Voy

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Jose

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Jose

 

(La furgoneta rueda a una velocidad sostenida que permite recrearse en el paisaje. En el interior no se habla desde hace casi una hora. Jose conduce agarrando el volante a veces con una mano, a veces con las dos. Un par de minutos antes silbaba una canción de Cat Stevens. Durante un tramo se sucedieron los campos de olivos. Luego, sembrados que alfombraban llanuras. Aparece el bosque de álamos, alcornoques y eucaliptos cuyas copas frondosas verdean contra el azul impoluto. Es primavera.)

 

Todo un detalle lo de recuperar la furgoneta. Ésta se ve más nueva, pero vaya, el modelo es idéntico. Es una sensación extraña: ella es más nueva y yo, más viejo.

 

 

Usted dijo que para hablar sobre alguien que viaja estaría bien viajar como él lo hizo y, bueno, me he permitido la licencia. En realidad fue un poco idea suya.

 

Yo no habría ido a por mi furgoneta. Lo pasado, pasado está. Ahora conduzco un Honda. ¿Cuánto te ha costado alquilarla?

 

 

Qué importa eso. Oiga, no se ofenda, pero mientras salíamos de Huelva se ha saltado tres semáforos.

 

Si no hay peligro de accidente, ¿por qué obedecer a una máquina?

 

(Un milano planea paralelo sobre la carretera hasta que se desvía hacia el bosque. En su interior, siguiendo un camino de tierra, trotan cuatro caballos con sus jinetes.)

 

¿Estás seguro de que quieres ir a buscarlo? A lo mejor no vuelve porque ha encontrado su pájaro y lo está..., no sé..., estudiando.

 

 

El moa ya no existe. Ya le digo que su proyecto consistía en buscar animales invisibles.

 

Invisible no significa que no exista. En el mundo superior de Parménides, el universo es producto de un sueño. Igual que se sueñan elefantes, y existen, se pueden soñar moas. Aunque para eso hay que apartarse de la imaginación habitual. Pero si eres capaz de soñarlos...

 

(Durante casi un minuto sólo se escucha el ronroneo del motor.)

 

 

¿Habla en serio?

 

Por supuesto que sí...

 

(Ríe.)

 

¿Has disfrutado de estos kilómetros? Es un tramo bien bonito.

 

 

La verdad es que me gusta mucho. Quizá no lo crea, pero hacía tiempo que no viajaba tanto rato con alguien sin hablar ni una palabra.

 

La ruta que vamos a seguir no es idéntica a ninguna de las que hice con Gabi, más bien es un batiburrillo de varias que recorrimos juntos, pero bueno, la cuestión es viajar, ¿no?

 

 

Por lo que sé, usted es un gran viajero.

 

Mi salud depende de ello. Soporto mal quedarme en la estación que toca, me pongo literalmente malo.

 

 

¿Qué quiere decir?

 

Que me enfermo cuando paso demasiado tiempo en casa, me vienen los traumas. Sólo me curo viajando. Para mí, es terapéutico vivir en verano cuando tocaría el invierno. O en climas raros, desconocidos.

 

 

Los climas son los que son.

 

De eso nada. Si te mueves, la Tierra ofrece más de cuatro estaciones.

 

 

O puede que sólo una.

 

Es la opción menos probable.

 

 

¿Por qué eligió como compañero de furgoneta a alguien varios años más joven que usted?

 

No sé... La edad nunca ha estado presente entre nosotros. Surgió la posibilidad y pensé que podía salir bien. Hace tiempo que liquidé los miedos y los complejos: confío o no confío. Y si confío, adelante con todo. Funciono así desde un viaje que hice muy joven a la URSS. Fui precisamente porque el país me intimidaba. No sabes lo bien que me sentó. Viniendo de educarme en un colegio del Opus Dei y de que mi padre me metiera en un internado..., lo de la URSS fue un cataclismo. Cambié la piel. Después de la URSS, me volqué en el arte sin pensar en el tiempo ni en el dinero.

 

 

Qué suerte.

 

Mi padre me dejaba estar en un piso suyo sin pagarle alquiler, supongo que la conciencia le reconcomía por la putada del internado. Me entregué a procesos creativos que me absorbieron totalmente. Antes de mi primer viaje con Gabi yo salía de uno de esos procesos. Me había descubierto inservible para el mundo real. No sabía vivir en el mundo de las cosas útiles. No sabía actuar de manera práctica. La burocracia me sobrepasaba. Ir al banco a pagar un recibo, hacer visitas por cortesía, las charlas previsibles..., todo eso me ponía enfermo mientras me daba cuenta de que me estaba alejando peligrosamente del día a día y que si seguía por ahí, al final de ese camino esperaba la destrucción.

