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Capítulo 53

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El correo que recibo es aburrido y de tipo financiero: facturas, cupones, mierdas. Pero hoy, casi tres meses después de tu fallecimiento, el Servicio Postal de Estados Unidos me entrega la primera invitación de boda de mi vida. El sobre es tan grande que el cartero ha tenido que subir y dejármelo apoyado en la puerta. Sé que no soy un experto en el tema, pero es preciosa, Beck, y me la he traído a la librería. Me he prendado del romance triunfal de la cartulina gruesa yuxtapuesta con la delicada letra bastardilla cursiva de oro. ¿Quién iba a decir que Ethan y Blythe fuesen de la realeza? En tres meses pasan muchas cosas. Ethan De Los Signos De Exclamación y Blythe van a casarse y me han invitado a la boda, que se celebrará en Austin, Texas. En tres meses no pasan muchas cosas. El cartel que anuncia el puesto de trabajo sigue en el escaparate; Ethan se buscó un empleo en una corporación, el matrimonio es caro.

Con todo, esta invitación me ha alterado el punto de vista. No he sentido tanta esperanza desde que iba a la consulta del doctor Nicky, desde que entré en ti. El futuro vuelve a existir gracias a esta invitación. La invitación requiere que señale fechas en el calendario. Y mirar hacia delante en el calendario del móvil me da buenas sensaciones. Antes de que la invitación llegara dirigida a «¡Señor Joe Goldberg e invitada!», lo único que miraba eran los meses que ya habían pasado e inventaba aniversarios para nuestra vida en común que ya no existe. Nadie entiende mejor que tú la necesidad de avanzar; te gustan las cosas nuevas, te gustaban las cosas nuevas. La vida no es un libro de Dan Brown; estás muerta y no volverás. Aun así, la vida es mejor que un libro de Dan Brown porque, por fin, tengo algo en el futuro que me ilusione: una boda. Tengo que decidir entre solomillo o pescado, y la decisión me parte en dos y, según las normas estipuladas en la tarjeta de contestación, debo tomar la decisión a lo largo de los próximos cuarenta y un días.

Suena la campanilla de la puerta a pesar de que este día que no es verano ni otoño es muy tranquilo. Un hombre normal y corriente con pantalones cortos pregunta por Doctor Sueño. Le señalo la sección de Ficción G-K y me acuerdo de la vez que te vi en la F-K y de lo tonto que fui los días siguientes. He reordenado la librería, no quería seguir viendo la sección F-K. Estaba convencido de que reorganizar las estanterías me haría más fácil vivir en un mundo sin ti, el mundo que creé con mis propias manos, el mundo que no me permite decirte que sé que los albornoces del Ritz se los robaste a Peach. Todavía me viene a la memoria. Todavía me estremezco. He vuelto a comer, pero sólo porque odio desmayarme. Hasta ahora, todo ha sido un ejercicio. Siempre me sentiré en deuda con el Servicio Postal de Estados Unidos, con Ethan, con Blythe. Y nunca más volveré a menospreciar el poder de la anticipación. No hay mejor estímulo en el presente que una invitación al futuro.

El tipo solitario compra el libro de King y se marcha con él, y me hará falta comprar un traje. Tener un proyecto en marcha es maravilloso y lo celebro con una visita al nido de amor virtual de Chet y Rose. Me da la sensación de que, tras esa noche horrible en el bosque, los conozco mucho. Quiero contarles lo de la invitación. Me he obsesionado con Chet y Rose, ¿cómo no? Se casaron en el bosque para que yo pudiera seguir creyendo en el amor. Les quiero. He visto las fotos de su luna de miel cientos de veces. Ellos estaban cuando los necesité. Qué oportunos. Al principio, ponía la presentación de las fotos y fingía que éramos nosotros los que estábamos de luna de miel en Cabo San Lucas. Pero estos días estoy menos amargado. Sé que no todos podemos ser Chet y Rose. Es un hecho indiscutible: en esta tierra hay gente que recibe amor, se casa y se va de luna de miel a Cabo. Otros no. Hay personas que leen solas en el sofá y otras que leen juntas en la cama. La vida es así.

