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Siete

Al día siguiente, la Niña viene corriendo a mi habitación. Que me levante y coja el teléfono, me grita. Le digo que estoy intentando dormir, pero ella insiste.

—¿Qué coño pasa? —digo.

—Están al teléfono —dice.

—¿Quiénes están al teléfono?

Me levanto y la cabeza me estalla. ¿La policía? ¿Los Dalton? Quién será. Estoy despierto.

—De la tele —dice la Niña.

—¿Qué? —digo.

—Snookie Cane —dice—. Del pograma de Snookie Cane.

—Vete a tomar porculo —digo—. No hace gracia.

—Es de verdad —dice.

Me levanto en gayumbos y cojo el teléfono. Hay una zorra al otro lado y quiere saber si yo soy yo.

—Pues claro que sí, soy yo —le digo—. ¿Qué quieres?

Oigo que se ríe intentando tapar el teléfono y luego va y dice:

—Queremos que seas el invitado en el programa de Snookie Cane.

Pienso que es una broma.

—Ah, vale —digo—. ¿Y para qué me queréis en el pograma?

—Bueno, la verdad es que tenemos un invitado que quiere darte una sorpresa. Alguien que está enamorado de ti. —Coge aire y luego sigue—: Grabamos el programa hoy a la una. Estamos en los estudios Optic White, en Burbank. Plató F.

—¿Lo dices en serio? —digo.

—Sí, sí —dice—. ¿Podrás venir?

—¿Alguien está enamorado de mí? —pregunto.

—Sí.

—¿El pograma de Snookie Cane?

—Sí —dice.

—¿Snookie Cane va a estar allí? —digo.

—Sí.

—¿Voy a ir a la tele? —digo.

—Sí.

—Vale, allí estaré —digo.

—Estate aquí a las doce y media —dice.

—Ok —digo.

Cuelga. Cuelgo. Miro hacia abajo y veo a la Niña y digo:

—Voy a ir al pograma de Snookie Cane.

La Niña empieza a gritar.

—¡Mama! ¡Mama! ¡Go va a ir al pograma de Snookie Cane!

Y se va corriendo a la cocina.

La sigo. Vuelve a decírselo a la mama. La mama me mira.

—¿Qué has hecho, hijo?

—Yo no he hecho nada. Alguien está enamorado de mí —digo.

La mama se me queda mirando.

—Eso es lo que me han dicho por teléfono. Dicen que harán el show hoy.

—Mama, ¿vamos a ver a Go en la tele? —pregunta la Niña toda alucinada.

La mama parece preocupada. Le sonríe a la Niña.

—Eso parece —dice.

—Niño, ¿eso es lo que vas a ponerte para ir a la tele? —dice la mama.

—Sí, y no me toques los huevos —digo.

—No me hables así —dice—. Y no hables así en la tele.

—No me van a decir cómo tengo que hablar —digo—. Venga, vamos.

Nuestra vecina, Quanita-Mack, nos lleva en su coche. Nos sentamos con la Niña en la parte de atrás y las focas van adelante. Hablan y hablan, de mí, puede, pero no presto atención porque pienso en lo que le hice ayer a Penelope.

Me siento de puta madre. Luego pienso en quién coño estará enamorada de mí. Me siento de putísima madre, hermano.

Cuando llegamos al estudio un negro de uniforme nos dice que tenemos que aparcar al otro lado de la calle. Me asomo por la ventanilla del coche de Quanita y le grito al gilipollas.

—Que voy a ir a la tele, negro —digo.

—Por mí como si vas a la luna —dice—. Tienes que dejar el coche en el aparcamiento C.

—Te crees muy hombre porque llevas uniforme —le digo.

—Siéntate —dice la mama.

Quanita-Mack aparca, tiramos hacia el estudio y vemos que hay una cola para el plató F. Voy al principio de la cola y le digo al tipo de la puerta que voy al pograma.

—¿Cómo te llamas? —pregunta.

—Van Go Jenkins —digo.

—De acuerdo —dice—. Entra por la puerta tres. Allí te dirán lo que hacer.

—¿Y qué pasa con mi madre y mi hermana? —digo.

