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Dies

Estoy en el puto Ford Torino del Gordo. Es de los setenta y está hecho una mierda, con el suelo todo lleno de latas de cerveza y papeles de hamburguesa. El cacharro echa humo por atrás y el motor suena igual que un bote lleno de alfileres. En el lado del copiloto, un trozo del techo de vinilo está levantado y se mueve con el viento. Me acuerdo de lo suave que iba el carro de los Dalton. Era como una nube, y yo flotaba por encima de esta mierda. Si todo el mundo flota, pues yo también.

Luego oigo el ruido de las palas de un helicótero y veo a gente en la calle que mira hacia arriba y sé que un helicótero me tiene controlado, fijo. Miro por el retrovisor y veo un coche patrulla bien lejos. Pero se acerca. Siempre se acercan. Giro por la 101 y va cargada, pero acelero entre los carros, dándole al claxon y metiéndome por el alcén. La gente se aparta. Ahora tengo un par de coches patrullas atrás. Llevan las luces, pero se quedan atrás. Veo la señal para la estación Union y pienso: «puta mierda, que voy en contradirección». Pego un volantazo y me meto en un callejón. Puede que con los árboles el helicótero no me vea, pienso. Los coches patrullas siguen atrás y ahora paso por algunos cruces. Vuelvo a meterme en la 101. Sé que va hacia el sur. Los tengo atrás y arriba y yo voy abriendo un hueco por la autopista.

No sé cómo pero vuelvo a ir en contradirección. Estoy en la 60, voy hacia Riverside. Lo sé porque tengo un primo que vive por ahí. Vivía por ahí, vamos. Al negro le dispararon por meter las narices en un laboratorio de speed. Los negros, que siempre quieren sacarse algo de gratis.

Pongo la radio y oigo que hablan de mí. A un lado veo un helicótero de las noticias. De la tele. Veo al cámara que se asoma y me enfoca. ¡Eh! En dos días ya he salido en la tele tres veces. Tengo el corazón así de grande. Le doy al acelerador. La mierda esta se está quedando sin gasolina y ahora tengo unos seis coches de la poli atrás. Los carros del sheriff han vuelto.

Sigo tirando, dejo atrás Ontario y Chino y me paso la salida a la 15, la que va al sur, a México. Atravieso Riverside. Me estoy quedando sin gasolina, fijo. Tiro por la 215 al sur, pero sé que tengo que salir de la autopista. Salgo y sigo por un sitio que resulta que se llama Moreno Valley y el carro empieza a dar sacudidas y a hacer el tonto y los coches patrullas siguen atrás y los helicóteros siguen arriba dale que te pego con el ruido. Saludo a la cámara.

Paro delante de correos, me bajo del carro y entro. Pego unos tiros al techo y la gente se pone a gritar. Yo les grito a ellos que se callen.

—¡Que os calléis! —les digo—. ¡Al suelo, todos! —grito. Todos se tiran al suelo, pero una vieja va muy despacio—. ¡Al suelo he dicho! —le suelto a gritos, y ella se pone a llorar.

Los polis están fuera. Habrá unos veinte coches. Los veo por la ventana grande.

Un poli negro me llama por el mergáfono.

—¡Van Go Jenkins! —dice—. ¡Esto se ha acabado, hijo! ¡Es hora de entregarse!

—¡Yo no me entrego! —le grito a la ventana, pero no me oye. Señalo a una rubia flacucha—. ¡Ven para acá! —Se acerca a gatas—. ¡Levántate!

Se levanta y la agarro del cuello y le pongo la pipa en la cabeza. Camino hacia la puerta y me asomo. A ella la pongo delante.

—¡Le dispararé! —grito. La chica llora—. Juro por Dios que le pego un tiro.

—Hablemos, Van Go —dice el negro del mergáfono.

—¡A la mierda lo de hablar! —digo.

—¿Qué quieres? —pregunta.

Veo que un equipo de las noticias, de la tele, está montando su tema. La cámara me enfoca.

—Quiero pasta y otro coche.

—Eso no podemos dártelo —dice.

—Más os vale que me lo deis —le digo.