Es probable que muera solo. Karen Minty seguramente morirá casada; a mucha gente le gusta El rey de Queens. Y yo estoy contento con mi destino. Yo decidí ahorrarte el dolor de la existencia. Te dejé marchar. Te perdono. No es culpa tuya que arrastrases a todos tus demonios en ese bolso grande de Prada o en los albornoces grandes de segunda mano del Ritz de Peach, y que lo hicieras tan mal. Eras tóxica, no mala, y a los hombres que te abandonaron les va bien. Ese tal Hesher tiene un programa de televisión que no da asco. Según el registro de internet de la página de Babies R Us, tu padre está a punto de ser padre una vez más. Hay gente que lo tiene todo, de verdad.

Creo que te alegraría saber que tu voz sigue viva. Soy el único lector de El libro de Beck, llevé tus relatos a encuadernar a una imprenta de FedEx. Sin embargo, millones de personas han devorado la historia de tu vida. Todo el mundo conoce la historia del psicólogo retorcido que te asesinó. No saliste publicada en el New Yorker, pero apareciste en el New York Post.

Me has cambiado, Beck. No me quedaré solo como el señor Mooney. Tengo a Ethan y a Blythe. Tengo a las chicas que ellos me endilgan de vez en cuando. Siempre son horribles, lánguidas y condescendientes o superficiales y simples. Yo soy como Hugh Grant en Love Actually, pero sin el amor, cosa que no está tan mal si piensas que en la vida real Hugh Grant es soltero como yo. Una vez más, no todos los animales están destinados a vivir en pareja. Sí, entiendo que estamos hechos para tener compañía; Dios nos dio un vocabulario. Necesitamos hablar. Necesitamos escuchar. De vez en cuando, follo; con chicas de internet, chicas de la librería. Pero no me relaciono mucho. Ya no me abro «pétalo a pétalo», y tenías razón, Beck. No eras quien yo creía que eras, y Barbara Hershey no era la media naranja de Elliot en Hannah y sus hermanas. Suena la campanilla de la puerta y aparto la mirada de una foto de Chet y Rose sobre una tabla de paddlesurf y veo a una chica; a una chica que conozco, más o menos. Lleva una camiseta de tirantes de la Universidad de Pittsburg y vaqueros. Me mira con vergüenza y me saluda con la mano. Ojalá hubiera puesto música. La última vez le gustó lo que ponía.

—He visto el cartel del escaparate. —Traga saliva—. ¿Todavía buscas a alguien? A veces se les olvida quitar el cartel. A veces es una puta coña. Perdón por la palabrota.

Me había olvidado del cartel, pero no de Amy Adam ni de su tarjeta robada, su vestuario académico fraudulento y sus enormes ojos castaños. Todavía busco a alguien. Se acerca. Le echa un vistazo a la invitación de boda y asiente con la cabeza.

—Austin me encanta.

—¿Cómo te ha ido este tiempo? —le pregunto, una maniobra aterciopelada.

Soy un caballero, he asumido el papel del que recuerda para que ella pueda ser la señora, la recordada. Se muestra obsequiosa y casi hace una reverencia. Está contenta, la he halagado. Me mira y me siento bien en su mirada. Entonces me da el currículo.

—Trabajé en una librería pequeña de Williamsburg, pero digamos que la cosa no cuajó porque tenían una política miope en cuanto a lo que ellos llamaban robar —se queja—. Como que no debía coger libros y leerlos en casa. Y ya me dirás cómo se puede leer un libro sin subrayar cosas.

Habla en voz muy alta:

—Disculpa que no sea una de esas personas supermodernas que se han pasado al Kindle, pero a mí me gustan los bolis, el papel, las páginas de verdad que se tocan y se rasgan —dice, y niega con la cabeza—. Y si compras un libro y encuentras alguna nota en los márgenes, ¿a quién no le hace gracia eso? Eso que te llevas.

En realidad no quiere que le conteste. Parpadea.

—Lo siento. Se me va la olla. Pero hay que decirlo.

Necesita mi aceptación. Le sonrío.

—No hace falta que te disculpes.

Ahora le toca a ella, y cumple con ademán juguetón.

—Supongo que parezco una loca. ¿Contratáis a gente majara?

Le digo que sólo contratamos a majaras, y a ella le parece gracioso. Su risa es rítmica y cantarina, le gusta estar aquí conmigo. Será mi cajera y mi novia, y la próxima vez que me inviten a una boda, la invitación será para Joe Goldberg y Amy Adam, y no tendré que preocuparme de encontrar una compañera. Has desaparecido para siempre, y ella está aquí y ahora.

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