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Capítulo 17

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No sabes que estás de luto. No sabes que Benji ha muerto. Es imposible que lo sepas. Pero no estás del todo bien, Beck. Has pasado toda la semana holgazaneando y haciendo sesiones virtuales de cine con Peach. No puedes ni salir del apartamento a tomar café sin discutir los méritos de Starbucks, Dunkin’ Donuts y los trabajadores tan majos de tu delicatessen. He intentado que me hagas caso, pero ahora mismo estás a tope con Peach.

Ni siquiera puedes mantener tus opiniones sobre una puta película. Cuando fuimos al Corner Bistro, me dijiste que te encantaba Magnolia y me soltaste un discurso sobre tu relación de amor-odio con California y sobre tu sueño de conocer al puto Paul Thomas Anderson y decirle lo inteligente que es. Y te di la razón. Pero Peach te dice que sus películas «están infladas y son juiciosas», y ¡le das la razón! Juiciosa ni siquiera significa lo que ella quiere decir, y se supone que tú quieres ser escritora. Me esfuerzo. Te pregunto qué haces, y me cuentas que estás viendo Magnolia y ¿qué haces? Me dices que te parece juiciosa. Aunque tú no lo pienses. Lo piensa Peach. Luego intento quedar contigo y me contestas que estás enferma.

No estás enferma, Beck. Le has propuesto a Peach que vayáis de compras, a comer por ahí. Ella contesta que no, que está mala. Pero la he seguido. Tengo que averiguar por qué te domina de esa manera, así que durante toda la puta semana la he visto ir a pie a la empresa de arquitectura e ir a pie a comer y saludar a gente con besos y comerse una ensalada de Cobb sin ganas, Beck. No está enferma. Te propongo salir a dar un paseo, a tomar café, a tomar una sopa, lo que sea. Y siempre contestas lo mismo: B

Duermo. Han pasado seis días desde que falleció Benji y aún no te he visto. Al menos no sueño, que yo recuerde.

Cuando me despierto, el mundo es un lugar mejor porque, por fin, has discutido con Peach. Ella te ha dicho que tu psicólogo no valía nada, y tú lo has defendido a él y a ti misma. Estoy orgulloso de ti. Lo mejor de todo es que, ahora que vuelves a pensar con sensatez, eres la chica que conozco y amo. Me has escrito en mitad de la noche:

Bueno, esto será demasiado largo y es demasiado tarde, pero ¿alguna vez te dan ganas de mandar a todo el mundo a tomar por el culo? No quiero ser la típica que critica a las amigas a sus espaldas, pero ahora mismo me gustaría decir que ¡son unas cabronas! Me esfuerzo muchísimo en juntarlas, ya lo habrás visto, y ellas no hacen más que pelearse y hacerme la vida imposible. Chana no va a ninguna parte si allí va a estar Peach, y Peach no quiere ir si en el sitio adonde vayamos hay happy hour en la barra porque le parece que las ofertas de bebidas atraen a la chusma. A lo que voy…… Y ahora son las cinco de la mañana y no he acabado el relato y hoy tengo que leerlo en el taller de escritura y todo es puaj, ¿sabes? Hay una que se llama Blythe; es un monstruo, me odia y me va a destrozar el relato del vaquero. Pues vale. Y yo aquí enrollándome. Pero la cuestión es que está saliendo el sol y pienso en ti. Nos vemos pronto. Eso suponiendo que después de leer este e-mail no pienses que estoy mal de la cabeza. Buenas noches C

Y me alegras el día, así de fácil. Te he contestado con un mensaje breve pero chulo:

Querida Beck, esta noche te invito a seis copas. Joe.

Te ha encantado, me has respondido con una carita sonriente, esta noche tenemos una cita (¡bien!), lo he jugado de lujo (¡bien!), devuelvo a su sitio la máquina de escribir que me llevé a la cama y hoy tengo el pelo perfecto (¡bien!) y esta tarde trabaja Curtis, así que ni siquiera tengo que cerrar la librería (¡bien!) y Peach está fuera de combate (¡bien!) y me corro muy fuerte por ti, Beck. ¿Quién sabe? A lo mejor pasa esta noche. Voy hasta tu barrio y compro dos cupcakes de Magnolia Bakery. Huelen de la hostia y me apetecen mucho, pero soy un buen chico, Beck, y se me ha ocurrido algo que hacer con todo este fondant.

Y entonces… entonces. Se supone que hemos quedado a las nueve, pero me llamas a las nueve y cuatro minutos casi sin respiración, de camino al norte de la ciudad. Dices que es una historia muy larga, pero que Peach está sola en casa y cree que alguien ha entrado porque los muebles de la terraza están cambiados de sitio. Presa del pánico, hablas como ella.

—Escúchame, Joe —persistes—, quienquiera que haya entrado, ha movido la chaise.

Te interrumpo:

—Pero ¿le han robado la silla?

—No —contestas, y suspiras—. Pero alguien ha entrado por la fuerza, Joe. Tiene miedo.

—Ya, claro —respondo.

Sigues hablando, pero la situación no es tan dramática como tú la pintas. No he entrado por la fuerza ni he movido «la chaise». Usé una llave del servicio que encontré en la fiesta. Y no he robado nada. Más bien soy como Papá Noel, porque llevé una sobrecubierta acrílica para el Bellow, así que esa capulla debería darme las gracias.

—Peach dice que lo siente —me juras—. Se siente fatal, pero le da un miedo atroz volver a tener un acosador.

No me voy a dignar a hacer caso de eso de «volver a tener un acosador», pero me imagino las películas de terror que te habrá contado Peach en el pasado.

—No te preocupes —contesto, y parece que hable en serio.

Te digo que vayas con cuidado y eso te gusta. Te perdono. De verdad. Eres una amiga fiel y lo de «chaise» no lo has dicho tú, es típico de Peach. Me como las dos magdalenas, pero el fondant está un poco viejo y sabría mucho mejor si te lo hubiera chupado de las tetas. Un rato después publicas una foto en Twitter. En esas bandejas luminosas hay magdalenas mucho más pequeñas que mis cupcakes grandes de Magnolia y una botella gigante de esa mierda de vodka de caramelo. Escribes:

#nochedechicas #nocheencasa

Es imposible que supieras lo de los cupcakes. Pero a veces me das que pensar.

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