—Y Quanita-Mack —dice la mama.

—Si —digo—. Tienen que entrar también.

—De acuerdo, está bien —dice—. Trataré de dejarlas pasar.

Entro y veo la forma en que mira la gente de la cola. Saben que voy a salir en la tele. Veo la puerta tres. Llamo y entro. Hay una blanca guapa, pero no me mira muy bien.

—Me llamo Van Go Jenkins —digo.

—Bien, pasa aquí —dice mientras me coge por el brazo—. Gloria.

Una blanquita toda flaca viene corriendo.

—¿Sí, Pam?

—Lleva al caballero a maquillaje y sácale un poco de brillo —dice Pam. Mira la carpeta—. Luego lo llevas a la cabina uno y le pones los cascos.

—Hecho —dice Gloria. Luego me mira—. Vamos.

—Entonces ¿de qué va el pograma de hoy? —digo.

—No puedo decir nada —dice Gloria.

La sigo por un largo pasillo.

—Alguien está enamorado de mí —le digo.

—Mira qué bien.

Llegamos a una habitación y ahí veo un negro todo gordo con pantalones violeta y una camisa rosa atada por encima del ombligo.

—Vamos, cielo, siéntate. Esta monada te va a dejar hecho un pincel.

—Y una mierda —digo, y miro a Gloria—. Este marica no me toca un pelo.

—No te voy a tocar todavía —dice el maricón.

Gloria me pone la mano en el hombro.

—Quieres salir en la tele, ¿verdad?

—Sí —digo.

—Quieres que toda la gente de ahí fuera te vea, ¿verdad?

—Sí —digo.

—Pues deja que la monada te saque un poco de brillo —dice.

—Te prometo que no te dolerá.

—Venga, anda, siéntate en esa silla —me dice el maricón—. ¿Me tienes miedo?

—Ni de coña. No te tengo miedo ni a ti ni a nadie —digo.

—Pues siéntate —dice.

Me siento y el negro va y me pone vaselina en la cara.

—¿Para qué es esta mierda? —digo.

—Esto te hará brillar como un buen negro en televisión.

Luego se echa a reír y puedo verle la boca hasta el fondo. Lleva las fundas de oro.

—Así que alguien está enamorado de ti, ¿no, cielo?

—Eso he oído —digo.

—Ya veo —dice—. ¿Y sabes quién es? —pregunta.

—No tengo ni idea —digo—. Podría ser mucha gente.

—Ohh —chilla—. Me gusta eso. Confianza. ¿Podría ser un hombre?

—Vaya que no —digo—. No quiero tener que reventar a nadie en una rentransmisión a nivel nacional.

—Bien, bien —dice—. Listo.

—¿Ya está? —digo.

—Sí —dice. Luego grita—: ¡Gloria, Gloria!

Gloria viene y me mira.

—Te han sacado brillo —dice.

—Ya te puedes llevar al supermacho —dice la reinona.

—¿Quieres que te reviente el culo o qué? —digo.

—Promesas, promesas, nada más —dice—. Mi culo es mucho culo para ti.

—Vamos —dice Gloria, y me saca de la habitación al pasillo—. Estamos a punto de entrar en directo. Tengo que llevarte a la cabina y ponerte los cascos. ¿Qué tipo de música te gusta?

—Me gusta el rap —digo.

—Tenemos mucho rap —dice—. Ahora ponte ahí y ponte los cascos. ¿Ves esa cámara?

—Sí.

—Vale, cuando la luz roja está encendida es que estás en el aire —dice.

—No me digas —digo.

—Pues no te digo, pero tú tienes que quedarte callado. Dentro de un rato pararé la música y te diré que salgas. Solo tienes que seguir la línea roja del suelo hasta el plató. ¿Entendido?

Hago que sí con la cabeza.

—De acuerdo —dice ella—. Te llamo dentro de un rato.

—Ok.

Sale de la habitación y en los uriculares se oye a un pringado que se cree que la mierda esa que hace es rap. Como me dijo, pasan diez minutos y la luz encima de la cámara se enciende. Sonrío y casi hasta bailo con la música. La luz vuelve a encenderse un par de veces más. Luego, como me dijo, la música se para y Gloria me dice que salga al plató.

