You

You


Capítulo 9

Página 11 de 57

9

Doblo la esquina y veo a Benji tirando de la puerta de la librería; lo he pillado, qué bien. Sonrío de oreja a oreja. Este tío es mío.

—¡Ahí está! —digo en voz alta—, el hombre detrás de Home Soda.

—Señor Herzog, es un verdadero honor —responde él con admiración.

Ese puto lameculos lleva una americana de Brooks Brothers y, total, ¿para qué?

—Siento llegar tarde —digo, y hago como que no sé dónde tengo las llaves porque los críticos gastronómicos que son copropietarios de un híbrido de librería y cafetería son torpes por naturaleza—. Te prometo que vale la pena la espera.

Abro la puerta y entramos, y Benji está demasiado nervioso para enterarse de que acabo de cerrar con llave.

—Menuda joya —se maravilla—. Y ¿aquí sirven café?

—De vez en cuando —contesto.

Podría trabajar para la página web de mierda de New York Magazine. He visto Mad Men y conozco a Jay Z y sé dónde cobran demasiado por el ramen.

—De momento, ¿te vale un agua?

—Excelente, Nathan.

«Excelente, Nathan». Mientras Benji no cierra la boca con lo mucho que le gustan los libros y las librerías y la gente que lee libros, yo vierto una bolsita de Trankimazin machacado en un vaso de agua. Se lo beberá de golpe. Está nervioso. Coge el vaso. Me da las gracias. Ni siquiera puede decir eso sin parecer un falso. Lo dejo hablar y le digo que tengo que mirar una cosa en el mostrador de caja y él se deshace en disculpas y «perfecto, Nathan» y «he despejado la agenda para venir» y, mientras muevo unos papeles, oigo cómo el Trankimazin lo va dominando. ¿Habré metido suficiente? Está un poco mareado y se quiere sentar.

Se acerca dando tumbos a la caja.

—¿Te importa si me siento? ¿Dónde puedo sentarme un momento?

Un puñetazo sobra. Pero bien pensado, ha usado la palabra «excelente» más de diez veces en veinte putos minutos. Ha caído frito en el suelo, así que me acerco y le levanto los pies. Venga, escaleras abajo. No se despierta mientras lo arrastro a la jaula; lo encierro y sonrío. Excelente.

La americana es una fuente maravillosa de cosas. La cartera de las drogas, con paquetitos de heroína o coca o Rubifén o lo que sea que tomen los niños ricos hoy en día, y una tarjeta llave (eso lo dejo). La cartera del dinero (me la quedo). Y el primer premio: su teléfono (no hace falta que te diga que también me lo quedo). Benji es tan despreocupado como tú, Beck, y en cuestión de segundos accedo a su cuenta de Twitter, a su e-mail y al blog de la web de Home Soda. Como te imaginarás, tiene el móvil lleno de fotos de la tal Monica artista callejera. Es repugnante, abierta de par en par, siempre posando. Escojo una «sexi» y la cuelgo desde el perfil de Twitter de Benji con dos palabras de acompañamiento:

#hermosaymaravillosa #sí

Se supone que debes interpretar que Benji te está diciendo:

#insuficiente #no

Y eso es lo que interpretas. Ay, Beck, cómo me duele verte llorar y sentirte rechazada. ¿Es que no sabes cuánto me gustaría abrazarte y recostarte en ese cojín verde y llenarte de amor y de soda industrial? Yo quiero todo eso. Pero no puedo intervenir. Necesitas espacio para alejarte de este gilipollas, y espero a que tu tristeza se convierta en rabia. Cuando eso pasa, escribes como una serpiente, te arrastras:

Yo no soy un puto juguete, Benji. No soy una puta tragalefas sin corazón y con ínfulas de artista de mierda. Soy un ser humano. Un ser humano de verdad, como en la canción, y tú no puedes pasar de mí así como así. ¿Me oyes? Mi vida no es así. Trátame como tratas a tu soda. O mejor, ¿sabes qué? Mejor fóllate la puta soda. A ver qué tal. Métela en una botella de cristal y fóllatela, porque es lo que más quieres. A mí no me quieres. No quieres a nadie.

