X

X


6 » MI POBLEMÁTICA » Finco

Página 14 de 33

Finco

Voy a la casa de la chica y su tío gordo está dormiendo en el sofá, apesta a licor de malta. Cuando pasamos por al lado suyo sin hacer ruido para ir a la parte de atrás de la casa a ella se le escapa una risita. Le digo que se calle. Tiene un pedazo de tío, no quiero verle el careto si se despierta.

—No te preocupes —dice—, no va a hacerte nada, ni que se despierte.

Y entonces estamos en su cuarto y ella me mete la lengua hasta la garganta. Le cojo el jersey y se lo quito y va y casi no tiene tetas.

Me echo a reír.

—Mierda, nena, estás como una tabla.

Se cabrea.

—Pero soy una mujer.

La beso.

—Sí, pero eres una mujer.

Nos quitamos la ropa y yo me pongo encima y me la follo un buen rato y ella se echa a llorar y a decir que duele y todo el rollo, pero le gusta. Sé que le gusta por sus gemidos. Me la follo a lo bien. Luego me levanto y me pongo los pantalones.

—¿Volverás mañana? —pregunta.

—Nah, nena. No puedo pasarme por aquí a verte.

—Pero… —dice.

Meneo la cabeza.

—Demasiado pequeña, nena. No puedo ir por ahí y que nos vean juntos.

No sabe qué decir. Luego se acerca a la ventana.

—Te me quitas de encima —me dice.

Me encojo de hombros.

—Negro —dice.

—No es que seas una mujer de verdad —le digo—. ¿Y a lo que has hecho lo llamas follar?

Se echa a llorar. Luego empieza a llamar a gritos al gigante de su tío. El hijoputa estará todo lo borracho que quieras, pero levanta el culo del sofá y se pone a soltar mierda.

—¿Tú quién coño eres? —dice.

—Tu padre —le digo, y trato de cruzar la habitación para salir por la puerta de entrada.

El gigante hijoputa se planta delante mía y veo que lleva uno de esos pijamas con dibujitos de payasos, el cabrón.

—Pero mírate, negro.

—¿Qué dices? —me pregunta.

—La mierda esta que llevas. Pareces un payaso de circo.

Entonces la zorrita corre a la puerta con cara toda triste y llorando y eso, tapada con una manta.

—¿Qué pasa? —dice el negro gigante.

—Me ha violado.

—¿Que qué? —Y el gigante se me quiere echar encima y dice que me matará, pero salto por encima del sofá y llego a la puerta. El hijoputa se cae al suelo y tumba la botella—. Te pillaré —me dice.

—Tú no vas a pillar nada —le digo. Entonces miro a la chica, y sigo—. Como mucho, un sobrino, porque nunca fallo.

—Te odio —grita la nena.

Corro hasta que llego a la calle y me echo a reír. Cruzo corriendo un par de patios traseros por si el tío tiene una pipa o algo y salgo a la calle siguiente.

Voy de camino a los billares, donde les contaré al Tito y al Amarillo lo del chochito y el tío gordo hijoputa. Se van a reír, lo sé. Doblo la esquina del istituto justo cuando empieza a oscurecer y veo un par de faros que bajan por la calle muy despacio. «¿Quién coño será?», pienso. Y entonces veo que es un Jeep y un huevo de negros se bajan y empiezan a perseguirme. Y corro, hermano. Pero los negros también son rápidos. Quiero saltar por la valla y las canchas de basket. Uno me agarra la pierna y yo me suelto de una patada y paso al otro lado. Corro entre las sombras y me escurro por un abujero del muro y tiro por un callejón. Entonces me meto en un edificio abandonado y me escondo, todo callado. No los oigo. Y me doy cuenta de que ahí dentro conmigo hay alguien.

—¿Quién hay ahí? —digo.

—¿Quién hay ahí? —pregunta.

Y se echa a reír. Con una cerilla, enciende una vela. Es el hijoputa del borracho de Willy.

—Apaga la vela, negro —le digo.

—Se han largado, chico —me dice—. ¿Por qué te buscan?

—Un tío rico. Le metí una paliza y ahora vuelve con su pandilla. Hijoputa. Más le vale esconder ese careto cuando vaya solo.

—Tú eres malo, ¿eh?

Detrás de la vela se le ven los ojos rojos y los miro.

—Sí, soy malo.

—Yo también era malo.

—Pues ahora no eres malo. No, tío, ahora eres peor.

Me río de mi chiste.

—Eres un negrito chistoso, ¿no? ¿Cómo está tu mama?

—A mi mama no la metas —le digo.

—¿Todavía tiene ese lunar debajo de la teta?

Me levanto, estoy a punto de reventarlo.

—Siéntate, chico —me dice con una voz dura que es como si no pudiera salir de esa cabeza suya.

Me siento.

