Voy

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Bueno, al acuario, una visita que hizo con su hijo al acuario. En el sector de los corales había un letrero avisando de que si la temperatura del planeta aumentaba dos grados, la Gran Barrera de Coral desaparecería prácticamente entera. Miguel leyó el cartel, miró los corales, miró a su hijo, y pensó que le gustaría que el chaval pudiera disfrutar de la imagen de una Gran Barrera viva cuando se hiciera mayor. Y ya no se quitó eso de la cabeza, hasta el punto de venirse aquí a ver si podía ayudar de alguna forma, porque él pensaba que escribiendo un libro podía ayudar.

—No estaba en mi mejor momento —dijo—, pero es que no podía dejar de pensar en la barrera y cuando llego a ese nivel de obsesión, por muchos contratiempos que se me aparezcan, ya sé cómo va a acabar la cosa. Sea lo que sea, no hay nada que hacer. Así que dije: voy. Y aquí me tienes.

Ya ve. Y ese rollo lo soltó después de ver unas cuantas torres de hormigas...

Yo no tengo hijos. Uno mira ahí fuera y parece fácil, ¿verdad?, hay padres debajo de las piedras. Pues mire por dónde que no es tan fácil. Yo no tengo hijos. No puedo. El budismo me ayuda a soportarlo pero resulta difícil sacudirse el complejo. A veces me siento como si no estuviera devolviendo a la naturaleza el favor que me hizo al concederme la vida. Es un poco difícil de entender..., pero con Miguel pude hablar del tema porque él tampoco podía.

 

 

Tampoco podía qué.

 

Tener hijos.

 

 

Pero si acaba de decir que fue con su hijo al acuario...

 

Sí, o sea, tuvo uno, pero al principio no podía. Lo estuvo intentando durante mucho tiempo, más de tres años, de estas cosas me acuerdo perfectamente, cómo no me voy a acordar..., hasta que decidió ir al médico y descubrió que uno de sus testículos casi no producía semen por un problema que tuvo de niño. Y el otro daba una cantidad pequeña, insuficiente para compensar. Le hicieron pruebas y resultó que si le operaban no sé qué vena, el semen podría fluir en más cantidad desde el testículo recuperable, así que se operó. Pero nada, su mujer seguía sin quedarse embarazada. Entonces fueron a una clínica de esas donde inyectan semen directo al óvulo, se ve que fue todo un circo, con su mujer pinchándose en la barriga para meterse más hormonas y yo qué sé, un circo. El doctor dijo que lo intentarían tres veces y, si no funcionaba, pasarían a la fecundación in vitro. Y lo intentaron tres veces, sí. Estaban desesperados, sobre todo su mujer, que al fin y al cabo era la que se pinchaba en la barriga y se metía cosas en la sangre, pero la tercera vez, en la última oportunidad, como en las películas, el niño estaba dentro. Miguel dijo que había sido lo más cerca que había estado de creer en un milagro, él ya pensaba que no sería capaz. Me puse contento sólo de escucharlo.

—¿Lo deseabas? —pregunté, porque al contarlo se había referido todo el tiempo a la ilusión de su mujer, a los sacrificios de ella..., pero casi no hablaba de él.

—Al principio no estaba seguro. Los miedos... Tenía más de treinta años pero me veía muy joven. Si te paras a pensarlo, siempre te ves demasiado joven para eso. Pensar no ayuda. Por suerte, mi mujer lo deseaba enormemente y yo empecé a convencerme cada vez más. Cuando nació supe que era lo que más había querido nunca. Me sentí en paz con el mundo, y no es una frase hecha. Quiero decir que sentí que agradecía el estar vivo de la mejor forma que podía hacerlo. Había hecho algo que tenía que hacer. Desde su nacimiento, vivo en otro tipo de tensión, pero a cambio siento la constante alegría de verle crecer. Además, mi hijo me ha alejado de mí, y eso es estupendo. No sé si me explico... Antes de que él apareciera, yo llevaba una temporada ensimismado en mis dolores, mis angustias. Tras su nacimiento, me sentí seguro.

