Yo

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Ocho » UN REGALO DE LA VIDA

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MI MOMENTO

MIRANDO HACIA ATRÁS SIEMPRE ES FÁCIL VER CÓMO UNA cosa llevó a otra y cómo cada momento de mi vida surgió por una razón. Pero cuando estaba en medio de todo, mirando hacia delante e intentando descifrar el siguiente paso, no siempre fue tan fácil. Sin embargo, hoy en día pienso que no sirve de nada preocuparse tanto por qué decisión tomar o qué camino seguir, porque a fin de cuentas la vida tiene su manera de guiarme hacia lo que más necesito cuando más lo necesito. Ni antes, ni después.

Todo tiene su tiempo. Así como comencé en el escenario con tan sólo doce años, por otro lado no fue sino hasta la década de mis treinta que llegué a sentirme cómodo con mi sexualidad. Cada cual tiene su camino, su historia por la que va avanzando a su propio ritmo.

Desde el momento en que hace unos meses le anuncié al mundo mi homosexualidad, mucha gente me ha preguntado: «Ricky, ¿por qué esperaste tanto tiempo para hacerlo?» Mi respuesta es muy sencilla: «Porque todavía no era mi momento». Yo tuve que pasar por todo lo que he pasado y vivir todo lo que he vivido para llegar al momento exacto en el que me sentí listo, tranquilo y completamente en paz conmigo mismo para hacerlo. Antes de poder aceptar mi realidad ante el resto del mundo, necesitaba aceptarme a mí mismo. Necesitaba quererme a mí mismo. Y aunque el proceso por el que pasé para llegar a ese punto no fue ni corto ni fácil, yo tenía que avanzar —y tropezar— a lo largo de mi camino espiritual para por fin encontrarme.

Ahora, ¿hubiera querido que ese momento llegara antes? Por supuesto, sobre todo si hubiera significado ahorrarme todo el dolor y la angustia por la que pasé. Pero honestamente, no creo que hubiera podido ser distinto a como fue. Yo necesitaba pasar por todo ese dolor para saber lo que realmente había muy dentro de mí. Yo necesitaba enamorarme de una mujer, de un hombre y vivir lo que viví en cada una de mis relaciones para enfrentarme a la verdad de lo que estaba sintiendo. Si hubiese decidido salir a la luz pública cuando tuve ese gran amor hace tantos años, quizás habría sido algo liberador en su momento, pero seguramente habría traído otra serie de dolores y angustias por el simple hecho de que en ese momento yo no estaba listo. La verdad es que no sé.

POR QUÉ FUE TAN DIFÍCIL

EN EL FONDO yo siempre he sabido que soy gay, sin embargo, me pasé años y años tratando de ocultármelo a mí mismo. Desde que tengo recuerdo he sentido una atracción muy fuerte por otros hombres y aunque puedo decir que también he llegado a sentir mucha atracción y mucha química con mujeres, es el hombre el que en últimas despierta en mí lo instintivo, lo animal. Es el que me revuelve las entrañas y genera en mí todo el amor y la pasión que busco en una relación. Sin embargo, me pasé mucho tiempo negándome lo que sentía.

Todos conocemos a personas que son gay y en su propia casa tienen que escondérselo de sus padres porque ellos no lo pueden aceptar. Y aunque yo mismo cuento con todo el apoyo extraordinario de mi familia y mis amigos, durante mucho tiempo pensé que decirle al mundo lo que sentía era algo inconcebible. Socialmente hay tantos prejuicios en contra de los homosexuales que yo pensaba que nadie me iba a comprender, que iba a ser rechazado, pues esos son los códigos que escuché y aprendí desde la infancia. Así que desde mi adolescencia, cuando primero se me despertaron estos deseos, tuve que lidiar con ese gran conflicto entre mis emociones y mis pensamientos.

Desde chicos se nos enseña, se nos condiciona, a sentir atracción por el sexo opuesto. Cuando de pequeño vas al parque y estás jugando con los demás niños, tus padres y tus familiares te dicen: «Mira que bonita la nenita, mira qué guapa, ¿te gusta esa nena?» Y luego empiezas a ir al colegio, y cuando regresas a casa lo primero que te pregunta todo el mundo es: «¿Ya tienes noviecita?» Cultural y socialmente, estamos diseñados a sentir atracción por el sexo opuesto, lo que crea mucha confusión cuando se empieza a sentir algo diferente. En mi caso, yo siempre oí que la atracción por personas de mi mismo sexo era algo malo (al fin y al cabo, es lo que dicen algunas religiones), y desde muy temprano comenzó una lucha en mi interior entre lo que sentía y lo que pensaba que se esperaba de mí.

Por eso es que lo bloqueé. Por eso lo rechazaba y empleaba todas mis fuerzas en negarme a mí mismo los sentimientos que me surgían internamente. Si en algún momento tenía un encuentro con otro chico y sentía algo fuerte, algo que me movía el piso, yo de inmediato lo intentaba borrar de mi cabeza. Me decía: «¡No! Éste no soy yo. Esto sólo fue una aventurilla». Por un lado creo que ni siquiera comprendía lo que me estaba sucediendo y por otro simplemente no estaba dispuesto a aceptar que yo no encajaba en la imagen que todo el mundo tenía de mí. Aunque después de cada vez que tenía una relación o un encuentro con otro hombre lograba, por así decirlo, archivar mis sentimientos, con el tiempo esto se fue volviendo más y más doloroso pues la contradicción dentro de mí era muy grande.

Pero por más que esa contradicción interna parezca absurda —y ése es un conflicto con el que eventualmente tuve que lidiar—, también es importante comprender que el resto del mundo no siempre es todo tolerancia, como quisiéramos que fuera. Hay muchas personas que simplemente no comprenden que en el mundo puede haber gente muy diferente a ellos, y por más que queramos hacer caso omiso de ellas, hay que comprender que son un factor, y un factor importante. No todo el mundo se puede llegar a sentir tranquilo con su sexualidad porque las presiones externas a veces son demasiado fuertes. Y eso, para mí, es una tragedia.

