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Capítulo 20

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Un estudio que llevaron a cabo en Alemania en 2008 demuestra que el llamado «colocón del corredor» es, de hecho, una patología. Por desgracia para mí, yo no debo de ser humano del todo, porque llevo ocho días siguiendo a Peach y todavía no he vivido ese colocón del que ella habla sin cesar. Tú llevas casi dos semanas durmiendo en su casa por si acaso vuelve el acosador del saco. Ja. Sólo nos hemos visto dos veces.

La primera, hace siete días: me invitaste a tu apartamento porque habías ido a buscar tus cosas. Te preparaste la bolsa y me preguntaste qué pensaba hacer el día de Acción de Gracias. Te dije que iría a comer con el señor Mooney y su familia, y me creíste. Me contaste que tú estarías con la familia de Peach, porque Peach se deprime cuando los ve.

Empezamos a liarnos, y tú me paraste y te frotaste la frente con la mano. Pensé que mi vida había acabado, pero me tocaste.

—Es por mis historias, Joe —dijiste—. Cuando vienen las vacaciones me pongo rara por lo de mi padre. No es lo mismo desde que murió.

Te dije que lo comprendía, cosa que es cierta, y entonces vimos Dando la nota, y paraste la película cuando te llamó Peach, contestaste la llamada, te disculpaste y me mandaste a casa.

Pero yo me escondí junto a la ventana y, por suerte, pusiste el móvil en manos libres. Cuando acabasteis de comentar cosas sin importancia, Peach suspiró.

—Mi madre ha ido a comer con la madre de Benji.

—Ajá —respondiste.

—¿No quieres saber lo que le ha dicho?

—Benji es un crío —respondiste tú con mucha calma, y eso indica que ya no te gusta—. Y es evidente que es un poco yonqui.

Peach prefirió anular tu comentario:

—Es que muchos artistas tienen esa debilidad, Beck.

Tú no pensabas tragar con eso y le contestaste:

—Ahora mismo seguramente estará en China, hasta las cejas de la mejor heroína, ahogándose en carnaza oriental. Vamos, algo está tomando, porque sus tuits dan pena.

No, Beck. Mis tuits de Benji no dan pena. Mis tuits desarman. Son oscuros.

Seguisteis hablando de él.

—La verdad, Peach, es que lo último que pienso hacer ahora es preocuparme por Benji —declaraste—. ¿Acaso se preocupaba él por mí?

—Baja el tono.

—Lo siento. Es que estoy haciendo la maleta y eso siempre me cuesta.

—Puedes usar mis batas. Puedes ponerte toda mi ropa.

Joder, cómo te desea. Le dijiste que tenías que colgar y después me escribiste para disculparte por la despedida abrupta, y yo contesté que no te preocuparas; luego te lo montaste de lo lindo con uno de los cojines, y yo escuché. Me gustó.

Volvimos a vernos hace tres días. Tú y yo y Peach quedamos en el puto Serendipity porque su chocolate es el único que ella puede comer y, con todo el drama del acosador, se moría por comer chocolate. Nos sentamos en una mesa pensada para niños o para gente con hijos, y vi cómo Peach engullía un cuenco enorme de chocolate caliente helado, cuando yo sé, porque he leído sobre la cistitis intersticial, que si tienes esa patología (no es una enfermedad, Peach, sino una patología), no puedes hacer eso. Habló más que la suma de nosotros dos y, cuando intenté cogerte la mano por debajo de la mesa, tú me diste palmaditas en la pierna: «No». Después nos despedimos en la calle con un beso y tensaste tanto los labios que fruncías la boca.

El día de Acción de Gracias no ha sido un día feliz. Llega el festivo, como siempre. Los parientes de Peach vuelven a casa, y tú estás ocupada con ellos, y ahora mismo no soy tu novio y no me invitas a comer pavo con su familia. Curtis quiere algún día más de fiesta, así que yo trabajo todo el tiempo. El primer día que corro lo hago por el impulso de matar a Peach. Mientras los demás están ocupados con sus familias, yo salgo de paseo y, sin darme cuenta, me acerco a su edificio porque tú estás en él. La primera vez que corro es porque Peach sale de su edificio a toda prisa y casi me ve. Y de haberme visto por allí cerca, se le iría la cabeza y pensaría que yo era el acosador. Así que sí, por un segundo, eché a correr tras ella en dirección al bosque porque pensaba agarrarla del cuello y hacerla dejar de correr de una vez por todas.

Seguí corriendo al día siguiente y al otro porque me indignaba el hecho de no haber podido seguirle el ritmo. Tan pronto por la mañana hace frío y, como las zapatillas deportivas altas que compré en la tienda de segunda mano no sirven, me compré unas especiales para correr en una tienda de deporte (pégame un tiro ya). Ahora tengo los pies cubiertos de sangre como Peach y, cuando llego a la librería por las mañanas, ya estoy hecho polvo. El que dijera que correr por la mañana da energía no tenía que ir a trabajar de cara al público.

Cuando llega el décimo día, echo tanto de menos tu cara que las fotos de las fotos ya no me valen. Hablamos a diario, pero ahora que prácticamente vives en casa de Peach, estás diferente. Echo de menos cómo fue cuando estuvimos en el Bemelmans Bar, así que una noche voy solo y siento lástima de mí mismo y me atiende un camarero desagradable que no para de preguntarme si espero a alguien. Es una época oscura y solitaria y la verdad es que no puedo seguir así, Beck.