Emocionalmente me sentía decepcionado con la familia y bastante descreído de las relaciones humanas. Desconfiaba de la capacidad de amar de las personas. Así que me crucé con aquel chaval, tenía la furgoneta, compartiríamos la gasolina... En la carretera hablamos muchísimo. De tiempos, de lugares... Nada de lo que decíamos era realmente importante. Sólo viajábamos. Deseábamos vivir, que nos pasaran cosas de verdad que después transformaríamos en libros, pinturas, poemas... Buscábamos el dato y la experiencia que impregnarían de autenticidad nuestras obras futuras. Casi podíamos verlas. Obras imposibles de explicar porque sólo podrían entenderse a través de la emoción. No éramos teóricos. Éramos artistas.

 

 

Hay quien ha definido a Gabi como un intelectual.

 

¿Qué es eso? Hablas de una figura de otro milenio. Éramos artistas, nos veíamos como artistas, aunque nunca empleamos ese nombre entre nosotros. El mundo está lleno de aprendices escribiendo teoría y no queríamos ser dos de ellos. Éramos artistas. Antes me daba pudor asignarme esa palabra. Ya no.

 

(Un milano cruza por delante de la furgoneta a unos diez metros de altura. Jose lo señala con un índice y habla.)

 

Dicen que la única amenaza verdadera para el moa era el águila gigante. Si veía una, comenzaba a chillar para alertar a sus colegas y todos corrían a refugiarse en la jungla. Comía sobre todo vegetales, pero si pillaba una rana o una serpiente, no le hacía ascos.

 

 

Sí que está informado.

 

Mi amigo ha desaparecido mientras pensaba en ese animal. Consuela saber algo más sobre el que ha podido ser su último sueño. Quizá un día pueda ser el mío. O el tuyo.

 

 

Hay sueños difíciles de compartir.

 

La esencia, siempre.

 

(La furgoneta circula otros cinco minutos en silencio. En torno a una laguna emergen helechos de extrañas formas, algunos remedan siluetas de hombres o animales.)

 

Mira, mira esos arbustos... Precisamente la última vez que vine aquí con él estuvimos hablando sobre la flora y sus posibilidades fantásticas. En Tartaria hay una planta con forma de cordero que produce un jugo con aspecto de sangre. A su alrededor no crece nada, pero son un plato favorito de los lobos. También dicen que hay una mandrágora que grita como un hombre cuando la arrancan. ¿Y has oído hablar de la selva de los suicidios? Está en uno de los círculos del infierno. De los troncos lastimados brotan sangre y palabras.

 

 

Usted tuvo una pareja...

 

(Jose desvía la mirada de la carretera.)

 

... que se intentó suicidar.

 

(Jose devuelve la mirada a la carretera.)

 

Cosas del amor. Intenta que nadie crea depender de ti. Nunca. Una de las cosas más difíciles es decirle a alguien a quien quieres que debéis separaros. Que vuestra relación ya jamás será igual. Muy duro. Aunque dicen que es peor ser abandonado. Puede que tengan razón. ¿Tú de qué tipo eres? ¿Dejaste o te dejaron?

 

 

Disculpe, pero no estoy aquí para hablar de mí.

 

No creo que hayas alquilado la furgoneta, estés viajando conmigo por Andalucía y vayas persiguiendo a toda esa gente por el mundo sólo para entretenerte con la historia de un escritor medio desconocido. En el fondo estás buscando algo tuyo. ¿Dejaste o te dejaron?

 

 

¿Por qué lo limita a blanco o negro? También pueden haberme ocurrido ambas cosas.

 

No me hables de usted, anda. Y sabes muy bien de qué hablo. Siempre se impone un sentimiento. Aunque te hayan ocurrido las dos cosas, hay una que se impone. Dejaste o te dejaron. Llegaste o no. Ganaste o perdiste.

 

 

Se puede empatar.

 

Nunca. El empate siempre beneficia a uno de los bandos.

 

 

Qué curioso que usted...

 

Tú.

 

 

Que tú digas esto... Se supone que introdujiste a Gabi en el mundo de los matices, la ambigüedad.

 

Para captar los grises, primero debes reconocerte en lo más puro. Debes distinguir cuáles son las fuerzas básicas que laten en ti.

 

 

Uh uh uh... ¿Qué tipo de conversación es ésta?

 

Hablamos de un desaparecido. Hablamos de cosas serias. ¿Te pone nervioso hablar de verdad? ¿Te avergüenza?

 

 

No, claro que no, pero este tono tan solemne...

 

¿Prefieres frivolizar?

 

 

Estoy haciendo entrevistas interesantísimas y no diría que los demás se hayan expresado con frivolidad.

 

¿Cómo se han expresado?

 

 

No sé, yo qué sé. Con palabras menos graves, no tan trascendentes.

 

Me gusta la juerga probablemente cien mil veces más que a ti, pero me pongo serio cuando hablo de cosas serias, y conocer las fuerzas que mueven el alma de alguien puede ser una de ellas.

 

 

¿Ves? Otra vez.