Creo que una de las razones por las cuales se me hizo tan difícil aceptar que soy gay es porque en mi carrera yo era considerado un ídolo latino, una estrella de la música pop, y para algunos, un símbolo sexual. No sé si es por ser latino y por la imagen que hay del latin lover en nuestra cultura, pero yo sentía que de mí se esperaba algo muy preciso, y ese algo era que tenía que seducir —y dejarme seducir— por mujeres. Yo miro a un gran artista como Elton John y me parece una maravilla cómo todos han aceptado su sexualidad. Pero yo no soy él y, culturalmente, sentía que las implicaciones de aceptar mi sexualidad ante el mundo iban a ser más complicadas. Tal vez si hubiera habido otro artista u otro ídolo latino que lo hubiera hecho antes que yo, hubiera sentido menos miedo. Pero la realidad es que no tenía a nadie más que me sirviera de modelo y eso, en mi cabeza, contribuyó a que me pareciera inconcebible. Yo no sé si era algo cultural o religioso o moral… no sé. Sólo sé que durante mucho tiempo, y sin darme cuenta del daño que me estaba haciendo a mí mismo, cargué con una cantidad de cosas que no me dejaban ser libre.

Mirando hacia atrás, me doy cuenta de que en todos estos años llegué a pasar por unos momentos bien oscuros de dolor, coraje y autorrechazo. Aunque en tantos otros aspectos —mi carrera, mi familia, mis amigos— mi vida era bendecida con cantidades de cosas maravillosas, había momentos en los que, cuando me iba a dormir en la noche, se me caía el mundo encima por todas las contradicciones que estaba sintiendo. Fueron momentos de mucho, mucho dolor. Es horrible sentir que uno no se quiere a sí mismo y, la verdad, no se lo deseo a nadie.

Pero como todo en la vida, el dolor trae sus lecciones. En mi recorrido espiritual, mis viajes a la India y lo que he aprendido a través de mi trabajo en contra de la trata humana, poco a poco fui encontrando aceptación. Tuve que aprender a mirar muy dentro de mi alma para escuchar ese silencio y encontrar mi verdad. Mi pura verdad, despojada de todas las demás presiones, expectativas, deseos y rechazos. Necesitaba aprender a verme y amarme tal y como soy. Ahora no sólo puedo decir la verdad, sino que también puedo hablar del dolor y del coraje que me causa la injusticia, y no sólo la injusticia de la trata humana, sino la injusticia por la que pasa cualquier ser humano que se siente juzgado por los demás. Tuve que comprender que en el mundo hay gente que te va a querer por quien eres, y hay gente que sólo quiere que seas como ellos, y el darme cuenta de esa realidad tan sencilla me impactó profundamente. Si yo mismo no me quiero y me escondo y me niego cosas, ¿cómo puedo pretender que las demás personas me quieran por quien soy? Reconocer eso fue un proceso largo para mí.

POCO A POCO

FUE HACE MÁS o menos cinco años que yo realmente comprendí, y sentí en lo más profundo de mi ser, que estaba listo para aceptar mi verdad. Había tenido tiempo para reflexionar, enamorarme, desenamorarme y vivir lo que tenía que vivir. Hasta ese entonces, aunque muy en el fondo de mi alma sabía cuál era mi verdad, no la asumía y no sentía ninguna necesidad de decírsela al mundo. Por un lado sentía que no era asunto de nadie más, y por otro simplemente no veía en qué me iba a cambiar. A pesar de la fama, y aunque parezca que yo vivo una vida en la mira del público, la verdad es que mi vida personal la vivo en la privacidad de mi casa, rodeado de mi familia y mis amigos que también considero como familia, muchos de los cuales conozco desde hace décadas. Y como en mi entorno ya todo el mundo sabía y me aceptaba, entonces yo no veía la necesidad de decirle a nadie más. Aparte, el hecho de que todo se tuviera que vivir a escondidas le ponía cierto picante, cierta intriga a la situación que, no voy a negar, también me gustaba.

Aunque yo me sintiera cómodo con mi gente, yo creo que no quería decírselo a nadie más porque me daba miedo pensar que no sería aceptado. Pensaba: mi familia y mis amigos me aceptan porque me quieren, pero ¿y el resto del mundo qué? ¿Me va a juzgar? ¿Van a dejar de comprar mis discos? ¿Me van a rechazar?

Como artista, uno siempre busca la aceptación y adoración del público. Entonces yo me preocupaba porque pudiera afectar mi carrera. ¿Qué iba a pasar si yo dejaba de vender discos? ¿Y si nadie iba a mis conciertos? ¿Entonces tendría que dejar de hacer lo que más quiero? Hoy en día me doy cuenta de lo absurdo de esas preguntas, pero en su momento, me parecían completamente válidas e importantes. El mundo ha cambiado y para muchos la sexualidad de un artista no cambia en nada la manera en que es percibido. Pero como yo estaba sufriendo, sólo veía las cosas que me causaban miedo. Y como me daba miedo salir y decirle al mundo mi verdad, me llenaba de razones para no hacerlo.

Mucha gente a mi alrededor —mis amigos, mi familia, mis colaboradores— también tenía miedo. Aunque sé que todos quieren lo mejor para mí, muchos se sentían nerviosos de pensar en cómo todo esto me podía llegar a desestabilizar, no sólo desde un punto de vista profesional, sino también personal. Varios me sugirieron que no lo hiciera, que no había necesidad, que mi sexualidad es asunto mío y de nadie más. Y aunque hasta cierto punto tienen razón, dentro de esa razón también había una pequeña dosis de prejuicios que son sumamente dañinos. A pesar de todos sus consejos y su amor, por una vez tenía que pensar en mí, sólo en mí, y escuchar lo que me estaba intentando decir el silencio.

