Yo

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Tres » HECHO PEDAZOS

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MI MOMENTO PARA BRILLAR

HAY QUIENES DICEN QUE NO DEBEMOS TENERLO TODO A LA vez, pero yo no estoy de acuerdo. Lo que sí creo es que no debemos tenerlo todo antes de estar listos. Y para estar listos, hay que trabajar. Mucho. No sólo me refiero al trabajo práctico, el que nos lleva al éxito profesional que buscamos. Me refiero también al trabajo espiritual: tenemos que aprender de las lecciones kármicas que la vida nos pone en el camino.

En mi vida hubo un momento en que los astros se alinearon y todo estuvo en el lugar exacto en donde tenía que estar para que yo pudiera alcanzar mi meta más soñada e incluso ir más allá. Y si hay una lección que aprendí en todo ese proceso es que cuando te llega tu momento, no puedes detenerte para mirar atrás. Tienes que trabajar sin descanso, dar tu todo y dedicarte en cuerpo y alma a sacar adelante la bendición que se te ha dado. Porque es exactamente eso, una bendición. Hay que crecer ante las circunstancias y aprovechar la oportunidad que se nos ha dado para brillar.

Mi fama en el mundo del entretenimiento no me llegó de manera inesperada. Aunque para el público de algunos países tal vez parezca que un día yo aparecí de la nada y comencé a vender discos como loco, la realidad es otra. Mi ascenso en las carteleras de los discos más vendidos fue el resultado de mucho trabajo y mucha dedicación por parte mía y de todo mi equipo. Desde un punto de vista espiritual y personal, me había tomado el tiempo de descubrir lo que realmente quería hacer con mi vida y hacia dónde quería avanzar. Me sentía fuerte y preparado, listo para afrontar todos los retos que la vida me pudiera lanzar. Pero a pesar de haberme preparado durante mucho tiempo para lo que estaba por venir, jamás me hubiera podido imaginar hasta qué punto iba a afectar cada aspecto de mi vida.

CONQUISTANDO EL MUNDO

TODO EMPEZÓ EN el otoño de 1995, cuando salió A medio vivir. El primer sencillo del disco se llamaba «Te extraño, te olvido, te amo», una balada que iba más con el estilo de música que yo hacía en esa época. Pero el disco también contenía una joya escondida: una canción llamada «María». Combinaba ritmos latinos, pop y tenía una energía y un tempo muy diferente a todo lo demás en el disco, pero también era completamente diferente a todo lo que yo había hecho hasta ese momento. Yo sabía que había cierto riesgo en salir con algo tan diferente, pero el resultado pagó con creces: «María» fue la canción que terminó impulsándome a otro nivel.

Lo increíble es que la primera vez que le presenté la canción a un ejecutivo de la disquera, el hombre me dijo:

—¿Estás loco? ¡Has destruido tu carrera! No puedo creer que me estés mostrando esto. Estás acabado… éste será tu último álbum.

Lo recuerdo como algo surrealista. El tipo explotó sin razón alguna y ni siquiera me dio el beneficio de la duda. Yo no podía creer lo que estaba oyendo, y claro, quedé absolutamente devastado. Por más que me gustara —vaya, me encantaba— la canción que habíamos producido, el hecho de oír esas palabras de la boca de un alto ejecutivo de la disquera me hizo dudar de mí mismo y de lo que había hecho. El tipo no era músico, y estoy seguro que ni siquiera tenía la menor idea de cómo uno se desvive cuando está encerrado en un estudio haciendo música, y por todo lo que uno pasa desde un punto de vista emocional. El trabajo musical es un proceso muy íntimo, entonces sentí como que me estaba atacando en uno de mis momentos más vulnerables y todo lo que me dijo lo tomé muy personal. Alcancé a imaginar que en efecto, mi carrera se había acabado y que nunca más podría hacer un disco o cantar en un escenario —nunca me había pasado algo así.

Pero a pesar del miedo que me infundió aquel tipo, yo me quedé callado. No dije una palabra, ni a él ni a nadie. Pasé unos días de angustia, pero mi consuelo llegó unas semanas después cuando el jefe de aquel odioso personaje eligió la canción para sacarla como sencillo. El resto, por supuesto, es historia. «María» se convirtió en el sencillo de mayores ventas en Francia, España, Alemania, Bélgica, Holanda, Suecia, Finlandia, Italia, Turquía y toda Latinoamérica —donde desde el instante en que salió, se disparó como un cohete. Para principios de 1996 ya estaba entre los diez más vendidos, y hasta lo puse a la prueba en el Festival de Viña del Mar donde el famoso «monstruo de la quinta Vergara» no me devoró. ¡Todo lo contrario! La canción pegó, y pegó duro.

Fue muy emocionante. Viendo el éxito que estaba te-niendo la canción, de inmediato lanzamos una gira de conciertos internacionales que me llevó por toda Latinoamérica. Al terminar la gira regresé a Nueva York donde tomé mi puesto como Marius Pontmercy en Les Misérables, y viví esas once semanas extraordinarias en el teatro. Pero ahí fue que sucedió algo muy interesante. Mientras yo subía todas las noches al escenario en Broadway, la gente en todo el mundo continuaba cantando y bailando al son de «María»; la canción cruzó el Atlántico y llegó a Europa a través de España. Durante el verano y el otoño de 1996 la canción siguió acumulando impulso, y fue gracias a ella que en noviembre rompí un récord mientras hacía un concierto gratuito al aire libre en la Avenida 9 de Julio de Buenos Aires. (Si nunca has estado en Buenos Aires, es como presentarse en medio de Times Square en Nueva York o de los Champs-Élysées en París). Esperábamos una multitud, pero nada como la que llegó aquel día: se congregaron cerca de 250.000 personas y pasamos un rato increíble en el que me volví uno con el público. Obtuvimos las tomas que necesitábamos y ese día quedó debidamente inmortalizado en uno de los videos de la canción «María». El público porteño se portó de maravilla, y siempre guardaré el recuerdo de ese día como algo muy especial. La acogida que recibí no sólo me hizo sentir realizado con el trabajo hecho sino que fue un presagio claro de lo que estaba por venir.