Eso dijo. Y lo entendí perfectamente. Su historia me ayudó a pensar que quizá alguna vez, con un poco de suerte... Pero no. No se han dado las circunstancias. En realidad nunca lo he intentado como lo intentó Miguel. No quiero. Si la naturaleza no me dotó para concebir de manera natural, tampoco la forzaré. Además, llegado a ciertas alturas me he sentido viejo para enfrentarme a un crío. Demasiada distancia entre el padre y el hijo. No quiero ser abuelo en lugar de padre. Estos problemas con el semen de todo el mundo vienen de la mierda de vida que lleva la gente y de la mierda de aire que respiramos.

 

 

Bueno, usted no es un ejemplo de alguien con una vida poco sana.

 

¡Eso da igual! ¡El aire! ¡El aire es igual para todos! Y de qué vida sana está hablando. Al final me pasaba los mismos días en la ciudad que viajando, y todo el tiempo estresado, preocupándome de esto y de aquello... La calidad del semen está por los suelos en todas partes, ¿o es que no ve las noticias? ¿No es usted periodista?

 

(Se lleva las manos a la cabeza, y se la aprieta en silencio durante unos segundos.)

 

Estábamos con los termiteros. Bien. Seguimos. Subimos por Cape York hasta el río Wenlock, y delante del agua les expliqué que si ellos estaban ahí, era gracias a la camionera Toots Holzheimer, que al cruzar por primera vez ese cauce con un semitráiler en 1986, hizo posible transportar al norte las primeras unidades desmontables necesarias para acomodar a grupos de turistas. Algunos dicen que fue el principio del fin, pero bueno, comparado con muchos otros sitios nuestro norte aún se mantiene bastante virgen. Aquí, cuando algo va mal, se toman medidas para cambiarlo, y no como esos capullos que no paran de hablar de crisis y siguen repitiendo lo mismo que les hizo caer en ella. Siguen locos por el petróleo, siguen sin tomarse en serio lo de fabricar coches eléctricos, siguen construyendo por todas partes... Son como esas moscas que quieren salir de un apartamento, ven la luz exterior y se chocan contra el cristal de la ventana. Se recuperan, toman carrerilla y vuelven a chocarse. Sólo ven la luz, la luz, pero siempre la buscan por el mismo camino, como si el apartamento no tuviera más agujeros o ventanas y alguna pudiera estar abierta. Olvídate: al cabo de un rato te encuentras al bicho muerto en el marco de la ventana. Pues eso.

Hay una cosa que me jode mucho de esas moscas, porque no les basta con estrellarse una y otra vez, sino que ridiculizan a cualquiera que busque otra ventana. ¿Se ha dado cuenta? Escuche, escuche lo que dicen los empresarios y los políticos últimamente. Si se fija, verá que se ha puesto de moda insistir en que ellos las aventuras se las dejan a otros, o sea, a los tarados y a los imprudentes. Dicen que con ellos estás seguro porque no van a hacer nada que no se deba hacer, adiós a los experimentos. Nada de aventurarse. Eso quiere decir que no harán nada que no te esperes, claro. Quiere decir que van a hacer lo que han estado haciendo hasta ahora. Y repiten:

—Tranquilos, que no somos unos aventureros.

Con todas las letras. Han metido la palabra aventura en sus discursos para burlarse de ella. No sé si estoy zumbado o qué, pero yo vivo de eso, de la aventura, y de estas cosas me percato enseguida, y por eso me cuesta aún más entender que la gente se quede tan tranquila escuchando que los que les tienen que sacar del atolladero van a seguir haciendo exactamente lo mismo.