Así lo hice. Así pude ver mi realidad de frente.

Entonces, a partir del momento en que acepté esa realidad, comencé a buscar la manera de comunicársela al mundo. Todavía no sabía cómo iba a ser, si a través de un concierto, una carta, un libro o una canción. En ese momento, yo tenía una frase que me repetía a mí mismo como mantra, que decía: «Dios, cosmos o como quiera que te llames, enséñame la mejor manera de hacerlo». Me lo repetía todos los días y mantenía los ojos abiertos. Intentaba visualizar el momento y todo ese proceso de búsqueda me fue acercando cada vez más a mi realidad.

Empecé a hacer algunos cambios. En mis conciertos, en la gira Blanco y Negro, comencé a introducir palabras y frases que hablaban de lo que estaba viviendo. Hicimos un video en particular en donde mi piel «habla» a través de mis tatuajes y van apareciendo palabras como «acéptate», «cambia tu vida», «ama», «descúbrete», «cuestiónate», «perdónate». Eran palabras que iban enfocadas a mi público, yo quería inspirar todo eso en ellos, pero también en mí. Estaba pasando por un proceso de renacimiento y cada cosa que hacía la hacía con el deseo de sacar a la luz mis secretos y mis angustias para reconectarme con quien soy.

Cuando nacieron Matteo y Valentino, me di cuenta de hasta qué punto me era necesario encontrar transparencia y verdad en mi vida. Aunque cada día yo me sentía más y más en paz conmigo mismo porque sabía que estaba buscando la manera y esperando a que llegara mi momento, el nacimiento de mis hijos definitivamente aceleró el proceso. Cuando por primera vez los tuve entre mis brazos no sólo comprendí lo bella y sencilla que puede ser la vida, sino que sentí la necesidad de ser transparente con ellos. Me di cuenta de que lo que más deseo en el mundo es que ellos vivan unas vidas completamente libres, y que donde sea que estén siempre se sientan orgullosos de ser quienes son. Y para poder enseñarles eso, tenía que empezar por casa.

Yo no voy a vivir una mentira y mis hijos tampoco. No quiero que mis hijos tengan que mentir por mí o vivir con los ojos tapados. Quiero ser honesto con ellos para que ellos puedan ser honestos con el mundo. Matteo y Valentino son mis ángeles, mis angelitos, son mis hijos, y por ellos yo sé que soy capaz de hacer cualquier cosa. Hoy en día sé que tengo que estar equilibrado y feliz con quien soy para que ellos me admiren y comprendan que su papi los ama con el alma. Porque si no lo hago, los estaría enseñando a mentir y a esconderse del mundo en lugar de enfrentarse a él con todo la fuerza y el orgullo de ser quienes son.

Mis hijos crecerán y eventualmente irán a la escuela, y ahora siento tranquilidad de saber que nunca van a tener que mentir por mí. Cuando los amiguitos les pregunten por su papá, ellos podrán explicarlo, sin censura, sin miedo. Quiero que estén orgullosos de su padre, así como yo siempre me sentiré orgulloso de ellos, sea lo que sea que la vida les traiga o lo que decidan hacer con sus vidas.

Ése es el mundo que yo estoy creando para mis hijos —y sé que somos muchos los que estamos creando una nueva generación que conocerá el verdadero significado de la aceptación y la tolerancia, y que desconocerá el significado de la palabra prejuicio. Es un mundo donde de verdad no importa si uno es bisexual, homosexual, heterosexual o transgénero, y cada cual es lo que es.

LUCHAR CONTRA LOS PREJUICIOS

TODAVÍA NOS QUEDA mucho camino por recorrer. Si el mundo ha cambiado, mi opinión es que aún no ha cambiado lo suficiente. Es posible que hoy en día haya menos prejuicios que cuando yo era pequeño o que hace cien años, pero eso no quiere decir que los prejuicios no sigan existiendo y que no quede aún mucho trabajo por hacer. Hay una historia muy larga y muy terrible de persecución a los homosexuales, y es trágico pensar en todas las vidas que se han visto dañadas, heridas y destruidas por los prejuicios de los demás. Pienso en genios de la literatura como lo fueron Federico García Lorca y Oscar Wilde, quienes, a pesar de toda su genialidad y la herencia maravillosa que le han dejado al mundo a través de su obra, fueron perseguidos en vida por ser homosexuales. ¿Qué sentido puede tener eso?

Tristemente el mundo actual sigue, en cierta forma, perpetuando estos prejuicios. Los medios de comunicación frecuentemente caricaturizan a los homosexuales como si fueran personas unidimensionales sin profundidad alguna, como si un ser humano se pudiera reducir a su sexualidad. El lenguaje mismo que se utiliza en todo el mundo para denominar a los homosexuales es terriblemente degradante: se utilizan palabras como «maricón», «puto», «pato», «trolo», y todas esas palabras no hacen sino fomentar el odio y la discriminación en las nuevas generaciones por la carga emocional que éstas traen. Silenciosamente van construyendo un ambiente de intolerancia y homofobia en la que los jóvenes sienten miedo de ser quienes son. Y no voy a mentir, yo también las usé, yo también en algún momento insensible me burlé de quienes eran como yo. Pero claro está, me di cuenta de que lo hacía porque si actuaba de esa manera les podía demostrar a los que me rodeaban que yo era «heterosexual». Y ahora creo que uno sólo puede odiar aquello que trae muy dentro de sí, aquello que es muy propio. Si no fuese así no perderíamos el tiempo en un sentimiento tan destructivo y doloroso como el odio. Sigue habiendo muchas personas que se oponen rotundamente a la homosexualidad, que la rechazan y la repudian, diciendo que es algo que va en contra de la naturaleza humana y que es inmoral. Entonces yo pregunto: ¿cómo se puede pensar que el amor entre dos personas va en contra de la naturaleza humana? ¿Acaso hay algo más natural que el amor? Lo que está mal —lo que es infinitamente cruel e injusto— es discriminar a alguien por ser como es. Lo que está mal es pretender que hayan ciudadanos de primera y de segunda categoría, y que no todos tengan los mismos derechos.

