You

You


Capítulo 28

Página 30 de 57

28

Acabo de follar contigo por primera vez en nuestra vida y no me ha gustado ni ha durado para siempre ni has gritado. ¿Dónde estaba el ardor de Macy’s cuando te la he metido? ¿Quién tiene la culpa de que haya sido un polvo rápido? ¿Es porque no ha sido en un probador o delante de una ventana abierta? ¿O he sido yo? ¿Demasiado hambriento? ¿Demasiado ansioso? ¿Te he agarrado demasiado fuerte? Quizá se me dé mejor comértelo que follarte, y esa posibilidad es injusta y horrible. Lo hemos hecho una única vez. ¿Tendré otra oportunidad? ¿Quieres hacerlo otra vez?

No quieres hacerlo otra vez. No retomas la marcha mientras nos recuperamos en el suelo de la jaula. Estás encima de mí y me acaricias el pelo; no te veo la cara, pero se te nota la decepción en las manos, en las caricias llenas de compasión. Haces pam pam pam con las yemas de los dedos, y no puedo soltarte porque podrías apartarte y entonces tendría que mirarte a la cara y ahora no puedo. He aguantado tal vez ocho segundos. O nueve. Repaso la escena mentalmente y no sé cómo ha podido ocurrir. Puede que me la haya pelado demasiado o que tú me hayas calentado demasiado y quizá debería haber cerrado la puerta con llave.

—No —me has dicho—, es más sexi con la puerta abierta y el cartel de abierto, ¿no?

Debería haber sido honesto contigo y contarte que la falta de seguridad me pondría nervioso. Pero no quería decepcionarte, quería dar prioridad a tus necesidades. Querías hacerlo al lado de la caja, pero te he dicho que no.

—Vamos abajo.

—¿De verdad? —me has preguntado.

Estabas emocionadísima. Claro que sí. Estoy seguro.

Hemos bajado (ha sido idea mía, tengo la llave, soy el jefe), he abierto la jaula, te he ordenado que entrases, la he cerrado, y me has sonreído; te he ordenado que te quitaras la falda, y has obedecido (soy el jefe) y no llevabas bragas, y te he dicho que te tocases y lo has hecho y he obligado a la otra Beck a cerrar el pico. Querías la música puesta, así que la he dejado (soy el jefe y puedo darte un gusto de vez en cuando). Te has quedado de pie, sujetando la puerta de la jaula con una mano y tocándote con la otra mientras yo empezaba a desnudarme y has visto que sonreía y al cabo de un momento estaba concentrado y listo. Te he dicho que me lo suplicaras, y me has suplicado que entrase, me he quitado los pantalones y has visto las ganas locas que tenía de entrar en la jaula, te he dicho que te arrodillaras y lo has hecho y has extendido los brazos buscándome (soy el jefe y puedo darte un gusto de vez en cuando), así que he abierto la jaula y he entrado. Me has recibido con las manos, con la boca, y no parabas de mirarme, por eso he sabido que era hora de follarte y de hacerte saber que había llegado el momento, y has saltado sobre mí como un animal, me has rodeado la cintura con las piernas y me has mandado bajar (soy el jefe y puedo darte un gusto de vez en cuando) y entonces…

Entonces.

Entonces te la he metido y me he corrido. La he jodido. Me he corrido muy rápido y muy fuerte, y al principio no has dicho nada ni te has comportado como si quisieras que te ayudase a correrte, sino que directamente te has puesto en modo acariciarme el pelo con cariño (el puto tipo de contacto físico que no tocaba) y has dicho en voz baja:

—No te preocupes, Joe. Tomo la píldora.

Y ese ha sido el momento en el que más miedo me habéis dado tú y lo que tú podías hacerme y no hacerme, porque ha sido cuando me he dado cuenta de que la jefa eres tú y no yo, de que puedes darme un gusto de vez en cuando, si quieres. Cuando por fin nos hemos levantado, los dos estábamos hambrientos y mareados, y arriba había un hombre mayor esperando junto a la caja que nos ha mirado: yo vestido y tú en sujetador, y ha sonreído.

—Que vaya bien la tarde, chicos. Ya volveré otro día.

El tono con el que ha hablado tenía una deleznable cualidad antisexual, arrasadora y anticlimática con su mirada de viejo y el placer que le ha dado vernos tan jóvenes y guapos y vivos. Durante ese instante se ha divertido más que nosotros dos en nuestro primer polvo, y no hay vuelta de hoja ni me sorprende que hayas dicho que deberías ir a ver qué tal está Peach porque lleva un tiempo muy deprimida. No me ha sorprendido que no me hayas propuesto que vayamos a tu cama a follar de nuevo. Lo he hecho mal, y tú eres la jefa.

Sin embargo, hay algo que sí me sorprende. Al día siguiente (ni siquiera has esperado un día entero), me envías un mensaje:

Ey, Joe, hoy no puedo ir. ¡Lo siento!

