Yo

Yo


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Epílogo

 

 

 

 

 

 

 

 

La gira de despedida comenzó en septiembre de 2018 en Allentown, Pensilvania. David había organizado exactamente el tipo de celebración espléndida que yo quería. Había un montaje increíble, y había encargado una serie de audiovisuales alucinantes para acompañar cada canción: animaciones que hacían que la portada de Captain Fantastic cobrara vida, metraje antiguo que recorría todas las etapas de mi carrera y películas experimentales hechas por artistas contemporáneos. Tony King estaba a mano para echarle un ojo a todo, y asegurarse de que todas tenían un acabado perfecto: medio siglo después de que se infiltrara en mi vida, con su aspecto extraordinario, aún confiaba en su sentido estético con los ojos cerrados. Las críticas fueron excelentes: la última vez que leí algo así, yo tenía pelo por toda la cabeza y el crítico debía dedicar la mitad del artículo a explicar quién era yo. Lo más emocionante fue el afecto que transmitían, una tristeza auténtica por mi decisión de dejar de salir de gira, y de que toda una época llegaba a su fin.

Cuando ya llevábamos unos cuantos conciertos, pude ver por primera vez el montaje provisional de mi biografía filmada, Rocketman. Se notaba que David estaba inquieto ante mi reacción. Supe que Taron Egerton era el hombre adecuado para interpretarme cuando lo escuché cantar «Don’t Let The Sun Go Down On Me»: consiguió llegar al final sin amenazar con asesinar a nadie ni gritar cosas sobre Engelbert Humperdinck, lo cual ya era una notable mejora con respecto a la primera vez que la canté yo. Invité a Taron a Woodside y estuvimos hablando mientras comíamos un plato de curry servido a domicilio. También le di a leer algunos de mis viejos diarios, que había empezado a escribir a principios de los años setenta, para que tuviera una impresión de cómo había sido mi vida por entonces. Aquellos diarios eran inesperadamente divertidos. Escribía de una manera muy descriptiva, lo que hace que todo sea mucho más absurdo. «Me he levantado. Tareas del hogar. He visto el fútbol por la tele. He escrito “Candle In The Wind”. He ido a Londres. He comprado un Rolls-Royce. Ringo Starr ha venido a cenar.» Supongo que estaba intentando normalizar todo lo que me pasaba, a pesar de que, por supuesto, lo que me estaba pasando no era normal en absoluto.

Me mantuve lejos de los rodajes y evité echar un vistazo al material en bruto: lo último que un actor desea es que la persona a la que está interpretando se quede embobada mirándolo mientras se pone en su piel. Pero cuando vi la película, fue como cuando vi Billy Elliot por primera vez: empecé a llorar durante la escena localizada en la casa de mi abuela en Pinner Hill Road, cuando mi madre y mi padre cantan «I Want Love». Aquella era una canción que Bernie había escrito sobre sí mismo, un hombre de mediana edad con unos cuantos matrimonios fallidos a sus espaldas, preguntándose si volvería a enamorarse otra vez. Pero podría haberla escrito la gente que vivía en aquella casa. Me pareció que estaba bien, y eso era lo más importante para mí. Es lo mismo que este libro: quería algo que mis hijos pudieran ver o leer dentro de cuarenta años, para saber cómo había sido mi vida, o cómo la había percibido yo.

Cuando se anunció la gira de despedida, un buen número de periodistas publicaron artículos en los que dejaban caer que no había ninguna posibilidad de que me retirara. Apoyaban su argumentación en un conocimiento exhaustivo de mi historia y con impresionantes deducciones psicológicas sobre mi forma de ser: me había intentado retirar antes, tenía una personalidad adictiva, había nacido para el espectáculo, estaba obsesionado con la música. Podrían haber reforzado aún más sus argumentos repitiendo lo que ya había dicho en la rueda de prensa, que era que no tenía ninguna intención de retirarme de la música, o incluso de actuar en directo. Lo que dije era que ya no iba a seguir de gira por el mundo a trancas y barrancas: habría una última gran gira —trescientos conciertos durante tres años, que cubrirían Norteamérica y Sudamérica, Europa, Oriente Próximo, Extremo Oriente y Australasia; los niños vendrían conmigo y los acompañaría un tutor—, y eso era todo.