 

Qué pasa. ¿No te gusta la palabra alma?

 

 

No es que no me guste pero es... un poco carca, ¿no crees? El alma, el espíritu, las fuerzas... Todo ese discurso, ya sabes.

 

Son palabras que te quedan grandes, eso es lo que creo. Como blanco o negro. Las palabras están ahí para definir ideas. Existen para ayudarte a entender, y eso significa que hay algo importante que las soporta. De manera que repito: ¿te dejaron o dejaste?

 

(Transcurren dos minutos de asfalto.)

 

 

Me dejaron.

 

Gracias.

 

 

¿Puedo fumar?

 

No.

 

 

Pero tú fumas.

 

No demasiado, y siempre al aire libre. Eres joven, así que no hace tanto que te dejaron.

 

 

Casi dos años.

 

¿Un hombre o una mujer?

 

 

¿Qué más da?

 

Y entonces decidiste cambiar el chip. Buscaste un modelo, una excusa, un faro que te sirviera de guía. ¿Por qué escogiste a Gabi?

 

 

Es una manera un poco esquemática de resumir mis dos últimos años, pero digamos que tienes una parte de razón. Esta historia me ayuda a desmarcarme.

 

O sea, tú lo que quieres es viajar y la historia de Gabi es tu excusa.

 

 

Es lo que él hacía, ¿no? Viajar con cualquier excusa.

 

No siempre. Eres ambicioso, quieres encontrarle. Sería una buena medalla, ¿eh? ¿Quieres ser su Stanley? Yo creo que a él le gustaría que le fueran a buscar.

 

 

Eres el primero que opina así.

 

Era su amigo. Los amigos sabemos más.

 

 

Eso es discutible.

 

Pues discutamos.

 

 

¿Piensas que no puedo? No supongas que desprecio la teoría. Aunque no lo creas, no se me da mal. Lo que pasa es que ya no me apetece enterrarme con palabras. Hablas del moa, vale. Pero lo investigas ahora, después de que tu amigo haya desaparecido. Te diré algo: yo he conocido hasta tal punto a Gabi que supe que un día iría en busca de ese pájaro. Le leí tanto y con tal cuidado, que supe que en un momento de su vida viajaría en busca de algo definitivamente intangible, de una fantasía real. Porque leyendo de verdad a alguien se puede entrar en su cabeza, seguro que sabes de qué te hablo. Con esta búsqueda siento que tengo la oportunidad de acercarme un poco más a esa fuerza o energía o llámalo como quieras, a ese impulso creador capaz de cambiar vidas.

Reconozco que su historia me ha enganchado de un modo que ya no puedo explicar y ahora me gustaría llevarla todo lo lejos que pueda. Me siento un poco como él mismo cuando fue a Pakistán. Siempre dijo que antes de implicarse en el libro sobre Magraner rechazaba la idea de arriesgar la vida por contar una historia pero que después de aquella experiencia entendió a los biógrafos, a los corresponsales de guerra. Y eso es lo que busco: entender.

 

Tendrás que vivir lo que él vivió. Buscarle donde ha desaparecido.

 

 

Si es necesario... Creo que quiero hacerlo.

 

Pero sigues aquí. Hablando con todo el mundo, pero aquí.

 

 

¿La verdad? Tengo miedo a ir.

 

¿Por qué?

 

 

Porque él no ha vuelto y yo quiero volver. ¿Por qué viajó a Pakistán? ¿Cuál fue su verdadero motivo?

 

Cuando no nos empuja la ilusión, lo hacen los desengaños.

 

 

¿Con quién?

 

No se trata de personas. En todo caso, se trata de una: tú mismo. Por eso es tan difícil sacarte de encima las sombras. Al principio de un viaje parece que no es tan complicado olvidar. Luego...

 

(En un margen de la carretera hay un coche aparcado. Bajo los árboles, una familia ha desplegado varias sillas y una mesa repleta de tacos de tortilla de patatas, jamón, queso y gambas.)

 

Domingueros.

 

 

Pero ¿qué quería olvidar?

 

(Jose sigue mirando a la familia por el retrovisor hasta que vuelve a fijarse en el asfalto frente a él. Obviamente, no va a responder.)

 

 

He leído textos sobre alguna de vuestras excursiones y, bueno, desde luego que os comportabais como domingueros profesionales.

 

Va con el carácter mediterráneo. El sol, la cervecita, la paella, el jamón... Si disfrutas de eso, lo demás importa menos. De vez en cuando está bien soltar al troglodita que llevas dentro.

 

 

¿Tú crees?

 

Yo me he reído mucho con él haciendo el idiota y criticando al mundo. ¿No te divierte criticar a otras personas? Empezando por ti mismo, ¿eh? Por ejemplo, mírame. Mira qué pinta.

