Voyeur

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TERCERA PARTE » EXPLICACIONES

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EXPLICACIONES

Esteve espera en la terraza de la cafetería La Principal, en la esquina de Ronda de Sant Antoni con Sepúlveda. Ha quedado con Saúl para zanjar asuntos pendientes, Bruno está echado junto a él.

Saúl aparece en la cacharra del trabajo y se acerca al encuentro de su amigo. Lleva todo el fin de semana abrumado por la intervención de Esteve en los hechos y preocupado porque lo quiera resolver a su manera. No tiene ni idea de que haya hecho ya. No obstante, lo ve muy relajado, disfrutando de un vermut con aceitunas pese a ser las once menos cuarto. Repara en el labio hinchado.

—Buenas, qué temprano empiezas —observa.

—Ya ves. Hay que disfrutar de la vida.

—¿Ese perro?

—Es Bruno. Mi guardaespaldas.

—¡Qué guapo!, ¿es tuyo?

—De la Sole. Estoy de canguro. ¡Cómelo, Bruno!

El perro se levanta y mira a Esteve sin saber qué hacer.

—Esteve, no me jodas, que sabes que no me molan nada los perros. ¿Qué te ha pasado en el labio? ¿Y esa tirita?

—Me han atizado en el gimnasio, tendrías que verlo a él. La tirita es porque me di con una puerta en casa.

Saúl pone cara de no creerlo.

—Eres la hostia, tú aquí, tan tranquilo, y yo jodido todo el fin de semana dándole vueltas al tema. Es que no sé, ¿te crees Steven Seagal o qué? No es ninguna coña esto —informa mientras se sienta a su lado.

—¿Qué tomas? —pregunta Esteve, indiferente a la reflexión.

—Un cortado —dice en voz alta para que se percate el camarero que recoge la mesa de al lado—, soy cafeína man. Ya ves, el tercero y no han dado las once. Es que no sé qué narices pedir. Probé con el Nestea y con zumos naturales; esos no iban mal pero tenían un efecto chungo sobre el intestino, y para ir en moto todo el día, como que no.

Su compañero ríe.

—Sí, sé a qué te refieres, un cafetito bien cargado, un zumito de naranja y, para finalizar, un pitillo. La bomba de relojería casera. Tuve mi temporada.

—Ya te digo. Esteve, este asunto nos viene grande. Estoy pensando que lo mejor es ir a los maderos y apechugar con lo hecho. Las tipas están bien, eso será un atenuante y más si canto. A mí me han engañado, lo creas o no; me caerá algo, seguro, no me salvo, pero mejor eso que jugárnosla con esa gente. Con un poco de suerte, ni piso el trullo. Es una extorsión en toda regla, puedo decir que lo de mi abuela fue desde el principio. Es mi palabra contra la suya. De todas maneras, es la única forma de solucionarlo. Lo otro va a ser un marrón. Ni de coña aflojan la pasta así, tan fácil. Además, tengo los micros y los altavoces en casa como prueba. Tú quedarás como un héroe, fijo; te harás famoso.

—Veo que le has dado vueltas al asunto. Lo has mareado, diría yo. No creas que no lo tengo en cuenta. Al menos me demuestras que no eres una bazofia, tenía dudas. Lo que más me fastidiaba de todo es el saberte capaz de hacer algo semejante. Te juro que me entraron ganas de matarte. Menos mal que quise conocer la verdad. Porque tú... no me hubieses dicho nada.

—Sabes que yo no soy así. ¡Si llevo martirizándome desde lo de Jessica! No te lo imaginas. Por suerte sé que se encuentra bien. Si no, no podría soportarlo.

Se toma una pausa. Mientras tanto, el camarero llega con su cortado.

—Por eso te digo que voy a declarar. Esta misma tarde lo haré. Será jodido, y me sabe mal por mi abuela, le voy a dar un disgusto de los gordos. ¡Cago en Ros!

—De eso precisamente tenía que hablarte.

