Yoga

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V. SIGO SIN MORIRME » El agua gentil

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El agua gentil

Seguimos sin morir mientras podemos. Seguimos sin morir, pero el corazón ya no acompaña. Ya no crees en esto. Crees que has gastado tu crédito y que nada más ocurrirá. Un día, sin embargo, sucede algo. Lo desconocido, que esperamos y tememos, adquiere el rostro de una desconocida particular a la que empiezas a conocer y con quien caminas por un sendero de montaña, en Mallorca. Hace bueno, demasiado templado para este comienzo de primavera. En un refugio donde hemos hecho un alto, llenamos las cantimploras y la dueña del refugio nos alaba la excelencia de este agua a la que llama agua gentil. Gentil, en español, quiere decir simplemente dulce. La dueña del refugio habla de agua dulce, pero este agua gentil, aquel día, pasa a ser para nosotros el nombre cifrado de la alegría. Un poco más tarde nos desviamos del sendero para descansar sobre un gran piedra plana y blanca, a la orilla de un torrente. Muy cerca, asegura la joven a la que empiezo a conocer, a la que empiezo a amar, hay manantiales de agua gentil. De regreso al pueblo, a la casa, hace un poco de yoga. No es un yoga solemne, no es un yoga meditativo destinado a la extinción de los vritti, a salir del samsara o a construir a lo largo de una vida un estado de quietud y de ensimismamiento beatífico. No es el yoga al que yo pensaba consagrar este libro explicando gravemente que no hay que confundirlo con una vulgar gimnasia, sino el que practican en todo el mundo mujeres jóvenes que como ella consideran que es una maravillosa gimnasia y que Patanjali no les dice nada y que no tienen el menor deseo de salir del samsara porque el samsara se llama también la vida y la vida está bien, digan lo que digan Patanjali y los suyos. No solo bien, obviamente, pero bien. Y a mí me parece generosa, si considero mi deuda pendiente, por darme otra oportunidad. La joven hace ahora la postura denominada adomujavrijsana. No es una postura muy difícil, a partir del momento en que te acostumbras a estar cabeza abajo. La chica posa las palmas abiertas en el suelo, cerca de la pared, y lanza contra ella una pierna hacia arriba y después la otra. Lo hace sin preparación, de un solo movimiento, como una chica que cuando ve una pared y está exultante, zas, lanza las piernas al aire con ligereza, con despreocupación, como quien baila. Su vestido de verano cae como una corola y descubre su vientre bronceado. Ahora separa los pies de la pared y sus dedos apuntan hacia el cielo. Está cabeza abajo, con los pies en el aire, y a nadie le sienta bien estar cabeza abajo porque la sangre desciende y congestiona la cara, pero a ella no, la cara invertida está fresca, alegre. En equilibrio sobre sus brazos tensados, con las piernas rectas hacia el cielo y el vientre en el aire, sonríe al hombre al que también ella empieza a amar, y este hombre soy yo, en este momento de su vida y de la mía, y sé que la marina de Dufy me espera, sé que no podré escapar, pero este día me importa un comino, este día soy plenamente feliz por estar vivo.

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