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PATERNIDAD

A TODOS NOS LLEGA UN MOMENTO EN LA VIDA EN EL QUE sentimos la necesidad de aspirar a algo que vaya más allá de nosotros mismos. Nos damos cuenta de que ya no basta con ser y estar en el mundo, nos nace el deseo de trascender quienes somos para crear algo más grande. Para mí esa aspiración se materializó en el deseo de ser padre.

Aunque mi trabajo en la lucha contra la trata humana sí colmó de alguna manera ese deseo de hacer algo importante, no puedo decir que fuera suficiente. Llegué a un momento en mi vida en el que quise algo más: una familia. Para mí tener un hijo significa estar dispuesto a darlo todo. Ya no quería esperar más por el momento o la pareja perfecta para hacerlo: estaba listo para ser padre, y una vez que lo comprendí, puse manos a la obra para convertir ese deseo en realidad.

LA DECISIÓN DE SER PADRE

EN REALIDAD, LA culpa la tuvo Baby Wave porque cuando lo conocí, lo primero que pensé fue que lo quería adoptar. En ese momento se me dijo que los padres solteros no pueden adoptar en Tailandia, por lo cual ni siquiera era una opción. Sin embargo, la ternura de aquel pequeñito, su fuerza y su determinación de vivir despertaron algo muy profundo en mí.

El segundo factor determinante fue que una amiga mía quedó embarazada. Fue maravilloso porque esta amiga es también mi terapeuta física y pude estar con ella a lo largo de todo el embarazo. Ella fue a la gira conmigo durante el Black and White Tour, así que todos los días pude ver cómo le iba creciendo la panza. Viví todo su embarazo y el hecho de estar tan cerca de ella durante esos nueve meses me hizo vivir de manera muy intensa ese milagro de la vida. Evidentemente llegó un punto en que ella ya no pudo viajar más y tuvo que quedarse en casa, pero cuando nació su hijita preciosa, yo sentí que algo había hecho clic en mí. Como tantas otras veces, sentí que había llegado mi momento. Y ahí empecé mi búsqueda.

El hecho de conocer a ese pequeño en el caos del tsunami y de ver la felicidad de mi amiga cuando dio a luz, me impactó profundamente. Ambos sucesos me despertaron una paz y una alegría tan pura, que quise ampliar ese sentimiento a mi propia vida. Sentí que me había llegado el momento de ser padre.

Al final lo único que importaba era que yo estaba listo para ser padre, y en ese sentimiento no podía influir nadie más: ni mi familia, mis amigos o mis amores. Esto era algo que yo sentía que necesitaba, algo que deseaba hacer con locura y por lo tanto iba a empezar a buscar la mejor manera de hacerlo realidad.

Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que mi camino me había ido guiando hasta ese momento y me había dado todas las herramientas que necesitaba para tomar aquella decisión. No sólo había aprendido a aceptar y amarme a mí mismo. Había encontrado el papel de mi vida —el de luchar contra la trata humana— y ahora me sentía listo para amar a otros, sin condiciones. Aunque supongo que nadie nunca está completamente listo para ser padre —en gran parte porque no es sino hasta que uno es padre que comprende lo que significa—, en aquel momento yo sentía que había desarrollado las herramientas espirituales necesarias para dar ese paso tan importante.

El tiempo que pasé en la India me ayudó. Allí aprendí a escuchar mi silencio y por lo tanto a conocerme a mí mismo, pero también aprendí mucho de la vida. Yo necesitaba apartarme un tiempo de la locura de mi carrera para comprender las cosas sencillas de esta existencia y poder compartir mi tiempo aquí con otros. Como llevaba tanto tiempo corriendo y corriendo para ser el mejor y alcanzar el número uno, no había tenido tiempo de crecer y madurar a mi ritmo. Necesitaba aprender a llorar, a caminar por la calle y a ver a otra gente; necesitaba retomar el control de mi propia vida.

En la India aprendí a enfocarme en el agradecimiento.

Creo que la mayoría de nosotros —y me incluyo— nos criamos enfocándonos siempre en lo negativo. Muchas veces pensamos que lo estamos haciendo porque somos realistas o porque simplemente estamos identificando las cosas malas que queremos eliminar de nuestras vidas. Y aunque no creo que estemos equivocados en prestarle atención a lo que nos duele y nos molesta si de verdad lo hacemos para arreglarlo, creo que también es importante dedicarle tiempo a ver las cosas buenas para poder repetirlas y ampliarlas en nuestras vidas.