 

(Jose es corpulento y lleva una camiseta de tirantes que realza su complexión. Se tapa la cabeza absolutamente rapada con una gorrita de fieltro típica entre los hacendados andaluces. Las sofisticadas gafas oscuras de lente amplia le confieren un aire entre mafioso y retro.)

 

¿Qué parezco?

 

 

¿Un macarra?

 

Exacto. Alguien de quien es tan fácil burlarse como temer.

 

 

Indiscreto, en cualquier caso.

 

Al contrario: vulgar. España está llena de macarras. Son una institución. ¿Por qué crees que Gabi vino al Rocío? ¿Por qué escribió sobre esa España inesperada? Buscaba reflejar la otra cara de un país que veía en la calle pero del que casi no se hablaba en los medios de comunicación. La gente gastaba dinero como nunca, se construían edificios inteligentes, autopistas, se hablaba de crecimiento, prosperidad, se batían récords de todo tipo y aparentemente no existían problemas. Sin embargo, cuando salías a la calle no encontrabas esas personas despiertas y evolucionadas que uno asocia a las sociedades de vanguardia. No. Ahí fuera topabas con la envidia y el servilismo y la mezquindad y la corrupción y la codicia de toda la vida, aumentadas por la impostura dirigida desde los media aleccionados para vender un país de las maravillas. Pero resultaba que las fachadas eran muy espectaculares, mientras que los individuos actuaban más o menos como siempre. O peor, porque creían que eran mejores, así que encima se acomodaban en su idiotez recreándose en la ilusión de riqueza en la que les permitían vivir. Lo que llama la atención es que a la vez éramos conscientes de la farsa, porque se hablaba alegremente de burbujas, la burbuja inmobiliaria, la burbuja tecnológica, inflando entre todos el mundo mientras parecíamos olvidar que las burbujas explotan.

Se suponía que España era otra, más bonita y moderna y educada, pero en cuanto rascabas te salía esa España inesperada, que era la de toda la vida. La España que quiso censurarle su libro sobre Canarias. La España que no tantos años antes nos había metido en una guerra. Fueron años muy negros, aunque para muchos parecía otra cosa porque corría el dinero. En el caso de que buscaras una reacción en la gente, podías sentir una enorme impotencia. La forma que eligió Gabi para enfrentarse a la suya fue escribir un libro de seiscientas páginas sobre su país.

 

 

Tú también te enfrentas de muchas maneras. Eres pintor, poeta, escultor, fotógrafo, licenciado en bellas artes, antropología y humanidades... ¿Me dejo algo?

 

Estamos llegando.

 

(La furgoneta cruza un pequeño puente sobre la marisma y accede a un terreno sin asfaltar donde un magrebí vende retratos de la Virgen del Rocío. Tras aparcar el vehículo, Jose camina hasta la entrada de la ermita. Dos parejas se fotografían bajo la entrada. Un jinete vestido de rejoneador pasa al galope por la explanada levantando polvo.)

 

La noche del salto a la reja esto es un infierno. La gente se pega por tocar a la Virgen. Se habla de la radicalidad de los chiíes, pero hay ritos cristianos... Y la cuestión es que, creas en un dios o en otro, siempre manda el dinero. Detrás de todas esas procesiones hay un negocio descomunal.

 

 

Eres profesor. A tus alumnos del instituto les has proyectado Asesinos natos para comentar la técnica narrativa. Les animaste a llenar el vestíbulo de basura para protestar por la falta de higiene en las aulas. Tienes algo de pionero, de revolucionario, de renacentista del siglo XXI...

 

Por favor. No hace falta que sigas por ahí, los halagos me irritan, en especial si vienen de un desconocido que no sabe nada sobre mí. No me fío de las buenas palabras.

 

 

¿Ni si son sinceras?

 

Hay que defenderse del halago.

 

 

¿Y si eres tú quien halaga?

 

Lo hago constantemente, ayuda a sobrevivir. Pero también sé que cuando se adula a un imbécil, algo se pierde.

 

 

¿Entonces?

 

Qué le vamos a hacer.

 

(Un día después, al atardecer, la furgoneta zigzaguea por las empinadas cuestas de las Alpujarras. Una amiga de Jose llamada Denisse muestra su galería de arte, donde hay una sola fotografía expuesta. Luego nos lleva a un bar donde Denisse baila flamenco, nos invita a jamón y whisky. Cuando la anfitriona se despista, Jose vierte el whisky en la maceta que soporta un cactus. Murmura: «Tengo una úlcera. Quizá sea un síntoma de algo».

Cenamos, salimos de copas y bailamos en una discoteca llena de jóvenes y algún hombre trajeado. Varios chicos se quitan la camiseta haciéndola girar como aspas de helicóptero mientras bailan gritando.

Uno de los trajeados, que ya se aflojó el nudo de la corbata, aplasta la palma de una mano contra la falda prieta de Denisse. Jose bebe Coca-Cola light observando, sin intervenir demasiado; deja que corra la noche.

