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Capítulo 40

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Ocuparme de Nicky será más fácil de lo que pensaba. Es un bienhechor, Beck, y una vez a la semana coge un tren a la parte de Queens que todavía está sumida en el crack y el crimen, y ayuda a los drogatas que intentan dejarlo. Pero hoy se convertirá en una advertencia para los gilipollas del Upper West Side que se creen que pueden expiar sus pecados con esas cuatro horas a la semana. Esta noche, a Nicky el que sólo es doctor para ti lo atracarán unos drogadictos.

Bebo un trago de Jack y abro Cuando a la gente buena le pasan cosas malas por la primera página. Los amigos de Nicky Angevine le regalarán este libro a su esposa cuando lo encuentren muerto en Queens. La muerte de Nicky se verá como una tragedia. Sus hijas crecerán sin padre (hasta que la madre se acueste con el que será el sustituto, cosa que probablemente sólo tarde unas semanas en ocurrir) y su final será de una belleza simple y perversa. Sin sospechosos ni confusión ni actividad ilícita: un atraco, sin más. La cartera habrá desaparecido, un hombre que estaba donde no debía en el momento que no debía. Las amigas de Marcia Angevine la rodearán acompañadas de sus hijos, le llevarán dulces para el café, botellas de vino y le dirán lo mucho que sienten su pérdida. Pero sé que ella estará dándole gracias al Señor por lo que ha ganado.

Es el momento, Beck. Nicky sale de la casa donde los drogadictos intentan rehabilitarse y mira a ambos lados como un buen niño. Agacha la cabeza y echa a andar calle abajo; su mujer debe de haberle lavado las Vans, porque esta noche están muy blancas y luminosas. Es el ratón de tu casa y ojalá no lo desearas. Pero lo deseas, cómo no, Beck. Es como el padre que nunca tuviste y por eso quieres destrozarle la familia. Es natural. Así es el círculo del abuso y lo que tenía que haber hecho Nicky era ayudarte a superar ese deseo.

Pero Nicky no ha hecho su trabajo. Es un cerdo. Este desastre no tiene final feliz. Si lo dejo vivir, tarde o temprano conseguirás lo que buscas. Follará contigo en la consulta beige y llorará ante su esposa y le suplicará que le conceda el divorcio y se irá contigo (porque tiene razón, tú eres sexo), pero la verdad es que en cuanto esté disponible, sin anillo, sin dientes blanqueados, ya no lo querrás.

Te lleva por el camino que va directo al infierno, aunque se supone que debía guardar las distancias y no lo ha hecho. Se supone que tú ibas a llamarme (me echas de menos) y no lo has hecho. Te conozco muy bien, Beck. Eres carisma, estás enferma y, por algún motivo, eres un imán para gente débil y sin carácter como Peach, como Benji, como Nicky. Acelero el paso con la porra nueva en la mano (después de la mierda esa con el agente Minty he ido a calmarme a una tienda de excedentes del ejército y de la marina; es justo que todos podamos armarnos contra los polis que se creen por encima de la ley). Aprieto las mandíbulas. Pronto lo alcanzaré y puedo hacerlo de un plumazo. Pero entonces noto una vibración en el bolsillo. No me queda más remedio que refugiarme en un callejón. Si oye el móvil, Nicky se volverá, y no puedo hacer que pare ni puedo respirar y me tiemblan las manos y miro el móvil.

Eres tú.

Me llamas.

Por fin has decidido hacer caso de tus sentimientos.

Qué bonito queda tu nombre en el móvil, brillando en la oscuridad sobre una foto en la que sales en bikini. Te miro, resplandeciente. Sonrío, yo también brillo. Me sorprendes, me deleitas y me echas de menos. Intento que el corazón no me lata tan rápido, y el doctor Nicky ya está a manzanas de aquí y me acerco el móvil a la oreja y hablo:

—Hola, Beck. Qué sorpresa.

—¿Joe? —preguntas con voz suave como tu piel—. ¿Me oyes?

Me quedo sin voz y toso. No estoy en mi mejor momento porque estaba a punto de matar a Nicky con una porra por intentar acostarse contigo. Estoy mareado y, cuando hablas de nuevo, suenas como si hubieras bebido:

—¿Joe? ¿Me oyes?

—Tengo poca cobertura —digo—. Estoy esperando al metro.

Directa como un dictador, reclamas lo que quieres:

—Necesito que vengas. ¿Puedes venir? ¿Puedes venir ahora mismo?

Nunca he estado tan seguro de algo en mi vida y respondo con ímpetu:

—Sí.

Pulso el botón de finalizar la llamada y no me puedo creer lo oportuna que eres. Necesito un momento para aclararme. Me has llamado. Tiro la porra a un montón de basura. Todavía me duele la mano de agarrarla y el corazón del latigazo emocional. Me has llamado. ¡Has vuelto! Ahora estoy más tranquilo y voy andando y salir de aquí y verte será muy agradable. Me has llamado, y no puedo evitar pensar que, por muy idiota que sea Nicky, puede que, al fin y al cabo, no se le dé tan mal lo suyo. Es evidente que ahora estás en un lugar mejor; me has llamado a mí, no a él. Cojo un taxi porque estoy demasiado contento para ir en metro. Me pregunto qué llevarás puesto y me falta tiempo para llegar hasta ti. Dejo Cuando a la gente buena le pasan cosas malas en el asiento del taxi. Ya no me hace falta. Te tengo a ti.

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