Todavía faltaba un tiempo para la llegada del llamado «boom latino», pero ese mismo mes el periódico El Clarín de Argentina se adelantó a los hechos y publicó un reportaje sobre la fiebre latina que, según ellos, empezaba a apoderarse de los Estados Unidos. En el artículo aparecí como uno de los cantantes que estaban difundiendo los ritmos latinos a un público que no entendía ni papa de español. El artículo fue profético, pues tan sólo un par de años más tarde, el «boom latino» ya estaba en pleno furor, retumbando a lo largo y ancho del planeta.

Para ese entonces, y en gran parte gracias al fenomenal concierto que hicimos en Buenos Aires, yo sentía que ya tenía el apoyo total del público latinoamericano. Muchos fanáticos me conocían de mis tiempos en Menudo y habían crecido conmigo. Otros eran admiradores nuevos que sólo me conocían de mis épocas como solista. El apoyo del público latinoamericano siempre ha sido para mí una fuente de inspiración y de mucho orgullo, pero en ese momento, con todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor, yo sentía que algo inmenso estaba a punto de estallar. Quería expandir mis horizontes y llegar a otras personas en todo el mundo, incluyendo los Estados Unidos y Europa. Y mientras más quería, más oportunidades se me presentaban.

Mi carrera estaba en ascenso, y yo no iba a permitir que nada me detuviera, ni siquiera un accidente automovilístico en las montañas de Italia.

En 1997 tuve el honor de ser invitado al prestigioso festival de la música de San Remo. Aterrizamos en Milano e íbamos a volar en helicóptero desde allí hasta San Remo, pero cuando llegamos a las montañas el cielo se cerró y el piloto nos dijo:

—No vamos a llegar. Voy a aterrizar el helicóptero para que ustedes continúen en carro.

No teníamos mucho tiempo, y lo último que queríamos era ser irrespetuosos y llegar tarde. Así que apenas aterrizamos, agarramos camino a toda velocidad con la intención de llegar a tiempo para la alfombra roja. La verdad es que íbamos demasiado rápido, como a unos 200 kilómetros por hora, y las llantas chillaban con cada curva. De repente, llegamos a una curva en la que el carro simplemente no dio más, ¡y se volcó! Pero tal y como dije, no iba a permitir que nada me detuviera. Al ver que ninguno de nosotros tenía más que unos cuantos golpes y rasguños, agarramos todo el equipaje y buscamos un taxi. Finalmente llegamos a la alfombra roja del festival un poco estropeados, pero a tiempo. «¿Todo bien? —nos preguntaban—. ¡Sí, sí, sí! —respondimos—. Perfectos.» Mi representante luego le dijo a la prensa que el carro se había resbalado y que perdimos el control bajo la lluvia; la verdad es que había sido un poco más grave. ¡Pero no íbamos a dejar que un pequeño accidente pusiera en jaque nuestra presencia en aquel importante festival europeo!

Mientras «María» seguía de número uno en muchos países, muchas personas se pusieron a preguntar y a averiguar ¿quién era esta María de la que hablaba la canción? Querían saber si era alguien que yo conocía o alguien que quería conocer. Cada cual tenía su teoría, ¡y la verdad es que era muy divertido escucharlas! Charly García, por ejemplo, dijo en una entrevista: «Yo creo que Ricky Martin le está haciendo un elogio a la droga». Es que la canción dice: «Así es María, blanca como el día… y si te la bebes, seguro que te va a matar». Y para Charly García, esa frase se refería a la cocaína. ¡Wow! Para mí el hecho que el señor Charly García hablara de una de mis canciones en una entrevista era más que un honor. Que en aquel momento el maestro del rock en español se fijara en mi música era señal de que algo estaba haciendo bien. Algo le debió haber llamado la atención cuando escuchó la canción e intentó buscar el sentido textual.

Sobra decir que la teoría de Charly no era realidad. Canté y bailé y volví a cantar la canción en mil conciertos, y hasta que a Charly se le ocurrió relacionarla con las drogas, ¡a mí nunca ni se me habría ocurrido! Su interpretación me cambió por completo la visión que tenía de mi canción. Y es que eso es lo que pasa cuando interpretas una canción: se vuelve propiedad de todo el mundo y cada cual la interpreta y la vive a su manera. Luego me reía porque la verdad es que si te metes por el canal de la cocaína hay mucha tela para cortar…

Ya sea que bailaron porque creían que era un elogio a las drogas o porque pensaban que conocían a la María de la que se trataba, lo cierto es que todo el que escuchaba la canción, la bailaba. ¡Y eso era mucha gente! Ese verano lancé una gira de conciertos en España, un recorrido de cuarenta y cinco conciertos en treinta y seis ciudades. En diciembre di cuatro conciertos en Francia y Suiza, comenzando por París. «María» ya era una de las diez canciones más escuchadas ahí y en Italia. Además, recibió discos de oro en Suiza, Suecia, Inglaterra, Bélgica y Grecia. La canción se desplegó por todo el continente, y yo seguí detrás. En total el disco vendió más de 7 millones de copias, una cifra alucinante cuando se compara con mis ventas anteriores. Más adelante vinieron muchos más países, y fue «María» la que a cada paso del camino me fue abriendo las puertas.