Al salir de la discoteca, ha amanecido. Denisse, Jose y varios trajeados que ya no lo están tanto van a comer chocolate con churros. Denisse nos ofrece su casa para dormir y Jose acepta. Antes de acostarse, la mujer enseña su dormitorio. De unos apliques sobre la cama cuelgan una serie de ilustraciones infantiles de Caperucita, Blancanieves, lobos, brujas. Denisse no tiene hijos. Pone un tema operístico a todo volumen antes de cerrar los ojos.

A mediodía, Jose vuelve a estar al volante.)

 

 

Al final me voy a creer eso de que a ti te pasan cosas más raras de lo normal.

 

¿Será un don o una maldición? Ya no me doy cuenta de lo raras que son algunas cosas. De todas formas, hoy no ha pasado nada muy distinto de la noche que vine con él. Hubo fuegos artificiales..., colaron a un burro en la discoteca... Denisse metió la cabeza de Gabi entre sus tetas antes del chocolate con churros... Vivir cosas peculiares anima a escribir en primera persona.

 

 

Dependerá de qué se trate.

 

No. Lo extraño siempre atrae, siempre es digno de ser mostrado porque amplía las posibilidades. Es una oportunidad que un escritor debe amortizar. Sobre todo, debe demostrar que sabe contar esa experiencia. Ensanchar el mundo con el nuevo conocimiento adquirido. Un artista debe aparcar el pudor y desnudarse. El desnudo justifica su existencia.

 

 

El desnudo es complicado. También puede ser exhibicionismo, impudicia, vanidad.

 

Y generosidad. El desnudo eres tú. Tú sin aderezos ni ocultaciones ofreciéndote a una multitud sin rostro. Lo que al principio suele llamar más la atención de un desnudo es la autocomplacencia o lo feo, porque así de mezquinos somos. Pero luego viene lo otro. El desnudo, más que terrible, debe ser tan sincero que parezca extraño. ¿Sabes algo estupendo que ofrece lo extraño? Que te excita, y en ese estado todo es más intenso.

 

 

Vivir en esa tensión debe de ser bastante cansado. Lo primero que me dijiste al salir fue que me relajara.

 

Hablo de otro tipo de tensión. Hablo de una lo bastante familiar como para que conceda relajarse en ella. Lo bueno de conocer la tensión es que te permite identificar todo lo que no la tiene.

 

(Jose no tarda en estacionar en un parador de carretera. Pide cecina, chocos y cerveza.)

 

 

Antes has dicho que Denisse le metió la cabeza entre las tetas...

 

Despertaba el lado maternal de las mujeres. Sobre todo de las mujeres grandes, quiero decir las tiarronas, las voluminosas. No entiendo cómo les gustaba tanto.

 

 

¿Y los hombres? O sea, cómo les caía a los hombres. No me refiero en lo sexual.

 

Como todo el mundo, no sé. Aunque a algunos editores no les caía muy bien. Me contó unas anécdotas que... si llega a tener otro carácter podían haberle enterrado. Había uno más joven que él, un hijo de papá de esos que movían dinero con la literatura, que decidió contratarle un libro. Fue lo único bueno que hizo por él, porque luego todo fueron menosprecios. No respondía al teléfono, no cumplía nada de lo que prometía, Gabi se enteró de que le iba llamando mindundi por los corrillos... Supongo que nada muy distinto de lo que suele pasar con un autor joven que no da beneficios memorables. Lo que le acabó de indignar fue que el chaval no le devolviera un libro sobre fantasías que le había prestado.

 

 

¿Fantasías?

 

Las que se celebran en Marruecos. Ese espectáculo en el que varios jinetes simulan una carga de caballería disparando al aire.

 

 

Sí, las conozco.

 

—¿No te parece simbólico? —me dijo después de contarme la historia.

El respeto. Todos merecemos respeto, y si alguien te lo pierde, debe pagar. No es necesario atacarle, bastaría la ignorancia. Los que hablan de mindundis son los mismos que después se llenan la boca con palabras como grandeza..., prestigio... La grandeza, el prestigio, ¿quién vive de eso hoy? ¿Qué es eso? ¿Quién decide quién lo tiene? ¿Quién es el repartidor? ¿Quién ha demostrado tenerlo?

 

 

Él también faltaría al respeto a alguien en algún momento.

 

Supongo. Y espero que se lo hicieran pagar.

 

(En la barra del restaurante dos hombres discuten sobre las prestaciones del paro. Uno defiende la gestión del partido de derechas en el poder. El otro defiende los planteamientos de la denominada izquierda.)

 

¿Ves? Esto es España. División. O eres de izquierdas o de derechas. O viejo o joven. O rico o pobre. O rojo o azul. O blanco o negro.

 

 

O catalán o castellano.

 

Ese tema le ponía negro. En su casa se hablaban las dos lenguas de forma natural, todos eran bilingües perfectos.

