X

X


Página 14 de 112

Escribir sobre el miedo me parece una soberana gilipollez. Parapetarse tras el burladero de un papel en blanco para pontificar desde el púlpito que te da la tinta, como si nada fuese contigo, como si tú no estuvieses sufriendo todos los días eso que describes, tan enfermizo como el paciente que sólo lee analíticas ajenas y acaba muriendo de aquello que jamás se le diagnosticó.

Yo soy más de bajar al ruedo. De mojarme el culo. De salir escaldado. Y de arriesgarme a caer mal o regular, e incluso, a veces, bien. Por eso prefiero escribir algo que me dé miedo escribir. Releerme y casi ni atreverme a darle a enviar. Demostrar más que mostrar. Porque si no te da miedo publicar lo que publicas, entonces no estás comunicando, te estás haciendo promoción.

No me da miedo el fracaso. Me da miedo hacer el ridículo. Tengo un miedo atroz a hacer algo mal y que se rían de mí. Y seguramente por eso decidí un día, hace ya nueve años, salir por la tele. Como el que tiene miedo a volar y se apunta a un curso de piloto. Aunque aún hay días en los que alguien me sorprende, supongo que a estas alturas habré sufrido ya toda la gama posible de críticas. Desde los que me consideraron un simple freaky hasta los que me llaman puto amo. Y por supuesto, todos los que estuvieron en medio, e incluso aquellos a los que les sigo dando igual. Saberse evaluado por casi todo el país es de las cosas más curiosas que habré hecho vestido. Porque un ingeniero, un abogado o un médico, normalmente responden ante su entorno más cercano, profesional a lo sumo. Pero saber que tanto si triunfas como si fracasas, se va a enterar todo el puñetero país, es verdaderamente un ejercicio que hay que vivir. Sentirse Truman en El show de Truman, donde todo el mundo sabe lo que haces bien, lo que haces mal y sobre todo lo que deberías hacer, son cosas que sólo conoce alguien que trabaje en la tele o si me apuras, como seleccionador nacional.

Me da miedo tener un ego que no me pueda permitir. Escucharme demasiado. Creerme algo o alguien que no soy. Ir de listo por la vida. Darme una importancia que jamás tuve. Y vivir de una mentira. Aunque tengo que decirlo, el hecho de que me dejen escribir un artículo tan extenso como éste en una revista de referencia, no me ayuda demasiado. Pero ahí están mis amigos. Los de siempre, los de toda la vida, los que me conocían cuando yo ya era famoso pero la gente aún no lo sabía. Los que me siguen dando collejas cada vez que me las merezco. El primer día que noté que mi trabajo podía cambiarme la vida, los reuní y les dije que si algo cambiaba en mí, sería culpa suya, por no haberme avisado a tiempo. Y a día de hoy, aún ninguno me ha dicho nada.

Me da miedo mostrarme tal como soy. Bueno, me daba. He sentido mucho miedo a no gustar si lo hacía. E imagino que por eso he estado todo este tiempo parapetado tras unas gafas de sol, físicas y mentales. En mi vida profesional, y en la personal también. Seguramente, porque si caía mal, siempre podría echarle la culpa a ese otro que no era yo al que otros llaman personaje y yo llamé yo, también por error. Pero eso ya está cambiando. Un día descubrí que se podían cambiar muchas más cosas haciendo sonreír que haciendo llorar. Que la risa es mucho más poderosa que el terror. Que da muchísima más energía. Que es mucho más duradera. Y más verdad. Me lo enseñó una tal Bú en una de las mejores películas de la historia del cine, Monstruos S. A. Y desde entonces, trabajo todos los días para aplicarme ese cuento magistral. Por eso sigo escribiendo, porque soy incapaz de hacerlo si no me desnudo, porque cuanto más me desvisto, mejor me va.