—Escucha, chico. Voy a decirte algo. Yo me he jodido la vida.

—Y que lo digas.

—Calla y escucha —me dice—. No quiero que la jodas como yo la jodí.

—¿Y tú qué eres mío? —le digo—. Yo a ti no te conozco de nada.

—Eso no tiene nada que ver —dice—. No quiero que la cagues y le hagas daño a tu mama, que ya ha aguantado bastante.

—¿Y tú de qué coño hablas? —le pregunto—. Yo me abro.

Voy hacia la puerta.

—Tu mama es una buena mujer —me dice.

—Sí, y tú eres un borracho —le digo—. Resumiendo, ¿que qué?

—Que no la jodas —me dice.

—Vale, lo mismo te digo. Y feliz Navidad y felices Pascuas.

En los billares está el Tito, en la parte de atrás, se la está chupando una gorda que a veces se pasa por ahí. Eso es lo que dice el Amarillo. Me gustaría ir a ver, me gustaría a medias, pero no voy. La zorra esa podría buscarme y no quiero mierdas de esas. El Tito deja que se la chupe cualquiera. El Amarillo me mira.

—¿Qué miras? —le digo.

—¿Por qué estás todo sudado? —me dice.

Iba a contarle lo del hijoputa del Jeep, pero no me gusta cómo suena lo de correr.

—Estaba echando unos tiros —digo.

—¿Echando unas canastas?

Se ríe.

—¿Qué te hace tanta gracia? —le digo.

—Tú echando unas canastas. ¿Qué ha pasado de verdad?

—Eso es lo que ha pasado de verdad. Y ahora cállate la boca.

El Tito está por atrás y nos oye.

—¿Qué pasa? —dice.

—Nada —digo—. El negro, aquí, poniéndome de los putos nervios.

—Oye, que no soy el único que te pone de los putos nervios —dice el Amarillo.

—Con cuidado, tú, vigila bien adonde pisas, culogordo apestoso —le digo.

Le echo una mirada penetrante a lo bien.

—Que te den porculo —me dice.

—Que te den porculo —le digo.

—Que te den porculo —me dice.

—Que te den porculo —le digo.

—Que te den porculo —me dice.

—Que te den porculo —le digo.

—Que te den porculo —me dice.

—¿Y por qué no vais afuera, así podéis daros bien porculo, negritos? —dice el Tito.

La zorra gorda que estaba en la parte de atrás pasa por el lado. Saluda al Tito con la mano.

Meneo la cabeza.

—¿Cómo dejas que la puta esta tan fea te ponga la boca en el rabo? —le pregunto.

—Es más guapa que las mamis de tus bebés —dice él—. Por lo menos sabe lo que hace.

—Tú no hables de las mamis de mis bebés —le digo.

—Como si te importara una mierda —me dice.

Coge un pitillo y enciende una cerilla.

—¡Sin fumar! —le grita el Gordo.

—Afuera hace demasiado frío, Gordo. Deja que, aquí, el negro, se eche unas caladas.

El Gordo estará cansado, porque no dice nada.

El Amarillo le da tiza al taco y me sonríe.

—¿Qué tal con la niña esa, cochino, cerdo pediastra?

—Me la tiré a lo bien —le digo.

—¿Qué va a hacerle una niña así a un hombre? —dice el Tito.

Lo miro sin decir nada.

—Por tirarte a crías y hacer hijos no serás más hombre —me dice.

—¿Qué problema tienes? —le pregunto—. ¿Por qué te metes conmigo?

—Vamos a jugar al billar —dice.

Ahora estoy puteado. Hacemos un billar sin abrir la boca. El Tito ya va por el cuarto pitillo, los apaga en el suelo. El Gordo viene y mira al Tito.

—¿Ves? Otra razón por la que no quiero a negros fumando aquí. Mira esta mierda.

—Cállate, Gordo —dice el Tito—. Vas a tener que barrer la mierda esta igual.

—Sí —dice el Amarillo.

El Gordo refunfuña y vuelve a su taburete, detrás de la barra.

—Tíos, habéis visto alguna vez al desgraciado ese del Willy el Gili? —les pregunto.

El Tito mete la cinco y me mira.

—¿El borracho que siempre está por la cancha? —me pregunta.

—Sí.

—Sí que lo he visto —dice el Tito—. ¿Por? ¿Es que es algo tuyo?

—No es nada mío.

—¿Y por qué preguntas por él, entonces? —dice el Amarillo.

—Cállate la boca —digo.

—Chúpame la polla —me dice.

—Sácatela, a ver, comemierda —le digo.

—Me la sacaría, pero no quiero verte llorando —le digo.

—¿Os estáis oyendo, negros? —dice el Tito—. Como crios de diez años, soltando chorradas.

—Que os den porculo a los dos —digo, y me abro.

Ir a la siguiente página

Report Page