Yoga

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I. EL CERCADO » La alocución de la noche

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La voz del intérprete francés

Es la hora de cenar pero no hay cena: régimen de monjes budistas. En su lugar, tras la última meditación de la jornada, escuchamos una alocución de S. N. Goenka. Ya no estamos adoptando una postura, te sientas como quieres. Con tal de que no vuelvas los pies hacia el altar, puedes incluso tenderte encima de los cojines. Estoy cansado pero contento. El primer día ha transcurrido bien. Ningún problema con la postura, la respiración tranquila, no una excesiva divagación en los pensamientos y estos recuerdos de taichí que afloran: a menudo he pensado que todo este trabajo no era en vano, que la forma estaba almacenada en alguna parte en el fondo de mi memoria y volvería a la superficie un día. Diga lo que diga la gente que en los foros habla de exceso de información y lavado de cerebro, Vipassana me produce una buena impresión y es especialmente buena la de la voz del intérprete que traduce al francés, a intervalos de dos o tres minutos, los discursos grabados en pali por Goenka. Su voz es la de un anciano. En ella se oye la edad provecta, el Ganges, la proximidad de la muerte y algo mucho mucho más antiguo que la persona de Goenka. La voz de su intérprete es la de un hombre joven: clara, nítida, pausada, es más la voz de un hombre afable e instruido que la de un sabio. No es una voz de gurú, no posee esa calidez envolvente y obscena de los profesionales de la persuasión —políticos, predicadores, actores seguros de su encanto—, y no me sorprendió saber más adelante que era la voz de un cantante de música barroca, adepto de la Vipassana, que practica el karma yoga poniendo su talento al servicio del maestro. Al escucharle pienso en lo que Roland Barthes, tan sensible al grano y a la afinación de la voz, alababa en sus intérpretes favoritos: la dicción totalmente inteligible, que no sacrifica nada pero que tampoco lanza un conjuro en cada sílaba, la frase natural, sin afectación pero sin subrayar tampoco la ausencia de afectación, el equilibrio ideal entre la distancia y la familiaridad. Y los enlaces. ¡Ah, los enlaces![2] Son la piedra de toque en el arte de decir un texto en la lengua francesa. Y un rompecabezas. ¿Hay que hacerlos? ¿Hay que hacerlos todos? No todos, porque hay algunos realmente desafortunados. ¿Dónde, entonces, hacer hincapié entre el habla demasiado pulida, que enseguida se vuelve pedante, y la distensión que, si es sistemática, es también una forma de afectación? Escuchando atentamente al intérprete de Goenka me quedo estupefacto. Porque tengo que rendirme a la evidencia: hace todos los enlaces. Ahora bien, uno no se percata nunca. Es como si no los hiciera y sin embargo los hace: gran arte, yoga vocal, y me digo que ese tipo pone en hacer que se entiendan las palabras de su viejo maestro las mismas virtudes de exactitud, de simplicidad, de naturalidad que yo busco cuando escribo. Como dice el I Ching, el antiguo libro de adivinación que es la fuente y el corazón del pensamiento chino: «La gracia suprema no está en el ornamento, sino en la forma simple y práctica».

La alocución de la noche

«Somos desgraciados», dice Goenka. «Muy desgraciados.

Estamos sujetos al sufrimiento.

El hecho de existir en el espacio y el tiempo, de que seamos un hombre o una mosca o un dios, nos condena a este sufrimiento que es la ley de la existencia, junto con el cambio perpetuo.

Sufrimiento, cambio perpetuo, miedo, avidez, aversión.

Miseria.

La causa de esta miseria es la ignorancia.

La ignorancia es confundir nuestro espíritu con eso que llamamos «yo». Es la identificación con ese «yo» lo que genera la miseria.

Entonces hay que preguntarse: ¿qué es lo que en uno mismo dice: «¡Yo!, ¡yo!, ¡yo!»?

Hay que investigarlo.

De nada sirve investigarlo intelectualmente. De nada sirve leer libros sobre el budismo. Es como leer y releer la carta de un restaurante en vez de comer.

Tiene que investigarlo uno mismo.

Tiene que sondear el interior de sí mismo para saber quien dice: «¡Yo!, ¡yo!, ¡yo!».

Tiene que hundirse en las profundidades de sí mismo. Al atravesarlas alcanza la realidad.

El único instrumento para alcanzar la realidad, la única balsa para realizar la travesía es tu cuerpo.

Aparte de algunos vagos conocimientos anatómicos, no sabes nada de tu propio cuerpo.

Estás aquí para explorarlo.

Estás aquí para explorarlo por medio de tus sensaciones, de tu respiración. Ante todo de tu respiración.

Hoy has empezado a observarla.

Vas a continuar mañana. Vas a seguir al día siguiente.

Vas a trabajar con ardor, con perseverancia, con paciencia, con suavidad.

No vas a lograr la liberación en diez días, pero vas a adquirir una técnica que quizá te conduzca a ese objetivo.

Es una técnica muy segura, existe desde hace mucho tiempo, muchas personas han alcanzado la liberación gracias a ella.

Es una técnica, no una religión. No opera con ideas ni con creencias, opera con la respiración, que es algo real.

No utilices ideas ni creencias, únicamente la respiración. Únicamente tu experiencia directa.

Sobre todo no se te pide que creas en cualquier cosa.

No creas nada: intenta. Haz la experiencia.

El primer día ha terminado, quedan nueve.

En general, el segundo y el sexto día son los más difíciles.

Tal vez no será así para ti, pero conviene que te prepares.

Has venido aquí para una operación quirúrgica de tu alma.

Es saludable pero puede ser dolorosa. Puede ser incluso peligrosa.

Cosas extrañas e inquietantes pueden aflorar a la superficie.

Quizá tengas miedo, quizá llores.

Quizá acabes harto de que no haya cena.

Persevera. Aguanta hasta el décimo día. Después podrás decir que esto era una idiotez o que no era para ti. Solamente después.

Ahora ve a dormir.»

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