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Capítulo 8

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Espero que a estas alturas la mayoría de las personas se hayan dado cuenta de que Prince es uno de los grandes poetas de nuestro tiempo. No he dicho compositor, sino poeta. Prince es lo que más se parece a e. e. cummings y la gente es imbécil por no venir aquí a comprar libros de poemas de Prince.

It’s been seven hours and fifteen days since you took your love away.

Han pasado siete horas y quince días desde que te llevaste tu amor. Es uno de los mejores primeros versos de un poema de todos los tiempos; por varias razones, pero sobre todo por el cambio de orden entre horas y días. Una persona no poética citaría días y horas. Los poetas son distintos. Los poetas transforman el mundo con

las manos tan pequeñas

Todavía no me has escrito. Le has reenviado mi mensaje a Chana y a Lynn. Os habéis reído de vuestras fotos de fotomatón («ChanaLynn…,… ¡nosotras!») e intercambiado cientos de e-mails estúpidos sobre nada en particular. Has hecho hueco para leer y comentar los relatos de tus compañeros de clase y para pedirles a los jefes de WORD de Brooklyn que te dejen ir a leer tus textos, pero no le has contestado al tipo que te salvó la vida. Sigues persiguiendo a Benji y no han pasado «siete horas y quince días», pero tampoco falta tanto, Beck. Ha perdido la gracia.

Les escribes a ChanaLynn:

¿Por qué tengo que ser la típica tía que conoce a un chico majo y se pone en plan: «Gracias, pero no, gracias»? No leo la Cosmo ni hago detox ni publico mis selfis, y eso significa que no encajo en el perfil de niña imbécil que odia a los chicos majos. O sea, Benji está casado con su negocio y el otro es el polo opuesto, trabaja en un negocio, ¿me explico? Aparte de eso, ¿azotea del Wythe el viernes?

Chana responde la primera:

Beck, ¿es el que conociste en el KGB? Lo del Wythe, puede.

Por lo visto, conoces a demasiados hombres. Tienes hambre de desconocidos. Por eso lees la sección de encuentros informales de Craigslist. No quedas con nadie (gracias a Dios), pero al mismo tiempo tratas la vida como si fuera un puto encuentro informal de dimensiones gigantescas y pierdes el tiempo con Benji y otros tíos cualesquiera como el del KGB.

Lynn contesta:

Chica, en el campus tienen psicólogos que pueden responder a esa pregunta C El del KGB era monísimo. Sí a Wythe, aunque igual podríamos probar UES para variar. Ahí lo dejo…

Estas chicas no saben nada de nuestro Dan Brown en italiano ni de hasta qué punto estás colada por mí porque tú no se lo dices y, por fin, en mitad de la noche, después de cinco horas y ocho días, me contestas:

¿Hacemos una happy hour el jueves?

Espero tres horas y un día antes de contestar:

Me parece bien. ¿Dónde?

Esta vez no te habías ganado mi humor. No contestas de inmediato. Pasan cuatro minutos, tres horas y dos días antes de que esta mierda me apeste la bandeja de entrada:

Ay, madremía, lo siento. Vaya semana. Haz lo que quieras MENOS matricularte en un posgrado. Bueno, ¿qué tal la semana que viene?

Igual que Prince, soy de natural poético y, si hace falta, sé mirar las cosas de otro modo. Es evidente que el intento de atraerte a mis brazos no ha funcionado. Estás dispersa y flirteas y se te rompe la pantalla del móvil y no borras nada y pones la regla como excusa para que te amplíen los plazos en la universidad y muchos de tus correos electrónicos tienen más vitalidad creativa que tus relatos y ahora mismo tienes como nueve conversaciones con nueve tíos de páginas diferentes. Flirteas. Con todo. ¿Eres consciente de la cantidad de mierda que tienes en la cesta de la compra de Anthropologie.com? Joder, Beck, tienes que aprender a tomar decisiones. Mientras tanto, me queda claro que estás enferma. Enferma como tu padre. Estás enganchada a Benji. Y no puedo desengancharte de él hasta que sepa más de él.

Cosa que me cuesta unos treinta y cinco segundos.

Benjamin «Benji» Baird Keyes III es un puto chiste. Ha estado en rehabilitación, lo que es de risa: se le ve en esa cara de engreído que no es capaz de tener adicciones de las de verdad. Es propietario de una empresa que fabrica soda bío que ahora mismo simboliza todo lo malo. El negocio se llama Home Soda, una alternativa superior a la bebida de toda la vida que llamamos «club soda», porque «aunque los clubes son selectos, en el mundo no hay lugar más selecto que tu propio hogar. Puedes entrar en un club pagando la cuota, pero no se puede decir lo mismo del hogar».