Eso es lo que está mal. Eso es lo que es inaceptable.

La generalización causa la discriminación y mientras en este mundo todavía haya personas dispuestas a etiquetar a los demás según su nacionalidad, su raza, su género o su sexualidad y el color de su pelo, siempre habrá discriminación. Por eso hay que pararla. Así como nunca permitiré que nadie diga nada en contra de los hispanos, nunca jamás permitiré que en mi presencia se hagan comentarios peyorativos respecto a la comunidad gay. Siempre exigiré que a cada cual se le trate como individuo, independientemente de cómo lo «etiquete» la sociedad.

Ojalá yo pudiera decir que soy homosexual por esta, esta y esta razón. Pero no puedo. Hasta donde yo sé, nadie anda explicando por qué le gusta el sexo opuesto, por qué prefiere a las rubias o por qué no le gustan los calvos. Uno siente lo que siente y pretender explicarlo es, además de inútil, un error. La atracción no tiene una razón lógica, simplemente sucede y nosotros los humanos lo único que hacemos es reaccionar a ella.

Siempre he pensado que la atracción, como el amor, es una cuestión de almas que se encuentran y chocan. Las almas no son femeninas o masculinas, simplemente se encuentran y cuando hay una conexión, cuando ocurre ese algo que te agarra y te revuelca las entrañas, ahí es cuando nace la magia y el amor.

El amor no tiene sexo. Yo he estado profundamente enamorado de un hombre, como también lo he estado de una mujer. He sentido esa conexión visceral, ese deseo de estar siempre juntos, de saberlo todo del otro, esa necesidad y esa pasión por la otra persona. ¿Significa entonces que porque soy homosexual no puedo sentir algo muy fuerte cuando estoy con una mujer? No. Insisto en que para mí las almas no tienen sexo, y así como con mi primer amor sentí algo muy fuerte que me movió el piso, yo con mujeres también he sentido una compatibilidad y un magnetismo muy especial. Pero mi instinto físico, animal, con quien yo de verdad me veo cuando entro en mi mundo de fantasías es con un hombre. Al final del día, yo voy adonde me llama mi instinto, mi naturaleza y punto.

Recuerdo que una vez hace muchos años, acabando de salir de una relación con un chico, fui y le dije a mi asistente:

—A mí nadie nunca me va a juzgar por con quién me voy a la cama.

Mi asistente, un poco sorprendido porque no sabía de qué estaba hablando, me respondió:

—Así es, Kiki, así es. Tú sigue pa'lante.

Aunque mi sexualidad sea diferente a la de la gran mayoría de las personas en este planeta, yo no considero que eso me deba definir más que el hecho de que me guste el helado de mango o que tenga dos hijos y el pelo marrón. De la misma manera en que no se puede juzgar a una persona por el color de su piel, su inclinación religiosa o su origen étnico, a las personas no se les puede juzgar con base en lo que hacen en la cama. Tarde o temprano, todos en esta tierra nos sentiremos injustamente discriminados por lo que somos, y por eso mismo todos tenemos el deber fundamental de luchar contra los prejuicios y hacernos respetar por quienes somos.

A finales de 2009 empecé a leer de varios casos de crímenes de odio que habían ocurrido en mi isla y en otras partes del mundo; eso despertó en mí un coraje que no puedo poner en palabras. Los casos fueron tan escabrosos y tan aterradores que no puedo sino sentir repulsión, indignación y un deseo de mover montañas para que estas cosas dejen de suceder. El coraje que sentí me inspiró a sentarme a escribir una carta, que divulgué a través de Twitter:

Aceptar

Como defensor y activista de los derechos humanos, he sido testigo de innumerables milagros. He visto la extraordinaria capacidad que tenemos los seres humanos de cicatrizar. He visto tanto a gobernantes como a ciudadanos privados intentando cambiar políticas públicas y enfrentando batallas de amor que desembocan en acciones positivas para nuestra sociedad.

También he visto cómo niños y niñas en distintas partes del mundo han podido librarse de las garras de la esclavitud de una nueva era (trata humana). He visto cómo grandes seres humanos renuncian a sus «vidas de lujo» para ayudar al más necesitado. En fin, milagros que fortalecen la fe que mis padres me inculcaron. Una fortaleza espiritual que anhelo también hereden mis hijos. Cuando los observo descubriendo el mundo, pienso que la bondad es uno de los regalos más grandes que les podré dejar.

Por otra parte, he visto estampas de sufrimiento que me arrebataron la inocencia pese a querer aferrarme a ella. Poder viajar alrededor del mundo desde pequeño y ser testigo de crímenes inimaginables contra la humanidad me robó parte de esa inocencia. Debo confesar que el peor momento de mi vida fue cuando olvidé también al niño que vivía dentro de mí. Ustedes saben, ese niño que todos tenemos dentro y que continuamente nos recuerda la importancia de enfocarnos en la belleza de la «simplicidad». (Aunque solamente escuchemos al «niño» de vez en cuando.) Pero esos momentos de desconexión fueron hace muchos años, y gracias al trabajo que hago con mi fundación en mi diario vivir, tengo la fortuna de poder decir que me he reconectado con ese «niño».

Continúo aprendiendo de él. Una de las cosas más importante que he aprendido es GRITAR al mundo cuando te enfrentas con injusticias. Por eso escribo hoy.

