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Capítulo 47

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Cuando te despiertes sola en la jaula, no te hará ninguna gracia. Pero he hecho lo que he podido. Te he dejado una botella de plástico de refresco de zarzaparrilla, una botella de plástico de agua, una bolsa de pretzels, unos lápices de cera que he encontrado en un cajón y un bloc de notas. Que no se diga que te hago pasar hambre o te privo de cosas. Estás a salvo. He bajado el portátil de la librería y lo he colocado encima de una silla con unos altavoces y el DVD de Dando la nota puesto. Como ya la has visto muchas veces, sabes que Beca le hace cosas horribles a Jesse. Desprecia sus insinuaciones, se burla de sus intereses, le contesta fatal y no deja que se le acerque. Pero al final ella hace una declaración de amor pública y muy atrevida en forma de canción, y él le perdona todo lo que le ha hecho. Y yo te perdonaré a ti, Beck. Me despido con un beso, cierro la puerta del sótano y le mando un mensaje a Ethan:

Eh, ¿qué tal? No hace falta que vengas mañana. Se ha reventado una cañería. Tardarán unos días en arreglarla.

El milagro del amor es que sigo sin enfadarme contigo. Siento lástima de ti. Debe de ser muy difícil cargar con tanta rabia. Yo no siento ese tipo de ira. Has sido muy agresiva, ojalá pudiera entrar dentro de ti y chuparte el veneno.

Abro la puerta de tu casa y demuestro que te he perdonado: saco la basura. Apesta a plátano y a feminidad. Quizá esta sea tu manera de castigarme por los errores que he cometido, por haber tocado a Karen Minty, por lo que pensé de Amy Adam.

Me tumbo en el sofá del salón de tu casa. Algo se me clava en el culo, así que me levanto y meto la mano entre los cojines; es mi ejemplar de Love Story. No recuerdo que me lo pidieras prestado. Está manchado de café con leche, hebras de tabaco de los cigarrillos que fumas sin motivo, un envoltorio de chicle, manchas de tinta, arena. ¿Cómo coño lo has llenado de arena? Arena.

Y sigo sin enfadarme contigo. Te quiero, cerdita mía. Hojeo la novela y me pregunto por qué me la habrás robado, por qué la has mancillado con un número 800 para un cocedor de arroz que no comprarás. Yo te habría dado mi novela de Love Story. Te habría dado cualquier cosa. Miro el televisor apagado y me pregunto si esto también es culpa mía. ¿He sido demasiado tacaño contigo? ¿Me hiciste alguna indirecta sobre la novela que no pillé? No puedo continuar aquí sentado, así que voy a la cocina a limpiar el libro. Pero, cómo no, se te ha acabado el rollo de cocina y entonces me acuerdo de una de mis noches favoritas en esta cocina, hace unas semanas; hace unos cuantos eones.

Habíamos pasado un día genial a pesar de que tú tenías mucho lío con la universidad y yo había estado a tope en la librería. Te dije en broma que llegaría a tu casa a las siete en punto y que quería que la cena estuviera en la mesa; tuvo gracia porque no sabes cocinar. Pero, cuando subí dando brincos la escalera que me llevaba hacia ti, me viste llegar por la ventana y no me hizo falta llamar al timbre. Corriste a la puerta, me cogiste de la mano y me mandaste cerrar los ojos. Y lo hice.

Me guiaste por el apartamento hasta el sofá sin que yo curiosease ni nada, y entonces me dijiste que abriera los ojos, y lo hice. Allí estabas tú, con el albornoz y un plato de papel con una batata abierta por la mitad y cortada en forma de corazón. Te miré y sonreí, y me dijiste con voz tentadora: «Bienvenido a casa, cariño».

Te follé como el animal glorioso que eres, y me contaste una historia enrevesada en la que comprabas la batata (la primera estaba podrida y ¡tuviste que volver!) le hacías un montón de agujeros y extendías la piel igual que un alumno de instituto despliega los intestinos de una rana en la asignatura de biología.

Miré la batata que estaba intacta y me reí.

—Ahora no veo más que una rana.

Respondiste seria, en voz baja:

—No, Joe. Eso es mi corazón.

Pedimos chino porque una batata no era suficiente y te quiero. Pero ahora estoy aquí solo.

Uso una de tus camisetas de tirantes para limpiar Love Story, y tú no estarás inconsciente mucho tiempo, de manera que es hora de ponerse manos a la obra. Necesito tu ordenador, así que voy a tu dormitorio, lo cojo de la mesita de noche donde vive, me acerco a los pies de la cama que yo monté, me siento y me levanto de inmediato. Debajo de las sábanas revueltas hay algo plano y duro: un MacBook Air. Tú no tienes un MacBook Air, y a mí no me gustan los MacBook Air y lo saco de tu habitación porque no quiero esa cosa en la cama que yo te monté.

