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Capítulo 39

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No recuerdo la última vez que estuve tan cerca de una escuela. Han cambiado muchas cosas. La PS 87 de la Seventy-Eighth Street tiene eslogan y todo, joder: «Una familia bajo el sol». De madrugada he estado bebiendo café en la escalinata del Museo de Historia Natural de los Estados Unidos mientras aprendía cosas sobre Nicky y esperaba a que las familias salieran de la cama y se pusieran «bajo el sol» de una vez. El trayecto hasta esta escuela ha sido de una facilidad pasmosa, gracias más que nada a Jackie, la cuñada de Nicky. Di con ella en la página de Yelp de Nicky’s Pizza, donde ha contribuido con incontables fotografías de «¡la familia devorando su pizza favorita!». La cuenta de Yelp de Jackie me condujo hasta su perfil de Facebook, que es una mina porque en ella ha registrado numerosas visitas a «¡la cabaña del norte!», en Nicky’s Pizza (cómo no) y lo más importante, en «¡PS 87! ¡La mejor escuela de la ciudad!». ¡El mejor perfil de Facebook del mundo!

Lo cierto es que debería abrirme una cuenta de Yelp para dar apoyo a las críticas espumosas y coloridas que hace de los restaurantes. Le debo una. Ahora lo sé todo sobre Nicky.

Así que hoy me he vestido de corredor porque, si hay un lugar en el mundo donde no puedes pararte sin que te toquen las narices, es una escuela. Empiezan a salir, y yo no estoy en forma ni de coña. No corro desde lo de Peach. Llevo corriendo en círculos (o haciendo jogging, digamos) desde las cuatro y media de la mañana y escucho los diarios del pervertido de Nicky para no perder la concentración. Bajo por Columbus, giro a la derecha en la Seventy-Seventh, paso por delante del parque infantil vacío, giro en Amsterdam, después en la Seventy-Eight, paso por delante de la escuela y repito el circuito. No sé cuántas vueltas llevo ya cuando por fin me compensa porque veo a Nicky por la calle. Ahora me parece distinto. Solía darme lástima por lo encorvado que iba, por cómo no apartaba la mirada del suelo. Pero ahora se me antoja un ser malvado. La joroba es un castigo por sus pecados (tú). Un padre debería vigilar que no le pase nada a su hija, pero él va con la cabeza gacha.

Sus hijas son más mayores y la foto del ordenador debe de ser de hace un tiempo. Va de la mano de Amy (Amy es la que tuvieron en lugar de divorciarse) y le dice a Mack que no vaya tan deprisa. Mack es la que tuvieron para cerrar el trato, más mayor y distante. No pasa nada por que esté corriendo sin moverme del sitio porque llevo gafas de sol y auriculares y si hay un tipo de persona que en el Upper West Side todo el mundo sigue recibiendo con los brazos abiertos es el puto corredor de jogging.

Nicky acompaña a las crías al colegio (¿qué coño le ha pasado a esta ciudad que ahora los padres entran hasta dentro con sus hijos? En mi época nadie le daba la mano a nadie, y menos a mí), y una madre me mira mal, pero le sonrío y le saludo con la mano (¡soy normal, no pasa nada!), y ella me devuelve el saludo porque da por sentado que me conoce de la asociación de padres o del gimnasio o de donde sea y se le ha olvidado cómo me llamo, y venga ya, Nicky, sal de ahí, que correr sin moverme del sitio no es como correr haciendo círculos y tenemos trabajo que hacer, yo y Nicky, y no hay mucho tiempo porque se supone que vas a la consulta mañana a la una del mediodía y he decidido que eso no va a suceder.