Ando siempre por la vida intentado aferrarme a las cosas positivas que ésta me regala. Hago todo lo que puedo para mantener una actitud optimista. Soy agradecido. Llámenme romántico o persona no realista. Tal vez se trata de un mecanismo de defensa. O quizás se debe a que soy alguien que quiere romper con la cadena de pensamientos destructivos que tanto poder otorga a lo negativo y fácilmente envenenan el alma… Como seres humanos, a veces nos resulta más fácil ignorar el dolor y seguir caminando. «Esto no tiene que ver conmigo», podemos decir o «¿Por qué me debe importar?» Pero hoy siento que es imposible. Tiene que ver con nosotros y me preocupo.

Tengo que decir lo que tengo que decir para poder dormir mejor en la noche.

En las pasadas semanas he leído en la prensa muchos artículos que me estremecieron, y desafortunadamente se trata de hechos que suceden en todas partes del mundo y en repetidas ocasiones. Me parece imposible creer que en el año 2009 sigamos lidiando con escenarios tan violentos.

Como defensor de los derechos humanos, mi meta es buscar soluciones a las injusticias que muchos viven. Hablo de la discriminación, ya sea por raza, género, nacionalidad, religión, etnia, discapacidad, orientación sexual o afiliación política.

GRITO:

—¿QUÉ PASA MI MUNDO?

Y estoy seguro de que cada quien tiene una respuesta distinta. Pero al final del día, la respuesta colectiva parece dirigirse a lo mismo:

—¡QUEREMOS LA PAZ!

Porque cuando creemos en la paz no hay espacio para la complacencia. Las muertes de Jorge Steven López, Matthew Shepard, James Byrd, Marcelo Lucero y Luis Ramírez, entre tantas otras víctimas de crímenes violentos «de odio», deben ser inaceptables para todos los seres humanos porque todos somos seres humanos. Está en nosotros cambiar el paradigma. Escucho cómo lanzan la palabra «tolerancia» en los medios cuando se trata de casos como éstos.

Una de las definiciones de tolerancia es «la capacidad para sobrellevar el dolor y las dificultades». Otra es «el acto de permitir que algo suceda». Para mí estas definiciones no incluyen la aceptación, en ninguna. Qué creen entonces, si en vez de decir: «necesitamos tolerar la diversidad» decimos, «necesitamos aceptar la diversidad».

Aceptar la diversidad es el primer y el más importante paso que podemos tomar para eliminar los crímenes de odio y para unirnos como humanidad.

Si ACEPTAMOS, la humanidad se une. Si la humanidad se une, la igualdad de los derechos humanos se convierte en realidad. Y si la igualdad de los derechos humanos se vuelve una realidad, la paz está a nuestro alcance.

En su momento no necesariamente me di cuenta, pero la escritura de esa carta fue el entrenamiento para la escritura de la carta que estaba por venir. Por un lado, en esta carta estaba soltando al mundo muchos de los pensamientos y reflexiones que llevaban años dando vuelta en mi cabeza. Mi coraje ante los crímenes de odio y la falta de aceptación fue también una manifestación del coraje que sentía ante mi propia historia: de alguna manera mi dificultad para aceptarme a mí mismo viene también del miedo que me causan esos crímenes de odio y la intolerancia de ciertas personas que son simplemente incapaces de aceptar lo que es diferente a ellos. Yo tengo la fortuna de tener una familia, de vivir en un mundo y de trabajar en un medio de mucha aceptación. Aunque la fama viene con muchas exigencias y presiones que quizás no sean las de todo el mundo, en medio de todo tengo la libertad de hacer con mi vida lo que yo quiero porque de alguna manera, la fama también me protege y me da el espacio para expresarme tal como soy. Tristemente yo sé que éste no es el caso de todo el mundo y aunque de muchas formas el mundo sí ha cambiado, el hecho que sigan sucediendo crímenes de este calibre en nuestros días —que en lugares como Malawi, por ejemplo, haya hombres que van a la cárcel por el simple hecho de amar, ser homosexuales y hacer una ceremonia celebrando su unión— es, para mí, simplemente ilógico, absurdo y aterrador.

Sin embargo, en lo más profundo de mi ser, ya se estaba operando un cambio. En lugar de estremecerme ante actos tan horribles para luego replegarme en mí mismo y quedarme con la boca cerrada, sentí el impulso de hablar y expresar mi indignación. Tal vez también vino en parte de mi experiencia de pelear contra de la trata humana, contra los abusados y los explotados, pero el hecho es que decidí tomar acción a través de mis palabras.

La carta no se publicó en muchos medios, supongo que ese día había otras noticias que tuvieron «más importancia». Pero para mí, a nivel personal, ese día se abrió una puerta: la avalancha de apoyo que recibí a través de Twitter fue una sorpresa y una bendición. Siendo una persona tan acostumbrada al escenario y a tener la reacción inmediata del público, Twitter es para mí una herramienta soñada. Puedo escribir cualquier cosa, y de inmediato recibo las respuestas de cientos de personas que reaccionan a lo que digo dándome su opinión o compartiendo mis sentimientos. Me sentí tan cómodo y tan fuerte, que comprendí que ésta sería mi manera, y Twitter mi herramienta.

LA CARTA

ENTONCES, COMENCÉ A escribir. Escribí y escribí, encontrando mucha calma. A ratos me sentía eufórico, en otros me ponía a llorar. El proceso mismo de la escritura fue un torbellino de emociones porque, aunque estaba haciendo algo que sabía que era necesario y vital para poder seguir adelante con mi vida, no dejaba de ser difícil el hecho de tener que poner algo tan personal en palabras.