Necesito beber algo; abro el frigorífico y encuentro tu vodka, pero también hay algo más: ginebra. ¿Desde cuándo bebes ginebra y tienes un MacBook Air? Me llevo el vodka al salón y me siento en el sofá mugriento. Le doy un trago. A lo mejor te lo ha comprado tu padre. A lo mejor te lo ha comprado tu madre. O puede que se lo dejase Chana o se te haya colado alguien en casa y quizá yo debería tener huevos y abrirlo. ¿Qué puede pasar?

Soy un tío con imaginación y visualizo muchos escenarios, pero lo que encuentro en el MacBook Air me revienta la cabeza: el salvapantallas sois tú y el doctor Nicky haciéndoos una de esas fotos que llaman selfi, joder. Estáis desnudos en mi cama, la que traje en el ferri, la cama que monté para ti, para nosotros. Está en nuestra puta cama, y voy a la cocina y saco la ginebra del congelador y la vierto en el fregadero con los platos sucios. Que te jodan, ordenador. Que te jodan, Nicky.

Y cuando regreso a tu dormitorio, el MacBook Asco sigue en la mesita y, si los portátiles pudieran sonreír con aire satisfecho, esta puta mierda de ordenador endeble me estaría sonriendo. Tengo que calmarme y ¿quién sabe? Puede que me esté precipitando con las conclusiones. Puede que MacBook Asco sea viejo y que tú cometieras un error hace mucho tiempo. Pero la página de inicio de este MacBook Asco es la bandeja de entrada de una dirección de gmail: beckalicious1027@gmail.com. La abriste hace dos semanas, justo antes de que yo conociera a Amy Adam, cuando empezaste a no contestar, cuando yo empecé a sospechar. La abriste para Nicky. Eres una cabrona y le dijiste que pensabas que te leía el correo electrónico. Hija de puta. Leo:

Nicky: «¿A que tenía razón? Tu novio no puede leer lo que no sabe que existe».

Tú: «Eres terrible, pero tienes razón».

Nicky: «¿Te gusta tu juguete nuevo?».

Tú: «Es la hostia, un ordenador entero, jajjaja».

Nicky: «Para ya».

Tú: «Oblígame».

No me hace falta ver más. Os habéis escrito más de cuatrocientos treinta y siete correos electrónicos, y no estoy loco. Ese jorobado de mediana edad te ha deshonrado y se ha aprovechado de ti y ha dejado que le pagues por follarte. Cuando sentí que te alejabas de mí, eso era justo lo que hacías. Te has reducido a una cuenta de e-mail secreta sólo para Nicky. Todas las veces que te has disculpado por llegar tarde, por estar cansada, por no poder con tanto trabajo, por estar ocupada, por estar en clase o por estar llena, estabas acostándote con Nicky, hablando de acostarte con Nicky o escribiendo a Nicky. Abro las fotos y veo la miniatura de una que me interesa mucho: Nicky se alza sobre mi cama con tu pantorrilla desnuda en las manos. Se ríe y lleva puesto mi gorro de Holden Caulfield que ibas a devolver a Macy’s.

Lo admito, Beck: eso duele. Y no puedo echarte a ti toda la culpa. Soy yo el que la cagó y te decepcionó. Sabía que pasaba algo. Tengo instinto, pero no le hecho caso y ahora estás encerrada en una jaula por mi culpa. Tuve la oportunidad de echar al ratón de tu casa y no lo hice. No me extraña que no pudieras parar de gritarme. Tienes todo el derecho del mundo a enfadarte conmigo porque no te he protegido como debía de ese medicucho libidinoso de las Vans. Les envío a Lynn y a Chana una nota desde tu cuenta secreta:

Las cosas se han puesto feas con Nicky. Tengo mucho miedo de que se entere Joe y debería haber escrito mucho más de lo que llevo. Me escapo unos días a escribir. Os quiero, chiquitas. Besazos, Beck

No podemos permitir que tus compañeros de clase se preocupen por tu paradero, así que cambio a tu e-mail de verdad y le escribo a Blythe algo que hará que no quiera buscarte:

Ay, por Dios, Blythe, tengo un gran secreto. ¿Te acuerdas del relato de la criada? Tus comentarios fueron increíbles y lo he mandado a ya sabes dónde y… ¡lo quieren! Tengo muchísimo que escribir (son geniales con los comentarios, deberías hacer unas prácticas allí). Buena suerte con las clases y cuando vuelva de escribir nos vamos todos a cenar juntos. Tú eliges, que invito yo C Besos, B

Saco tu móvil y abro la aplicación de Twitter:

Empiezo #vacacionesderedes en 3, 2, ya! Besos, B

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