Mientras «María» se tomaba el mundo en 1997, yo regresé al estudio a grabar mi siguiente disco. Como todo en la vida, la música tiene su trayectoria y todo tiene su momento. Quería sacar otro álbum antes de que se agotara el entusiasmo con que el público había recibido A medio vivir, pero no quería desaparecerme por completo mientras lo hacía. Así que seguí haciendo los conciertos y las promociones en nuevos mercados, mientras grababa mi siguiente disco, Vuelve. Fue un trabajo brutal e increíblemente intenso. Cuando estás grabando un disco, necesitas algo de espacio para concentrarte, pensar y conectar con tu ser creativo. Sin embargo, cuando estás de gira, lo que se necesita de ti es que te entregues por completo y lo des todo. La permanente contradicción entre estos dos estados mentales fue, para mí, algo completamente agotador.

Tampoco pude descansar mucho porque por esa época se abrió otra puerta. Cuando ya estábamos terminando de grabar Vuelve, me contactó la gente de la FIFA: querían saber si yo estaría interesado en crear y cantar una canción para la Copa Mundial de Futbol de 1998, que se llevaría a cabo en Francia. Debo admitir que el reto me puso un poco nervioso, pero lo que significaba para mi carrera era incalculable, así que decidí aceptarlo. Una vez más la vida me ofrecía una oportunidad y yo corrí a su encuentro.

De inmediato me puse manos a la obra. K. C. Porter y Robi Rosa —quienes ya habían trabajado conmigo en A medio vivir— estaban trabajando conmigo en la preparación de Vuelve. Pero para el proyecto de la canción para el mundial se unió también Desmond Child. A partir de ese momento, comenzamos a ver el disco como parte de una estrategia global para promocionar música con influencia latina en todo el mundo, entonces seleccionamos y preparamos las canciones con el propósito de poner el globo entero a bailar y a cantar en español. Era una oportunidad única para iniciar al mundo en los encantos de la música latina.

Y así fue que nos embarcamos en esa aventura. El sencillo que nació de aquel esfuerzo fue «La copa de la vida», que se escribió precisamente para ser el himno de la Copa Mundial de Futbol de 1998. Fue un éxito rotundo que llegó a ser el número uno en las listas de éxitos en más de sesenta países. Otra indicación de lo que estaba por venir.

Vuelve se lanzó en febrero de 1998 y en abril empecé una gira de conciertos por toda Asia que comenzó en Tokio. Más de un año después, cuando ya se había terminado la gira, un periodista de Rolling Stone, una de las revistas musicales más importantes en los Estados Unidos, me preguntó: «¿Por qué escogiste ese camino? ¿Por qué Europa y Asia antes que los Estados Unidos?»

La respuesta era fácil: porque ese era el camino que la vida me había ofrecido. Yo lo único que hice fue seguirlo.

Ese 12 de julio de 1998 fue una de las noches más importantes de mi carrera y a cada instante yo tuve plena conciencia de lo mucho que estaba en juego. Era la final de la Copa Mundial de Futbol. No sólo había más de dos mil millones de personas viéndome cantar «La copa de la vida» por televisión en todos los rincones del mundo, sino que aquella noche en el famoso Stade de France se encontraban algunos de los artistas más reconocidos del mundo del entretenimiento, entre ellos Dustin Hoffman, Arnold Schwarzenegger, Michael Douglas, Luciano Pavarotti, José Carreras y Plácido Domingo. Mi presentación estaba programada como el último segmento antes que comenzara el juego y sólo duraría cuatro minutos. Eso quería decir que yo tendría tan sólo cuatro minutos para convertir a un cuarto de la población en mis fanáticos, o posiblemente perderlos para siempre.

Antes de comenzar la presentación estaba muy nervioso. Aunque para ese momento de mi carrera ya había hecho presentaciones ante miles de personas en estadios y teatros de todo el mundo, ésta era la primera vez que hacía algo tan grande. Y por más experiencia que tengas, un escenario como el Stade de France en la noche de la final de la Copa Mundial de Futbol es intimidante. ¡Era casi inimaginable!

Además, lo que nadie sabía en ese momento —excepto los oficiales de la FIFA y un grupo de mis más allegados colaboradores— era que mi presentación durante la ceremonia casi no se dio. En algún momento la FIFA me había dicho que existía la posibilidad de presentarme durante la final, pero antes de que me lo confirmaran, yo se lo dije a los medios, muy mal. Se supone que quien debía hacerlo público era la FIFA y la FIFA se enojó conmigo. Mucho. En lugar de confirmar o desmentir mis afirmaciones, su castigo fue dejarme con la palabra en la boca. Guardaron silencio hasta cinco días antes del juego, y no me dijeron palabra alguna, ni a mí ni a nadie. Yo, por supuesto, me estaba muriendo. Quería tanto presentarme, ¡y no quería que una tonta declaración a los medios me arruinara la oportunidad! Al fin me dieron la luz verde, pero lo hicieron con una condición: me dijeron que para la presentación no tendría ni escenario, ni bailarines, ni luces, ni efectos especiales. No tendría casi ninguno de los elementos que se tienen normalmente para un concierto de ese calibre.

Pero yo estaba tan feliz de que me hubieran confirmado que claro, no me importaba nada más. Lo que más me importaba era hacer la presentación, ya encontraría la manera de convertirla en algo espectacular.

Y así fue. En el último momento se me ocurrió agarrar a una veintena de músicos y vestirlos de camiseta blanca y pantalón negro para que todo el mundo los pudiera ver. Entramos todos caminando por el campo de juego, ellos tocando sus instrumentos de percusión, y agarré el micrófono y le grité al público: «¡Vamos todos a hacer bulla!»