Beck, no me digas que esta mierda cuela. Dime que no. La start-up de Benji ha tenido un éxito abrumador en el mercado underground, muy a lo Whole Foods, y la página web cargada de colores pastel incluye una diatriba sobre Monsanto (como si los padres de este chaval no sacasen tajada directamente de Monsanto, como si este chaval no se hubiera criado comiendo literalmente lo de Monsanto: su padre trabajaba para la puta Nestlé cuando él era pequeño) y, no obstante, Benji despotrica. Un ensayo fotográfico (lo que los demás conocemos como presentación de diapositivas) revela que a Benji se le ocurrió montar Home Soda estando de acampada con amigos en Nantucket. Lo de «acampada» es de coña; Nantucket no es New Hampshire, y Benji estaba en la casa del lago de una amiga, frente al mar. Amplío la foto y veo a la chica que no etiquetas en tus fotos de Facebook. Ajá: conoces a Benji a través de esa chica rara de cara triste, y resulta que tiene una sonrisa legítima, pero se la guarda para los amigos ricos y sus fotos de propaganda escenificada. Pero ¿fuiste con ellos de acampada? Pues no. Es probable que ni te invitaran. Tu amiga debió de soltarte cualquier excusa de mierda, como que en la casa de la playa no había sitio para todos. Eres la lugareña, y Benji es el turista que te entra (literalmente), te utiliza como descanso del desgaste que le causa el negocio de la soda artesanal y corta contigo antes de que acabe el verano. Es el papi al que te mueres por complacer, el papi que siempre se marcha, hagas lo que hagas.

Tu sustento emocional es una economía frenética de temporada en la que es festivo día sí y día no. Te alquila cuando quiere, igual que alquila un loft en SoBro (o South Bronx para los que no necesitamos inventarnos motes de mierda para los barrios en los que no nos quieren ni ver). Y te engaña, Beck. Mucho. Compulsivamente. Está en plena campaña de acoso y derribo a una artista de performances que se ríe de él como él se ríe de ti. Han pasado seis minutos y tres horas y un día cuando me mandas este e-mail:

Es un poco de sopetón, pero estoy en Greenpoint. ¿Puede ser que estés trabajando en algún bar?

Respondo:

No, pero podemos quedar en Lulu’s.

Respondes:

¡HECHO, CARIÑO! Perdona por las mayúsculas. ¡Me hace ilusión!

Espero doce segundos, nueve minutos y ninguna hora antes de contestar:

Jajaja. Voy para allá. 5?

No contestas, y yo tengo que coger dos metros para llegar hasta allí y tengo la banda sonora de Hannah y sus hermanas metida en la cabeza, todas las canciones a la vez y tan alto que no oigo la música de mi móvil ni la de tu móvil y sólo soy capaz de pensar en nuestro primer beso, que seguramente tendrá lugar dentro de dieciocho segundos, diecinueve minutos y tres horas, cuando estemos los dos borrachos en un taxi en Bank Street, y por fin lo pillo, ya sé por qué hay tíos que se la pelan en el metro. Pero yo no. Te tengo a ti en el futuro. El metro va despacio y «locomotora número 9» y mira cuántas cosas tenemos ya en común, cuando ni siquiera hemos follado. Te traigo un regalo. Te traigo The Western Coast con una dedicatoria:

Locomotora número 9

de la línea de Nueva York,

si acabas en un geriátrico,

podrás leer un ratico.

No es una dedicatoria perfecta, pero es aceptable y tenía que comprarte algo, premiarte por dar el primer paso, y el metro ha llegado y espero que al final Prince llegase adonde yo, que estoy subiendo los dieciséis escalones y dos manzanas y una avenida que me llevarán al resto de mi vida. Sin embargo, no he llegado ni a mitad de la escalera de la estación cuando tu teléfono hace un ruido. Hay mucha información que procesar y eso requiere sentarse y lo hago. Las cosas han cambiado. Rápido, demasiado rápido. Casi dos semanas después de que le escribieses a todo el mundo para anunciar el número de teléfono nuevo, Benji ha contestado al e-mail:

Hola.

Y tú has respondido:

Vente a casa.

Y él:

C

Y entonces me has enviado otro e-mail:

Jo, he tenido que ir a algo de la uni. ¿Posponemos a la semana que viene?

¡Lo siento! ¡De verdad!

Entonces Benji te ha escrito:

Dame una hora, me ha salido algo de trabajo.