Ahora, cuando hay momentos en los que estoy mal y siento que me pesa el día o que hay una nube que me persigue a todas partes, hago una lista de diez cosas por las cuales puedo dar las gracias. Sólo diez. Al principio, cuando lo intentaba, no lograba pasar de la tercera. Pensaba: «Estoy vivo. Tengo salud. Tengo comida en la mesa…», y hasta allí llegaba. Me tomaba un rato largo poder seguir con la lista.

Pero cuando realmente me detengo a pensar, me doy cuenta de que hay muchas más cosas extraordinarias por las que hay que dar las gracias. Puedo caminar. Puedo ver. Puedo sentir. Tengo amigos. Tengo una familia que me quiere. Tengo casa. Tengo dos niños preciosos. Y antes de llegar a la octava cosa de la lista, ya estoy sonriendo. Así es que me enfoco en lo importante que es sumar en vez de restar.

Siempre supe que mi destino era ser padre. Pero no puedo afirmar que a los veinticinco años dije: «Cuando tenga treinta y seis años lo voy a hacer». Yo simplemente sentí que me había llegado el momento y fui a su encuentro cuando estuve listo para hacerlo. Sé que hay muchas personas a las que les da miedo ser padres, pero puedo decir que eso a mí nunca me preocupó para nada. Tenía el ejemplo extraordinario de mi papá. Cuando mi papá se casó con su segunda esposa, ella me dijo: «Yo me enamoré de él porque vi cómo te trataba a ti. Vi la dinámica que tenían ustedes dos y dije, 'Ése es el tipo de padre que yo quiero para mis hijos'». Y es verdad. Siempre hemos tenido una relación increíble, de mucha comunicación y mucha comprensión, y ése es el tipo de relación que yo quiero construir con mis hijos.

Además, hasta el momento en que entré a Menudo, yo me sentí como el mejor hermano porque a mis hermanos menores, los hijos de mi padre, les enseñé a andar en bicicleta, a amarrarse los zapatos y todas esas cosas de la infancia. Más adelante, cuando entré a Menudo, me dolió mucho sentir que había abandonado a mis hermanos menores y muchas veces hasta sentí que mi hermanito Eric me miraba como queriendo preguntarme: «¿Y adónde te me fuiste cuando yo te necesitaba?»

Pero después comprendí que tenía que despegarme de esa emoción triste y del sentimiento de culpabilidad con el que cargaba por haberme ido, porque al fin comprendí que la vida me llevó por un camino que me apartó de él, y así fue. No era culpa de nadie. Era una lección para él y para mí, y nada de eso quitaba cuánto lo quiero a él y a mis otros hermanos. La prueba es que hoy en día somos muy cercanos, nos vemos cada vez que se puede y nos queremos de todo corazón. Y es por esa relación tan especial que tengo con ellos y con mis padres que siempre sentí que quería ser padre.

Mientras más estudiaba las ventajas y desventajas de las varias alternativas que existen para tener hijos, la que mejor sonaba era la maternidad subrogada. Ahora, quiero aclarar que ésta era la mejor opción para mí. No me voy a convertir ahora en un defensor de la subrogación para todo el mundo, ni tampoco me voy a parar en la cima de una montaña a gritar que la maternidad por sustitución es la cosa más maravillosa que ha existido. Yo estoy consciente que para otra persona puede no ser la mejor opción, pero para mí sí lo fue. Ya yo sabía que no iba a fundar una familia con una mujer, y como tampoco quería esperar a encontrar el amor de mi vida antes de tener hijos, pues decidí que ésta era la mejor opción para mí.

Cuando le dije a mi mamá lo que iba a hacer, ella me miró y me dijo:

—Espérate un momento, Kiki. Siéntate aquí conmigo que vamos a hablar. Esto que me estás contando me parece como una película del futuro.

—No, mami, esto no es el futuro —le respondí yo—. Es el presente.

Y le expliqué cómo funciona todo. Cuando terminé, lo único que me dijo fue:

—Hijo mío, hay que tener los pantalones bien puestos para tomar una decisión como ésta. Te felicito.

Yo creo que lo que pasa es que hay mucha gente que no entiende lo que es la maternidad subrogada y por eso les parece algo extraño o posiblemente hasta piensen que es malo. Pero es en realidad una alternativa maravillosa que tenemos gracias a todos los avances que ha hecho la ciencia hasta el día de hoy. Pensar que antes, cuando una pareja no podía tener hijos le tocaba resignarse al hecho sin poder hacer nada. Ahora, una pareja que no puede tener hijos —o que está teniendo dificultades— tiene muchas opciones disponibles.