Al llegar al centro del campo todo nerviosismo se esfumó y la magia del espectáculo se apoderó de mí. Fueron cuatro minutos de pura euforia. El estadio estaba lleno de gente de todas partes del mundo cantando y bailando. Al escuchar cómo aplaudían y gritaban sentí que me invadía un poderoso sentimiento de alegría y fuerza. Esa presentación la viví como un momento único… un regalo que me mandó la vida. Otro de esos momentos que jamás olvidaré. Todo, absolutamente todo, estaba donde debía estar, y la adrenalina de ese gentío me hizo comprender la razón de ser de todos mis esfuerzos y mis sacrificios. Habíamos trabajado como unos desesperados para llegar a ese instante, y la victoria estaba a nuestro alcance. Me rompí los nudillos tumbando paredes y más paredes para incorporarme en Menudo, para convertirme en solista y para ganarme el apoyo del público latinoamericano, asiático y europeo. Y esos aplausos, esos gritos, eran el reconocimiento de todo ese trabajo arduo.

Pero no había tiempo de dormirme en los laureles. Todo el reconocimiento recibido en Francia había sido extraordinario pero había que seguir adelante. Uno no se puede parar y aceptar la gloria como un hecho. Cuando la vida te presenta con una oportunidad, hay que dar el todo y un poco más. Hay que pelear y luchar para forjarse su propio camino. Que es exactamente lo que continué haciendo.

CROSSOVER

DESPUÉS DE CONQUISTAR Asia, Europa y Latinoamérica, fijé mi vista en los Estados Unidos y mi llamado crossover; mi transición al inglés. Y para no perder el impulso que llevábamos, decidimos que mientras hacía la promoción de Vuelve con una gira de cuarenta y cuatro conciertos, volvería al estudio para preparar mi primer álbum en inglés. No me importaba que estuviera agotado o que a veces sintiera como que se me estaban acabando las fuerzas. Mi meta era alcanzar todo lo que me proponía, y si eso significaba que tenía que entregarme por completo, pues así sería. Esos meses en los que hice la promoción de Vuelve mientras grababa el nuevo disco en el estudio fueron de una intensidad impresionante. Claro, ya había hecho algo similar cuando grabé Ricky Martin mientras filmaba Alcanzar una estrella y cuando grabé Vuelve mientras hacía la promoción de A medio vivir… pero esta vez la diferencia era que el disco que estaba promocionando requería mucho más de mí. Con el éxito de «La copa de la vida» los pedidos para entrevistas y firmas eran muchos más y lo enfrentaba todo con buena cara, buen ánimo y mucha energía. A todo, absolutamente todo, le decía que sí. ¿Necesitaban una sesión fotográfica para una revista? ¡Sí! ¿Querían que firmara una pila inmensa de CD? ¡Por supuesto! ¿Qué alguien quería una entrevista? ¡Claro que sí!

Decía que sí a todo porque quería que el mundo entero —y más que nada Estados Unidos— se fijara en mí para preparar mi salto al inglés. Ese salto al mercado americano era tan crucial para mí que estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para alcanzarlo. Pero a pesar de todo el entusiasmo con el que perseguía mi nueva meta, ya podía ver el peligro que se escondía detrás. Con el éxito de «María» y «La copa de la vida» ya había visto un atisbo de lo que era la fama como solista y no todo lo que vi me gustó. Recuerdo que hasta lo mencioné en una entrevista que hice en esos días con El Nuevo Herald: «Cada día que pasa —dije—, más miedo le tengo a la fama». Era algo irónico, expliqué, mientras más la conocía, más le temía. Y mientras más le temía, más me atraía.

En el fondo de mi alma yo sabía que necesitaba tomar un poco de distancia para descansar y pensar en todo lo que me estaba sucediendo, pero nunca parecía ser un buen momento. De hecho en un momento dado quise tomarme un sabático. Ya tenía todo organizado para desconectarme un tiempo e irme a viajar, pero justo en ese momento, mientras estábamos en Singapur durante una de las paradas de la gira, me llamó mi representante para avisarme que Vuelve había sido nominado para un premio Grammy. Y eso no era todo: los organizadores querían que yo me presentara en vivo la noche de la premiación. Así que por más descanso que necesitara, ¿cómo iba a decir que no? Era imposible. La oportunidad de cantar en los Grammy es una oportunidad única que muchos músicos no reciben en toda una carrera y en ese momento yo simplemente no podía decir: «Discúlpenme muchachos, muchas gracias por todo, pero me voy a tomar un descanso». Es posible que en ese momento esa hubiera sido la decisión acertada desde un punto de vista personal y emocional, pero no era la decisión acertada para mi carrera. Había tanta gente que apostaba por mí, tanta gente —incluyéndome a mí mismo— que había trabajado incansablemente para que ese sueño mío se hiciera realidad, que yo simplemente no podía decir que no.

Si la Copa Mundial había sido mi plataforma para conquistar al resto del mundo, la presentación en los Grammy sería lo que me pondría delante del mercado estadounidense de habla inglesa. En ese momento no me importaba que el show se fuera a transmitir ante una audiencia de mil millones de personas en 187 países; lo que me importaba era llegarle a todas las personas dentro de los Estados Unidos que no sabían quién era Ricky Martin. Así como con la Copa Mundial, ésta era mi oportunidad para brillar y tenía unos cuantos minutos para ser más que impresionante; ¡tenía que ser electrizante!

Siempre he pensado que el estar un poco nervioso antes de una presentación es totalmente normal. Es más, creo que es sano porque si no estuviera nervioso, querría decir que lo que estoy a punto de hacer ya no es un reto para mí. ¿Y qué interés tiene la vida si no nos estamos retando constantemente y poniéndonos en situaciones incómodas? Pero en el caso de los Grammy, a medida que se acercaba la noche del 24 de febrero de 1999, me di cuenta de que me sentía preocupado, estresado, con una inquietud cada vez más grande. Dudaba de si sería capaz de impresionar al público, si les gustaría mi música… hasta que al fin tuve que cortar con los sentimientos contradictorios que me asediaban y decirme a mí mismo: «¡Espérate! Llevas quince años haciendo esto. Haz lo que sabes hacer —y ¡hazlo bien!» Me acordé de eso y así encontré las fuerzas que necesitaba para cantar y bailar con la confianza de siempre.

