Yoga

Yoga


I. EL CERCADO » Respetar las reglas

Página 7 de 51

El discurso de acogida

Antes de permanecer callados durante diez días, hay un discurso de acogida sobre las disposiciones con las que nos comprometemos a abordar la sesión. Lo pronuncia el chico simpático. Lo hace sin la menor solemnidad, sin aspirar a la autoridad de un maestro. Él mismo y los dos hombres que le acompañan son simples practicantes que después de haber asistido como nosotros a una, dos o tres sesiones han optado por volver en calidad de sirvientes. Ellos también meditan, por supuesto, todo el mundo está aquí para eso, pero en vez de descansar entre sesiones se ocupan de forma voluntaria de la cocina, la limpieza, las diversas tareas de dirección; en resumen, hacen que la casa funcione. Es lo que se llama karma yoga, el yoga de la acción o del servicio: una manera humilde y eficaz de devolver los beneficios que han recibido. «Les sorprenderá quizá», dice el chico simpático, «pero si damos crédito a las estadísticas, y después de veinte años desde que el Vipassana se implantó en Francia tenemos cierta perspectiva, una cuarta parte de vosotros volveréis aquí como sirvientes. Este pequeño discurso que os dirijo algunos de vosotros lo dirigiréis a los nuevos, y no dentro de mucho tiempo.» Sigue el recordatorio de los diferentes compromisos que contraemos: no abandonar el recinto del centro y, dado que este incluye un trecho de bosque, limitarnos a los caminos cercados; respetar la separación entre las zonas reservadas a los hombres y las reservadas a las mujeres; respetar el silencio; no comunicarnos ni con el exterior ni entre nosotros, ni siquiera de forma no verbal; evitar en lo posible el intercambio de miradas; en caso de que surja un problema, confiárselo al enseñante y a nadie más; por último, y es el punto esencial, quedarnos hasta el final.

«Todavía estáis a tiempo de marcharos», dice el chico simpático, y su cara sonriente adopta una expresión grave. «Si tenéis dudas, si no estáis seguros de cumplir estos compromisos, os rogamos que os vayáis ahora. Nadie os lo reprochará. No perjudicaréis a los demás ni os perjudicaréis a vosotros mismos. Podréis volver cuando consideréis que estáis preparados. Marcharos así no es una cobardía; al contrario, está bien. Es la prueba de que entendemos correctamente la situación, es una actitud correcta. En cambio, si por un motivo u otro decidís iros durante el curso, molestaréis a los demás y sobre todo os pondréis en peligro vosotros mismos. Lo que sucede durante una sesión de Vipassana es algo muy serio. Se trabaja con energías psíquicas muy poderosas que pueden generar trastornos enormes. Quizá os sintáis mal a lo largo de los días siguientes. Estaréis desorientados, extraviados, lloraréis o tendréis miedo, es posible que os digáis que os habéis equivocado al venir, son posibles numerosas reacciones, no se pueden prevenir. Pero debéis manteneros fieles a la promesa que hacéis esta tarde: pase lo que pase, me quedaré hasta el final. Así que, por favor, reflexionad. Y, después de haberlo hecho, iros si tenéis que iros, pero quedaos si decidís quedaros.»

Sigue un momento de silencio, más largo que el que se observa después de haber preguntado, por pura formalidad, si alguien se opone a un matrimonio. Nadie hace la pregunta de: pero si me quiero marchar, ¿podré hacerlo? ¿No me lo impedirán? La respuesta, sin duda, será: el problema no es si te lo impedimos o no; no debes hacerlo. Como en ese país balcánico donde los dignatarios eran objeto de ataques incesantes y donde se había votado una ley que decía: «Disparar contra el ministro de Hacienda, quince años de prisión. Disparar contra el ministro del Interior, veinte años. Disparar contra el gran chambelán, diez años. Está prohibido disparar contra el primer ministro».

Nadie se levanta. Nadie se va. No dudo de que, cuatro días más tarde, yo seré el primero en marcharme.

Respetar las reglas

El Noble Silencio ha comenzado. En grandes recipientes de hojalata con ruedas, los sirvientes traen grandes cantidades de arroz y verduras hervidas que puedes sazonar con soja, gomasio o levadura de cerveza. Cada cual coge de una pila un cuenco o un plato que no lava después de usarlos, sino que se limita a meterlo en una cubeta para la vajilla que se llevan los sirvientes. Reducidas al mínimo las obligaciones materiales, no queda nada, absolutamente nada más que hacer aparte de callarse y dirigir la mirada a tu interior. Evitas la de tus compañeros. Miras tu plato, comes muy despacio, masticando mucho tiempo: es una práctica en la cual se reconocen los control freaks de la comida y que yo intento adoptar desde hace años sin mucho éxito. Terminada la cena, te acuestas temprano. Cada cual, con los ojos bajos, se va a su bungalow o su dormitorio. A las ocho de la tarde ya estoy en mi cama, sin un libro que leer, sin nada que hacer y, por supuesto, sin tener sueño. Miro el bloque de oscuridad enmarcado por el cristal que tengo delante. Miro la estatuilla, que representa a los gemelos de Géminis y que he colocado en el estante vacío que sirve de pequeño altar. En realidad, lo que me apetece es transcribir lo más fielmente posible el pequeño discurso del chico simpático y mis impresiones de la velada. ¿He hecho bien en respetar las reglas del juego? ¿En no deslizar una libreta en mi bolsa? Sí: eso habría sido hacer un reportaje de la experiencia. Al mismo tiempo sería ridículo engañarme: es un reportaje lo que estoy haciendo aquí. O, digamos: es también un reportaje. Estoy emboscado. He venido a buscar material para mi libro y el hecho de tomar o no tomar notas no cambia nada porque, a mi entender, lo que merece recordarse lo recuerdas. De hecho, la cuestión no es esa. La cuestión, que no es la primera vez que me la planteo, es si hay contradicción o incluso incompatibilidad entre la práctica de la meditación y mi oficio, que es escribir. Durante los diez días siguientes, ¿voy a ver desfilar mis pensamientos sin prestarles atención o, por el contrario, voy a intentar recordarlos, que es precisamente lo que no hay que hacer, que es exactamente lo contrario de la meditación? ¿Voy a tomar continuamente notas mentales? En estos diez días, ¿es el meditante el que va a observar al escritor o es el escritor el que va a observar al meditante? Grande, tremendo dilema el que me atribula, y con el cual acabo durmiéndome.

Ir a la siguiente página

Report Page