El proceso toma su tiempo. No es sólo los nueve meses de embarazo. Empieza mucho antes. Yo quise hacerlo a través de una agencia que se dedicara a esto y, obviamente, quería un abogado especializado en el tema que me pudiera guiar a lo largo de todo el proceso. Y así lo hice.

La subrogación es algo que cada día se vuelve más y más común. Aunque no existen cifras exactas, se estima que desde 1976 han nacido aproximadamente 28.000 niños a través de la subrogación, y cada día hay más padres solteros que están teniendo hijos de esta manera. Más que nunca, los hombres están conscientes de lo que significa la paternidad y sienten la necesidad de tener hijos. Aunque no tengan pareja.

El primer paso en mi proceso de subrogación, después de haber encontrado la agencia y el abogado con el que quería trabajar, fue escoger a una donante de óvulos. Me pasé una semana entera examinando las reseñas biográficas de todas las mujeres que estaban donando sus óvulos. Aunque sabía que quería encontrar a alguien que tuviera cualidades que complementen las mías, de todas formas me costó mucho trabajo escoger a la persona adecuada. Tal vez si me hubiera enamorado de alguien no hubiera sido tan difícil, simplemente estaría enamorado y tendríamos bebés. Pero ésta era otra historia y escoger a alguien basado en su reseña biográfica no se reveló como algo tan fácil.

Una vez que escogí a la donante, el siguiente paso fue encontrar a la mujer que iba a prestar su vientre para cargar al bebé. Mis abogados me aconsejaron que sería mejor hacerlo de forma anónima. Me explicaron que las madres que cargan los niños están totalmente acostumbradas a seguir un embarazo normal y que algunas hasta lo prefieren así porque es como si estuvieran embarazadas con su esposo. Así siguen con sus vidas de manera natural. De hecho, la gran mayoría de los casos de maternidad subrogada se hacen de manera privada y sin contacto, como si fuese una adopción. Hay adopciones abiertas en las que todos los involucrados se ponen de acuerdo para seguir en contacto, pero también hay adopciones cerradas donde las mujeres que están dando sus bebés en adopción no quieren después tener ninguna conexión con el bebé o con los padres que lo van a criar. Y los padres adoptivos también muchas veces prefieren no tener ninguna conexión con la madre biológica. Esto es igual. Las madres que donan sus óvulos y las madres que cargan los bebés entienden y están de acuerdo con el hecho de que el padre o la madre que va a criar el niño no quiera tener vínculo con quienes ayudaron a traer a esa criatura al mundo.

También existe la subrogación abierta, en la que la madre subrogada sí puede estar en contacto con la familia y, eventualmente, el niño. Todo depende de lo que mejor funcione en el caso particular de cada cual. En mi caso me pareció que lo mejor era que fuera cerrada.

Yo estuve en contacto con la madre que cargó a mis hijos durante todo el embarazo, por internet. Pero lo hicimos de manera anónima. También estuve en contacto con sus doctores y pude hablar con regularidad. Aunque no estuve a su lado físicamente, la acompañé a todo lo largo del embarazo y me aseguré de que estuviera recibiendo los mejores cuidados.

Si mis hijos, cuando ya sean más grandes, quieren saber quién fue la donante, pues yo podré enseñarles fotos; tienen todo el derecho de saber ya que ella, de alguna manera, es parte de su historia. Pero ella pidió que no tuviéramos contacto. Ella dice que en realidad no tuvo mucho que ver con esto, y que no es que ella estuviera sintiendo la necesidad de tener hijos. Dice que simplemente lo hizo por el hecho de poder asistir a otros en formar una familia y que eso para ella es una bendición suficiente.

Por otro lado, la mujer que cargó a los niños no tiene ninguna conexión genética con ellos. Ella sólo prestó su vientre. Estoy muy agradecido por lo que hizo y si lo hago de nuevo en un futuro, me encantaría que fuera ella quien cargara mis hijos otra vez. Ella ya había pasado por el proceso anteriormente y fue recomendada por la agencia. Cuando la entrevisté, le pregunté por qué hacía esto, y ella me respondió: «Soy una mujer muy espiritual y nunca me he sentido más cerca de Dios que en el momento en que puedo entregar el regalo de la VIDA a una persona que no lo puede hacer por sí solo o sola».

Me encantó su respuesta. Sentí que estábamos alineados en nuestras creencias y sus palabras me inspiraron un gran respeto. Para mí fue un honor que una mujer como ella cuidara de mis hijos durante nueve meses y le estoy eternamente agradecido por el entorno tranquilo y saludable que les proporcionó.