 

 

Pero escribía en español.

 

Mientras defendía las leyes para proteger el catalán. Pensaba que había que cuidar las lenguas minoritarias, la lengua que él también hablaba.

La playa está a dos minutos. Si nos damos prisa, da tiempo a tomar un baño sin miedo a un corte de digestión. ¿Hace?

 

(Poco después, Jose se mete solo en el mar. En calzoncillos. Al salir, deja que el sol le seque. Un grupo de gitanos canta y toca la guitarra a la sombra de un chiringuito. Jose exclama:)

 

¡Qué arte!

 

 

¿Qué dice la letra?

 

No sé, yo tampoco la entiendo. Pero no hace falta, ¿no?

 

(Después de secarse, Jose conduce hasta unos invernaderos sin vigilancia y mal cuidados pero productivos. Mientras cae el sol, arranca unos tomates, patatas, una lechuga y una calabaza y coge unas plantas que crecen en un rincón; dice que son para dar sabor. En su casa, Jose prepara un guiso con todo lo recogido. Hay algo que le divierte, y empieza a contar historias que compartió con Gabi soltando risitas. La mayoría no son graciosas pero Jose ríe, y a mí me dan ganas de reír. El guiso perfuma la cocina y la casa de un modo agradable. Reímos. Jose se troncha al recordar una historia sobre un tío que abandonó su casa dejando un párrafo de La Atlántida como nota de despedida.)

 

 

¿Y qué decía? ¿Qué decía esa nota?

 

(Lo pregunto después de unas buenas carcajadas, intentando sosegarme, asimilar lo que Jose acaba de decir.)

 

Que quería esfumarse en busca de un yo más puro... o algo así. ¡Puto Thoreau!

 

(Reímos. No debería hacerlo, pero no puedo dejar de reír. ¿A qué huele? ¿Qué le ha metido a ese guiso?)

 

 

¿No diría algo de una virgen?

 

¿Una virgen? ¿Dónde? ¿Dónde?

 

(Reímos.)

 

¡A follar, a follar, que el mundo se va a acabar!

 

(Reímos. Yo lloro. Y río. Y lloro. En ese estado, hablo:)

 

 

Ese tío era mi padre.

 

¡Y un huevo!

 

(Reímos. Yo también lloro.)

 

¿En serio?

 

 

Y si no era, se le parecía.

 

(Nos reímos de lo lindo.)

 

Lo siento, tío.

 

(Reímos.)

 

Lo siento mucho, en serio.

 

(Reímos.)

 

¡Pero quién se resiste a un yo más puro!

 

 

¡Y virgen!

 

(Grito. Nos partimos de risa. Yo también lloro.)

 

(Al día siguiente, la furgoneta arranca a las diez y dos minutos.)

 

Los hierbajos que metí en la cazuela resultaron ser marihuana. No me di cuenta. Estaba oscuro, pensé que arrancaba perejil.

 

 

Ya.

 

¿Tu padre se largó de casa?

 

 

Ajá.

 

No es fácil hacer eso.

 

(Baja la ventanilla.)

 

¿Qué edad tenías?

 

 

Catorce.

 

¿Seguís en contacto?

 

 

No.

 

¿Y tu madre?

 

 

En casa. Bien.

 

(Tras diez minutos de conducción silenciosa, Jose emprende un monólogo sobre la paradoja de que individuos tan soberbios y orgullosos como los españoles hayan asumido sin grandes controversias los vientos de resignación que recorren el mundo occidental.)

 

La gente se ha creído que es insignificante. Muy bien, es cierto. Pero debe recordar que también es magnífica. A alguien le interesa hacernos creer que el tiempo de los héroes terminó y prefieren que nos sintamos pequeños. ¿Por qué seguir enterrándonos? ¿Por qué no creernos capaces? Tu padre se creyó.

 

 

Está claro que los héroes ya no son lo que eran.

 

De acuerdo, quizá héroe sea una palabra trasnochada. Ahora lo que hay son personas que hacen cosas impresionantes..., pero a menudo también deleznables, esas mismas personas. Vemos personas más completas. En todo caso, si quedan héroes, son distintos de los que nos contaron. Más débiles. Más oscuros. Hasta el pasado siglo, el héroe era lo que queríamos ser. Lo que queríamos haber sido. En el héroe de hoy vemos a quien llevamos dentro. Y nos reconocemos, no sólo en lo bueno. Nos reconocemos de una forma más completa. El héroe de ayer era una ilusión y el de hoy es una posibilidad, alguien creíble y a nuestro alcance.

 

(Silencio.)

 

Sea como sea, el heroísmo suele estar muy localizado en el tiempo. Incumbe sobre todo a un instante, y luego queda el resto de la vida.

 

 

¿Por qué crees que ahora la gente se siente pequeña?