Lo más increíble es que nadie protesta. Y lo veo todo el tiempo con mis turistas. La viuda, por ejemplo. Tenía que haber visto el berrinche que pilló porque en la estación de Moreton no podían cobrarle con tarjeta de crédito. Empezó a gritar que daba vergüenza, preguntaba si esto era Australia o un poblacho africano. Bueno, bueno. Y después de cenar, me encuentro en medio de una de esas charlas que se muerden la cola con esa misma viuda, John y una de las lesbianas defendiendo a los republicanos. Ahí fue cuando dudé aún más de que las lesbianas fueran lesbianas..., aunque cosas más raras se han visto. Todos defendían los planes de los republicanos con la seguridad social, la religión y las explotaciones en Alaska. Cuando me preguntaron qué me parecía a mí dije:

—Yo qué sé. Yo soy de Tasmania. De esas cosas no se habla allí.

Y en el fondo era verdad.

En Tasmania nos interesan la tala de los eucaliptos azules y las enfermedades del ganado, y nos cagamos en cualquier cosa que lleve corbata hasta que nos demuestre lo contrario.

 

 

¿Lo contrario?

 

(Ríe.)

 

O sea, hasta que el de la corbata demuestre que merece algo más que nuestro desprecio. Los encorbatados han hecho muchos méritos para ganárselo en los últimos tiempos.

 

(Ríe.)

 

Disculpe, a veces se me va la olla.

 

 

No se preocupe. La estación de Moreton no está muy lejos del río donde se bañaron, ¿verdad?

 

Hay un trecho, pero vaya, está en la zona, sí.

 

 

Para usted también debió de ser un momento memorable bañarse por primera vez en su río preferido junto a uno de sus clientes.

 

Ya... A ver..., el chico iba con un rollo muy distinto al de los vejetes, así que los dejamos bañándose tranquilos en las Twin Falls. Son dos lagunas como piscinas, a la gente le encantan. Y desde ahí sólo tienes que saltar unas cuantas rocas para llegar a mi rincón de Canal Creek. El río baja con fuerza, pero en ese punto hay un remanso y se crea una especie de balsa encajada unos tres metros por debajo del suelo. O sea que tienes un salto de casi cuatro metros hasta el agua adonde casi nunca va nadie. Yo no acostumbraba a enseñarlo porque no quería que el sitio donde me tomaba un respiro después de varios días en ruta se hiciera demasiado popular y terminara perdiendo el encanto. Pero a veces me llevaba a alguien. No a muchos, sólo a los que me caían bien, pero sí, alguno me había acompañado a saltar. Y como era gente simpática y sabía que la mentirijilla les iba a gustar, pues les decía que era la primera vez que saltaba con un cliente en mi sitio preferido y se quedaban contentos. He saltado con pocos y por eso me acuerdo de todos. Ya le digo que en cuanto el otro día supe que usted me estaba hablando de Miguel, lo primero que se me vino a la memoria fue el salto al río, su imagen volando sobre mi cabeza, moviendo las piernas en el aire como si corriera. Y eso que al principio le daban miedo las piedras del fondo, las veía demasiado cerca, porque el agua es tan transparente que las distancias parecen otra cosa. Me acuerdo aún más porque fue a él a quien anuncié que yo ya no iba a ir tan a menudo a ese lugar. Le conté mis problemas con la empresa, con mi novia, y las ganas que tenía de volver a trabajar como un bushman de verdad. De volver a la naturaleza por mi cuenta, sin nadie que me vigilara. Cuando se habla de la naturaleza fuera de ella las palabras suenan un poco rimbombantes, pero cuando estás ahí dentro es otra cosa. Ahí, las palabras suenan todo lo serias que son y la gente te dice cosas muy íntimas porque dan ganas de hablar de las cosas que amas. Miguel dijo que me entendía muy bien. Tenía un hermano que saludaba cada mañana al sol y una hermana que había trabajado en una perrera y adoptaba o cuidaba perros, algo así. Uno de sus abuelos fue pastor. También dijo que lo bueno que tiene Australia es que te da historias que parecen mentira, y de ahí al final del viaje estuvo comentando lo fácil que sería inventar cualquier cosa que pasara en Australia, porque si lo verdadero parecía falso, ¿por qué no iba a ser creíble cualquier historia inventada? Empezó a preguntarme por el diablo de Tasmania y por el moa.

