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Capítulo 30

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Estoy de nuevo en la librería, rodeado de novedades; puede que me parezca a ti más de lo que yo mismo me doy cuenta, porque las cosas nuevas me entusiasman, Beck. Vendas nuevas, ¡están limpias! Gorro nuevo, ¡es de lana! Corte de pelo, ¡corto! Nueva actitud, ¡qué ilusión! Le digo a Ethan que se vaya antes de la hora, y me dice que se alegra de verme tan animado. Es cuestión de tiempo que me llames o me escribas (porque me echas de menos) y, como tengo tan buenas noticias, miro tu correo otra vez. Chana se mete contigo por el tuit en el que has dicho «LC»:

Chana: «¿LC? Beck, sólo podrías parecer más gilipollas si con LC quisieras decir Lauren Conrad. No puedes llamarlo “LC” si ni siquiera has estado allí. Porque no has ido, ¿no?».

Tú: «Vale, tienes razón. El tuit de LC era una mierda. Estoy regular desde lo de Joe».

Chana: «Si estás regular, no seas cría, llámalo y queda con él. Escaparte con la princesa Peach es, literalmente, lo peor que podrías hacer».

Tú: «Ya lo sé. Es como en Sexo en Nueva York, cuando Carrie está en París con el ruso y dice que no puede evitar pensar qué pasaría si estuviera con Mr. Big».

Chana: «Sólo que eso es una mierda de serie de televisión en la que tienen que alargar las cosas. Esto es la vida real. Basta de dramas y llámalo ya. ¿Quién sabe? A lo mejor se acerca una noche a Rhode Island».

Beck, iré todas las noches. Ya está, este es nuestro nuevo comienzo. Le contestas:

Tú: «Ya, la verdad es que eso suena bien».

Chana: «Pues hazlo. Invítalo. Y que se joda Peach. Puedes fingir que él ha ido a buscarte en plan romántico».

Tú: «Puede. Imagínate que le mando la dirección y le digo “ven” y nada más. LOL».

Miro el móvil para ver si tengo algún mensaje tuyo, pero no. Nada. Aun así, es oficial, me deseas, y es oficial, yo te deseo a ti. No puedo quedarme aquí sentado esperando. Tengo que ser un hombre, así que espabilo. Lo primero es lo primero: busco la dirección de la familia de Peach en internet y la encuentro gracias a un artículo viejo de Architectural Digest y a Google Maps. Después llamo al señor Mooney y le pregunto si puedo cerrar la tienda unos días para irme de viaje.

—Joe, ahora tú eres el jefe. Y ya sabes lo que pienso de enero: es un desperdicio. Tómate unas vacaciones, que te las has ganado.

Y es cierto.

Mientras tanto, tú has estado enviándote e-mails con Chana y Lynn, que también está en el #TeamJoe, cómo no:

Lynn: «Pues ¿por qué no haces una escapada con él y no con Peach?».

Tú: «No odiéis a Peach, por favor. Lo está pasando mal».

Chana: «Es que lo pasa mal toda la vida. Puaj. ¡El siguiente!».

Lynn: «Ya sabes que en esa parte de Rhode Island está todo cerrado, Beck».

Tú: «Chicas, por favor. Es un finde. No es para tanto».

Chana: «Dile que gracias por invitarnos. Ya me entiendes».

Tú: «Chana, sí que os invitó. Me dijo que os invitara».

Lynn: «No es lo mismo que si nos hubiera invitado ella».

Tú: «Chicas, está deprimida. Sabéis que hay un tío que la persigue, ¿no?».

Lynn: «LOLOLOLOLOL».

Chana: «¿Cuánto le paga por hacerlo?».

Lynn: «LOLOLOLOLOL».

Tú: «Chicas… Tiene buen corazón».

Chana: «$eguro que $í».

Lynn: «#Hasdadoenelclavo»

Tú: «B».