Empecé con todo este proceso mientras estaba en la gira Blanco y Negro. Fue más o menos en agosto que por primera vez escribí la palabra «subrogación» en Google y comencé a buscar todo lo que pude sobre el tema. Poco después empecé el proceso de selección de la donante y la madre que prestaría su vientre, al igual que todas las pruebas médicas y los papeles legales que hay que hacer. La gira terminó en noviembre y alrededor de dos meses más tarde, me enteré que la madre de subrogación estaba embarazada. Ese año celebré Año Nuevo dando gracias por el milagroso regalo que me esperaba.

En el proceso in vitro, casi siempre se implantan dos embriones en el vientre de la mujer para incrementar las posibilidades y no tener que pasar por el proceso varias veces. Aunque desde el principio siempre supe que había dos embriones, suponía que sólo iba a tener un hijo. Pero claro, no era suficiente con que fuera a ser padre, la vida me tenía que dar otra sorpresa más, y ésta vino a las doce semanas de embarazo cuando me dijeron que ¡iban a ser mellizos!

Un gran amigo que me conoce bien y que ha trabajado conmigo por más de veinte años me dijo:

—Chico, ¿tú no puedes hacer ni una cosa normal en tu vida? Siempre tienes que hacer las cosas de manera espectacular… ¡Parece que contigo ésa es la única forma!

No puedo alcanzar a describir mi alegría cuando supe que eran dos. Ya estaba ilusionado ante la perspectiva de tener un hijo, pero dos… fue terriblemente emocionante. Comencé a prepararme para ser el padre soltero de dos niños y leí todo lo que pude encontrar. El único problema fue que me di cuenta de que me faltaba un nombre, y eso para mí era tremendo problema porque se me había hecho muy difícil escoger el primero. Busqué en todas las culturas: Pasé por la India, Brasil, Egipto… busqué hasta entre los nombres de los indios taínos, los indígenas de la isla de Puerto Rico. Y al fin decidí que se iba a llamar Matteo, que es un nombre hebreo que significa «regalo de Dios».

Pero ahora tenía que buscar otro más, porque hasta ese punto al segundo bebé sólo le decíamos «Bebé B» (como le ponían en los resultados de las ecografías). A pesar de eso, no fue tan difícil como el primero porque cerré los ojos y visualicé un chico valiente y sin miedos. Por eso lo llamé Valentino, porque es como un guerrero: Valentino el Valiente.

Los seis meses siguientes que tuve que esperar a que nacieran me parecieron eternos. Como es natural, cuando una mujer está embarazada de mellizos siempre hay más riesgos y a mí eso me tenía muy preocupado, por lo tanto me mantuve en contacto constante con la madre que estaba cargando a los niños para asegurarme de que todo fuera bien.

Pero en medio de todo, lo que sentía en el fondo de mi alma era una felicidad absoluta y me imagino que las personas que ya tienen hijos lo comprenden mejor que nadie. Es como pasarse nueve meses esperando el regalo más maravilloso de todos. Lo único que quería hacer era pararme en el techo de mi casa y gritarle al mundo la buena noticia. Pero tuve que ser muy cauteloso porque no quería que nada fuera a afectar a la mujer que estaba cargando a mis hijos. Quería que ella tuviera toda la paz y toda la calma para que su embarazo se diera de la mejor forma posible. Si por alguna razón los medios se hubieran enterado, quizás habrían tratado de descubrir quién era y la habrían comenzado a asediar con preguntas. Además de que yo no quería que la perturbaran porque no quería que nada la afectara a ella ni a mis hijos, me habría sentido terriblemente responsable de imponerle ese tipo de presión e invasión de la privacidad a otra persona. Decidí llevar la vida pública que llevo y por eso asumo las consecuencias, pero no quisiera imponerle eso a nadie más.

Así que para asegurarme de que el secreto se mantuviera a escondidas del resto del mundo, además de mis padres, sólo le dije a tres personas. No es que yo desconfiara de mis amigos, pero me daba nervios que de la emoción a alguien se le saliera sin querer, lo cual habría sido un desastre. Incluso hubo algunos amigos —y ahí es cuando te das cuenta de quiénes son los amigos de verdad— que cuando les dije que iba a ser papá y la manera en que lo estaba haciendo, me pidieron que no les contara nada porque no querían correr el riesgo de que algo se filtrara a los medios y que ellos estuvieran en la lista de personas que podrían ser responsables… Ellos estaban conmigo en todo momento asegurándose que yo estuviera bien, pero no querían saber más de lo necesario. Y por esa lealtad y ese cariño siempre les estaré agradecido.