Pero no sería el final. Estaba emocionado por el hecho de que al dejar de salir de gira dispondría de más tiempo para hacer cosas distintas. Quiero escribir más musicales y más bandas sonoras. Quiero pasar tiempo trabajando con la Fundación contra el Sida, especialmente en África. Quiero defender allí los derechos de la comunidad LGTBQ, e intentar hablar con los políticos en Uganda, Kenia o Nigeria y hacer algo para que cambie la manera como se trata a la gente. Quiero colaborar con todo tipo de artistas. Quiero organizar una gran exposición que repase toda mi carrera, quizá incluso me plantee abrir un museo permanente, para que la gente pueda ver parte de mis colecciones de arte y fotografía. Quiero pasar más tiempo haciendo discos, y hacerlos a la manera que acostumbraba en el comienzo de mi carrera en solitario: pasar más tiempo con Bernie escribiendo un montón de letras y desarrollando muchísimo material. No he vuelto a entrar en un estudio con una gran acumulación de canciones de entre las cuales elegir desde que grabé Madman Across the Water, hace ya cuarenta y ocho años (lo que hacía era presentarme y componer allí mismo, como la versión musical de un pintor ante un lienzo en blanco). Quiero volver a escribir sin grabar lo que hago, de la misma manera en que hicimos Captain Fantastic, memorizando lo que se me ocurría sobre la marcha. Quiero actuar en directo, pero en espectáculos más pequeños, donde pueda concentrarme en tocar material diferente. Si hay un problema acerca de escribir canciones del tipo «I’m Still Standing» o «Rocket Man» o «Your Song», es que se han vuelto tan populares que han desarrollado su propia vida y ensombrecen cualquier otra cosa que hagas. Amo esas canciones con locura, pero he escrito otras que creo que son igual de buenas, que se sostienen por sí mismas, y me gustaría darles a esas canciones su momento de protagonismo.

Pero, sobre todo, quiero pasar tiempo siendo… bueno, una persona normal, o todo lo normal que pueda aspirar a ser. Pasar menos tiempo de gira significa que tendré más tiempo para acompañar a los niños al colegio, más tardes de sábado para llevarlos al Pizza Express, o a Daniel’s, el centro comercial de Windsor: cosas que a los chicos les gustan, cosas que nunca había pensado que haría. Me he pasado la vida entera intentando huir de Reg Dwight, porque Reg Dwight nunca fue un cachorrillo feliz. Pero lo que me ha enseñado el huir de Reg Dwight es que, cuanto más me he alejado de él, cuando he desconectado en exceso de la persona que un día fui, las cosas han ido terriblemente mal y he sido más desdichado que nunca. Necesito —todo el mundo necesita— cierta conexión con la realidad.

Vivo y he vivido una vida extraordinaria, y de verdad digo que no la cambiaría en nada, ni siquiera las partes que más lamento, porque estoy increíblemente feliz con el resultado final. Por supuesto, me gustaría haberme ido cuando vi a John Reid haciendo montoncitos de cocaína en el estudio, en vez de meter ahí las narices —en todos los sentidos de la expresión—, pero puede que todo aquello fuera necesario para terminar donde estoy ahora. No es donde esperaba haber llegado, en absoluto: casado con un hombre, padre de dos hijos, cosas que me parecían imposibles hace mucho tiempo. Pero esa es la otra lección que me ha enseñado mi vida absurda. Desde el momento en que me señalaron la puerta tras una audición fallida y me entregaron un sobre con las letras de Bernie cuando me marchaba cabizbajo, nada ha salido como yo pensaba que saldría. Mi historia está llena de posibilidades abiertas, de momentos extraños del tipo «¿Y si?» en los que todo cambió. ¿Y si hubiera estado tan disgustado por mi audición fallida que hubiera tirado el sobre de Bernie a un cubo de basura de camino a la estación? ¿Y si me hubiera mantenido en mis trece y no hubiera ido a Estados Unidos cuando Dick James me dijo que debía hacerlo? ¿Y si el Watford hubiera ganado al West Bromwich Albion aquella tarde de sábado a principios de los años noventa y me hubiera subido el ánimo, de modo que no hubiera tenido la necesidad de llamar a un amigo y suplicarle que me trajera a unos cuantos hombres gais para acompañarme en la cena? ¿Y si no me hubiera fijado en Lev en el orfanato? ¿Dónde estaría ahora? ¿Quién sería ahora?

Uno puede ponerse a pensar todo tipo de cosas delirantes. Pero todo esto es lo que pasó, y aquí estoy. No tiene ningún sentido preguntarse «¿Y sí?». La única pregunta que vale la pena responder es: «¿Y ahora qué?».

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