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IV. LOS CHICOS » Lo que hay a la izquierda

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Martha

Blanco y negro, plano general: filmada desde bastidores de una sala de concierto, se ve a una mujer con un vestido negro de lunares blancos, de espaldas, sentada delante de un piano. Posa los dedos en el teclado y empieza a tocar. He escuchado bastante la «Polonesa heroica» en estos últimos tiempos para reconocerla desde el primer compás. Segundo plano: los dedos corren por el teclado. Solo habrá tres ejes, el tercero de frente sobre la cara de la pianista. Es un mujer muy joven, de una belleza deslumbrante, la belleza del joven Alain Delon en Rocco y sus hermanos. A ella también la reconozco al instante porque es una de mis pianistas preferidas, y no soy el único. Es Martha Argerich, debe de tener veinte años, quizá incluso menos, luce ya esa melena negra y suelta, nunca recogida, que tendrá toda su vida. Su nariz es recta, sus labios llenos, sus párpados bajos y pesados. Es salvaje, sensual, intensa, indómita, genial. La escucho, la miro preguntándome por qué, antes de partir, Erica me ha enviado el enlace con este vídeo, sin otro comentario que el del asunto del mail: 5'30". El cursor indica que el vídeo dura 6'40". Ahora conozco de memoria la «Polonesa heroica», puedo reproducirla mentalmente de principio a fin, lo que me permite maravillarme con toda tranquilidad de la interpretación de Martha Argerich, muy rápida (6'40": más rápida que Hórowitz, menos que todos los demás), pero nunca apresurada, increíblemente poderosa y aérea. Hechiza ver sus dedos corriendo por el teclado, pero eso no es nada comparado con las expresiones de su cara al compás de la música. Concentración y abandono extremos. A los 4'30" llegamos a la pequeña nota, muy alta en el cielo, a partir de la cual se desenrolla la guirnalda. Contienes la respiración cuando Martha Argerich la despliega. La embarga una especie de trance lánguido, suspendido. La indicación de Chopin para este pasaje es smorzando, una indicación muy rara que significa «muriendo». Martha Argerich muere en directo dejando que burbujeen estas notas de ensueño, pero ella sabe y nosotros sabemos que en este punto va a retornar el gran tema de la «Polonesa» y que ese resplandeciente retorno es el momento culminante de la pieza. Estamos en los 5'15", quince segundos antes de los 5'30" que Erica me ha señalado especialmente, y he aquí lo que sucede: son las últimas notas de la guirnalda antes de que vuelva el tema, grandioso y festivo, en el lado derecho del teclado, en el lado derecho de la pantalla. El retorno del tema transporta a Martha Argerich, que lo aborda como un surfista la ola. Se abandona totalmente, ya no se mantiene en el encuadre, con una sacudida desplaza la cabeza hacia la izquierda con su mata de pelo negro, desaparece un instante y cuando vuelve dentro del encuadre, después del cimbreo de la cabeza, Martha Argerich sonríe. Y entonces… Esa sonrisa de niña dura muy poco tiempo, esa sonrisa que viene de la infancia y de la música, esa sonrisa de pura alegría. Dura exactamente cinco segundos, desde los 5'30" a los 5'35", pero en esos cinco segundos vislumbramos el paraíso. Ella lo ha visto durante cinco segundos, pero son suficientes, y al mirar a Martha Argerich tienes acceso a él. A través de Martha Argerich, pero tienes acceso. Sabes que existe.

Lo que hay a la izquierda

Como había predicho Erica, vi muchas veces este vídeo en los días siguientes a su partida. Todavía lo escucho y lo veo a menudo. Se lo enseño a mis seres queridos. Después de haber leído el capítulo anterior, supongo que el lector habrá tecleado «martha argerich polonesa heroica» y lo habrá visto también. Tal vez verlo le haya sido provechoso. Tal vez lo haya enviado a su vez a sus seres queridos. El vídeo recuerda que existe, como dice Hervé, un lado abierto en las cosas. El algoritmo de Google remite a quienes han visto con agrado este vídeo a un documental sobre la pianista realizado por su hija, que aun cuando la admira desmesuradamente tiene buenos motivos para guardarle rencor por ser una madre tan neurótica, despótica, tóxica, tan terrible como poderosa. Es bien reconfortante que el cielo no se les abra solamente a los santos, a los sabios, a los asiduos del zafu, sino a nosotros, miembros de la lamentable y magnífica familia de los nerviosos, a los que nos asaltan los perros negros. Cada vez que veo a Martha Argerich, justo antes de que retorne el tema grandioso y festivo de la «Polonesa», escaparse del encuadre hacia la izquierda, como si partiera en busca de algo en las tinieblas, lejos detrás de ella, y traer de allí esa sonrisa de alegría pura, pienso en Erica, por supuesto, y en lo que significan esas imágenes para ella. Es la historia de su vida: buscar la Sombra en alguna parte a su izquierda, la Sombra y la locura de Claire y su desaparición, que se esfumó en alguna parte a su izquierda, que sigue viviendo en algún lado a su izquierda, en el límite de su campo de visión, muy cerca y para siempre fuera de su alcance. Y lo que le dicen ambas cosas, la música y la cara de Martha Argerich, lo que a su vez Erica me dice a mí, es que de ese lado izquierdo donde se sumergió Claire puedes volver vivo, plenamente vivo. Existe la Sombra pero también la alegría pura, y quizá no puede haber alegría pura sin Sombra y que entonces vale la pena vivir con la Sombra. El regalo de Erica consiste en decirme que la alegría pura es tan verdadera como la Sombra. No más verdadera, no, sino tan verdadera, lo que ya es mucho y es una buena noticia para quien, como yo, cree que la Realidad última, el fondo del saco, es la espeluznante pequeña marina de Raoul Dufy.

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