A partir de ese momento cambió un poco. Hablaba más de lo habitual, le veía..., no sé..., entre demasiado optimista y un poco pasado de vueltas. No se confunda, me gusta la gente dicharachera, pero esa euforia repentina no me acababa de encajar y aún menos después de ver lo que le hizo a John jugando a lanzar piedras. Se trataba de acertar a un tronco situado a unos diez metros y el viejo le estaba dando un repaso de los buenos. Daba gusto ver a un abuelo con un pulso tan estupendo y satisfecho de demostrar que aún podía hacer cosas bien. Pues Miguel no paró hasta vencerle, y cuando lo consiguió dijo que ya no jugaba más. Eso hizo. Para demostrar que podía con un viejo. Pobre chaval. Ganar, ganar, ganar. Así nos va. Y encima, cuando llegamos a Punsand Bay, la viuda da un grito:

—¡Harry! ¡Salís en el Reader’s Digest!

Era un reportaje sobre mi empresa. Como si eso fuera una buena noticia. Claro que allí, nadie excepto Miguel sabía que mis jefes me la soplaban. El artículo hablaba de cómo la familia Warnes había vendido la casa y hasta las cañas de pescar para crear un negocio que proporcionara un tipo de viajes diferente, «más salvajes», eso decía el artículo. Le dedicaban varias páginas y no leí una palabra sobre los que nos rompíamos la espalda para ellos. Entiéndame, yo no quiero ser famoso ni nada, pero de vez en cuando no está mal un poco de reconocimiento por parte de los jefes, y ya que no te pagan más dinero... Unas palabras, qué les cuesta... Y le aseguro que soy de los que opinan que cuanto menos público haya para aplaudir, más valor tienen tus actos. No dejaré de esmerarme en mi tarea porque no haya nadie mirando. Y si necesito inventar a un espectador para animarme, lo haré. Como Miguel, que a los tres años se inventó un amigo para jugar con él. ¿Sabe cómo se llamaba?

 

(Silencio. Harry lo rompe.)

 

Miguel.

 

 

Nooo. Esto se lo está inventando.

 

Sería un poco cutre inventarse una coincidencia tan simple. De tan tonta, me da hasta vergüenza explicarla. Aparte de que por qué me voy a inventar una bobada así. ¿Cree que tengo especiales ganas de salir en su libro, o que quiero salir guapo, como un tío con chispa que cuenta unas historias acojonantes? Mire, yo no soy de los que van diciendo que su vida es una novela ni quiero vivir en una cabaña aislada del mundo. No soy de esos filosofillos que van de ermitaños y cacarean que adoran la soledad porque es el estado natural del hombre y tal pero luego están ansiosos por torturarte con sus vidas tan chic contemplando cómo echa hojas un árbol. Para concluir que estás solo necesitas a los demás, yo sólo digo eso. Y también digo que a la mierda la fama. Mi sueño es estar tranquilo tocando a mi novia y cocinar pollo con verduras en ollas gigantes al aire libre. Al que no lo crea, que lo follen. Y no es palabrería, que ya estoy luchando por proteger esta tierra. Colaboro en varios proyectos ecologistas y hasta me he apuntado a alguna manifestación. No me reconozco a mí mismo..., porque mire que el budismo y las manifestaciones no parecen congeniar muy bien. Pues ahí estoy. Se acabó. Un solo hombre puede hacer unas cuantas cosas además de filosofar, y prepárese porque le voy a dar la despedida redonda para su artículo.