La presentación salió bien. Muy bien. Lo que sucedió aquella noche jamás había ocurrido en la historia de los Grammy.

Para la ocasión yo había decidido cantar una versión ligeramente modificada de «La copa de la vida», a la que le había incorporado unas partes en inglés. Y esta vez —a diferencia del mundial— teníamos un escenario precioso con todas las de la ley: músicos, bailarines, luces y efectos especiales. Desde todo punto de vista fue un show espectacular al que le metí toda la energía, todo el carisma y todo el movimiento que tenía para dar… ¡y un poco más! Organizamos para que entraran unos músicos por entre las filas del auditorio y eso hizo que el público se contagiara de la música y comenzara a aplaudir y bailar en sus sillas. Ya para cuando llegamos a la última nota del número, ese público —compuesto por músicos profesionales, compositores, cantantes, artistas y ejecutivos acostumbrados a asistir a miles y miles de presentaciones como ésta— se puso de pie para aplaudir y vitorear como yo nunca antes había visto. Me conmovió ver aquella recepción pues fue como recibir una bendición por parte de un público que respeto inmensamente. Y ése es otro momento que atesoraré toda mi vida.

Cuando al fin se apagaron los aplausos y las cámaras regresaron a la maestra de ceremonias del programa —la presentadora y comediante Rosie O'Donnell—, ésta se quedó callada un instante y luego dijo con la voz entrecortada:

—¿Y quién es ese bombón?

Tan sólo unos minutos más tarde volví al escenario para recibir el Grammy por la mejor interpretación de música pop latina, por Vuelve. Lo primero que hice fue reírme, probablemente porque yo también estaba sorprendido (por la reacción del público a mi presentación), y entonces dije: «¡Gané un Grammy!» De nuevo el público vitoreó como loco y yo me sentí entre dichoso y estupefacto. «¿Quién es este chico?», se preguntaban. La gran mayoría del público me acababa de ver por primera vez, ¡y ahora estaba en el escenario, ganándome el premio más prestigioso de la industria musical!

Aunque los premios no lo son todo, el hecho de poder pararse frente a todo el mundo con un trofeo en las manos y tener la oportunidad para agradecerle a las personas que más te importan por su duro trabajo y dedicación es algo muy emocionante. Se necesita mucha gente para que un disco se haga realidad y el hecho de poder agradecerles públicamente es siempre una bellísima manera de darles el reconocimiento que merecen.

Y como si eso no fuese suficiente, después del show, mientras respondía a las preguntas de los periodistas, Madonna vino y se puso detrás de mí. Me tapó los ojos con las manos y me dio un beso: «Yo sólo vine a felicitarte», me dijo. Y desapareció tan rápido como vino. Fue muy fuerte… ¡Wow! ¡Madonna! Eso nunca me lo habría podido imaginar.

Pero una vez más, no había tiempo para descansar o siquiera celebrar. En lugar de darme un rato para absorber «mi momento de gloria», esa noche me subí a un avión rumbo a Italia para cumplir con un compromiso que tenía al día siguiente. Éste es realmente el ejemplo perfecto de lo caótica que era mi vida en aquella época.

LA AVALANCHA

HABÍA TRABAJADO 15 años para ganarme esos cuatro minutos en el escenario de los Grammys, y eso me había permitido lograr mi propósito: sacudir el mundo de la música en los Estados Unidos y abrir las mentes de los angloparlantes a los ritmos latinos. Por aquella época el New York Times afirmó que yo le había prendido fuego a la música pop y que mi presentación en el programa me había establecido como «el símbolo del nuevo estatus que tiene la cultura latina dentro de la sociedad norteamericana en los Estados Unidos». Es que por esa época la comunidad latina en los Estados Unidos estaba creciendo a una velocidad impresionante, y mi éxito musical en cierta forma estaba reflejando —y alimentándose de— ese cambio. La cultura latina estaba comenzando a seducir a los Estados Unidos y a modificar los gustos musicales de sus habitantes.

Tan sólo unos meses después de la ceremonia de los Grammy salió mi primer álbum en inglés titulado Ricky Martin, igual que mi primer álbum como solista en español. Debutó como número uno en las listas de los discos más vendidos vendiendo más de 660.000 copias, tan sólo en los Estados Unidos, en la primera semana. Fue el disco más vendido esa semana y tuvo las mejores ventas en una sola semana de todo el año. El disco tuvo un éxito que yo jamás hubiera imaginado. Por más que me hubiera estado preparando toda mi vida para ese momento, cuando por fin llegó, me tomó por sorpresa. Desde el punto de vista profesional, estaba completamente listo para alcanzar esa cima e ir más allá, pero a un nivel más personal me sacudió de manera muy intensa. Fue todo tan rápido que casi ni sabía adónde mirar. La vida se me vino encima como una avalancha.

Primero fueron los premios Grammy, con esa presentación espectacular y mi primer Grammy. Luego salió mi primer álbum en inglés y casi de inmediato la canción «Livin' la vida loca» debutó como número uno en las listas de las canciones más exitosas en veinte países. Ese año la canción fue número uno en las listas de ventas nacionales de la revista Billboard, número uno en las listas de radiodifusión nacionales, número uno en las listas de radiodifusión latinas, número uno en las listas de ventas latinas, número uno en las listas bailables, y en muchas más. Luego empezó la gira promocional con una fuerza impresionante: fue un torbellino de firmas de discos, entrevistas con los medios, sesiones fotográficas… ¡una explosión! Y finalmente llegó la hora de comenzar la gira de conciertos; la recepción fue algo fuera de serie. Las entradas para veinticinco conciertos salieron a la venta el mismo día y todas se vendieron en tan sólo ocho minutos (tan rápido como lo permitía el sistema). Como resultado, tuvimos que programar más conciertos en más localidades, y la gira pasó de ser algo grande a algo masivo. Se dice que en total 4 millones de personas me vieron en vivo durante aquel tour. En total el disco vendió cerca de 17 millones de copias a nivel mundial. En los Estados Unidos recibió siete discos de platino y un total de treinta y dos discos de platino a nivel mundial.