Nicky es la prueba de que la gente ociosa es una fiesta para el diablo, que es tramposo y muy cachondo. Beck, no tiene prisa para nada. Después de dejar a las niñas en el colegio, ha vuelto a casa por el camino largo, ha hablado con alguien por teléfono (¿contigo?) y ha entrado en su edificio. No he visto a nadie que llamara a su timbre, así que no había quedado con ningún paciente. Tres horas más tarde, su mujer y él han salido cotorreando sobre la lavadora (por eso me asusta tanto el matrimonio: llevan meses hablando de lo mal que funciona ese cacharro), y yo los he seguido. Si Nicky tuviera cojones, la dejaría; pero no es así. Y no me enfado contigo por haberte enamorado de él. No te culpo. Cuanto más escucho las grabaciones, más cuenta me doy de cómo es: un manipulador enfermizo y de gran talento. Yo mismo caí en su trampa, así que no puedo tenerte en cuenta que te tenga atrapada. Pensándolo bien, es gracioso que nos haya embaucado a los dos. Somos parecidos. Sonrío.

La esposa de Nicky, Marcia, no se parece a ti en nada. Es grosera y gritona. Da clases de psicología en varias facultades locales y a distancia. Es una mártir de piernas gruesas que carga con una estera de yoga. No me gusta ser así de vulgar, pero el yoga no le sirve de nada. Lleva una visera contra el cáncer de mama (es obvio que esta mujer siempre se queja de algo) y el pelo recogido en una coleta baja y triste. No es una mujer feliz, Beck. Es arisca. Cuando pasan por delante de algún sintecho, cruza los brazos como si ellos fueran a atreverse a pedirle algo. Nicky me daría pena si no fuera por un hecho: en algún momento de su vida, le pidió a Marcia que se casara con él.

Verlo trotar a su lado es deprimente. Ella no para de hablar de fiestas de cumpleaños y de pediatras y de clases de yoga para niños, como si los niños no estiraran ellos solos. Hay que comprar vitaminas y echar a la canguro, y el pobre Nicky está más cabizbajo a cada manzana que pasan. Cuando lo mate, le habré hecho un favor. No te conviene, Beck. La vida no le sienta bien. Todo el poder que tiene en la consulta de color beige con los discos en la pared desaparece en cuanto sale de ese cuarto de jugar. Quiere cruzar la calle, pero su mujer le tira del brazo.

—¡La luz verde! —le espeta.

Cruzan cuando es seguro (LOL) y entran en un edificio anodino. Busco la dirección en Google y, cómo no, han venido a terapia de pareja. Salen cincuenta y dos minutos más tarde, deshinchados. Van a pie hasta un gimnasio sin mediar palabra, se dan un abrazo estilo familiar, y ella se refugia en su grupo de yoga y de mujeres afines. Yo sigo a Nicky por la calle y cada vez camina más erguido. Llega a su destino, Westsider Books, y sale una hora después con la espalda bien recta y tres discos nuevos de segunda mano (pero libros no, ay, ay, ay). Lo sigo hasta que llegamos a Urban Outfitters, y él entra con la bolsa de discos y mira toda la ropa y se prueba unas camisetas y busca una canción tras otra en Shazam y al final se marcha sin haber comprado nada. La siguiente parada es el colegio, donde recoge a sus hijas y las lleva a pie a casa. La pequeña está contenta y parlanchina, mientras que la mayor está malhumorada y no dice nada, y la gente tiene que ir con cuidado porque podría acabar viviendo una vida que no querían. Tú y yo tenemos la suerte de habernos encontrado cuando nos encontramos. Me quedo en la zona de su edificio como si esperara a un compañero corredor. Aquí llega Marcia con una amiga cuyo gusto en el vestir es igual de anodino.

Marcia suspira y no me cabe duda de que lo hace mucho.

—Me dijo que, antes que dejar a sus hijas, se mataría.

—¿Y qué le contestaste?

—Que creo que a los niños les va mejor si sus padres son felices, aunque no estén casados. Que el divorcio ya no supone un estigma.

La amiga le da la razón inclinando la cabeza y le brilla el anillo.

Marcia continúa:

—Y luego me dijo que para mí era muy fácil no tomarme el divorcio tan en serio porque mis padres estaban felizmente casados. Pero tú conoces a Nicky el mártir; sus hijas jamás tendrán que enfrentarse a un divorcio.

La amiga suspira. Las mujeres suspiran. Mucho. De pronto se le ilumina la cara.