Como buen padre primerizo, mientras esperaba a que nacieran mis niños, me leí todos los libros habidos y por haber: libros de desarrollo infantil, libros sobre mellizos, libros sobre los primeros meses de vida. Hay muy pocos libros para padres solteros (y los que existen son para quienes están saliendo de un divorcio), entonces me leí todo lo que encontré para estar debidamente informado. Me pasé todo el tiempo leyendo en internet, aprendiendo, preparándome. Mi cerebro era como una esponja, quería saber todo y cualquier cosa sobre cómo ser el mejor padre posible. Al mismo tiempo sabía que lo más importante de ser padre no se puede aprender en un libro o a través de los consejos de otra persona. Es un instinto que sólo aparece cuando tienes a tu bebé en tus brazos y empiezas a saber interpretar sus llantos, ruidos, risas, sonrisas y movimientos. Un instinto que no sabes que tienes hasta que llega el momento.

Estuve en el hospital cuando llegaron al mundo. Mis hijos nacieron por cesárea, y en cuanto salieron del vientre de la mujer que los cargó y los cuidó, los trajeron a mi cuarto donde estaba la incubadora. Estaba una enfermera allí que les revisó todo: el pulso, la temperatura, el color, el tamaño, todo. Traquetearon mucho a esos pobres niños, y ellos temblaban con sus llantos. Pero aunque yo estaba tan emocionado que me sentía al punto de explotar, no lloré. Ni un poquito. Yo quería pegar un grito al cielo de lo feliz que estaba. «¡Dámelos!», quería decirle a la enfermera apenas entró en la habitación, «los quiero cargar ahora mismo».

Las siguientes semanas fueron como un borrón. Como casi todos los padres primerizos, estaba obsesionado con los niños. No me quería perder un solo instante de su existencia. Eran los niños más preciosos que jamás hubiera visto y no podía parar de mirarlos. Casi nunca los soltaba mientras estaban despiertos. Y no dormía. Pero en lo que se considera el hogar «típico» de un recién nacido, casi siempre hay dos padres y un bebé. Una responsabilidad compartida, y muy poco tiempo para descansar. En mi caso había dos bebés y un padre, y descansar no era en realidad una opción. Pero no me importaba. Ahora eso no quiere decir que estuve solo durante esos días, estaba rodeado de la gente que más quiero y todo el mundo estaba dispuesto a ayudar. Pero había ciertas cosas que quería hacer yo mismo. (Ya sabes, cositas como darles de comer, bañarlos, ponerles los pañales, acostarlos a dormir.) Y como yo todo lo hago en extremo, quería hacerlo todo para ambos niños al mismo tiempo. Jamás olvidaré la primera vez que cada uno me miró a los ojos. Fueron los momentos más preciosos de toda mi vida. Momentos que no sabía que estaba esperando. Fueron nuestros momentos.

Tengo a una amiga cercana que es médico y ella me recordó que tenía que crearles una rutina o si no su crianza se volvería una pesadilla para todo el mundo. Pero lo que se me olvidó fue que yo también tenía que seguir el mismo horario. Y cualquier padre primerizo conoce la regla básica: cuando el bebé duerme, tú duermes. Punto. Ya sea por diez minutos, una hora, puede ser que sea la única ocasión que tengas para dormir. Pero yo no quería. Estaba tan enamorado de ellos que cuando estaban dormidos, lo único que quería hacer era verlos dormir. Llegó a un punto en el que mi madre (que estuvo conmigo desde el día en que nacieron) me dijo:

—Hijo, estás hecho un zombie. Me estás hablando y te quedas dormido en la mitad de la frase. Por favor, por favor, acuéstate y descansa. Eres un padre increíble pero déjanos ayudarte.

Seguí su consejo y me quedé dormido en segundos. Pero eso fue, literalmente, lo que tuvo que suceder para que cerrara los ojos y descansara. Simplemente no quería perderme nada de la vida de mis hijos. Y hoy tampoco quiero perderme nada. Pero aprendí una lección importante en esos días y fue que tenía que cuidarme a mí mismo para poder cuidarlos a ellos.

Y no fue sino hasta un par de semanas más tarde que exploté en llanto. Un día, después de regresar a la casa, yo me puse a ver televisión mientras los niños dormían. Vi un programa en el que se estaba hablando del nacimiento de mis hijos —ya para ese entonces había salido la noticia a los medios—, la reportera de repente miró a la cámara y dijo: «Nos alegramos mucho por ti, Ricky, te mereces todo lo mejor. ¡Felicitaciones!» Entonces fue que me cayó todo de repente. Creo que en ese momento al fin me di cuenta de que esos dos pequeños que estaban en sus cunas eran de verdad mis hijos, ¡y yo era su padre! Fue algo hermoso. Pero fue un sentimiento tan fuerte que corrió por todo mi ser, una alegría tan profunda que no podía dejar de llorar. Mi madre vino y me abrazó por un largo rato, como cuando era pequeño; fue un momento muy profundo. Estremecedor.