Tus e-mails son sinceros y bonitos. Pero hay un problema: los guardas en la carpeta de borradores. No tienes las narices de enviarlos. Sigues aferrada a esa fantasía de pueblerina en la que un turista de pelo alborotado que está de acampada mandará sus ideales a tomar viento por ti. Es lo que quieres. Yo no puedo hacer gran cosa, así que me mantengo a la espera. Leo tus e-mails.

Chana tiene razón:

«En serio, Beck. Sería guay que Benji te quisiera, pero no es así. Así que no me sorprende que te deje colgada y te engañe y te salga con esas mierdas de papi esto y papi lo otro. Igual te parece raro, pero me alegro por ti. Que se acabe ya».

Lynn interviene:

«Creo que no hay chicos majos en todo Nueva York. No tengo prisa por casarme, me encantan las Naciones Unidas. Y preferiría trabajar en Praga que casarme, pero, en serio, creo que aquí no hay ninguno que valga la pena. Son todos como Benji».

Chana contesta:

«Bórrate de eHarmony, Lynn. De verdad».

Me siento optimista hasta que tienes una conversación aparte con la tal Peach. Con ella eres distinta.

Tú: «Parezco una cría, pero no sé nada de Benji. Me dejó colgada. Debe de estar ocupado, pero ¿y si…?».

Peach: «¿Y si te concentras tanto en escribir algo genial que al final te olvidas de él? Es como en yoga, cuando concentras toda tu energía en un lugar sagrado: tú».

Tú: «Tienes tooooooda la razón. Gracias, oh, mujer sabia».

En realidad da igual lo que piensen tus amigas: sigues escribiendo borradores de mensajes para él. Y ahora quieres saber dónde está y cuándo lo verás. Lo deseas. Todavía. Necesitas que te ayude, así que falsifico una entrada en el blog de Home Soda:

Viaje improvisado a ACK. Nueva inspiración, sabores nuevos con la ayuda de una compañera maravillosa.

Es la clase de gilipollas que se referiría a Nantucket con el código del aeropuerto: ACK. Y qué sorpresa, no te ha invitado. No te ha dicho que se iba. Se ha marchado, sin más. No vale una mierda. Y como ha usado la palabra «maravillosa», se supone que debes pensar que está con Monica y olvidarte de él para siempre. Aun así, le mandas el enlace a Peach y estás triste, no enfadada. Ella te contesta:

Cariño, es emprendedor. Y seguramente se refiere a Daisy, la labrador de sus padres. ¡No saques conclusiones precipitadas!

Estamos en punto muerto. Nada de lo que he hecho ha servido. Perdonas al capullo que tuitea una foto con filtros de la putona «ven y fóllame» de la soda. Cuando tú leíste tu relato, no había cajas gratis de Home Soda, Beck, pero tú seguías queriéndolo, y yo todavía tengo que arreglar esto. Te mando un correo desde la cuenta de Benji:

Es una historia muy larga. Cuídese, joven.

Abres el mensaje segundos después de que yo lo haya enviado. No se lo reenvías a tus amigas ni escribes otro borrador de mensaje violento para mandarlo a tomar por el culo. Te quedas quieta, pero una hora más tarde no me sorprende que me llegue una notificación de un e-mail al móvil. Eres tú.

¿Quedamos el jueves?

Lo he conseguido. Por fin. Sólo tengo una palabra para ti:

Sí.

Cuando el marica se despierta, no sé cuánto tiempo ha pasado, pero él bosteza como si hubiera dormido un siglo. Al principio parece que no cae y me hace preguntas tontas sobre la jaula (¿es madera de caoba?) y luego me habla de loros. Al final se da cuenta de que nos separan unos barrotes. Se acerca a la puerta y, por segunda vez en un día, veo a este imbécil tirar de un pomo.

—No hace falta que hagas eso —le digo.

Intento que siga tranquilo. Soy amable.

—Déjame salir —me suelta—. Ahora.

—Benji, tienes que calmarte.

Me mira. Está confundido. El hermano de Candace tampoco entendía nada. Los gilipollas siempre se quedan atontados cuando se restaura el orden en el universo, cuando deben responder por comportarse con cobardía y pretensión, y sin amor.

Ir a la siguiente página

Report Page