—No quiero que vayas a ese encuentro, Esteve. Me puso la pipa en la cabeza, pensé que me mataba. Te pegarán dos tiros y luego vendrán a por mí. Eso es lo que pasará.

—¿Quieres ver una cosa?

—¿A qué te refieres?

Esteve busca una foto en su móvil y se la enseña a Saúl, que se queda de piedra. En ella, una selfie de Esteve fumando un purito en una mesa rodeado de montañas de billetes de cien euros. Saúl pasa de la sorpresa inicial a una sonrisa de oreja a oreja.

—¡La leche! ¡Lo has hecho, pedazo de cabrón! Pero, ¿no me dijiste que sería mañana? ¡Cuéntame!

—No, te engañé. Lo hice ayer, a mi manera. No quería que me dieses el coñazo ni me hinchases las pelotas como ahora estás haciendo.

—¿Así, tan sencillo? Yo alucino.

—Bueno, fácil, fácil, no fue. Por decirlo de una manera suave, salí vivo de milagro. Pero, dime, ¿quién tiene la guita ahora? El menda. Eran unos blandos, unos pervertidos de mierda. Esa peña a mí no me acojona. Lo que sí me hicieron fue una mala jugada. De esas que no te esperas; me trincaron, casi me pegan un tiro. La brecha y el labio son cosa de ellos. Me quedará de recuerdo y ellos se acordarán de mí toda su vida. Ahora iré a que me pongan unos puntos.

—Se te va la olla mogollón, Esteve. ¿Así que te fuiste tú solito en plan Stallone? Cualquier día no la cuentas, te lo digo yo. Siempre metiendo la nariz en todo. Tienes una suerte del copón.

—Lo que tú digas. Suerte... o que tengo lo que hay que tener. Te informo de que me doy el piro a Ibiza con la Pili, que me vayan a buscar allí. Montaré el garito y haré lo del barco. Ya sabes, a mover turistas por ahí. Es que ya me veo bronceadito, con mis gafas oscuras y la Pili tomando el sol en la cubierta.

—Ya, y tú dándole de hostias a algún turista por mirarla. Como si no te conociera. Ostras, ya te podías enrollar y repartir un poco —añade al ver la foto con más detenimiento —. ¡Eso es un pastizal! ¿Cuánto le has sacado?

—Los cuatrocientos mil. Y también me he asegurado de que no te molesten más. Me debes una, por cierto. Es lo que te llevas.

—¿Estás seguro de eso?

—Y tanto. No les convendría. Los he amenazado con soltarlo todo en caso contrario. Si ha aceptado no se la jugará, dalo por hecho. El tipo ese tiene más interés que nosotros en callarse la boca. Mira, aquí lo tienes —le enseña una fotografía del periódico—, candidato a empresario del año. Es que me parto la caja.

—Pues sí, a ver si le van a montar un monumento como al Pujol. Si lo hacen, le dejo un grafiti con el nombre de Jessica Prat como recuerdo.

—Cuando me trincaron me solté un farol de campeonato diciendo que había más gente al tanto y que todo saldría a la luz si me pasaba algo a mí o a cualquiera, incluidos Merche y tú. Fue lo que me salvó. Por cierto, yo, en tu lugar, cambiaba de sanatorio.

—Mi doctor no tiene nada que ver en eso. No me haría una faena así. Es cosa solo de él. De todas maneras, debo ir únicamente a la revisión. Veré lo que hago. Hablamos por la tarde y me lo cuentas con detalle, que yo tengo que irme. Esta mañana tengo un huevo de curro y, además, me toca repartir paquetes por todo el extrarradio. Parece que se hayan puesto de acuerdo para darme por saco. Tengo que ir a Badalona, a Santa Coloma, al Besós, a Hospitalet; joder, ¿es que la peña en Barcelona no manda paquetes, o qué? Algún mamón del curre se está trincando los mejores encargos y anda de cañitas, fijo, mientras yo iré toda la mañana de culo. Para colmo, me caerá bronca de los clientes por llegar tarde.

—Es que eres tonto, siempre te putean allá donde vayas. Yo me quedo por aquí un rato, que también estoy ocupado. Mira lo que me he pillado.