 

La sensación de control y orden necesarios, la idea de que pese a las debacles financieras estamos en el mejor de los mundos posibles, es prácticamente un hecho. Y cuando aparece la duda, creemos que a este mundo tan engrasado lo impulsan fuerzas muy por encima de nosotros a las que es imposible plantar cara. Creemos que nuestra vida es como debe ser y que hay poco margen para cambiarla. Miramos alrededor y vemos rascacielos y una tecnología que no comprendemos pero que suele funcionar y recibimos tanta información que ni siquiera podemos decodificarla con sentido, de manera que reconocemos que todo esto nos supera, que somos un punto, algo minúsculo, nada, y que bastante hacemos con seguir vivos.

Por mucho que diga la publicidad y nos repitamos que el sueño del hombre-hecho-a-sí-mismo es factible, el día a día nos muestra la mentira que nos vendieron. De todas formas, la gente quiere jugar a eso, quiere llegar a la cima del sistema, de manera que acepta su lugar en el engranaje y las cartas que le han dado. Esas cartas son una mierda para la mayor parte de la población. Además, el sistema te pide engañar, aplastar, traicionar, cosa que, pese a las apariencias, no tantos están dispuestos a llevar a las últimas consecuencias.

 

(Monologa embalado mirando a la carretera. Respeta el límite de velocidad.)

 

De este modo, la mayoría, que es honrada y cree en las viejas palabras, termina asumiendo la casilla que aparentemente está destinada a ocupar de por vida. Termina resignada, viviendo a través de otros, envidiando y admirando a los que por algún motivo han sido elegidos como representantes de nuestra cultura. Los seleccionadores pertenecen a dos castas: la del poder y la del dinero. ¿Cómo enfrentarse a eso?

La resignación ha sido una plaga los últimos años y en la propia literatura han aparecido virtuosos que la han encumbrado. Algunos novelistas han reflejado la monotonía de este mundo, el imperio de la desidia y el hastío, de una manera magistral. Muy bien. El ciclo ha terminado. Ahora se impone una reacción y ésta empieza por reconocer el otro lado de nuestro carácter, de nuestra naturaleza. Ya sabemos que somos insignificantes. Ahora vamos a creer que somos grandes. Gigantes.

 

 

¿No dijiste que rechazas el halago?

 

El de los otros, no el que me ofrezco a mí mismo.

 

 

¿No te avergüenza? Eso sí que es vanidad.

 

No siempre. Es una fuerza necesaria. Es autonomía. Es valor. Es haber alcanzado una cota de libertad tan auténtica que te permita despojarte de la modestia y el temor al cotilleo para reivindicar tu espacio como ser humano completo. Proclamando que ese espacio es el mundo.

 

 

La modestia es equilibrio, es sensatez.

 

La modestia de la que hablo a menudo es vergüenza o estrategia. Pero hay otra modestia, otra más íntima, la que te hace consciente de tu pequeñez. Whitman es el ejemplo que lo explica: cantó a la vida plena cantándose a sí mismo. No significa estar loco, no significa haberse empachado de ambición. Significa competir con las empresas que crecen y armarte de argumentos para que cuando un informativo cacaree el superávit de un banco, puedas responder a la pantalla: este año el que ha crecido soy yo. Yo soy vuestro rival. Yo continuaré aquí cuando vuestras cajas fuertes no puedan abrirse y vuestro banco arda, quizá sea yo quien lo queme. Porque yo soy un hombre. Hoy, esto es la transgresión.

Por eso, después de leer el Verano, de Coetzee, Gabi cayó en una especie de estado de shock. Por un lado le fascinó el planteamiento. No sé si has leído ese libro, pero Coetzee habla de sí mismo como si hubiera muerto y un periodista estuviera hurgando en su biografía. El libro se basa en cinco entrevistas. Cuatro de ellas, las más largas, son a mujeres que tuvieron alguna relación afectiva con él. Entre todas ofrecen la visión de un Coetzee mal dotado para el sexo, incapaz de seducir a una mujer, atado a su padre... Impresiona el castigo que se inflige a sí mismo, y como es novela no sabes bien cuánto hay de verdad y de falso, pero sin duda no lo olvidas. El libro recibió críticas fenomenales, bien merecidas. Pasada esa primera ola de admiración, sacamos una serie de conclusiones que nos tuvieron entretenidos varios días, incluso con él ya en Barcelona. Nos escribíamos e-mails comentando un nuevo punto de vista, una reflexión que prometía desembocar en algo... Concluimos que Coetzee había dado una exhibición de libertad superando el pudor para apedrearse delante de todo el mundo. Por otra parte, asistir al espectáculo de un hombre humillándose en público es muy agradecido. Inmolarse siempre provoca respeto y es un mecanismo defensivo genial porque neutraliza a cualquiera que desee atacarte: nadie podría castigarle más de lo que él se había castigado. A su vez, era una fórmula que casi moría en sí misma, porque a partir de entonces cualquiera que decidiera biografiarse de ese modo remitiría inevitablemente a Coetzee.