Unos días antes de subir la carta a mi sitio web (y luego le hice enlace a través de Twitter), le conté a la gente a mi alrededor lo que quería hacer. Todo el mundo se puso muy nervioso, y de inmediato trataron de disuadirme con mil argumentos: que no era un buen momento, que la gente no lo comprendería, que me esperara a la publicación del libro, que no era buena idea hacerlo durante Semana Santa. Cada cual me ofrecía una razón y, aunque sé que esas razones venían de todo el cariño que me tienen y porque no me quieren ver sufrir, yo sé que cada cual también tiene sus propias razones y sus propios miedos de los cuales espero algún día se liberen. Pero en este caso era yo el que estaba listo para sacarme esto de encima porque ya mi trabajo espiritual lo había llevado a cabo.

Yo sé que si me desestabilizo, muchas otras personas —tanto colegas como amigos y familiares— también se desestabilizan, y eso causa mucho miedo. Pero esta vez, sabía que tenía que hacer lo que YO necesitaba hacer, no podía pensar en nadie más. Así que no hice caso a ninguna de sus recomendaciones y ya para el final, cuando me llegaron con el argumento de que no debía hacerlo durante Semana Santa porque supuestamente ofendería a mis seguidores cristianos, les dije:

—¿QUÉ PARTE DE «NO PUEDO MÁS» NO ENTIENDEN? ¿Y yo en dónde quedo? En mi mundo, en mi espacio, «mi realidad» no es un pecado ni nada de lo que yo me tenga que arrepentir. Al contrario, ¡mi verdad la tengo que celebrar!

Martin Luther King Jr. dijo unas palabras bellísimas que ahora siempre llevo muy cerca de mi corazón: «Nuestras vidas empiezan a morir el día que callamos cosas que son verdaderamente importantes». Ese 29 de marzo decidí ponerle fin al infierno que estaba viviendo en mi cabeza, para celebrar, justamente, mi propio renacimiento ante el mundo. Se trata de la muerte y la nueva vida en la que se cierran ciclos y se abren otros. ¿Qué tenía eso que ver con que fuera Semana Santa? Lo importante era que yo estaba listo para comenzar un nuevo capítulo en mi vida, y quería comenzarlo lo más pronto posible.

Y así fue que la carta se publicó. Es un texto del cual me siento profundamente orgulloso; cada vez que lo leo me conmueve recordar todo lo que tuve que pasar para llegar hasta allí.

En los últimos meses me di a la tarea de escribir mis memorias. Un proyecto que sabía sería verdaderamente importante para mí porque desde que escribí la primera frase me di cuenta de que sería la herramienta que ayudaría a liberarme de cosas que venía cargando desde hace mucho tiempo. Cosas que pesaban demasiado. Escribiendo este minucioso inventario de mi vida, me acerqué a mis verdades. ¡Y esto es de celebrar!

Si existe un lugar que me llena porque estremece mis emociones, es el escenario, ése es mi vicio. La música, el espectáculo, el aplauso, estar frente al público me hace sentir que soy capaz de cualquier cosa. Es un tipo de adrenalina y euforia que no quiero que deje de correr por mis venas jamás. Si ustedes, el público y la musa, me lo permiten, espero seguir en los escenarios muchos años más. Pero hoy la serenidad me lleva a un lugar muy especial, uno de reflexión, comprensión y mucha iluminación. ¡Me siento libre! Y lo quiero compartir.

Mucha gente me dijo que no era importante hacerlo, que no valía la pena, que todo lo que trabajé y todo lo que había logrado colapsaría. Que muchos en este mundo no estarían preparados para aceptar mi verdad, mi naturaleza. Y como estos consejos venían de personas que amo con locura, decidí seguir adelante con mi «casi verdad». MUY MAL. Dejarme seducir por el miedo fue un verdadero sabotaje a mi vida. Hoy me responsabilizo por completo de todas mis decisiones y de todas mis acciones.

Y si me preguntaran el día de hoy, Ricky, ¿a qué le tienes miedo? Les contestaría: «A la sangre que corre por las calles de los países en guerra, a la esclavitud sexual infantil, al terrorismo, al cinismo de algunos hombres en el poder, al secuestro de la fe». ¿Pero miedo a mi naturaleza, a mi verdad? ¡NO MÁS! Al contrario, éstas me dan valor y firmeza. Justo lo que necesito para mí y para los míos, y más ahora que soy padre de dos criaturas que son seres de luz. Tengo que estar a su altura. Seguir viviendo como lo hice hasta hoy sería opacar indirectamente ese brillo puro con el cual mis hijos han nacido. ¡BASTA YA! ¡LAS COSAS TIENEN QUE CAMBIAR! Estoy claro que esto no se supone que pasara hace cinco ni hace diez años atrás. Esto se supone que pasara hoy. Hoy es mi día, éste es mi tiempo, mi momento.

¿Qué pasará de ahora en adelante? Quién sabe. Sólo me puedo enfocar en lo que estoy viviendo ahora. Estos años en silencio y reflexión me han fortalecido y me recordaron que el amor vive dentro de mí, que la aceptación la encuentro en mi interior y que la verdad sólo trae la calma. Hoy para mí el significado de la felicidad toma otra dimensión.

Ha sido un proceso muy intenso, angustiante y doloroso, pero también liberador. Les juro que cada palabra que están leyendo aquí nace de amor, purificación, fortaleza, aceptación y desprendimiento. Escribir estas líneas es el acercamiento a mi paz interna, parte vital de mi evolución. Hoy ACEPTO MI HOMOSEXUALIDAD como un regalo que me da la vida. ¡Me siento bendecido de ser quien soy!

