Yoga

Yoga


I. EL CERCADO » Las dos cosas son verdad

Página 18 de 51

Bajo el baniano

Es un placer, a las 4.30 de esta mañana, ocupar tu puesto y establecer tu campamento. Ajustas los cojines, te envuelves en la manta: caliente, esponjosa, protectora. Todavía puedes moverte, cambiar de posición antes de elegir dónde te vas a instalar durante dos horas. En la periferia de tu campo de visión entrevés a los vecinos que también se preparan para zarpar. Cierras los ojos, oyes a tu alrededor el crujido de una rodilla, el frufrú de una manta, un carraspeo, los soplos: una orquesta que se afina. Nos concentramos en los sonidos. Los aislamos, los distinguimos, el oído sintoniza. La voz, por último, surge del silencio: una voz ancestral, como un baniano viejo de varios siglos, en las raíces del cual podría guarecerse un pueblo entero. No se sabe nunca cuánto va a durar la salmodia. Quizá cinco minutos, quizá veinte, puede que la sigan o no unas instrucciones. Es bueno que nos transporte esta voz que llega de tan lejos, tan profunda, tan exenta de premura y de agitación. Es curioso, siento que ahora llega el momento en que va a ocurrir. Unos instantes antes, siento que S. N. Goenka va a irse, a dejarnos solos. Volverá, no hay que inquietarse. No estamos inquietos. Estamos bien.

Estamos bien

Conozco otras maneras de estar bien, afortunadamente. Dentro del sexo de una mujer que amo, y mis ojos en sus ojos. Nadando en el mar un largo rato. Viendo cómo crecen mis hijos y ahora mi nieto. Trabajando cuando se me permite hacerlo. Pero la experiencia de la meditación, cuando es buena, es una manera no condicionada de estar bien. Estás bien porque estás ahí. Estás bien porque en ninguna parte estás mejor. Habitando ese cuerpo, tranquilamente situado en la frontera de lo que eres tú mismo y lo que no eres, entre el fuera y el dentro, y sintiéndote vivir. No hacer algo: solamente vivir. No es nada extraordinario, es lo contrario: lo ordinario, incluso. La vida que corre en ti como la sangre por las venas. Normal, trivial; solamente un poco desamarrada de su comentario. Cuando se accede a este estado ordinario te dices que es tan sencillo, tan normal, que se debería poder acceder en todo momento. Está ahí todo el tiempo, basta con que tú también estés. Es una habitación dentro de ti, basta con empujar la puerta para entrar en ella. Conoces el camino, tienes la llave, debes poder volver cuando quieras. Error, ilusión de propietario. La habitación siempre está ahí, nada más simple que entrar en ella, pero no entras cuando quieres porque es simple, sí, pero nosotros no lo somos. Es inmutable pero nosotros somos cambiantes. Cada vez que he creído que podía acceder a mi antojo a ese estado tan simple, tan normal, tan ordinario, cada vez que he creído que podía tener localizada y asegurada la entrada a la habitación, he sido expulsado inmediatamente. Otra experiencia, trivial y fundadora, de la meditación: lo que quieres asir se te escapa en el instante en que quieres asirlo. Es decir, que este estado ordinario, tan beneficioso, tan deseable, dura muy poco, al menos para las personas como yo. Pero es inapreciable saber que existe, que una práctica absurda a primera vista te permite el acceso de vez en cuando, no a tu hora, no a petición tuya, pero en definitiva con bastante frecuencia. Esto cambia la vida. La voz regresa. Tienes la impresión de que sale de ti, de una caverna en el fondo de ti mismo y no de un altavoz. El sutra comienza, no sabes cuánto va a durar pero el hecho de que empiece significa que se acerca el fin de la sesión. La mayoría de las veces es una buena noticia. No podías más, te dolía todo, solo tienes ganas de descruzar las piernas, de estirarte, de salir a caminar fuera, de tomar un té de bolsita en un vaso de duralex y comer una ciruela pasa, lo que aquí constituye el desayuno. Pero a veces, como esta mañana, te gustaría que durase más. Que la voz de allende el tiempo no cesara nunca de revolver como a guijarros en la resaca sus sílabas rocosas, iguales, enemigas de toda variedad. Te gustaría que durase siempre. Estás bien.

