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Capítulo 37

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He leído suficientes libros y visto suficientes películas para saber que Nicky la cagó cuando me habló de su esposa. No me sorprende que me diga que tenemos que hablar. Acepta la responsabilidad de la infracción, de haber cruzado el límite entre paciente y terapeuta. Nunca lo había visto con tan mal aspecto, Beck. Y es muy buena persona, como el señor Mooney en su época, antes de enfadarse conmigo, con la vida. No soporto que se menosprecie de esa manera.

—Bueno, venga, doc —le imploro—, ya basta de castigarte.

No sé si se ríe o si llora y puede que sea el único en la tierra capaz de hacer ambas cosas a la vez. Es un malabarista y, que Dios lo bendiga, yo no podría disculparme ante otro hombre por haberle contado un maldito detalle de mi vida.

—Danny —dice—. Lo único que puedo hacer por ti ahora mismo es derivarte. ¿Quieres que te derive?

Tiene la camisa manchada debajo de los brazos y la ropa arrugada como si la hubiera llevado demasiado tiempo. Sé cómo animarlo y le digo que no necesito que me recomiende a nadie más porque ya estoy mejor. Sonríe. Continúo. Le digo que no tengo ratones en casa porque es el mejor psicólogo del mundo.

—¿Qué tal va con Karen?

—Bien —respondo, porque quiero que se sienta realizado—. En serio, el ratón está muerto.

—Vaya.

Por un motivo u otro, parece celoso. O quizá esté triste.

Le digo que la teoría del ratón y el gato es de genio, y la palabra le gusta: genio. Como es de esperar, no le digo que quiero bañarme en queso y manteca de cacahuete para que el ratón regrese. No se merece algo así.

—Me alegro por ti, Danny —me dice—. Te has esforzado mucho, has hecho los deberes y lo has conseguido tú solo, chico. Averiguar qué te hace feliz es un viaje.

Tú me haces feliz. Asiento con la cabeza.

—Tú lo has dicho.

—La obsesión no te hacía feliz —continúa Nicky—. Y lo sabías. Lo más importante es que actuaste y decidiste superar la obsesión. Eres listo, Danny.

—No puedo agradecértelo lo suficiente, doc.

—Ojalá todos fuéramos tan listos como tú —dice.

Tiene esa mirada triste y vidriosa mientras me habla de lo difícil que es ahuyentar al ratón. Pienso en ti, mi querido ratón. Nicky tiene razón: puede que no vuelvas a aparecer jamás, puede que te hayas ido; sé que es posible que hayas seguido con tu vida, incluso que salgas con alguien. Pero lo más importante es que sé que me atrae más la posibilidad de estar contigo que la realidad de estar con Karen Minty.

—¿Qué quieres que te diga, Danny? Me alegro mucho de que lo del gato surtiera efecto. La primera vez que viniste, me preocupaste. No tenías buen aspecto. Parecías un prisionero.

—Así es como me sentía.

Y es verdad. Todavía me siento así.

—Pero entonces conseguiste un gato —continúa.

—Amén.

Me imagino a Karen Minty a cuatro patas contigo, diminuta, colgando entre los dientes.

—Oye, he visto el vídeo de los Honeydrippers en YouTube justo antes de que llegaras —dice, y abre mucho los ojos—. Entiendo que te obsesionara. Es muy psicodélico; el tío del bañador, la chaqueta esa… ¿Qué hace la chaqueta colgando de una percha?

Nos reímos, pero la tristeza es como una fiebre que se le nota en los ojos, en la boca. Me siento mal por mentirle, y le vibra el teléfono.

—Disculpa, tengo que mirar quién es.

Dice que tiene que salir un momento.

—Tenemos un buen lío en casa.

Ahora que ha roto la dinámica doctor-paciente, puede volver a compartir más de la cuenta y me promete que volverá dentro de cinco minutos. Cierra la puerta y automáticamente miro el ordenador. Tú vives ahí dentro, en alguna parte, y me abruma la tentación de buscar el mar de amor de Sea of Love. Juraría que me llamas desde el disco duro, que me llevas hasta tu propio mar, y yo no puedo evitarlo. La verdad es que soy como el tipo del vídeo. Y esta es mi gran oportunidad. Nunca había estado aquí a solas, y a la mierda. Corro al escritorio de Nicky, pulso la barra espaciadora y me zambullo allí dentro.

Veo la foto de familia de Nicky con su esposa y sus hijas que tiene como salvapantallas y me siento mal. Es una violación de nuestra confianza, y la familia de Nicky es inocente, todos en fila delante de Nicky’s Pizza, en Chesterton, Nueva York. Me resulta patético que un día lluvioso un hombre adulto obligue a su esposa y a sus hijas a posar delante de una pizzería sólo porque se llame como él. El tipo me da lástima, pero te deseo, así que minimizo el vídeo de los Honeydrippers (es un buen hombre, era cierto que lo estaba viendo) y busco en el disco duro. Ostras. El doctor Nicky no escribe sobre mis sesiones ni las tuyas ni las de nadie. Se limita a dictar lo que piensa en el iPhone y luego descarga el archivo MP3 al ordenador. Hay una carpeta que se llama GBeck con unos cuantos archivos de audio. Tengo esa sensación a lo Van Morrison de la que Nicky hablaba. Me envío la carpeta. Borro el mensaje de su carpeta de enviados. Vacío la papelera. Conseguido.

Pero no. Es el fin. La he cagado.

Nicky ha vuelto, me mira con una sonrisa de decepción y suspira.

—Danny, lo siento mucho. Esto es culpa mía. Te digo que tengo el vídeo abierto y luego me voy. No sé ni lo que hago.

Respiro. Resulta que sí lo he conseguido.

—Sí lo sabes. Lo sabes.

Y hablo en serio.

Tiene cara de estar muy débil y le tiembla la voz.

—¿Qué te parece si te derivo?

Acepto la oferta, le estrecho la mano y me marcho. Me da pena por Nicky, pero nada puede empañar mi entusiasmo por los archivos, GBeck. En el ascensor hago algo que nunca hago. Rezo por que Nicky encuentre alguien que le dé esa sensación a lo Van Morrisson; así esos dientes blanqueados no producirán un efecto tan irrisorio y fuera de lugar en mitad de esa cara triste y ojerosa.

El ascensor me abandona en el vestíbulo y Danny Fox ha muerto. Cuando salgo a la calle, tropiezo con una puta grieta de la acera. Tengo un agujero negro en la cabeza: ¿estoy loco? Podría seguir comiéndome los huevos que hace Karen, comerle el coño. Podría empezar de nuevo con el psicólogo que me ha recomendado Nicky e intentar vivir sin ti.

Podría.

Pero lo cierto es que los gatos me aburren. Prefiero escuchar grabaciones con la voz de Nicky hablando de ti que acostarme con Karen Minty. Y si Van Morrison no está loco, yo tampoco.

Querido Joe:

Tú no eres de gatos. Quieres un ratón.

Con cariño,

Joe

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