Y la avalancha continuó. No importaba si yo estaba cansado o si tenía hambre o si simplemente quería dormir una siesta. Si yo decía: «Necesito un descanso», mi representante contestaba: «Sólo una cosita más. Una, nada más…», y no era por mala persona, ¡el problema es que siempre había una cosita más! Porque como con todo en la vida, siempre se podía hacer más. Y como cualquier esfuerzo que hiciéramos daba un resultado tan inmenso, siempre queríamos hacer más. Me decían por ejemplo: «Ricky, llamó Pavarotti. Quiere hacer un dueto contigo». ¿Y quién puede decirle no a un dueto con Pavarotti? Entonces la respuesta era sí. ¡Era un honor! Siempre aceptaba. Pero al rato me llamaban otra vez y me decían: «Ricky, llamó Giorgio Armani, que quiere cenar contigo». Era imposible decir que no. Sin embargo, yo siempre decía: «Está bien, esta vez lo hago, pero por favor no me traigan más propuestas». Mi representante siempre me prometía que no lo volvería a hacer, pero al rato volvía y me decía: «¡Ay!, Ricky, discúlpame. Yo sé que te dije que no te iba a traer más nada, pero es que llamó Sting y quiere que cantes en un concierto de beneficencia que está organizando…» ¿Qué podía decir yo? ¿Quién, en su sano juicio, puede rechazar semejantes propuestas?

En medio de toda esa locura, «Livin' la vida loca» resultó ser todo lo que quería Sony y hasta un poco más. En ese momento la disquera estaba teniendo dificultades económicas y necesitaban anotarse algo más que una carrera; necesitaban un jonrón con bases llenas. Con el empujón que le dieron a «Livin' la vida loca» esperaban algo explosivo, y el resultado fue algo nuclear. Viendo su salvación, quisieron llevarlo al máximo, entonces crearon una estrategia de promoción global agresiva y extensa. El único problema era que el que tenía que llevarla a cabo era yo. Y aunque era algo agotador, puedo decir que nunca me quejé. Me entregué de lleno a la tarea y lo viví como un sueño.

Muchas veces la gente me pregunta por qué creo que tuvo tanto éxito «Livin' la vida loca». Aunque por un lado siento que el mundo en ese momento estaba listo para escuchar algo nuevo, más que nada creo que desde el punto de vista mío, todas las fichas estaban en su lugar. En aquella época tenía un gran representante, una gran compañía disquera y un gran equipo de producción, y todos estábamos en la misma frecuencia y teníamos el mismo mantra de ganar e ir más allá. Aparte de eso, tenía bajo el brazo un gran álbum; lo escucho hoy y me doy cuenta de que es verdaderamente una gran producción, y al fin y al cabo eso es lo más importante: la música. La música puede cruzar fronteras y romper barreras entre las personas y las culturas. En este caso, habló por sí misma.

Yo diría que hasta en el proceso mismo de grabación de la canción se hizo magia. Para «Livin' la vida loca» tuve la suerte de trabajar con Draco Rosa y con Desmond Child. Aunque yo había hecho muchos discos, rápidamente me di cuenta de que trabajar con Desmond es trabajar a otro nivel. Desmond es un gigante de la música: ha vendido 300 millones de copias, ha trabajado con Aerosmith, Bon Jovi, Cher, con todos los grandes. A la hora de grabar, Desmond tiene una dinámica y un enfoque muy particular: transforma el proceso de grabación en algo estructurado y sistemático, lo cual nos daba mucha calma porque no nos agotaba tanto y dejaba fluir el proceso creativo. Empezábamos el día haciendo calentamiento de voz, luego comíamos algo, luego grabábamos algo, luego salíamos y dábamos una vuelta, luego volvíamos a tomar un café. Todos los días sabía qué esperar y eso a mí me ayudaba mucho porque podía enfocar todas mis emociones en los momentos de creación más que en la incertidumbre de lo que va a pasar mañana o pasado. También era la primera vez que Robi Draco Rosa trabajaba con Desmond, y algo hubo en la colaboración entre nosotros tres —el cosmos, el momento, los riesgos que se tomaron— que hizo que el resultado fuera extraordinario. Y hasta el día de hoy «Livin' la vida loca» es una de las canciones de las que estoy más orgulloso.

Cuando pienso en los meses que siguieron al lanzamiento del álbum, lo que recuerdo es trabajo, trabajo, trabajo. La ola que había comenzado a crecer con «María» y «La copa de la vida» se terminó convirtiendo en algo gigantesco. Tuve que sacar fuerzas de donde no tenía para hacer videos, lanzar una gira promocional, montar un espectáculo y dedicarme día y noche a la promoción. Pasamos tres meses haciendo conciertos y eventos en Japón, Tailandia, Australia, Francia, Inglaterra, España, Puerto Rico, Estados Unidos, Canadá y, por supuesto, México. Como mis fanáticos se encontraban en todas las esquinas del planeta, finalmente expandimos la gira de conciertos para darle la vuelta al mundo. Tomó más de un año, con doscientos cincuenta conciertos en ochenta ciudades y treinta y cinco países.

Ese año «Livin' la vida loca» fue nominada en cuatro categorías de los premios Grammy, poniéndome al frente del fenómeno bautizado como «el boom latino». Ya no sólo se trataba del ascenso de mi propia carrera; se trataba de la explosión inusitada de la música latina en el escenario mundial. Mi vida jamás volvería a ser como antes.