RM

Cuando apreté send, de inmediato cerré la computadora y me fui a mi habitación para, supuestamente, tomar una siesta. Cerré los ojos como por media hora, cuarenta y cinco minutos, pero la curiosidad mató al gato. Sin querer meterme todavía a la computadora, llamé a mi amiga que ya sabía lo que yo iba a hacer y le pedí que se metiera en mi cuenta de Twitter y me dijera lo que se estaba diciendo. Entonces me dijo: «Kiki… es puro amor. Han pasado cien comentarios, doscientos comentarios, cuatrocientos comentarios, no hay uno malo». Evidentemente hubo una que otra persona que no comprendió —siempre habrá personas así—, pero en términos generales, el amor que recibí fue inmediato y devastador. Aunque en el fondo no me esperaba que fuera a suceder nada negativo, la avalancha de cariño que recibí fue totalmente sorprendente. A la semana siguiente hasta subieron las ventas de mis discos. No sólo no estaba siendo rechazado por nadie, ¡sino que parecía como si me estuvieran queriendo más! Entonces todo ese miedo que yo tenía, el miedo que tienen muchas personas a la hora de salir del clóset, estaba sólo en mi cabeza. Sé que tal vez éste no sea el caso de otras personas cuando deciden hacerlo —hay quienes se encuentran con una barrera dolorosa de incomprensión y de rechazo—, pero diré que mi propia experiencia no fue sino positiva y fortalecedora.

Mi familia y mi círculo de amigos más cercano, que ya lo sabía desde hace años, me brindaron un apoyo incondicional. Mi padre se alegró muchísimo cuando le conté lo que iba a hacer, él hace años que quería que yo me liberara de ese peso para que pudiera vivir tranquilo y abiertamente, pero sabía que yo tenía que encontrar mi momento, y de esa manera me apoyó a lo largo del camino hasta que estuve listo. Mi madre también se alegró muchísimo, aunque la manera en que se lo conté a ella fue un poco inusual.

Ese día, mi madre estaba viajando de Puerto Rico a Miami. Yo siempre pensé que no quería mandar la carta mientras ella estuviera en Puerto Rico, porque como toda madre, ella se preocupa por su hijo, entonces no quería que estuviera allá lejos, recibiendo llamadas de todos sus conocidos sin estar cerca de mí. Para el anuncio, y para que no se preocupara por mí, yo quería que ella estuviera a mi lado para que viera que tanto su hijo como sus nietos estábamos bien. Así que lo que hice fue esperar a que ella se subiera al avión, donde no tendría acceso ni a su celular, ni a internet. Cuando llegó a Miami la fue a recoger mi representante y lo primero que hizo fue quitarle el celular para que nadie pudiera llamarla entre tanto. La trajo hasta mi casa y allí yo le di un abrazo y la senté en la computadora para que leyera la carta que acababa de enviar. Apenas la terminó de leer se levantó, me dio un gran abrazo y se puso a llorar como una bebé.

UN REGALO DE LA VIDA

FUE UNA EXPERIENCIA increíble. Hoy me siento fuerte, feliz, libre. Me alegró mucho descubrir que tantos de mis temores —por no decir todos— eran imaginados e imaginarios. Sobra decir que no deja de haber una que otra persona que hace comentarios negativos y que no entiende de qué se trata, pero en mi cabeza yo veo eso como una persona a la que todavía le falta crecer y pasar por sus propias etapas, por lo tanto no soy nadie para juzgarlo. Así como a mí me tomó mucho tiempo aceptar mi realidad y aceptarme a mí mismo, ellos también tendrán que pasar por su proceso de aceptación y comprensión.

Alguna vez alguien me preguntó: «¿Cuándo fue que decidiste convertirte en homosexual?» Respondí: «Yo nunca decidí convertirme en nada. Yo siempre fui quien soy». Entonces le pregunté: «¿Cuándo fue que tú decidiste convertirte en heterosexual?» Claro, ahí la pregunta se quedó sin respuesta…

Yo no pretendo cambiar la forma de pensar de nadie. Sólo estoy compartiendo mi experiencia. Tal vez haya quienes dejen de quererme porque piensen que hasta ahora no había sido completamente sincero. Quizás algunos empezarán a escuchar y disfrutar de mi música ahora sabiendo quién soy verdaderamente. Pero creo que es mejor que gusten o no gusten de mí conociendo mi verdad. Si me van a odiar, ojalá lo hagan por quien soy, no por quien creen que soy. Y si me van a amar, que me amen por ser quien soy y no por quien creen que soy.

Hoy en día sé que no le puedo caer bien a todo el mundo. Eso me costó mucho absorberlo y entenderlo. Esta gran necesidad de ser aceptado fue a lo mejor lo que me llevó a hacerme lo que soy porque yo siempre estuve dispuesto a hacer lo que se me pedía, para complacer a los demás. Necesitaba satisfacer a todo el mundo. El ser rechazado me dolía y por eso mantuve a escondidas mi realidad. No quería sentir el repudio de los demás ya que en unas pocas ocasiones, cuando le había revelado la verdad sobre mi sexualidad a uno de mis más allegados, había enfrentado reacciones inesperadas.

Es que todos percibimos a la gente como nosotros queremos percibirlos. Y cuando se destruye esa imagen, nos enojamos. Puede ser que no queramos ver la verdad, o puede ser que no la pudimos ver porque se nos escondió. Cada cual vive según una serie de «reglas» que aprendió desde pequeño y esas son las que de muchas maneras nos condicionan a ver el mundo como quisiéramos que sea y no como realmente es.

Por eso me voy a asegurar de que mis hijos crezcan sin ninguna de las presiones o preconcepciones con las que yo crecí. Quiero que ellos vivan una vida sin limitaciones de color, raza, origen u orientación sexual, que sientan la total libertad de ser quienes son. Ya sea que el día de mañana les gusten los hombres, o las mujeres, o ambos, yo no seré quien los limite o los condicione a que hagan esto o lo otro. Y aunque sé que en la vida seguro se toparán con personas que no tendrán la mentalidad tan abierta como ellos, por lo menos puedo estar tranquilo de que sentirán paz en su corazón porque sabrán quiénes son. Está claro que algún día llegará el momento en que sufrirán, pero espero que nunca sea porque no pueden ser ellos mismos.

