Voyeur

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TERCERA PARTE » LA PLAZA DEL SOL

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LA PLAZA DEL SOL

Esteve se encuentra sentado en una de las terrazas de la Plaza del Sol, en el barrio de Gracia. El sol se ha puesto hace rato y la temperatura es agradable. Todas las mesas de las terrazas, que no son pocas, están ocupadas por grupos de jóvenes que llenan la plaza de vida. Niños pequeños del barrio juegan a la pelota bajo la supervisión de las madres, que dialogan entre ellas.

Son las ocho y media y Esteve hace tiempo para asistir al estreno de la obra de teatro de Pilar, en la que ella hace de camarera de un bar de copas. Le queda algo más de media hora de espera, por lo que no se apresura en acabar su cerveza. Espera que el estreno salga bien, ella está hecha un flan a pesar de los múltiples ensayos de las últimas semanas. Es su debut como actriz, su pequeño momento de gloria (o bien su primer fracaso). Confía en que sea lo primero, lo desea. Ella se lo merece, ha trabajado duro.

El móvil comienza a vibrar: una llamada de Saúl.

—Hombre... Veo, que te has decidido a venir. ¡Ya te ha costado!

—Sí, voy para ahí. Estoy en la zona, ¿dónde andas?

—En la Plaza del Sol, sentado en una terraza.

—Estoy llegando —su voz suena más alterada de lo normal.

Minutos más tarde lo ve aparecer, por las trazas no en muy buen estado: cojea, y su cara es reflejo de lo sucedido horas antes. Esteve se levanta extrañado y observa una brecha en la frente de su amigo. Le han pegado duro.

—¡Saúl! ¿Qué te ha pasado? ¿Quién te ha hecho eso?

Su amigo se acerca dolorido y se deja caer en una de las sillas.

—Un gorila que va detrás de ti. El de las preguntas soy yo, Esteve. ¿Qué coño has hecho? ¿Qué sabes de lo de Jessica, dime?

Esteve se lo queda mirando. Con eso no contaba.

—¡Hijos de puta, han ido a por ti! —reflexiona en voz alta.

—Cuéntame todo lo que sepas. Pensé que me mataban, el tío me puso una pipa en la cabeza. He salido vivo de milagro.

—Lo siento, Saúl, debí advertirte. No me imaginé... —Cuéntame. No te cortes, soy todo oídos. —¿Cómo sabes que estoy al tanto? —He oído tu conversación por teléfono con el tipo. Los requisitos... el chantaje, vamos.

Esteve calla y parece pensar un minuto. Por fin, pregunta:

—¿Les has dicho quién era?

—Soy tu amigo. ¡No me preguntes eso!, ¿crees que soy un chota? La paliza me la han dado precisamente por no delatarte. Será mejor que me lo cuentes todo.

—Te cuento. El otro día te seguí; como comprenderás no me creí lo de la pasta de la moto y tenía curiosidad y tiempo libre. La noche que dormiste en mi casa te instalé en el móvil un programa de seguimiento GPS. Intuí que estabas metido en algo chungo; lo hice por protegerte —miente. Saúl hace una mueca de desagrado—. Lo que no esperaba es que estuvieses metido en una mierda como esa. Vi en el móvil que estabas dando vueltas por el Vallés y el Maresme y me llamó la atención. Decidí salir a dar una vuelta en el Saxo; cuando estaba llegando te dirigías al Montseny. Allí fui yo, aparqué en las inmediaciones y vi la entrega de la chica. Me entraron ganas de matarte, por cierto, pero en vez de eso opté por seguir al matón, nada menos que hasta Sant Sadurní d'Anoia. Me llevó a su guarida. Sé quiénes son.

—¡No jodas! Dímelo.

—Unos mierdas. El director de tu sanatorio, el tal Carpenter, es el tipo con el que hablé por teléfono. ¿Sabes de quién te hablo?

—¡Hijo de puta! Sé quién es, sí, aunque lo conozco solo de vista, de cruzármelo en el sanatorio y de que fue quien firmó mi alta.

—Pues es él. Estoy seguro de que es la voz esa que dices que oyes.

—Es la voz de la llamada, eso seguro. No comprendo. ¿Cómo es posible que la oiga también en mi mente, incluso en casa?

—Te manipulan, chaval. Saben de tu esquizofrenia, lo de las voces y tu propensión a imaginarlas; simplemente lo han estimulado, mezclas la realidad con tu propia paranoia. Se han aprovechado de ti para que te comas los marrones más chungos, los secuestros. Te has arriesgado un huevo y si te trincasen ¡tendrías que apechugar con todo! Es que eres idiota... suerte has tenido de que no te haya cogido la policía. Si te pescan, no sales del trullo hasta sabe Dios cuándo —le recrimina los actos con una mirada severa.

Saúl la esquiva, meditativo.

—¿Seguro que no has hablado? —prosigue Esteve— Si lo has hecho estamos en peligro, irán a por nosotros. A por mí y luego a por ti. No pagarán si saben quién soy.

—No, te juro no lo he hecho.

—A buen seguro se imaginaron que lo del chantaje tenía que ver contigo, aunque no lo deben de tener claro; por eso no te han liquidado. Pero aunque no hayas hablado, te estarán vigilando.

—Ahora lo veo claro. El bestia ese y su jefe, un mierda de guante blanco. ¿Qué les hacen a las chicas?