Somerset es la última gran playa de Australia. Más allá comienza el estrecho de Torres, que nos separa de Papúa Nueva Guinea, el mar espléndido. Habíamos llegado. Los vejetes y Miguel estaban muy callados, como siempre que alguien consigue algo que le ha costado un buen trabajo. Hay un primer momento de gritos y felicitaciones, pero luego te pasas mucho tiempo en silencio. Esto es así. Yo me había afeitado la cabeza para salir decente en las fotos. En Somerset siempre me hago un homenaje: como bien, me lavo bien, duermo en la tienda... Los vejetes también se pusieron guapos para celebrar la conquista e incluso Miguel, que no me parecía un chico de ritos, se enfundó una camiseta de gala... a su manera. La camiseta llevaba una corbata estampada, o sea, el dibujo de una corbata vieja y como arrugada. Estaba tan payaso que hacía verdadera gracia.

Y así de elegantes fuimos a pisar aquel territorio mítico. Por más que voy, nunca me canso de Somerset. Es la cima de la península, el pico del cuerno. En esas aguas aún hay buceadoras que descienden a por perlas a pulmón. Vimos las lápidas de los colonos originales. Aparte de eso, la jungla se ha tragado hasta el chiringuito que levantaron hace años y todo continúa muy virgen. Nada que no sea salvaje resiste mucho tiempo ahí. John comenzó a silbar mientras caminábamos por las arenas blancas. Luego nos tumbamos a la sombra de unas palmeras, sacamos unos sándwiches y cuando empezamos a comer... aparece un helicóptero agitándolo todo. Había un cámara semicolgado de una pala y el helicóptero empezó a hacer barridos para filmar la costa. Era como un monstruo irrumpiendo en aquella paz. No, no era como un monstruo: era un monstruo. El ruido lo destrozaba todo, era imposible apreciar el paisaje, así no. Bueno, yo podía tragarme aquel incordio, al fin y al cabo había estado mil veces en ese lugar y lo había disfrutado como merecía ser disfrutado, pero mis compañeros... El helicóptero les estaba amargando la conquista. Y tenía pinta de que se iba a quedar un buen rato. Pareció alejarse un par de veces pero de pronto regresaba para volver a barrer la costa, y como además volaba a baja altura, sacudía todas las palmeras, removía el agua, la arena... Entonces veo que Miguel se levanta y empieza a correr y a saltar por la playa saludando al cielo de una forma muy divertida pero que a los del helicóptero no les debió de gustar nada, claro, porque les jodía la filmación. Siguió corriendo y saltando hasta que se largaron. Cuando volvió bajo la palmera, lo recibimos con aplausos. ¿Le gusta? Eso es lo que yo estoy haciendo desde entonces, lo que estoy haciendo ahora: defender mi espacio.

 

 

¿Qué quiere decir «desde entonces»?

 

Quiere decir que cuando volví a Cairns con mi último grupo de viajeros, fui a la oficina de mis jefes y comuniqué que abandonaba el trabajo. Con mucha educación, ¿eh? Pero adiós.

Jose

 

(La furgoneta rueda a una velocidad sostenida que permite recrearse en el paisaje. En el interior no se habla desde hace casi una hora. Jose conduce agarrando el volante a veces con una mano, a veces con las dos. Un par de minutos antes silbaba una canción de Cat Stevens. Durante un tramo se sucedieron los campos de olivos. Luego, sembrados que alfombraban llanuras. Aparece el bosque de álamos, alcornoques y eucaliptos cuyas copas frondosas verdean contra el azul impoluto. Es primavera.)

 

Todo un detalle lo de recuperar la furgoneta. Ésta se ve más nueva, pero vaya, el modelo es idéntico. Es una sensación extraña: ella es más nueva y yo, más viejo.

 

 

Usted dijo que para hablar sobre alguien que viaja estaría bien viajar como él lo hizo y, bueno, me he permitido la licencia. En realidad fue un poco idea suya.

 

Yo no habría ido a por mi furgoneta. Lo pasado, pasado está. Ahora conduzco un Honda. ¿Cuánto te ha costado alquilarla?