LA CARA DEL «BOOM LATINO»

FUE COMO SI de la noche a la mañana todo Estados Unidos se hubiera despertado y escuchado el nombre de Ricky Martin por primera vez, lo cual era un poco extraño, sobre todo si se tiene en cuenta que Vuelve ya había ganado un disco de platino en los Estados Unidos por alcanzar ventas de más de un millón copias, superando los esfuerzos de algunos de los más reconocidos nombres del rock en inglés. Pero ésa es la prueba de que en aquella época los estadounidenses angloparlantes no tenían ni idea de lo que sucedía en el mundo de la música en español.

A sólo dos semanas de que se lanzara el disco, aparecí en la portada de la revista Time, con el título, «Latin Goes POP» (El pop latino explota) y, según ese artículo, yo estaba al frente de una nueva generación de artistas latinos que expresaban su cultura en inglés. El reportaje señalaba —con razón— que gran parte de nuestro éxito tenía que ver con la oportunidad del momento. Es decir, la comunidad latina crecía a pasos agigantados dentro de los Estados Unidos y, de la misma manera, la radio, la televisión y hasta los periódicos en español. La cultura latina comenzó a penetrar la cultura estadounidense a todo nivel y la textura misma de la sociedad americana comenzó a cambiar. Reconocí en esos detalles la dicha de mi vida: si hubiese nacido en otro tiempo, tan sólo diez años antes o diez años después, es muy posible que no hubiese tenido el mismo éxito y mi vida habría sido completamente diferente. Pero mi vida siempre ha sido así, las cosas siempre me llegan en el momento preciso en que deben llegar, incluyendo, al parecer, el momento en que nací.

Un mes más tarde aparecí en la portada de People, la revista de farándula más grande y poderosa en los Estados Unidos, con un artículo que hablaba de mi «fama instantánea». Claro, a los ojos de los medios americanos yo era un desconocido que acababa de aterrizar en el escenario musical estadounidense. Lo que desconocían era que yo ya llevaba quince años de carrera y que el reconocimiento mundial que había logrado —la fama de la que tanto se hablaba, esa cima un poco desequilibrante en que me encontraba— era resultado de una estrategia calculada. La promoción del álbum fue fríamente planeada por la disquera para darle el mayor empujón a lo que era para ellos un producto: «Ricky Martin». Como dijo Desmond Child: «Ricky es un príncipe que ha sido preparado para ser rey».

A mí nunca me ha molestado que mi carrera haya sido planeada con una estrategia muy precisa en mente. Lo que sí me molestó en aquel momento fue encontrar que los medios me habían designado como el representante de todos los latinos habidos y por haber. Yo me siento muy orgulloso de ser latino, pero eso no quiere decir que todos los latinos sean como yo, ni tampoco que se identifiquen con mi música o mi estética. Así que desde el primer momento en que mi fama comenzó a crecer, me sentí con la responsabilidad de romper con esos estereotipos y explicarle al mundo que, aunque venimos del mismo continente, no todos los latinos somos iguales.

Hay mucha ignorancia acerca de la cultura latinoamericana. Conocí a individuos que cuando les decía que soy de Puerto Rico, me decían: «¡Ah, cómo no!, Costa Rica». O que me miraban, y cuando les decía que era latino, pensaban que en realidad era italiano. Cuando mi música comenzó a pegar en Europa, di muchas entrevistas en las que hablaba de mi cultura y de cómo se refleja en mi música. Y aproveché también para hablar de las diferencias. Por ejemplo, en algunas partes del mundo la gente se sorprendía al verme llegar sin sombrero de mariachi. Pensaban que todo, desde México hasta la Patagonia, es lo mismo y que todos comíamos tacos y cantábamos rancheras. Entonces, con mucha paciencia, yo me esforzaba en explicarles que Latinoamérica es multifacética y que en una misma isla puedes encontrar diversas culturas, acentos, estilos musicales y ritmos. Yo no puedo decir que mi música es 100 por ciento latina porque sería un insulto a todos los demás músicos latinos que hay en el mundo. En Latinoamérica hay salsa, merengue, tango, rock, vallenato, cumbia, son y muchos más tipos de música que se han ido desarrollando a lo largo y ancho de todo el continente, y mi música es una mezcla, una fusión de varios estilos, ya que yo no soy un artista que sigue estrictamente un género u otro. Mi música tiene, por supuesto, influencias latinas, pero también tiene influencias anglosajonas y de «europop». Así que decir que soy Ricky, un cantante latino, está bien, pero no es acertado ponerle esa etiqueta a mi música o imaginarse que todos los latinos son, o suenan, como yo.

Cuando mi música comenzó a escucharse en los Estados Unidos, sucedió lo mismo. Gracias a todas mis giras y las promociones, en el resto del mundo yo ya era conocido como un artista internacional proveniente de Puerto Rico. Antes de llegar a los Estados Unidos había hecho una gira de sesenta conciertos en Nueva Delhi, Bangkok, Seúl, Taipei, Singapor, Malasia y Australia. Di conciertos por toda Europa y en todos lados se me consideraba como «el artista internacional». Pero al llegar a los Estados Unidos me convertí en «el fenómeno latino». Yo siempre me esforzaba por explicar que aunque soy latino —y a mucho honor— no puedo aceptar ser considerado como un representante de todos los hispanos, pues yo soy mi propia versión. Lo que la gente no siempre entiende es que aunque soy latino, tengo sangre francesa, española, indígena, africana… soy en realidad un mestizo, tal como lo somos casi todos los habitantes del continente americano. El hecho es que a mí se me considera hispano por una casualidad de la ascendencia. Una rama de mi familia llegó de Europa y aterrizó en la parte noroeste de los Estados Unidos, y hoy en día a ellos se les considera caucásicos. Pero otra rama de la familia llegó a mi isla, Puerto Rico, y por eso se me considera «el fenómeno latino».