Y esa exclamación ha sido el principio de nuestro final, y he cometido el error de contestar:

¡Vale!

A continuación, quedas con Lynn y Chana para salir en lugar de venir a verme a mí.

Tú: «Chicas, os echo de menos. Tengo una sesión de emergencia con el doctor Nicky, pero ¿os apetece comer tarde o tomar algo en la happy hour?».

Chana: «¿Quién eres? Jajaja. Vale, por mí sí».

Lynn: «Ya me he puesto el pijama y estoy en modo Housewives. ¡Tomaos una por mí!».

Bueno, pues se acabó, ¿no? El verdadero final, porque en lugar de quedar conmigo, has optado por un profesional de la salud mental y por quedar con una amiga para hablar de mí. Y cuando a una chica le gusta más hablar de ti que hablar contigo, en mi experiencia eso significa el final. Así que he pensado en matarme, joder, matar a todos los de la librería y sacar el CD de Eric Carmen y hacerlo pedazos porque había dejado de creer en mí mismo y en nuestro futuro. Qué patética mi contestación:

¡Vale!

Menos mal que sabías que estaba a punto de perder los estribos, porque menos de cinco segundos después de que parase el CD (a veces el mejor sonido es el silencio) y me sentara en el taburete pensando en castrarme como el pervertido de Juegos secretos, me has escrito de nuevo:

Bueno, ¿qué haces esta noche? C

Y el universo ha vuelto a su cauce porque esa sonrisa es tu sonrisa vertical bien abierta y mojada, porque sabes que yo tengo mucho más que ofrecer. Y otra vez me he sentido bien. Me ha quedado claro que vas al psicólogo a hablar de tu problema: que disfrutas más del sexo cuando tienes público. Y después has quedado con Chana porque has estado muy ocupada conmigo y ella ha estado de vacaciones y querías contarle que te han hecho el mejor sexo oral de tu vida en Macy’s. Ese emoticono es tu manera de decir que ya no trabajamos juntos. Follamos juntos. Así que te he dicho que vinieras a casa a las siete y respondiste:

¡Hasta entonces!

Eran las 19:12 cuando me he dado cuenta de que las velas estaban malditas. Cinco velas votivas que he comprado en Pier 1 Imports por culpa de un cliente de la librería que, por una razón u otra, un día se me quedó en la cabeza. Parecía guay, un tipo del que podría ser amigo si estuviera buscando amigos; dejó una bolsa muy pesada sobre el mostrador para sacar la tarjeta de crédito y suspiró.

—Putas velas. No sé por qué les gustan tanto a las mujeres.

—Ya —respondí.

Entonces no me di cuenta, pero la idea había calado y ya no sería capaz de llevar a una mujer a casa sin tener velas encendidas por culpa de un puto calzonazos que compraba libros de Tom Clancy para él y velas para la esposa que le racionaba el sexo. ¿Qué nos convierte en lo que somos? ¿Qué nos jode de esta manera? No tengo ni idea, pero sé que a las 19:12 han empezado a molestarme las velas y sus patéticas llamas aromatizadas. La pizza estaba fría y el vino que había comprado (odio el vino) se estropeaba por momentos. No puedes dejarlo respirar tanto tiempo y sabía que no vendrías y que era cuestión de tiempo que me dejaras plantado y qué gran sorpresa cuando a las 19:14, mientras estaba sentado a la mesa (la que había arrastrado hasta casa y por la escalera para este preciso momento) me has enviado un mensaje:

No me odies, pero no puedo ir B

Y esa carita que no sonríe es tu cuerpo, que no se abre a mí, y tú mirando hacia otro lado y renunciando a todo lo relacionado conmigo, todo lo relacionado con nosotros, y no me hace falta mirar tu cuenta de correo para saber que no puedo echarle toda la culpa a Peach porque soy yo el capullo y el torpe, pero te había metido unas barritas de regaliz en un jarrón, Beck. Lo cojo y lo lanzo contra la pared, contra el tapiz que le compré a una anciana de mi calle para tapar el agujero de la pared y que estuvieras más a gusto en mi casa. El jarrón no se raja. Rebota en la pared, cae en el sofá, y yo debo de ser el pichafloja más penoso del mundo. No soy capaz ni de romper un jarrón. Lo siguiente son las velas, pero no quiero incendiar la casa, y la que me has jodido eres tú. No puedo responsabilizar al apartamento ni al jarrón ni a los regalices ni la cinta de POLICÍA NO PASAR de la cortina de ducha. Pongo la mano sobre la llama, el fuego quema y me duele la piel y, si pudiera, me prendería la polla, pero sabemos que soy un puto marica pichafloja. No tengo huevos para hacer eso. El olor a carne quemada supera al de la pizza fría y menos mal que no he malgastado dinero en flores.

Ir a la siguiente página

Report Page