Camino todo tranquilo y chulo siguiendo la línea roja, cruzo la puerta, bajo las escaleras, llego al plató y ahí estamos. Mis cuatro niños están ahí sentados con sus cuatro madres. La Haspirina en las rodillas de la Sharinda. La Tylenola, en las de la Reynisha. La Dexatrina, en las de la Robertarina, y el Rexall en las de la Cleona. La silla vacía es la de al lado de la Cleona, y la surnormal me agarra de la camiseta cuando me siento. El público me aguchea y yo levanto los ojos y les miro esos caretos de imbécil, pero la luz me ciega y levanto el dedo. ¿Me aguchean? Los voy a reventar.

La foca de Snookie Cane está entre el público.

—Qué público tan duro. Bienvenido al programa, Van Go. Mirad la cara que tiene —dice—. Le dijimos a Van Go que iba a recibir una sorpresa de una persona que estaba enamorada de él. Sorprendido, ¿eh, Van Go?

Miro a la cámara.

—Sí, sorprendido —digo.

—El programa de hoy se titula «Me hiciste un hijo, pero ¿dónde está la pasta?» —dice—. Así que, ¿dónde está la pasta, Van Go? Estas cuatro señoritas dicen que nunca han visto un centavo.

—Yo me ocupo de mis hijos —digo.

—Pues no es eso lo que nos han contado —va y suelta.

—No sé qué te habrán contado por ahí, pero yo me ocupo de mis niños.

—Eres un maldito mentiroso —grita la Reynisha—. No me has dado un maldito centavo, perro.

El público se ríe.

—Siéntate y cállate la puta boca —digo.

—En televisión no empleamos este lenguaje —dice Snookie Cane—. Y no puedo creer que hables así delante de tus hijos.

—Pero es que la puta esta miente —digo.

—¿A quién le estás llamando puta? —dice la Reynisha.

—A ti, zorra.

El público aguchea. Snookie Cane se acerca.

—Cuida tu lenguaje, Van Go.

—Éste no hace nada —dice la Cleona.

Como la tengo al lado le echo una mirada que te cagas.

—¿Le has pasado dinero a Cleona, Van Go? —me pregunta Snookie Cane.

—¿Que qué?

El público se ríe.

—Sí o no. ¿Le has pasado a Cleona dinero para Rexall? —pregunta.

—Es que, verás, no tenía trabajo —digo.

—Ahora tienes trabajo, ¿verdad? —dice Snookie Cane.

—Sí, pero todavía no me han pagado.

—Entonces, cuando te paguen, ¿les pasarás dinero a estas señoritas? —me pregunta.

—¡Y una mierda! —dice la Sharinda—. A éste no le importa nadie, solo piensa en él.

—Sí, les pasaré dinero —digo.

La Robertarina se echa a reír.

—Esa trola de mierda me la creeré cuando la vea.

—Tu lenguaje, Robertarina —dice Snookie Cane.

—Perdón —dice la Robertarina.

—Vaya sorpresa, ¿eh? —me dice Snookie Cane. Y mira a la cámara—: Cuando estemos de nuevo con vosotros trataremos de llegar al fondo del asunto y veremos qué es lo que el público tiene que decir.

La lucecita de las cámaras se apaga y se ve un montón de gente alrededor, ahí, maquillándole la cara a Snookie Cane, que pasa de mí. La Cleona me mira.

—¿Qué problema tienes? —le pregunto.

—Cállate —me dice.

—¿A quién le estás diciendo que cierre la puta boca? —le digo.

Un hijoputa con un no-sé-qué de cascos en la cabeza se me acerca arrastrando un cable.

—Vigila tu lenguaje —me dice.

—Y tú, más te vale que me saques la puta cara de delante —le digo.

—Otro puta más y te vas del programa —me dice. Me planta el dedo en el pecho y me mira con malas pulgas—. ¿Entendido?

—Entendido —digo.

La Reynisha me mira y se ríe.