 

 

Qué importa eso. Oiga, no se ofenda, pero mientras salíamos de Huelva se ha saltado tres semáforos.

 

Si no hay peligro de accidente, ¿por qué obedecer a una máquina?

 

(Un milano planea paralelo sobre la carretera hasta que se desvía hacia el bosque. En su interior, siguiendo un camino de tierra, trotan cuatro caballos con sus jinetes.)

 

¿Estás seguro de que quieres ir a buscarlo? A lo mejor no vuelve porque ha encontrado su pájaro y lo está..., no sé..., estudiando.

 

 

El moa ya no existe. Ya le digo que su proyecto consistía en buscar animales invisibles.

 

Invisible no significa que no exista. En el mundo superior de Parménides, el universo es producto de un sueño. Igual que se sueñan elefantes, y existen, se pueden soñar moas. Aunque para eso hay que apartarse de la imaginación habitual. Pero si eres capaz de soñarlos...

 

(Durante casi un minuto sólo se escucha el ronroneo del motor.)

 

 

¿Habla en serio?

 

Por supuesto que sí...

 

(Ríe.)

 

¿Has disfrutado de estos kilómetros? Es un tramo bien bonito.

 

 

La verdad es que me gusta mucho. Quizá no lo crea, pero hacía tiempo que no viajaba tanto rato con alguien sin hablar ni una palabra.

 

La ruta que vamos a seguir no es idéntica a ninguna de las que hice con Gabi, más bien es un batiburrillo de varias que recorrimos juntos, pero bueno, la cuestión es viajar, ¿no?

 

 

Por lo que sé, usted es un gran viajero.

 

Mi salud depende de ello. Soporto mal quedarme en la estación que toca, me pongo literalmente malo.

 

 

¿Qué quiere decir?

 

Que me enfermo cuando paso demasiado tiempo en casa, me vienen los traumas. Sólo me curo viajando. Para mí, es terapéutico vivir en verano cuando tocaría el invierno. O en climas raros, desconocidos.

 

 

Los climas son los que son.

 

De eso nada. Si te mueves, la Tierra ofrece más de cuatro estaciones.

 

 

O puede que sólo una.

 

Es la opción menos probable.

 

 

¿Por qué eligió como compañero de furgoneta a alguien varios años más joven que usted?

 

No sé... La edad nunca ha estado presente entre nosotros. Surgió la posibilidad y pensé que podía salir bien. Hace tiempo que liquidé los miedos y los complejos: confío o no confío. Y si confío, adelante con todo. Funciono así desde un viaje que hice muy joven a la URSS. Fui precisamente porque el país me intimidaba. No sabes lo bien que me sentó. Viniendo de educarme en un colegio del Opus Dei y de que mi padre me metiera en un internado..., lo de la URSS fue un cataclismo. Cambié la piel. Después de la URSS, me volqué en el arte sin pensar en el tiempo ni en el dinero.

 

 

Qué suerte.

 

Mi padre me dejaba estar en un piso suyo sin pagarle alquiler, supongo que la conciencia le reconcomía por la putada del internado. Me entregué a procesos creativos que me absorbieron totalmente. Antes de mi primer viaje con Gabi yo salía de uno de esos procesos. Me había descubierto inservible para el mundo real. No sabía vivir en el mundo de las cosas útiles. No sabía actuar de manera práctica. La burocracia me sobrepasaba. Ir al banco a pagar un recibo, hacer visitas por cortesía, las charlas previsibles..., todo eso me ponía enfermo mientras me daba cuenta de que me estaba alejando peligrosamente del día a día y que si seguía por ahí, al final de ese camino esperaba la destrucción.