—A lo mejor deberías crearle un perfil en Match.

Las señoras se ríen, y la amiga dice que era broma.

No hay respuestas fáciles y hacen planes para juntar a sus familias (porque suena divertido), y Marcia se arrastra hasta la casa donde no quiere vivir con el hombre al que no ama. Ahora sé por qué Nicky se hizo psicólogo. Necesitaba alguien con quien hablar porque se casó con la mujer equivocada. Sabía que renunciaba a la música, pero no que también renunciaba al amor. Empiezo a volver a sentir lástima por él, soy un pelele. Bajo al metro y observo a un par de enfermeras que se quejan del trabajo. Pienso en mi enfermera, Karen, y en lo triste que debe de estar ahora.

No te puedes ni imaginar el alivio que me supone regresar a mi vecindario. Matar a Nicky será una tarea difícil, pero necesaria. Estás obsesionada con él, es el ratón de tu casa y, por culpa de las cosas que estoy pensando, casi me da algo cuando veo a un policía delante de mi casa. Ocupa casi toda la puerta porque es un gigante y se me paraliza el cerebro: Benji​Peach​Candace​taza​de​pis… porque me ha venido a buscar a mí. Tal como dice Ethan, cuando lo sabes, lo sabes. El policía gigante ha sacado la porra y no se anda con tonterías.

—¿Eres Joe?

Necesito armarme de todo mi valor para acercarme al agente en lugar de salir corriendo como me gustaría.

—Ven aquí —dice.

Lo triste de ser pobre es que los pocos chavales que hay correteando por ahí ni reaccionan. Esto es el día a día.

—¿Puedo ayudarle en algo? —pregunto.

Porque soy inocente. Lo soy. Ojalá fuera Dan Fox, pero él no me vale. Ya no.

—Sí, sí puedes —responde.

Subo los escalones y me coloco delante de él. Tiene unos poros enormes y los antebrazos más gruesos que los míos y venas en el cuello, y apuesto a que su padre era poli y su abuelo también.

—Puedes decirme quién coño te crees.

—Eh… —digo, y creo que me voy a mear encima—. ¿Qué pasa? ¿De qué se trata?

Se burla de mí:

—¿De qué se trata?

Ocurre muy deprisa. Me agarra del cuello y me acerca a él. Su aliento es pura cebolla; cebolla cruda. Está furioso.

—Hijo de puta…

¿Voy a morir? Cierro los ojos, y él me agarra con más fuerza. Soy inocente, inocente hasta que se demuestre lo contrario. Me escupe. Y después me suelta.

No me limpio la cara, sino que retrocedo un paso. Azota el hormigón con la porra.

—Más te vale que respetes este uniforme, chato. Porque si no lo llevara puesto, te pegaría una paliza y tiraría tus restos a ese contenedor y me ocuparía de que nadie te encontrase.

—L-lo siento —tartamudeo.

Debe de odiarme todavía más por la ropa de corredor pijo. Niega con la cabeza.

—Mira, mi hermana… —lloriquea y chista.

Reconozco esa cadencia, es muy Minty.

—Mi hermana Karen es una santa, joder. Y tú, un capullo. Es hermosa por dentro y por fuera, y tú, cabrón, tú no tienes derecho.

«Hermana», consigo respirar de nuevo y le suplico que me perdone y le digo que es demasiado buena para mí, pero él no se lo traga. Me callo.

—Tú no eres nadie para hacerle putadas a Karen Elise Minty.

Levanta la porra, y yo me acobardo porque no quiero morir y no puedo dejarte así. Estrella la porra contra el hormigón, justo al lado de mis pies.

—Levántate, coño. Me das vergüenza.

Me agarra de la garganta. Esto también es culpa de Nicky. Él es el que me empujó a estar con Karen y luego me hizo apartarla. El policía gigante Minty me aprieta la garganta, me suelta y le atiza al hormigón una vez más con la porra. Se larga echando humo por las orejas y no me extraña que Karen Minty quiera ser flebotomista. Su hermano sabe cómo pinchar a la gente, ¿por qué no va a pincharlos ella también?

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