TODO TIPO DE FAMILIAS

HAY GENTE QUE dice que esto no es justo, que para ser equilibrados, todos los niños necesitan un padre y una madre. Yo digo que están equivocados. ¿Cuántos millones de niños crecen sin madre? O, es más, ¿cuántos crecen con una madre que no los quiere? ¿Cuántos millones de niños crecen sin padre? O, peor, ¿sabiendo que su padre existe pero no se preocupa por ellos porque simplemente no los quiere? Según la Oficina del Censo de los Estados Unidos, el número de padres solteros que viven con sus hijos aumentó de un 25 por ciento durante el decenio de 1990. Cuando mis hijos me pregunten, yo les voy a decir: «Yo los quería tanto, tanto y tanto, que con la ayuda de Dios hice todo lo que fue necesario para que ustedes llegaran a mi vida».

También estoy aquí para decirles que hay mucha gente muy exitosa que se crió sin padre o madre. Por ejemplo, el actual vicepresidente de los Estados Unidos, Joe Biden, fue un padre soltero que crió a sus dos hijos después que su esposa y una hija fallecieron en un accidente automovilístico. El actual presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, se crió sin la presencia de su padre. También está el medallista olímpico Michael Phelps, el ex presidente Bill Clinton, Bill Cosby, Tom Cruise, Christina Aguilera, Julia Roberts, Demi Moore, Alicia Keys, Angelina Jolie… sólo por nombrar a unos cuantos. Así que supongo que es más normal de lo que parece, ¿no? Además conozco personas que crecieron en un hogar donde tenían un padre y una madre, y desafortunadamente terminaron siendo personas bastante desubicadas, desafortunadas y problemáticas.

Es un error suponer que porque yo soy padre soltero, mis hijos no están rodeados por mujeres maravillosas. Sí lo están. Mi madre, por ejemplo, juega un papel primordial en sus vidas, además de en la mía como padre. Es la mano firme que me guía, me aconseja y me va mostrando las labores de ser padre. Pero sobre todo y ante todo, ella les da todo el amor del mundo e incluso un poco más. Y muchas de mis amistades más cercanas son mujeres increíbles que quieren a mis hijos como si fueran sus propios sobrinos. En últimas eso es lo que más importa: es igual si mis hijos reciben amor de un padre, una madre, un abuelo o un tío. Lo importante es que lo reciben y lo continuarán recibiendo el resto de sus vidas.

Mis hijos están creciendo en un hogar rodeados de gente que los quiere y que quiere lo mejor para ellos. Lo considero un privilegio. Quiero que ellos crezcan con sus mentes abiertas ante la vida. No van a tener ningún problema con tener un papá que es padre y madre a la misma vez. Al contrario, estarán orgullosos de su familia porque gracias a ella van a mirar el mundo sin prejuicios y sin juzgar a los demás. Eso es algo que he notado en otros niños que son hijos de padres solteros que han hecho lo mismo que hice yo. Son niños que están en una onda muy especial, a otro nivel.

El día que Matteo y Valentino me pregunten por qué no tienen mamá, pues yo les explicaré que todas las familias son únicas. Hay familias que tienen un papá, una mamá y un bebé. Hay familias que tienen un papá, una mamá y dos bebés. Hay familias que tienen un papá, una mamá y cinco bebés. Hay familias que tienen una mamá solamente, con cuatro o cinco bebés. Hay familias que tienen dos mamás con dos bebés. Hay otras que tienen dos personas que se quieren pero que no tienen bebés. En este momento ellos tienen a un papá que hace el trabajo de un papá y una mamá con dos bebés, y eso hace que nuestra familia sea especial y única. Y ser único es maravilloso.

Yo estoy listo para la pregunta porque sé que cuando ellos estén listos me la van a hacer. Una vez que un niño tiene la capacidad de procesar una pregunta es porque está preparado para recibir la información de la pregunta y comprender la verdad de la respuesta. Si esa respuesta contiene demasiada información para su mente, entonces la va a ignorar y va a seguir jugando con sus juguetes por unos cuantos meses más hasta que esté listo para volver a hacer la pregunta. Y una vez más, si no entiende la respuesta, la va a volver a ignorar hasta que esté listo para preguntar de nuevo. Independientemente de cuántas veces me pregunten y cuántas veces les tenga que responder, yo les seguiré explicando todo una y otra vez hasta que lo entiendan bien.