—Tú sigue riendo, zorra —le digo.

—¿Y qué me vas a hacer? —me dice—. En casa hay algo para ti, tú ven a buscarlo. —Lo dice por la pipa del nueve que tiene—. Tú ven.

La cámara vuelve a encenderse.

—Ya estamos otra vez aquí, bienvenidos —dice Snookie Cane—. El programa de hoy es: «Me hiciste un hijo, pero ¿dónde está la pasta?». En el plató tenemos a Van Go Jenkins, padre de cuatro hijos de cuatro madres distintas. Así que admites que no has aportado dinero para el cuidado de tus hijos, Van Go.

—Yo no admito nada —digo.

—Éste no hace nada. —Ahora lo dice la Cleona.

—Cállate, zorra —le digo.

El público aguchea.

Snookie Cane le aguanta el micrófono a una gorda con la cabeza toda llena de trencitas.

—Aquí el problema es que no se respeta a él mismo —dice la gorda—. ¿Cómo va a respetar a nadie más?

—Yo me respeto a mí mismo —digo.

—Pues no se nota, chico —dice la gorda.

—¿A quién le llamas tú chico? —le digo—. Siéntate, culogordo.

Un tío alto y delgado se levanta.

—Creo que el señor Jenkins tiene un problema de autoestima, de virilidad, ya saben.

—Si quieres me la saco, pero tú guárdate la tuya bien guardada —le digo.

El público se ríe y me siento así como bien.

—Tienes respuestas para todos, ¿no? —dice Snookie Cane.

—Vaya que sí —le digo—. Si alguien quiere una respuesta, aquí estoy.

—Sharinda nos ha contado que en la cama no se te da tan bien —dice Snookie Cane.

El público se ríe.

—La Sharinda miente —digo—. La Sharinda bien que gritaba.

El público aguchea.

—Si gritaba era para no reírme —va y suelta la Sharinda.

El público se ríe.

Noto que la sangre se me sube a la cara y que me tiemblan las piernas y que la boca se mueve pero no me salen las palabras.

—Te pilló, Van Go —dice Snookie Cane.

—La que da pena eres tú —digo.

La Sharinda se echa para atrás y chasquea los dedos.

—Yo lo que sé es que ahora tengo a un hombre de verdad que me hace gritar de verdad.

—Conozcamos a ese hombre —dice Snookie Cane—. ¿Qué dice el público?

El público dice que sí, que sí.

—¡Entra, Perro Rabioso! —dice Snookie Cane.

El público se ríe del nombre y yo también me río y el negrito canijo sale todo chulo. Se me escapa una carcajada. ¿Ése es Perro Rabioso? Ahora sí que estoy fuera de control.

—Un hombre de verdad —le digo al público.

Perro Rabioso me mira y pasa de lo que digo. Durante un segundo me siento como un tonto. Pero le echo una mirada. Lo voy a joder.

—Perro Rabioso —dice Snookie Cane—, ¿qué sabes tú de esta historia?

Perro Rabioso se apoya en el respaldo, igual que Sharinda.

—No sé mucho, pero lo que sé es que este negro no vale una mierda —suelta.

El público grita.

—Cuida tu lenguaje, Perro Rabioso —dice Snookie Cane.

—Lo siento, qué vergüenza —dice Perro Rabioso.

—Tú si que das vergüenza —digo yo.

Perro Rabioso se parte de risa.

—Oye, tío, yo cuido de tu cría cada día como si fuera mía. ¿Y dónde está el dinero? —dice Perro Rabioso. El público berrea—. Está en donde tienes que meter tú las narices. En ningún lado.

Me levanto, pero el enano hijoputa no se mueve, solo me mira como si yo fuera una mierda. El tío de los cascos en la cabeza viene y me dice que me siente.

—Más vale que pegues el culo a la silla —dice Perro Rabioso, más chulo que nadie.

Perro Rabioso habla con Snookie Cane y con el público.

—Te digo yo cuál es su problema. Quiere jugar a los médicos con Sharinda, pero no tiene ni jeringa.

El público vuelve a berrear.