Le enseña una revista de barcos de segunda mano.

—Ya veo que vas en serio con eso de Ibiza.

—Claro, una oportunidad como esta no se da todos los días.

—Y yo me quedaré aquí, tirado —reflexiona Saúl. Y en seguida, añade—: Por mucho título que tengas, de navegar no tienes ni idea.

—Eso es fácil; el primer viajecito, de Barna a Ibiza.

—Conmigo no cuentes para un suicidio semejante. Llegarás a Argelia o a algún sitio peor.

—¡Venga, va! Lárgate a currar, que el café corre de mi cuenta.

—Sí que te enrollas....

—Ni si te ocurra pedirme parte de la pasta, que ya tienes la tuya.

—Eso no es nada con lo que tienes tú. Ya podías compensar el daño, digo yo.

—Mira, Saúl. Tú te llevas la mejor parte, esa peña te iba a joder la vida. Si monto el garito, te doy un curro, si quieres, y puedes echar una mano con el barco. Siempre que no me asustes a los clientes...

—Eso molaría mucho. Aunque no soy lobo de mar.

—Piénsatelo. Hablaremos.

Se dan un abrazo.

 

* * * * * * *

 

Carpenter se encuentra en la terraza de la masía Montmerniu, que ha acondicionado con todo lujo de detalles, ante una mesa de mármol y sentado en su silla de hierro forjado, procedente de un anticuario. Disfruta de un copioso desayuno servido en una bandeja de plata. Le ha costado un mundo conciliar el sueño, pero ha optado por tratar de olvidarlo todo. A fin de cuentas, después de haber sido descubierto, salir indemne es lo mejor que puede haberle sucedido.

Se fuma un habano Montecristo mientras su esposa Claudia poda unos rosales con miras a la ya cercana primavera. Lee con atención un artículo de La Vanguardia en que relacionan los secuestros de Jessica Prat y Elia Mateu. Relee de nuevo el texto en el que sale una entrevista con la policía y se mencionan por primera vez datos más precisos sobre lo sucedido a las jóvenes. Se describe con detalle la habitación donde estuvieron presas y las peticiones del secuestrador, obligando a bailar a Jessica y a desnudarse. No se hace referencia, seguramente por omisión, a la violación. Está seguro que lo han descubierto en un examen médico.

Se siente en peligro. Lo único que le mantiene tranquilo es que, según el artículo, la policía no dispone de pistas que conduzcan al secuestrador, y que se ignora el motivo por el cual liberó a la segunda chica. Se especula con un arrepentimiento del secuestrador, aunque no descartan otras hipótesis. No se siente a salvo, no podrá hacerlo hasta que desmantele completamente el sótano. Y siempre le quedará la duda de que un día Esteve lo cuente todo. Con esos jóvenes nunca se sabe. Lo importante es que su nombre se mantiene limpio. Siete páginas más adelante, un titular de la sección local dice lo siguiente:

Carpenter, candidato a Empresario del año en la comarca.

El reportaje continúa así:

El empresario Josep Lluis Carpenter parte como favorito en los premios a empresario del año en la comarca de Sant Sadurní. En solo dos lustros ha conseguido relanzar las bodegas Montmerniu, que han pasado de ser una marca distribuida a nivel local y proveedora de cava de calidad a otras bodegas de la zona, a competir de tú a tú en el mercado internacional. Las ventas han crecido de los 3 millones de euros a los 47 millones en un lustro, y este año se espera un aumento de un 30%, consolidándose, por tanto, como uno de los cavas de referencia en Cataluña, marcado, sobre todo, por la expansión en el mercado asiático e implantación en Norteamérica.

El reportaje se ve ilustrado con una fotografía donde Carpenter, en una estudiada postura, sale cogido del brazo de su esposa y con los hijos a su espalda, vendiendo una imagen de hombre de familia y triunfador.

Su mujer Claudia se acerca y toma asiento con él a la mesa. La chica de servicio, una ecuatoriana entrada en carnes y de cabello ralo, le sirve un vermut junto a unas aceitunas de las que ellos mismos maceran.