Sé que algún día quiero tener más hijos porque ha sido increíble la experiencia de tenerlos a mi lado casi constantemente. En los dos últimos años desde que nacieron, nunca he pasado más de dos noches lejos de ellos y eso fue sólo una vez. Como la gran mayoría de los padres, no quiero estar lejos de mis hijos ni siquiera un instante porque cada día trae algo nuevo y único. Agradezco tener la posibilidad de organizar mi vida para atender sus necesidades y he tenido el privilegio de estar presente en todos los momentos importantes de sus vidas. Atesoro profundamente el tiempo que paso con ellos y me encanta ir viendo cada cosa que hacen y empiezan a decir. Aunque sean mellizos, cada uno tiene su personalidad única y su manera de hacer las cosas. Son individuos muy diferentes, pero se complementan perfectamente.

Me han enseñado mucho. De ellos he aprendido lo que es el amor incondicional, y por mi experiencia en el amor puedo decir que no hay más nada como esto. No importa lo que haga por ellos —ya sea darles de comer, cambiarles el pañal o bañarlos—, lo que recibo a cambio es una sonrisa. Y no hay nada mejor. Cuando me dan esa sonrisa pienso: «Que se caiga el mundo. Ésta es la felicidad más grande que pueda haber».

La mayoría de la gente da porque quiere recibir algo a cambio. Es como una transacción: si me quieres yo te quiero y si me das un abrazo yo también te daré uno. En las relaciones de pareja, en el trabajo, en las amistades, a veces es así, ¿no? Si tú me amas con dos pasos yo te amo con dos pasos. Pero el amor entre padres e hijos no es así. Eso es amor de verdad. No hay nada más que buscar. Y ese tipo de amor comienza cuando uno se quiere a sí mismo. Cuando aprendemos a aceptarnos y a amarnos a nosotros mismos tal y como somos, entonces podemos dar amor sin esperar nada de vuelta. Entonces encontramos que recibimos mucho más amor del que podíamos imaginar posible. Porque cuando otros ven que uno está lleno de amor y da sin pedir o esperar nada de vuelta, no le temen a abrirse por completo.

Lo único que sí voy a confesar que me da miedo es el hecho de que mis hijos van a tener que aprender a vivir en la mira del público, y que va a haber personas que van a querer invadirles su privacidad por el sólo hecho de ser mis hijos. Esto me causa ansiedad porque no sólo ya empezó, sino que quisiera poder evitarlo del todo. Desafortunadamente, o afortunadamente, ésta es la vida que les tocó y éste es el camino de vida que les tocará recorrer. Es parte de su viaje kármico y simplemente tienen que pasar por él como parte de su desarrollo espiritual.

Lo que sí es cierto es que no voy a dejar que mis hijos vivan en una jaula. La vida hay que vivirla al máximo y en ese sentido quiero que ellos sean muy saludables y que adquieran sus propios rasgos y personalidades a medida que vayan creciendo, por medio de sus propias experiencias individuales. Quiero que no le teman a nada, que sean transparentes y libres, y sobre todo quiero que viajen y que conozcan el mundo.

Cuando joven yo muchas veces me fui a Europa solo para pasar mi cumpleaños y el Año Nuevo. Yo solo. Mi madre me decía: «¿Tú estás loco? ¿Qué te pasa a ti? Primero que todo, ¿por qué tienes que irte solo? ¿Y por qué tiene que ser tan lejos?»

Y yo le respondía: «Mami, déjame que estoy bien aquí».

Una noche quise pasar el Año Nuevo sentado debajo de la Torre Eiffel, y lo logré. Me acosté en el parque en frente a la torre y a las doce de la noche me dije: «¡Feliz Año Nuevo!» Lo mismo hice una vez para mi cumpleaños. Fue maravilloso sentir que estaba haciendo algo que sólo yo quería hacer y que lo estaba haciendo por mí mismo y nadie más.

Yo quiero que mis hijos tengan experiencias como esas. Quiero que sean independientes y que vivan la vida que sueñen. Espero que vayan haciendo su camino, a su manera, y yo los apoyaré a cada paso.

Soy puertorriqueño y mis hijos también lo son. Quiero que siempre sean conscientes de su origen, pero más que nada, quiero que mis hijos se consideren ciudadanos del mundo porque es eso lo que les dará la visión global que van a necesitar para ser hombres del siglo XXI.

Siempre me esforzaré por darles a mis hijos todo lo que necesiten. Pero lo importante en la vida no son las cosas materiales sino las experiencias. Quiero que tengan muchos recuerdos porque eso es lo que hará que lleven vidas llenas.