Al undécimo día, con el chándal nuevo y las zapatillas, parezco un corredor de verdad. Me he puesto hasta una maldita cinta en la cabeza. Peach sale tarde porque anoche estuvisteis bebiendo, tal como he visto en Twitter:

¿Vodka o ginebra? Más bien vodka y ginebra #nochedechicas #nocheencasa

Va lenta y mal y está claro que tiene resaca. Se agacha como si fuera a vomitar, y la mayoría de las personas evitan hacer ejercicio de alto impacto. Hace frío y me palpitan las piernas y estoy harto de correr por el bosque todos los días. Aun así, estoy de acuerdo con una cosa: correr es una puta adicción. No han pasado ni dos semanas desde que empecé la vida de corredor y ya no me hace falta poner el despertador.

Siempre empieza despacio antes de que salga el sol, con Elton John cantándole: «Maldita sea, son las cuatro de la mañana, escúchame bien» y a estas alturas ya me sé la canción («esta noche alguien me ha salvado la vida») y no es la clase de música que te dé ganas de sudar. La razón por la que oigo a Elton John es que ella no respeta el espacio público compartido. Los ciudadanos dignos y respetuosos del mundo utilizan cascos o auriculares para privatizar la música. Pero Peach no. Ella mete el iPhone en un brazalete que lleva un altavoz especial que atruena. Cuando la gente la mira mal o se queja, cosa que ha ocurrido (qué bien me caen los neoyorkinos, joder), ella no se disculpa. Les dice que se aguanten. Y ¡qué música! La canción de Elton John es lenta y, por lo tanto, incompatible, y el ejercicio es puro castigo físico. Cuando resopla, lo hace sin alegría, fea, y a pesar de que la mayoría de las chicas corren por caminos bien iluminados, Peach lo hace por donde no debería, además de sola, salvo por Elton John («eres una mariposa y las mariposas se marchan volando, volando, adiós»). Y la sigo todos los días porque tú no serás una mariposa mientras ella exista. No eres libre para volar, volar porque ella es una pervertida de mierda y, además, peligrosa; te hace fotos, te codicia. ¿Hay algo más enfermizo que fotografiar a alguien mientras duerme?

Tengo que conseguir que pare y salvarte, así que acelero el paso y le como el terreno; huelo su sudor y Elton suena más alto («esta noche alguien me ha salvado la vida») porque yo soy ese alguien que te salvará la vida. Es el momento. Reúno todas mis fuerzas, la embisto a toda velocidad y lanzo ese cuerpo huesudo contra el suelo. Ella chilla, pero el sonido se ahoga en cuanto se golpea la cabeza con una piedra grande. Ya está, se ha quedado seca. Elton «esta noche duermo sin compañía, me he salvado justo a tiempo y, gracias a Dios, la música sigue sonando». Ojalá Peach se hubiera parecido más a él: honesto, agradecido, sincero.

La música sigue sonando y yo jadeo y tiemblo, y quiero pararla, pero las huellas dactilares son peligrosas. No obstante, ahora que ella está indefensa, entiendo la música. Es un sistema de seguridad. Se preparaba para un momento como este. Y por molesto que sea obligar a los demás a escuchar tu música, también es un acto atrevido e inteligente. Es una pena que sus padres sean semejantes hijos de puta, porque tenía potencial para haberse convertido en una buena persona, en una innovadora. Dejo que siga sonando la música como tributo, aunque tiene gracia porque la música no le ha salvado la vida. Pero, bueno, ella lo ha intentado.

A nadie le sorprenderá enterarse de lo de la muerta de Central Park. Lo que hacen las mujeres que corren solas en lugares oscuros es poner límites a sus propios sentidos. Correr sola es una actividad peligrosa y, a medida que me hago a la idea de que su cadáver está en el bosque del parque, acelero el paso. Nunca había corrido tan deprisa, no conocía la profundidad de mis pulmones; llego hasta la calle, desaparezco por una estación de metro y me dan ganas de vomitar y tengo arcadas, pero sonrío.

Resulta que los alemanes tenían razón: el colocón del corredor existe.

Y menos mal que ahora mismo la vida me ha dado un subidón, porque un rato después me escribes un mensaje que me causa bastante malestar:

Esta noche no podemos quedar. Estoy en el NY Presbiterian con Peach B

Tendría que estar en el depósito de cadáveres, no en el hospital. Como no tengo ni idea de qué ha pasado, como no soy un acosador, respondo con sorpresa y le pido más datos. Me cuentas que la han atacado en el parque. Pero, según tú, hay buenas noticias:

Ha tenido suerte. La ha encontrado una chica poco después. Si no, estaría…, ya sabes.

Respondo:

Pero ¿se recuperará?

Tú me contestas:

Bueno, físicamente sí. Pero a nivel emocional, esto es muy duro. Estará un tiempo ingresada.

No estarías hablando conmigo si Peach hubiera alcanzado a verme, así que al menos puedo dar gracias por eso. Me ofrezco a echar una mano y, aunque insistes en que no me necesitas, te demostraré que soy un buen novio y pasaré por alto la injusticia de que ella esté en una cama de hospital. El único motivo por el que la tienen allí es que su padre está en la junta de dirección y no es justo que le nieguen eso mismo a gente que está enferma de verdad. Sin embargo, en la vida nada es justo.

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