Y tú le has dicho:

C

Sonríes porque quieres que la vida sea como era antes de que tu padre lo estropeara todo en Nantucket: sin secretos, sin peligros. Escribes sobre lo seguro que es el lugar, que la claustrofobia y la comodidad van de la mano. Tu familia nunca cerraba la puerta de casa con llave y dejaba el coche abierto con las llaves en el contacto, pero, cuando llega marzo, darías cualquier cosa con tal de ver desconocidos. Hace unas semanas escribiste un tuit:

La isla de #Manhattan es como la isla de #Nantucket: la compra sale cara, las bebidas también y en invierno todos se vuelven locos.

Beck, eso queda muy cuqui, pero Manhattan no tiene nada que ver con tu querida Nantucket. Deja que te cuente qué hice el martes pasado.

En la isla de Manhattan tienes que guardar las cosas bajo llave porque, si no, puede que un tío espabilado se pase a visitar una puta fábrica de soda un martes sabiendo que el jefe no está por allí (un agradecimiento al perfil de Twitter de Benji), se disculpe para usar el baño, pero se salte la parte del baño para ir directo al despacho de Benji (que está abierto) y pase del resto de la visita a la fábrica de soda para hacer un tour privado del ordenador de Benji (que no tiene contraseña) y se entere de que Benji tiene un calendario con enlaces a las fechas de las performances de @lotsamonica. Hoy Monica tiene actuación y estará dibujando en directo en un parque de bomberos reformado de Astoria (toma ya). Como admirador verificado de ella en todas las redes sociales (hay que ver las cosas que hago por ti, Beck), tengo acceso a la emisión en vivo y, aunque no veo a Benji en sí (hay demasiada gente), veo botellas de Home Soda en todas las fotos con filtros. Está ahí. Un comentario de una tipa con flequillo y gafas rosas lo demuestra:

Benji mola mucho por traer la soda #bíodeporvida #homesoda #bebergratisomorir

Ya lo ves. Tu estimado Benji no se presenta cuando lees tus relatos, pero se pega la pateada hasta el barrio de Astoria, en Queens, en horas de trabajo, porque le parece que Monica es superior, porque es alta y rubia y se cree que sus dibujitos son arte. Tengo que calmarme. Tú no sabes nada de esto. No eres fan de Monica porque no eres imbécil. Pero necesitas saberlo, y me falta tiempo para salir de esa fábrica de engreídos. Debo salvarte.

Soy de los que se preparan para emergencias como esta, así que ya tengo una cuenta de correo electrónico a nombre de HerzogNathaniel@gmail.com. Como tú no investigas, no sabes que Nathan Herzog es el crítico gastronómico de la nueva sección de Vulture, titulada «Dónde comer», ni que vive de los animales pretenciosos como Benji y su Home Soda. Leo cosas que ha escrito y la impresión no es buena. Pero Benji le lame el culo y tuitea sus críticas porque está intentando descaradamente que le escriba un artículo elogiándolo. Mientras, en la excitante sección de noticias de HomeSoda.com, los «admiradores» del agua para memos de Benji no paran de quejarse de que Home Soda no haya aparecido en Vulture.

Hasta ahora.

Ni que decir tiene que utilizo la cuenta nueva para hacerme pasar por el gastrocapullo Nathan Herzog. Muy pronto, Benji recibirá un e-mail de Nathan, que acaba de probar la soda más maravillosa de su vida y se da cuenta de que llega tarde a la fiesta, pero se muere por conocer a Benji. Escribe:

¿Podríamos quedar ahora? Hay una librería en el Lower East Side, Mooney Rare and Used, y es buen lugar para empezar. Tienen una cafetería abajo que nadie conoce.

Saludos cordiales,

N.

Benji tarda apenas unos nanosegundos en responder:

Por supuesto, Nathan. Me halagas. En route!

No contesto. ¿Qué clase de gilipollas diría «en route»?

Estoy en el metro pensando en ti cuando me doy cuenta de que la he cagado. Me falta algo.

The Western Coast.

Con la dedicatoria firmada.

Me lo he dejado en la acera cuando me he detenido un momento para recuperarme después de que me dieras calabazas, y el señor Mooney tenía razón. Nunca seré capaz de llevar la librería; en el fondo no soy un hombre de negocios ni puedo hacer varias cosas a la vez. Soy poeta, por eso sé que estoy a cuatro paradas, un transbordo, tres manzanas, dos avenidas y un tramo de escalera de pasar por casa para coger unos regalitos para Benji. Le mando un mensaje a Curtis:

No hace falta que vengas hoy. Lo tengo controlado.

Él responde:

Guay.

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