De hecho muchos anglosajones, tal vez la mayoría, saben muy poco acerca de la cultura latina y a menudo su conocimiento se basa en cantidades de prejuicios y preconceptos completamente errados. Así que aunque mi primera impresión de la portada de la revista Time fue buena, después de un rato eso de «Latin Goes POP» me dejó de gustar. Por eso hasta el día de hoy me he esforzado siempre por proyectar una imagen positiva de la cultura latina y mostrarle al mundo que somos más que una simple etiqueta.

HECHO PEDAZOS

A TODAS ESTAS, mi estrella seguía en ascenso. Decenas de miles de personas aparecieron cuando di un concierto al aire libre en el Rockefeller Center en Nueva York como parte del programa matutino Today de la cadena de televisión NBC. Llegaron tantas personas que se atrancaron las calles en el centro de Manhattan. Y las portadas, y la atención, seguían sin cesar. Un poco más tarde, salí en la portada de la revista Rolling Stone nadando en una piscina rodeado por mujeres desnudas; el sueño de todos los músicos del rock y pop; era como ponerle el cuño a mi éxito.

Ese mismo año, «Livin' la vida loca» también recibió seis nominaciones en los MTV Video Music Awards (premios de videos musicales de MTV) y, además, fue nominado para tres premios internacionales en el mismo evento. En total gané cinco de los premios a los cuales había sido nominado, y una vez más el público se puso de pie cuando canté la canción en vivo en el show.

Desde el punto de vista profesional, fue uno de los mejores años de mi vida. Y para concluirlo, el día de mi cumpleaños la revista Entertainment Weekly me nombró el artista del año. Había llegado a unas alturas tan extraordinarias que no podía imaginarme cómo superarlas. Tal como lo puse en una entrevista de aquella época, ¿qué podía hacer después de eso? ¿Escalar el Everest?

Pues no tuve mucho tiempo para sentarme a ponderar la cuestión porque la compañía disquera rápidamente me informó que quería otro álbum, lo más pronto posible. Hoy en día pienso que les debí haber dicho que no. ¡Definitivamente no! Era demasiado pronto y yo no estaba listo para volver a meterme de lleno en el intenso trabajo de creatividad que exige la grabación de un nuevo álbum. Pero estaba tan ocupado trabajando y esforzándome por hacer todo lo que tenía que hacer para mantener las ruedas andando que quizás no tuve el tiempo o la distancia para realmente evaluar lo que se me estaba pidiendo. La disquera me dijo que necesitaba un nuevo disco e hice lo que había que hacer.

Fue una de las peores decisiones de mi vida. Fue una absoluta locura, un grave error. Pero lo hice. Hay quienes dicen que debo culpar a mis asesores o a la compañía disquera por haberme presionado, pero la verdad es que la culpa fue toda mía. Ya no eran las épocas de Menudo en las que era un chico adolescente al que le decían siempre qué hacer. Ya era mayor de edad y llevaba muchos años trabajando en esta industria como para dejarme convencer de hacer algo que no quería hacer. En la vida sólo se aprende si se cometen errores y ése es un error del que aprendí mucho.

Así que comenzamos a preparar el siguiente disco en inglés, titulado Sound Loaded. Todas las semanas teníamos cuatro o cinco días seguidos de conciertos que eran parte de la gira «Livin' la vida loca», y después del último show yo me montaba en un avión para regresar a Miami y encerrarme en un estudio. Grabábamos hasta altas horas de la madrugada, luego dormía un poco, me despertaba y volvía al aeropuerto a montarme en un avión para llegar a la próxima ciudad en la gira, a tiempo para hacer la prueba de sonido y luego el show. Muchos de mis amigos en la industria me decían que eso era una locura, que así no se hacía.

—Cuando estás grabando un disco —me decían—, te dedicas sólo a eso.

—¡Ja! —les respondía yo—. ¿Quién dice?

En cuanto se terminó la gira de conciertos, comenzó la gira de promoción para Sound Loaded. Un día típico comenzaba llegando en avión de Australia cuando apenas amanecía en California, en donde me tocaba grabar saludos para estaciones de radio en Orlando, Detroit, Miami y otras grandes ciudades. Luego tenía que dar una serie de entrevistas a la prensa, comenzando a las nueve de la mañana hora de California, antes de hacer una serie de sesiones fotográficas para las revistas. Era un ritmo endiablado que no paraba nunca. Todos los días comenzaban al amanecer y terminaban tarde en la noche. Casi nunca tenía una tarde o una mañana libre para dormir, descansar o simplemente tomármela con calma. Escasamente tenía tiempo para respirar.

De alguna manera me sentía como el rey del mundo y esa sensación, aunque venía con una cierta dosis de agotamiento, era también embriagadora. Me gustaba sentir el poder que tenía entre manos y, sobre todo, me gustaba el hecho de estar cosechando los frutos de todo el trabajo tan arduo de los últimos quince años. Pero también había momentos en los que sentía temor por lo que podía traer mi nuevo estilo de vida. A veces sentía que quería huir y regresar a mi islita a vivir en una casa en la playa con una hamaca frente al mar, y otras veces lo único que quería era irme de fiesta, alquilar toda una discoteca, invitar a los amigos a bailar y coquetear con los paparazzi. Todos los días oscilaba entre esos dos extremos: entre querer escapar de todo lo que sucedía a mi alrededor o querer lanzarme de lleno en ello. Cargaba en mi corazón con un montón de sensaciones y sentimientos muy confusos, y el problema era que en realidad no tenía el tiempo para descifrar cuáles eran reales y cuáles no. Por un lado me sentía estupendo y realizado, pero por otro lado sufría, y esa sensación de constante volatilidad me estaba volviendo loco. Creo que muy poca gente a mi alrededor lo notaba porque yo hacía hasta lo imposible para ocultarle al mundo lo que realmente estaba ocurriendo en mi interior.

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