La verdad es que no le deseo a nadie el dolor por el que tuve que pasar, y por eso pienso que es tan importante luchar contra los prejuicios. ¿Sabes cuántos niños se suicidan todos los días porque no pueden hacerle frente a su sexualidad? ¿Sabes cuánta gente se muere de viejos sin aceptar su sexualidad? Pasan una vida miserable, sin poder ser quienes son en realidad. Muchos ni se permiten descubrir su verdadera naturaleza y eso, para mí, es una tragedia.

Yo quisiera saber qué es lo que hace que alguien salga del clóset a los diecisiete años y otros a los treinta y ocho. En mi caso, habría querido que fuera antes, pero para encontrar calma ante el ayer, esa eternidad que puede volver loco a cualquiera por un supuesto «tiempo perdido», simplemente opto por aceptar que no era mi momento. Me tomó mucho tiempo creer de verdad que lo que la gente piensa de mí no es asunto mío; no tiene que ver conmigo. Y aun así, sigo trabajando todos los días para que ese pensamiento se convierta en mi forma de vivir. Pensar y creer que lo que la gente piensa de mí no es mi problema me ha liberado en muchos aspectos. Ya que lo que tú pienses de mí tiene menos que ver con mi realidad que con la tuya, lo que tú pienses de mí no debería ser mi problema. Estaría mintiendo si dijera que la opinión de los demás no es un factor importante en mi vida —por supuesto que lo es— pero no puedo dejar que esa opinión me defina ante mis propios ojos y me haga sentir más o menos de lo que soy. Yo encontré la verdad al aceptar y abrazar quien soy verdaderamente. Tuve que lidiar con el miedo y el tener que esconderme, para al fin llegar a la aceptación y poder amarme a mí mismo. Tuve que lidiar con la negación, con el odio a mí mismo, con la negociación ante Dios… Pero todo cambia, yo tengo fe.

Ya sea por las barreras culturales, por como se desarrolló mi vida o por otra cantidad de factores que entraron a jugar en la ecuación, yo no estuve listo sino hasta los treinta y ocho. Quizás estaba trabajando tanto que no tuve tiempo para realmente pensar en lo que me estaba sucediendo. O quizás elegí escondérmelo a mí mismo durante tanto tiempo porque simplemente no tenía las herramientas espirituales para lidiar con las consecuencias de enfrentarme a mi propia verdad. Quizás hasta tenía que luchar contra la trata humana para realmente comprender lo injusto que es arrebatarle a alguien una parte de su vida. O también es posible que tuviera que pasar por la experiencia de convertirme en padre, de tener a mis dos bellos angelitos en mi vida, para salirme un poco de mi propia vida y comprender que esto ya no sólo se trata de mí.

Sea cual sea la razón —o sean todas— me siento agradecido por el camino que me ha traído hasta aquí, y profundamente afortunado de ser quien soy. Mis creencias me han dado hoy una solidez y una fuerza que hacen que me sienta lo suficientemente protegido para hablar de esto, que es una cosa tan bella y tan hermosa. Es gracias a la vida que he llevado que soy quien soy, que tengo los hijos que tengo y que tengo la relación con mis padres que tengo. Si yo hubiera escrito una carta en la que confesaba que soy un criminal, que le pego a las mujeres, que abuso de otros seres humanos, sería totalmente fuera de lugar que me estuviera sintiendo tan feliz y liberado. Pero mi planteamiento no es más que un planteamiento basado en el amor; el amor, el respeto y todo el agradecimiento que le tengo a la vida por la existencia tan extraordinaria que he llevado. Hoy en día me siento tan lleno de amor, de luz, de un temple y una fortaleza tan mágica, que sentía la necesidad de compartirlo. Quería contarle al mundo lo orgulloso que estoy de todos los pasos que he dado y que me han permitido llegar a donde estoy hoy en día. De verdad quisiera que el mundo entero pudiera vivir, en algún momento de su trayectoria, lo que estoy viviendo ahora. Es un despertar increíble, y se lo deseo a todo el mundo. Sobra decir que no estoy diciendo que todo el mundo tenga que ser gay, pero sí creo que todos en nuestras vidas cargamos con secretos que son innecesarios, con cosas que nos negamos a nosotros mismos pensando que están mal. Liberarme de mis propios secretos y angustias me ha dado sensaciones que yo ni siquiera sabía que existían: emociones tan fuertes y poderosas, tan transparentes, tan alucinantes, que ojalá todo el mundo sintiera esto que estoy viviendo.

Para tomar decisiones que representan cambios significativos en la vida, hay que pasar por procesos muy desestabilizadores, y tantas veces preferimos quedarnos en la posición más cómoda, la más manejable. Y así se pasa la vida. Pero si nos atrevemos a pasar por ese proceso más incómodo, nos damos cuenta de que lo que hay al otro lado es un mundo de libertad, paz y mucha calma.

Una de las cosas más extraordinarias que me ha traído esta experiencia es el caluroso contacto con mi gente. He recibido cantidades de mensajes no sólo felicitando y apoyándome en mi gesto, y eso para mí es una bendición. Así sea para que en las mesas del comedor se hable de la homosexualidad bajo otra lupa, con eso ya me siento afortunado. Mi intención al hacerlo no necesariamente era inspirar a nadie, pero si además de traerme toda la alegría que me ha traído, mi experiencia le sirve a alguien más como punto de partida o a manera de reflexión, eso me alegra inmensamente. Es también una bendición saber que con mi vida puedo beneficiar las de los demás, y eso yo lo vivo con honor. Me siento orgulloso de ser quien soy.

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