Vuelvo a entrar y empujo a la chica al suelo. La vieja me mira fijamente.

—¿Y tú qué miras, zorra vieja?

—Entrégate, chico —me dice la vieja.

—Tú no eres mi mama —le digo.

—Gracias al cielo —me dice ella.

—Te crees muy graciosa —le digo.

Ella no dice nada.

Cuento la gente de la sala. Y entonces veo que detrás del mostrador están los de la oficina. Corro para allá y ya no están. Tengo siete rejenes. Solo quiero un carro.

—¡Solo quiero un puto carro! —grito a la ventana.

Las cámaras me enfocan. Ya son tres. Veo a alguien que me suena de las noticias. La saludo. Suena el teléfono. Voy y contesto. Es no-sé-quién que pregunta no-sé-qué de un envío.

—¡Que no tengo tu puto paquete! —le digo, y cuelgo.

El teléfono suena otra vez. Ahora es el poli.

—Vas a tener que entregarte, Van Go —me dice.

Es el negro del mergáfono.

—Yo no voy a entregar una mierda, tío. Y ahora, ¡tráeme el carro! —le digo.

—El coche está de camino. ¿Por qué no dejas salir a un par de personas? —me dice.

—Vieja —le digo, y la señalo—, sal ahí afuera. Si dices una sola palabra, te pego un tiro.

Se levanta y camina hacia la puerta todo despacio. Sale a la calle y echa a correr por el aparcamiento como una condenada.

—Vale —le digo al del teléfono—. Ya tenéis a uno.

—El coche está llegando, Van Go.

Cuelgo. Estoy sudando como un cerdo. Tendría que haber matado a la zorrita rica. Ella tiene la culpa de todo. Por llamar a la poli y obligarme a que me abriera. Y la Reynisha tiene la culpa por perseguirme con esa pipa y dejar que se la quitara. Y mi mama tiene la culpa, eso fijo, por quedarse embarazada de mí y por tenerme. Y el entrenador de basket tiene la culpa. Y el profe blanquito tiene la culpa. Todo el mundo tiene la culpa.

Pasan unos quince minutos y el teléfono vuelve a sonar. El poli ese.

—Tu coche está aquí —me dice.

—Ya era hora —le digo.

Miro mientras el coche se para en el aparcamiento. Es un deportivo rojo todo guapo. Vale, me digo yo a mí mismo.

—¿Vale? —dice el poli del teléfono.

—Vale. Voy a salir con una chica. Me la llevo conmigo.

—Vale —me dice—. Tú tranquilo, no le hagas daño a nadie.

—Yo ya estoy tranquilo, imbécil —le digo—. El que tiene que estar tranquilo eres tú.

Cuelgo.

—¡Tú! —Señalo a la blanquita—. ¿Cuántos años tienes?

—Dieciséis —me dice.

—No te pongas nerviosa —le digo.

Afuera la luz es más fuerte de lo que me recordaba. La cámara me enfoca. Todos los polis me apuntan con la pistola. Le digo a la chica que no se mueva. Caminamos hacia el coche.

—¡Ir con trucos! ¡Ir con trucos, y le pego un tiro a la chica en toda la cabeza!

El puto carro es todo pequeño y a la chica le cuesta saltar por encima del freno de mano para pasar al lado del copiloto. Le digo que se calme. Sonrío a las cámaras. Meto la llave y ¡bum! No sé qué ha pasado. Me han disparado, creo. No veo nada y luego enseguida estoy todo lleno de un puto polvo. Entonces me tiran del pelo para sacarme del carro y empujarme al suelo. No sé qué coño pasa. Alguien me da una patada en las costillas. Alguien me coge del brazo y creo que lo tengo roto.

—¿Qué ha pasado? —digo.

Los polis se tronchan.

—El airbag, tonto del culo —me dice uno.

Miro hacia arriba y veo las cámaras. Otra patada y otro tirón para que me levante. Pero a mí me da igual. Las cámaras me enfocan. Salgo por la tele. Las cámaras que me enfocan. Salgo por la tele.

—Eh, mama —digo—. Eh, Niña. Mirar. Estoy en la tele.

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