Me da miedo mi hijo. O mejor dicho, me da miedo no ser lo suficientemente bueno para él. Me da miedo que un día se gire, mire atrás y no se sienta orgulloso de su padre. O peor, que se avergüence de él. Quisiera haber hecho algo relevante en su vida para entonces. Y no me refiero a grandes gestas. Hablo de la épica cotidiana. Me refiero a influirle bien. A ayudarle a vivir. A darle claves. Y valores. Y criterio propio. A construirse como ser humano. A quererle bonito. E insisto, a sentirse mínimamente orgulloso del legado que recibió.

Me da miedo no tener ningún talento que exprimir. Quedarme seco. Ser un cero a la izquierda. Dejar de estar. Y eso es algo que debería ir trabajando. Porque algún día alguien decidirá que ya no interesa nada de lo que ofrezco. Le ha pasado a gente con muchísimo más talento, no me va a pasar a mí. Por suerte, he tenido la suerte de trabajar y conocer a gente tan buena como para saber que hoy por hoy, como decía Woody, tengo muy poco talento, pero muy bien aprovechado.

Y si me da miedo depender de algo, imagínate depender de alguien. Por eso me da miedo el compromiso si lleva una cláusula de rendición total. Invadir espacios vitales. Expandirme por ella como el gas. Anegar todos sus cultivos. Y con el tiempo, encima echarle en cara que ahí nada vuelva a crecer. O peor, comprobar que han vuelto a hacer lo mismo conmigo. Me da miedo la rutina. Aburrirme de estar aburrido. Volverme a llevar la contraria. Tener que volverme a explicar. Y hacerme un yonki de otra novedad. Una vez más.

No me da miedo la ignorancia, porque convivo con ella todos los días. Me da miedo dejar de aprender. Que se me apague la curiosidad. Dejar de tener esta inquietud por todo lo que desconozco. Conformarme con lo que ya sé. Dejar de tirar de mí mismo. De ponerme en falso de tanto en tanto. De acomodarme y construirme una chocita en mi zona de confort. Me da miedo olvidar lo aprendido y ya no saber qué enseñar.

Tampoco me da miedo la muerte. Me da miedo el dolor y la enfermedad. Las agujas. Los médicos. Me dan terror. Y mira que soy hijo de médico. Igual por eso mismo. No sé. El caso es que si algún día me descubren algo chungo, soy capaz de dejarme morir antes que dejarme curar. Por eso siempre he creído que las palabras más cariñosas que alguien te puede decir no son «te quiero», sino «llévame al hospital».

Me da miedo cualquier tipo de altura. Vértigo lo llaman. Yo lo llamo me voy a estampar. Es acercarme a un precipicio y venirme unas ganas irrefrenables de saltar. Como si yo lo convirtiese en inevitable. Por eso no me gusta vivir en los áticos. Por eso esquío tan mal.

Me da miedo la impotencia sexual. Que algún día no se me levante, sí. Ya, ya sé que existen las pastillitas azules. Pero igualmente, eso en una pareja no debe de ser fácil de sobrellevar. Para ella y para ti. Por eso espero que cuando me llegue, me pille con alguien que todo eso le dé igual. También me da miedo que se líe con el fontanero y me lo cuente. Y que aún así, sigamos tan felices los tres.

Y por fin, me da miedo este texto. Que caiga en manos de mis enemigos. Y que lo sepan utilizar.

Una vez alguien me dijo: «Me das asco». Y con una gran sonrisa, le respondí: «Gracias, intento darle a cada uno lo que se merece». A mí me dan miedo tantas cosas que creo que no merezco. Pero como todo lo que te dan, tú puedes elegir si te las quedas o las das. Si te las pones en la vitrina de tu casa o si las tiras al contenedor de reciclar.

Yo pese a todo ello, o precisamente por eso, me declaro amante confeso del riesgo, no porque me guste tenerlo o pasarlo mal, sino porque ya no tengo más remedio.

Y es que cuando te dan miedo tantas y tantas cosas, el riesgo ya no se tiene.

En el riesgo se está.

Ir a la siguiente página

Report Page