—¿Has leído el artículo?

—Sí, cariño. Te estás haciendo todo un nombre, que tiemblen Freixenet y Codorniu.

Pone una sonrisa de satisfacción mientras se recoge el vestido, de un blanco impoluto, para sentarse en la silla. Carpenter la observa y comprende que ha sido temerario poner en riesgo la integridad de su familia. Claudia está radiante, como siempre, y se ha permitido estrenar un elegante sombrero azul con redecilla.

—Ya será para menos. ¿Sabes qué, Claudia?, creo que nos vendría bien hacer un viaje. Hace tiempo que no vamos a ningún sitio.

—¿En qué piensas?

—En algún sitio donde haga calor.

—Eso no nos deja demasiadas opciones.

—¿Qué tal una visita cultural a México con una paradita larga en la Rivera Maya.

—¿Por qué no Cartagena de Indias? Es la mejor época del año para visitar aquello.

—Suena estupendo. No conocemos Colombia y, a lo que parece, las cosas han mejorado mucho allí.

—Adjudicado.

—Le diré a Emma —su secretaria— que nos lo mire. Diez o doce días estará bien. Estoy un poco estresado.

—Sí, te noto tenso, como ausente últimamente.

—Preocupaciones, el éxito es proporcional a la responsabilidad. Necesito un stop, un punto y aparte.

—Es una idea formidable. Iré de compras esta tarde. Te conseguiré algo caribeño.

Carpenter mira a su mujer, debe refugiarse en ella. Es adorable, ni por asomo podía ella imaginar todo lo sucedido en los pasados días. Recoge sus gafas de montura metálica, sorprendentemente modernas, y observa de nuevo la foto de Jessica que publica el periódico a tan solo siete páginas de la suya.

Jessica, Jessica, ¿por qué habrás nacido tan guapa?

Cierra el periódico y lo deposita en la bandeja del servicio. Necesita olvidar todo aquello.

Llama por teléfono al matón.

—Encárgate de desmantelar el sótano. No dejes nada. ¿Has comprendido? Nada, se acabó.

 

* * * * * * *

 

Una semana después, en el Palacio de Congresos de Barcelona.

Carpenter sube al estrado a recibir el premio al empresario del año que otorga la ciudad. La presentadora se lo entrega entre una oleada de flashes. Su mujer, presente en primera fila, pone la mejor de sus sonrisas mientras su marido, bajo los focos, contesta a las preguntas de una reportera.

—El secreto del éxito es una vida de superación, dedicación y sobre todo búsqueda de la excelencia en nuestros productos. Nada es posible sin esfuerzo. Créanme cuando les digo que en los próximos años nos superaremos. Convertiremos Cava Montmerniu en la empresa de referencia en el sector.

Carpenter levanta con orgullo el premio y el público estalla en aplausos. Una vez finalizada la gala, se dirige, asido del brazo de su mujer, a cenar en un restaurante cercano alejándose del Palacio de Congresos.

Un hombre se acerca por detrás a paso rápido, saca una navaja automática y el filo brilla justo antes de pasarle el brazo por el cuello a Carpenter. Le clava el arma en las nalgas en dos violentas arremetidas. Carpenter emite un grito de dolor y cae al suelo, lacerado, mientras su esposa rompe a chillar, histérica, tratando de socorrer a su marido. El hombre le asesta una patada en los riñones y dice:

—Vuelve a amenazarme, a mí o a mi familia, y la próxima vez la puñalada te la clavaré en el corazón. ¡Denúnciame, si tienes cojones! Ya sabes lo que te pasará, hijo de perra.

Le escupe en la cara.

Carpenter se queda blanco. Es Saúl, que se ríe y se va a paso rápido, satisfecho por su particular venganza, mientras un grupo de personas acude al lugar de los hechos.

—Cariño, ¿estás bien? ¿Quién es ese hombre?

Carpenter llora como un niño asustado y se echa la mano al ensangrentado pantalón, incapaz de dar explicaciones a su mujer.

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