La gran ley de la alternancia

S. N. Goenka nos había avisado: el segundo día es difícil. Es parecido a cuando haces senderismo. El segundo día estás molido, las ampollas te despellejan los pies, los muslos te queman al bajar la escalera del refugio, te preguntas por qué, por qué cuando nada te obliga te infliges una paliza así. Y luego, al día siguiente, vuelas, atacas con ganas cuestas que la víspera te cortaban las piernas, harías fácilmente dos etapas en una sola. Una sesión de meditación se parece al senderismo, que a su vez se parece a la vida: hay etapas, paisajes que cambian a medida que asciendes, días de sol y de lluvia, días con y días sin. Hoy me encuentro bien en mi cojín, ayer fue horrible. Ayer estaba desanimado, convencido de que iba a fracasar. Ayer, además de inquietarme me odiaba, lo cual es concederse demasiada importancia, pero eso es lo que pienso hoy. Soy cambiante, todos lo somos, el mundo es cambiante. La única cosa que no cambiará nunca es que todo cambia continuamente. Es lo que dicen el I Ching y todo el pensamiento chino. Los chinos no son los únicos que lo dicen: Platón también, en el Fedón, y el Eclesiastés: «un tiempo para vivir, un tiempo para morir, un tiempo para amar, un tiempo para odiar…», y el simple sentido común: después de la tempestad viene la calma. Solo que los chinos lo han comprendido mejor que los demás. Es la esencia de su pensamiento, esa gran ley de la alternancia que dice que todos los fenómenos de la vida van en parejas y se engendran recíprocamente: noche y día, tormenta y mar en calma, lleno y vacío, alegría y tristeza, apertura y cierre, vida y muerte, más y menos, ataque y defensa, frío y calor, reposo y movimiento, inspirar y espirar, guerra y paz, dentro y fuera, Alain y Alex… Se puede continuar esta lista hasta el infinito, y cuando me lanzo a hacerla es difícil pararme, como pudo comprobar el periodista que al entrevistarme sobre la meditación me dio la idea de mi libro risueño y sutil sobre el yoga. Como los conceptos de yin y yang no le eran familiares puse todo mi fervor pedagógico en explicarle que el pensamiento chino denomina así estas dos fuerzas, estos dos polos, estas dos modalidades del ser sin las cuales no habría cosmos ni vida ni nada. Toda situación, todo estado del mundo y del alma es una combinación de yin y de yang, y una combinación cambiante, transitoria, siempre en movimiento hacia otra combinación. Una fuerza yin está destinada a transformarse en una fuerza yang, como la noche en día y el día en noche. El día va hacia el crepúsculo, la noche hacia el alba, el yin es un yang en germen, el yang es un yin en devenir, y nosotros estamos apresados en las corrientes de esta metamorfosis incesante. Es inútil resistirse a ellas pero útil reconocerlas y algunas veces en posible preverlas. Ayuda a vivir ser conscientes de que todo momento es un tránsito, que el apogeo anuncia el declive y la derrota la victoria futura. Cuando la vida te sonríe es útil saber que va a propinarte una tunda, y que la luz volverá cuando andes a tientas en las tinieblas. Eso enseña prudencia, infunde confianza. Ayuda a relativizar los estados de ánimo. Al menos debería hacerlo.

Las dos cosas son verdad

Digo «debería» porque en realidad me cuesta entender esta gran lección que repito y me repito con tanta convicción. No solo es porque no sé relativizar mis estados de ánimo. Es también porque cuando todo va bien espero que en cualquier momento vaya mal —y no me equivoco—, mientras que cuando va mal no consigo creer que de un momento a otro va a ir bien: y me equivoco. Esto se llama tener un temperamento pesimista, ver el vaso medio vacío en vez de verlo medio lleno. Todo lo que se me ocurre y me angustia en una noche de insomnio, en que, como suele decirse, lo veo todo negro, pienso que es más verdad de lo que pienso cuando la vida es bella, abierta, propicia. Pienso que esto es la verdad, que es el fondo de la cuestión, que esos momentos de confianza son espejismos. De una manera general pienso que la noche tiene razón. «La alegría es más profunda que la tristeza», dice Nietzsche. Es una posición filosófica a la que estoy dispuesto a adherirme, pero a un nivel más profundo, en esa profundidad del ser que nos hace ser lo que somos y sobre lo cual no tenemos control, pienso como Van Gogh que «la tristeza durará siempre», y que sabe más de la vida que la alegría. La meditación está ahí también para enseñarnos que las dos cosas son ciertas, la tristeza tan cierta como la alegría y la alegría tan cierta como la tristeza. Hoy, entretanto, estoy muy bien.

Ir a la siguiente página

Report Page