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Capítulo 52

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Al final de tus días afirmaste que no eras escritora. Pero creo que valorarías la simetría poética en torno a tu entierro. Fue un viaje largo y solitario en coche hacia el norte del estado, más de cuatro horas tras salir de la ciudad. Hacer el trayecto en el Buick contigo en el maletero con el cojín verde y callada como Little Compton en invierno ha sido difícil. He pasado por delante de Nicky’s Pizza y he seguido y he dado con este restaurante. Las segundas residencias de Nicky y de su hermano están cerca, en Forrest Lake, una zona privada a las afueras de Chesterton. Es un municipio puro, Beck, chapado a la antigua, felizmente anclado a una forma de vida antigua. He pedido un sándwich tostado de queso porque no me queda más remedio, porque enterrarte en el bosque frío será una tarea ardua, a pesar de que todos los que entran en el local no se resisten a comentar que el invierno está siendo muy suave. Tanto que no me haría falta un gorro rojo a lo Holden Caulfield de Macy’s ni aunque lo tuviera. No lloraré. Aquí no.

La mayoría de los que están aquí son gente de la zona, y los que no lo son han venido a una feria de coches. La camarera me pregunta si yo también, y le contesto que sí y miro el móvil y tengo que ir al baño porque cada vez que miro el móvil es como si murieras otra vez. «nadie,ni siquiera la lluvia,tiene unas manos tan pequeñas», y lloro en silencio, para no llamar la atención. Tu muerte es una canción en bucle y me echo agua fría en la cara e intento no pensar en que jamás volveré a saber de ti. No sabré de ti, Beck. Estás muerta.

Sé que Nicky no es idiota. No te enterraría en su finca. Te llevaría a un bosque cercano, al que se accede por la carretera de Forest Lake, tal como hago yo una hora después de la puesta de sol. Veo un cartel blanco y rosa. Hay una celebración, esta noche tiene lugar «La boda de Chet y Rose» en el campamento que hay al final de la carretera. Pero no pienso dejar que eso me disuada. Hago un giro para salirme de la carretera en dirección a una negrura más pura que las playas de LC y más oscura que las profundidades de tu alma solipsista. Aquí no hay océano que suavice el azote sin estrellas de la eternidad. Freno poco a poco. Chet y Rose son los inoportunos, no yo, maldita sea.

La noche está tan vacía que cuando paro el motor del Buick oigo el ruido de la boda. Me pongo las gafas de visión nocturna, cojo la pala y me adentro en la oscuridad. Intento no escuchar la boda mientras cavo, pero me cuesta. Chet y Rose hacen el primer baile («Wonderful Tonight», de Clapton) mientras sus amigos y familiares les aplauden. Me gustaría saber cuál habría sido la canción de nuestra boda y te lo pregunto, pero no respondes. Estás muerta.

Cavo. Nunca he estado ni volveré a estar tan solo como estoy mientras cavo. El norte del estado de Nueva York se aferra al frío como ningún otro lugar. Sólo aquí tendría que escuchar a Eric Clapton contando que apaga la luz y elogia a su novia leal y hermosa mientas yo estoy solo, sudando, temblando, preparándome para colocarte en la tierra. La vida continúa de manera muy literal, así que apuñalo la tierra gélida con la pala. Me agacho para recuperar la respiración. Te miro, envuelta en una manta de lana de Bed Bath & Beyond, silenciada en el maletero abierto. Ahora ya respiro con normalidad, y los del festejo bailan «Electric Boogie» en línea, y ¿nosotros habríamos hecho una boda así? Supongo que habría sido en Nantucket, porque tú eres la que tiene familia. Yo habría invitado a Ethan y a Blythe y al señor Mooney. El señor Mooney no habría venido. Pero nos habría traspasado la librería a nosotros, sin cobrarnos. Lo sé. Quiero que la boda se acabe y me gustaría gritar con todas mis fuerzas, pero no quiero que te alarmes. Y tampoco puedes. Estás muerta.

Cavo y la fiesta sigue. Hay brindis y vítores, y Stevie Wonder canta sobre su preciosa hija («¿A que es adorable, ella que nació del amor?»), pero nosotros no tendremos una hija y pierdo la paciencia y lanzo la pala. Me acurruco en la tierra y dejo que la música me dé una buena paliza. No puedo combatirlo más, y la felicidad al otro extremo del bosque se ha vuelto monótona; no soy una de esas personas a las que la canción «Get Lucky» les parecía una puta maravilla. Casi saboreo el vodka de la fiesta y soy el invitado al que nadie ha invitado, escondido, solo. Lo que me tranquiliza, lo que me permite seguir cavando, es que cabe la posibilidad de que Chet y Rose tengan una página web. Un registro. Saber que los encontraré, que podré verlos, me reconforta. Neil Young les canta («Harvest Moon», eso duele) y Neil Young nunca cantará para nosotros el día de nuestra boda, y ahora tampoco lo oyes. Estás muerta.

Saco tu cadáver del maletero y desenvuelvo la alfombra que te encapsula. Todavía estás guapa, y te apoyo la cabeza en el pecho y te hablo de Chet y de Rose. Es posible que yo muera solo bajo una luna insignificante, y no estarás allí para llorarme. Subes al cielo, y saco fuerzas de la flaqueza para dejar tu precioso cadáver en la tierra. Chet y Rose están rodeados de amigos y familiares, pero yo, solo, levanto tu cuerpo menudo y en verdes praderas te hago recostar. Sería muy agradable disfrutar de un momento de silencio, Chet y Rose son muy desconsiderados al hacer tanto ruido. Sin embargo, no puedo tenérselo en cuenta porque no me ven ni me oyen. Están en su mundo, donde pasan cosas buenas, a trescientos metros y un millón de años luz de distancia. Me arrodillo en la tierra y recito el salmo veintitrés. Lo he memorizado para la ocasión. Estás muerta.

No hay manera de saber qué nos ocurre después de la boda que no tendremos, después de la vida. Camino por el bosque y miro el mundo con visión nocturna sobrehumana y veo todo lo que el hombre no está hecho para ver. No sé si habitarás en la casa del Señor durante años sin término, pero me tumbo bocarriba y escucho mientras la fiesta en honor a Chet y a Rose se va apagando como la noche, como la muerte. Se cansarán y la fiesta terminará y, si hay alguien que pueda vivir eternamente en la luz, eres tú.

Te tapo con tierra y piedras y ramas y hojas, y eres mucho más que un cadáver. El trayecto de regreso al coche es corto. El trayecto en coche en el que me alejo de Chet y Rose y de tu cadáver es largo y ocurre en lo más oscuro de la noche. No sé si llegaré a casa y, cuando llego a mi apartamento, sigo sin estar seguro de si algún día tendré un hogar de verdad. No te tendré a ti. Estás enterrada cerca de Forrest Lake, cerca de Chet y Rose, «en algún lugar adonde nunca he ido,gozosamente más allá de toda experiencia».

Al día siguiente no abro la librería. No puedo. Estás muerta.

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