—Haspirina es una niña muy mona —dice Perro Rabioso—. Quiero a Haspirina como si fuera mía.

El público suelta un Ooooooooooooooh.

—Qué bonito, Perro Rabioso —dice Snookie Cane.

Perro Rabioso le sonríe a la Sharinda y le toca la cara a Haspirina.

Miro a la primera fila del público y veo a la mama y tiene cara de estar a punto de ponerse a llorar. Odio a mi mama. Quiero a mi mama. Odio a mi mama. Quiero a mi mama.

Snookie Cane le aguanta el micrófono a un tío blanco y él se pone la mano en la cadera y va y suelta:

—Creo que ezte cazanova tiene que alejarze de laz chicaz.

—Cállate, marica —digo yo.

—Dizpárame zi te atrevez —dice el marica—. Pero zeguro que no llevaz la piztola cargada.

El público se ríe.

—La mujer del top rojo —dice el marica.

—Cleona —dice Snooky Cane.

—Cleona —dice el marica—. Cleona, debez cortar todoz loz vínculoz con él y buzcarte un hombre.

—¿Y tú qué sabes de los hombres? —le digo.

—Cariño, de loz hombrez yo lo zé todo —me dice.

El público ríe.

—Mierda —susurro.

Miro a la mama y ahora sí que está llorando.

Snookie Cane ve a mi mama llorando, se le acerca y le mete el micrófono en toda la cara.

—¿Quién es usted, señora? —le pregunta.

—Soy su madre —dice la mama.

—¿Y por qué llora, señora Jenkins? —pregunta Snookie Cane.

—Porque yo no eduqué a mi hijo para que se portara así —dice la mama.

—Has hecho llorar a tu madre —dice Snookie Cane.

—Siempre llora —digo—. Vaya novedad.

El público me grita.

Snookie Cane le aguanta el micrófono a un blanco gordo.

—No es capaz de respetar a estas mujeres porque ni siquiera respeta a su madre.

—Buena observación —dice Snookie Cane—. Pero esperad —le suelta Snookie Cane al público. Y luego me habla a mí—: Van Go Jenkins, tenemos otra sorpresa para ti.

—Vale. ¿Cuál?

—¿Dónde trabajas ahora? —me pregunta Snookie Cane.

—Ahora mismo no estoy en nada —digo.

—¿No trabajas para una familia, los Dalton? —me pregunta.

No digo nada.

—¿Conoces a los Dalton? —pregunta.

—Sí, los conozco.

—¿Y a Penelope Dalton? —pregunta Snookie Cane.

Miro a la puerta del plató y luego miro hacia atrás. ¿Para qué iba a venir Penelope al pograma?

—¿Está aquí? —pregunto.

—No, Van Go, no está aquí, los que están aquí son estos caballeros —dice Snookie Cane.

Y salen dos policías por la puerta que me queda a la derecha.

—Según parece, ayer te pasaste de la raya, Van Go —dice Snookie Cane, que se acerca al público y se queda al lado de mi mama—. Lo siento, señora Jenkins —dice.

Los polis vienen hacia mí.

—Al parecer, anoche nuestro invitado violó a una mujer. De eso lo acusan, al menos —dice Snookie Cane.

Me levanto de la silla de un salto y corro hacia la puerta. Ahí también hay dos polis. ¡Mierda! Corro hacia el fondo del plató y veo el careto de Perro Rabioso, más tranquilo que nadie. Ni siquiera se levanta.

—Por mí no vienen —dice.

Corro entre el público. El marica trata de pararme, pero me le echo encima, le doy un rodillazo y abajo, lo tumbo. La gente quiere agarrarme. Me empujan hacia delante. Estoy al lado de mi mama. Mi mama llora. Estoy al lado de Snookie Cane. Parece de mentira. Los polis están a punto de pillarme. Me pongo a cuatro patas y echo a gatear entre un montón de piernas. Voy tumbando a la gente. Llego a la puerta del fondo y le pego un puñetazo a un vigilante. Corro. Salgo del edificio y corro, afuera, cruzo el aparcamiento y un terraplén todo alto y la autopista y las vías del tren. El corazón me late, me late, me late.

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