Y como yo tengo conocimiento de primera mano de la importancia de siempre mantener la conexión con ese niño interior, voy a hacer todo lo posible para que ellos acaricien la inocencia de la infancia por muchos años. Y a lo largo de sus vidas haré lo posible por proteger su integridad como seres humanos. Estoy seguro de que nada de lo que deseo para mis niños es diferente a lo que en el fondo todos los padres quieren para sus hijos.

A mis hijos les diré: «Yo quiero que ustedes estén felices y que siempre sepan que mi amor es incondicional. Y eso quiere decir sin condiciones. Estoy aquí para ustedes».

Yo quiero que ellos siempre sientan que me pueden decir cualquier cosa, que yo los voy a escuchar y que siempre les voy a decir la verdad. Ellos no deberán sentir miedo de venir a decirme cualquier cosa. Deben saber que cualquier consejo que yo les dé vendrá siempre, en primer lugar, de mi experiencia, y en segundo lugar, de mi amor por ellos. Puro amor. Les diré: «Estoy aquí para ustedes. Les puedo decir cuáles son las consecuencias de ciertas acciones o decisiones, y les puedo decir lo que yo pienso que serán las consecuencias de hacer tal o tal cosa, basado en lo que yo he visto y he vivido. Les puedo dar estadísticas que indiquen que si hacen tal cosa, probablemente sucederá tal otra. Pero no puedo decidir por ustedes».

Al fin de cuentas ellos tendrán que hacer lo que ellos quieren hacer para convertirse en quienes ellos quieran ser. La realidad es que no importa cuánto yo los quiera, ellos siempre serán ellos y yo siempre seré yo. Y yo no puedo cambiar quienes son o como actúan, puedo simplemente guiarlos en la dirección que a mí me parece ser la más acertada. Se han escrito miles de libros acerca de cómo ser un buen padre, pero cada niño es completamente distinto. Cada mentecita es un universo diferente, y cada uno es dueño de sus acciones.

No importa cuánto uno quiera a una persona, la realidad de la vida es que uno no puede tomar las decisiones por otro. Aunque hagan exactamente lo que yo digo que deben hacer, y aunque crean que lo hacen sólo porque yo lo digo, son ellos los que decidieron seguir ese camino y no irse por su cuenta. Y si sólo hacen lo que yo digo, jamás aprenderán a examinar una situación, evaluar la información que les es dada, pensar las opciones y escoger entre alternativas. Tendrán que aprender a hacerlo por su cuenta porque yo no siempre voy a estar ahí para darles mi opinión o mi consejo. Y eventualmente sentirán resentimiento hacia mí.

Es más, puede ser que mi concepto de la felicidad sea para ellos la mismísima definición del dolor. Y es que, ¿quién soy yo para decirle a otro qué es lo que lo va a hacer feliz? Ellos tienen que descubrirlo por sí mismos.

Para mí, ahí es donde empieza la perfección mundial, en dejar que la gente sea como es, sin juzgarla. Déjame a mí ser como soy, y déjame vivir, ser y actuar como yo necesite actuar según mi realidad. Y yo haré lo mismo contigo. Yo no me voy a meter contigo, pero en este espacio mío, yo soy dueño de mi felicidad. Y si no te gusta, sigue tu camino, que no quiero que seas parte del mío.

En últimas lo que quiero es que mis hijos se acepten, se amen a sí mismos y que acepten a los demás, a pesar de que los demás no siempre los acepten a ellos. Haré todo lo posible para que mis hijos encuentren su felicidad dejándoles saber que cada uno de nosotros lleva en su interior la habilidad de sentirse realizados, siempre y cuando nos abramos a las lecciones que se nos ofrecen en el camino y estemos dispuestos a destapar ese tesoro que nos espera a cada uno dentro de nuestro propio ser.

Todavía están muy jóvenes para comprenderlo, pero Matteo y Valentino han jugado un papel esencial en convertirme en la persona fuerte y libre que soy hoy. Es gracias a ellos que me nació el deseo de escribir este libro y es también gracias a ellos que encontré la fortaleza para decidir vivir una vida transparente y sin secretos. Quiero que a la hora de crecer mis hijos se sientan perfectamente libres y que no haya nada —ni siquiera la vida de su padre— que los afecte. Ellos tienen que sentirse completamente orgullosos de quienes son y de donde vienen, y no quiero que nunca sientan la necesidad de guardarme un secreto a mí o a nadie. Ellos son mi mayor tesoro y son quienes me inspiran todos los días a ser una mejor persona, un mejor padre y un mejor ser humano.

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