Me encantan tus amigas porque están de mi parte. Significa mucho para mí y un día, el día de nuestra boda, se lo agradeceré. Me gustaría poder decir lo mismo de Peach, pero ella no está en el #Team-Joe, sino en el #TeamBeck. No entiende que #TeamJoe y #TeamBeck son un mismo equipo. También has estado cotorreando con ella:

Peach: «Casi se me olvida: te vas a morir cuando veas la biblioteca de casa. Miles de primeras ediciones, Beck. Spalding era amiga de la familia, hay toneladas de libros firmados, cosas maravillosas, ediciones muy raras que no se consiguen en ninguna parte. Tengo un ejemplar firmado de Al faro, para que veas. Virginia Woolf. Es una historia muy larga, mejor me la reservo para este fin de semana con una botella de pinot».

Tú: «¿Sabes a quién le encantaría verlo? Pues claro que lo sabes B».

Peach: «Ya, cariño. Te prometo que salir de la ciudad será la mejor distracción posible».

Tú: «B Sí. Eso espero».

Meto tu móvil en la bolsa de la compra de GAP. Ahora no toca leer tus correos electrónicos, sino prepararme para verte. No puedo esperar a que te vengas abajo y me escribas. Porque sé que lo harás. Estarás sola en tu dormitorio de la casa de la playa pensando en que todo sería mucho mejor si yo estuviera allí. Así que me enviarás un mensaje, y yo iré, me dejarás entrar y subiremos sin que Peach se entere y será sexo en la playa. Ahora que conozco nuestro destino, estoy tranquilo. Sólo tengo que ir a Little Compton y esperar a que me llames.

Cierro las puertas del sótano con llave, apago la luz e intento recordar dónde aparqué el coche del señor Mooney y me planteo si debería ir hasta allí por la 95. La ley de Murphy existe por algo: se abre la puerta y entran unos cuantos rezagados.

—Lo siento mucho, pero ¡estoy cerrando! —digo en un tono muy amable.

Conozco los ruidos del local y hay algo que me da mala espina. Sé qué ruido hace la puerta al cerrarse con llave y sé cómo suena el cartel de ABIERTO cuando le das la vuelta. Tengo el machete en el sótano; no obstante, estoy arriba. Oigo que se abalanzan sobre mí, sean quienes sean. Son tres tíos sin rostro porque llevan máscaras de Barack Obama; dos grandes y uno más pequeño. El pequeño enarbola una palanca y no me da tiempo a esconderme en el vestíbulo ni en el sótano. Cuando es imposible ganar, pierdes; se me echan encima a la vez.

Me atacan.

Los recibo como un hombre, y ellos me machacan como si fuera el peor cabrón hijo de puta, como si me hubiera follado a todas sus madres. Tengo la cara hecha polvo, bañada en sangre y saliva, y es posible que el ojo derecho ya no me funcione. El ataque acaba por fin y ahora mismo no soy un hombre, sólo una colección de heridas que palpitan. Abro el ojo que aún me funciona. El Obama pequeño coge el gorro nuevo de GAP del mostrador y levanta el puño. Y. Y.

La hostia puta. Reconozco las zapatillas deportivas porque le habré pedido a Curtis cien veces que quite esos pies sucios del mostrador. Es él, su venganza. Curtis y los otros dos Obama corren a la puerta, y yo me quedo en el suelo, palpitando de dolor. No pienso sentir lástima de mí mismo. Me lo merecía. He hecho cosas, cosas atrevidas. Me acuerdo de la roja insignia del valor de Benji. Era evidente que tarde o temprano me tocaría sufrir a mí. Me echas de menos, y estoy a punto de conseguirte por fin: es un momento clave de mi vida y por eso es momento de expiar lo malo. Sangro y me hincho. Me tiembla el párpado izquierdo, he pagado mis pecados, el cartel de CERRADO tiene razón: es el fin de un ciclo. Por fin soy libre.

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