—Yo he asumido la copia como algo intrínseco del aprendizaje —dijo Gabi—. En su día, copié a mis mejores... Pero si alguna vez escribo algo que siga la pista de Verano, no puede ser por la vía del flagelo. Después de Coetzee, lo que queda es encumbrarte. Quizá no del todo, pero en algún momento reivindicarte como alguien majestuoso. Decir que el mundo debe estar agradecido por tenerte en él mientras le rindes pleitesía.

—Eso ya se ha hecho —contesté.

—Antes. Lo volveremos a hacer.

 

 

¿Crees que hubiera escrito ese libro?

 

Tenía la idea demasiado clara como para no hacerlo. Estaba obsesionado con lo de hablar claro y cada vez se mostraba más radical. Insistía en que toda la contención a la que se veía obligado en las presentaciones y los cócteles y con la prensa no debía contaminar su trabajo. Una cosa era el negocio, otra, la literatura. El problema es que esos ámbitos se han fundido perversamente y no es recomendable tratar temas que puedan molestar a los que mueven los hilos. La literatura está llena de diplomáticos... y de hombres de negocios.

 

 

Los premios...

 

Eso no va de literatura.

 

 

Un poco sí.

 

No, ni siquiera un poco.

 

(El silencio dura hasta que la furgoneta se adentra en el valle. Después de unos minutos por una carretera de tierra estrecha y sin vallas al borde de profundos barrancos, llegamos a La Huerta del Ángel. Copas de laureles encorvadas por el peso de los cuervos y espantapájaros en mitad de los huertos.

Nos recibe un hombre al que Jose explica que ésa era la antigua casa de un amigo suyo.

«Ah, Robert, el pintor», dice el hombre, que desconoce el paradero del antiguo propietario pero nos invita a ver la casa redecorada. Jose va describiendo cómo era antes aquel lugar. La pared donde Robert colgaba sus cuadros más queridos está ocupada por cabezas de animales disecados.

El hombre nos da permiso para pasear por el jardín mientras se queda hablando por teléfono. Jose se detiene a los pocos pasos.)

 

A Robert lo incluimos en nuestra ruta de pintores. Visitamos a varios norteamericanos que tenían casa en Andalucía, artistas muy reconocidos que venían a trabajar tranquilos. Todos pintaban abstracciones.

 

(Con el pie, Jose traza un rectángulo sobre la tierra. Se aproxima a un árbol, arranca una rama y en cuclillas empieza a dibujar formas en el interior del rectángulo. Cuando termina, se yergue.)

 

¿Qué ves ahí?

 

 

¿Qué veo? Una circunferencia... con una especie de ramificaciones... ¿Es un sol?

 

No intentes adivinar. Esto es un impacto. ¿Qué es lo primero que ves al mirarlo?

 

 

¿La circunferencia?

 

No es tan grande si la comparas con otros círculos que hay repartidos por el resto del espacio, pero es la más densa. La densidad le da un volumen distinto, absorbente, y parece aún mayor debido al lugar donde está situada.

 

(Silencio.)

 

Es el punto de fuerza. Lo que da sentido a lo demás. El origen. Todo orbita en torno a ese punto, absorbe cualquier cosa que lo rodee, como un agujero negro. ¿Qué dice? No está claro, ni importa. Como la letra de la canción de los gitanos. La clave es la sensación que transmite. Eso es lo que existe. Lo demás se volatilizará. ¿La memoria? La memoria es una sensación. Los que insisten en recordar cada detalle pierden el tiempo. Los datos, la información, ya están al alcance de cualquiera. Hay programas informáticos que pueden redactar una novela. Cualquier ordenador contiene paneles de sinónimos para encontrar el término exacto. Lo que no se comparte es la fuerza. Visitando a los pintores, Gabi aprendió a abordar cada obra pivotando sobre un punto que alimentaba el universo.

 

 

¿Y no puede existir una obra sin origen?

 

Todo tiene un origen.

 

 

Todo no. Empezando por las personas. Hay gente que no sabe de dónde viene, que no conoce a sus padres originales, hay casos en los que algunos ni saben el país donde nacieron.

 

Entonces, el origen es la incertidumbre. Una incertidumbre mayor que cualquier otra y, por eso, un poder locomotor sensacional. ¿Lo dices por alguien en concreto?

 

 

No, no... Sigamos. Los pintores le sirvieron para pivotar sobre esos puntos de fuerza... y ahí se enganchó a Bruce Chatwin.

 

Eso llegó más tarde, pero supongo que algo tuvo que ver su iniciación en lo abstracto. A fin de cuentas, Chatwin se acercó a la literatura después de trabajar en Sotheby’s. Venía del mundo del arte y estaba familiarizado con sus vanguardias, sus atrevimientos, su inconformismo..., muy distintos de los literarios.

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