al tanto de cuándo te marchas.

Sale un gilipollas y vomita.

En serio, vinagre de encurtidos…

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