—Eso es cosa del director; el otro no sé bien que pinta con él, es su arma ejecutoria, al igual que tú. Puede que sea otro paciente, ni idea. A ellas las tiene encerradas en una especie de habitación, una celda. Es una especie de pervertido, un mirón, un voyeur o como se llame. Las fuerza a hacer cosas, stipteases, bailar y cosas así; a Jessica se la tiró antes de soltarla. Fue el único momento en que ella le vio la cara. Lo ha grabado todo, el muy idiota, y tengo las imágenes en mi poder. A la pobre chica le habían dado algún alucinógeno o algo similar. Dudo que pueda recordar algo de lo que pasó aquella tarde. Por eso la soltó.

—Estoy alucinando, será mierda el tipo…

—Ellos son dos, o al menos, eso creo. No nos fiemos, podrían contratar a alguien. No te extrañe, esa gente es así. Tratará de salir con las manos limpias y no le importará llevarse a quien sea por delante. Eso nos incluye a ti y a mí. De una cosa sí estoy seguro: tienen más miedo que nosotros.

—Más que yo, no creo.

—Pasa de las voces, Saúl. Eres tú mismo, tu imaginación y algo que te hacen ellos para inducirte a las paranoias. Alucinógenos, supongo, justo lo que no deberías ni tocar.

—Es que las oigo en todos lados. No solo en mi interior, me llaman por teléfono e incluso en casa, en mi propia habitación.

—Lo del teléfono tiene sencilla explicación, ¿no crees?; lo de tu casa, no tanto. Igual han instalado algo allí. Revísalo. ¿Dónde más las oyes?

—En el hotel también las oí y me encontré con el bestia que me ha dado la paliza. No sabía que era él pero estaba vigilándome. Supongo que por negarme a seguir con los secuestros.

—¿En el Colón?

—Sí, me fui al Colón porque me estaban acosando con el tema de que les entregase a otra chica. Incluso amenazaron con hacerle algo a mi abuela, fueron a mi casa, el tipo aquel del libro que me dijiste. Seguro que fue el matón; solo de pensar que estuvo en casa con mi abuela me da mal rollo. Yo necesitaba estar tranquilo y fue peor. Tuve una recaída importante. Por eso estuve tan pocho el día que apareciste con la abuela.

—Lo noté.

—Tuve una pesadilla pero no dormía, estaba despierto. Unas alucinaciones muy chungas, más reales que nunca. Vi a la chica, estaba muerta y me perseguía.

—Sabes de sobra que está viva, ha salido en las noticias: las has visto, supongo —Saúl asiente.

—¿No te drogarían? Acabas de decirme que te encontraste con el tipo allí.

—¿Y cómo iba a hacerlo?

—No sé, en la comida, en la bebida, en cualquier despiste.

Saúl recapacita.

—Ahora lo veo, fui al baño y pudo ponerme algo en la bebida. Además coincide, el muy cabrón lo hizo y se metió en la cafetería pasando de mí cuando llevaba un rato dándome la brasa.

—Pues ya está, te echó algo en la bebida. A saber qué...

—Exacto. Es el mismo hombre al que entregué las chicas; por mucho que lleve el pasamontañas, es él. Su constitución lo delata.

—El tipo ese o bien trabaja para el tal Carpenter o es otro idiota como tú. Lo malo es que no sabemos quién es. Lo vi el día que lo seguí a las bodegas, cerca de Sant Sadurní. Es allí donde retuvieron a las dos chavalas. He visto el lugar. Esa gente es muy retorcida. Deberías ver las grabaciones que han hecho.

—Entonces los tenemos.

—Más o menos. Debemos andarnos con cuidado, esto es serio. Los tengo cogidos por los huevos; si quisiéramos vamos a la policía y no salen de la cárcel en años. El problema de eso eres precisamente tú, que has tomado parte activa. Por eso no he hablado ya con la poli. ¿Estás seguro de que no te ha seguido hasta aquí?

—Seguro, el tipo se largó. Tuve que ir andando hasta Premiá de Dalt, me había llevado al corredor del Montnegre y me dio unas buenas hostias. El tipo sabe pegar; no me ha roto nada; eso sí, me duele todo el cuerpo y estoy lleno de cardenales. Me acojonó a base de bien. Nada de lo que no pueda recuperarme. Le enseña los moratones.

—Lo van a pagar caro. ¿Cómo coño has podido prestarte a hacer algo así?

—No es tan sencillo, Esteve; me engañaron y me utilizaron. Cada vez que me niego tengo una recaída, las pesadillas. Me han jodido la vida los cabrones.

—Estás involucrado hasta el cuello, Saúl. Voy a resolver esto a mi manera; además creo que saldrá bien y me llevaré un pastizal. He conseguido que suelten a la chica y no creo que se atrevan a actuar de nuevo. Registra tu habitación y el resto de la casa. Estoy seguro te han puesto algo para que oigas las voces. Si lo encuentras, déjalo tal cual. Que no sepan que lo has localizado. Haz que tu abuela desaparezca por unos días, hasta que la situación esté controlada. Tenemos unos días para ello.

—¿Cuánto le has pedido?

—Cuatrocientos mil euros.

—¡Estás de broma! Eso es mucha pasta.

—Pagará. No le queda otra; tiene dinero, el pieza. Vamos a ver la función. Los dos amigos se levantan y se dirigen al Teatro Neu, a pocas calles de la plaza.

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