Emocionalmente me sentía decepcionado con la familia y bastante descreído de las relaciones humanas. Desconfiaba de la capacidad de amar de las personas. Así que me crucé con aquel chaval, tenía la furgoneta, compartiríamos la gasolina... En la carretera hablamos muchísimo. De tiempos, de lugares... Nada de lo que decíamos era realmente importante. Sólo viajábamos. Deseábamos vivir, que nos pasaran cosas de verdad que después transformaríamos en libros, pinturas, poemas... Buscábamos el dato y la experiencia que impregnarían de autenticidad nuestras obras futuras. Casi podíamos verlas. Obras imposibles de explicar porque sólo podrían entenderse a través de la emoción. No éramos teóricos. Éramos artistas.

 

 

Hay quien ha definido a Gabi como un intelectual.

 

¿Qué es eso? Hablas de una figura de otro milenio. Éramos artistas, nos veíamos como artistas, aunque nunca empleamos ese nombre entre nosotros. El mundo está lleno de aprendices escribiendo teoría y no queríamos ser dos de ellos. Éramos artistas. Antes me daba pudor asignarme esa palabra. Ya no.

 

(Un milano cruza por delante de la furgoneta a unos diez metros de altura. Jose lo señala con un índice y habla.)

 

Dicen que la única amenaza verdadera para el moa era el águila gigante. Si veía una, comenzaba a chillar para alertar a sus colegas y todos corrían a refugiarse en la jungla. Comía sobre todo vegetales, pero si pillaba una rana o una serpiente, no le hacía ascos.

 

 

Sí que está informado.

 

Mi amigo ha desaparecido mientras pensaba en ese animal. Consuela saber algo más sobre el que ha podido ser su último sueño. Quizá un día pueda ser el mío. O el tuyo.

 

 

Hay sueños difíciles de compartir.

 

La esencia, siempre.

 

(La furgoneta circula otros cinco minutos en silencio. En torno a una laguna emergen helechos de extrañas formas, algunos remedan siluetas de hombres o animales.)

 

Mira, mira esos arbustos... Precisamente la última vez que vine aquí con él estuvimos hablando sobre la flora y sus posibilidades fantásticas. En Tartaria hay una planta con forma de cordero que produce un jugo con aspecto de sangre. A su alrededor no crece nada, pero son un plato favorito de los lobos. También dicen que hay una mandrágora que grita como un hombre cuando la arrancan. ¿Y has oído hablar de la selva de los suicidios? Está en uno de los círculos del infierno. De los troncos lastimados brotan sangre y palabras.

 

 

Usted tuvo una pareja...

 

(Jose desvía la mirada de la carretera.)

 

... que se intentó suicidar.

 

(Jose devuelve la mirada a la carretera.)

 

Cosas del amor. Intenta que nadie crea depender de ti. Nunca. Una de las cosas más difíciles es decirle a alguien a quien quieres que debéis separaros. Que vuestra relación ya jamás será igual. Muy duro. Aunque dicen que es peor ser abandonado. Puede que tengan razón. ¿Tú de qué tipo eres? ¿Dejaste o te dejaron?

 

 

Disculpe, pero no estoy aquí para hablar de mí.

 

No creo que hayas alquilado la furgoneta, estés viajando conmigo por Andalucía y vayas persiguiendo a toda esa gente por el mundo sólo para entretenerte con la historia de un escritor medio desconocido. En el fondo estás buscando algo tuyo. ¿Dejaste o te dejaron?

 

 

¿Por qué lo limita a blanco o negro? También pueden haberme ocurrido ambas cosas.

 

No me hables de usted, anda. Y sabes muy bien de qué hablo. Siempre se impone un sentimiento. Aunque te hayan ocurrido las dos cosas, hay una que se impone. Dejaste o te dejaron. Llegaste o no. Ganaste o perdiste.

 

 

Se puede empatar.

 

Nunca. El empate siempre beneficia a uno de los bandos.

 

 

Qué curioso que usted...

 

Tú.

 

 

Que tú digas esto... Se supone que introdujiste a Gabi en el mundo de los matices, la ambigüedad.

 

Para captar los grises, primero debes reconocerte en lo más puro. Debes distinguir cuáles son las fuerzas básicas que laten en ti.

 

 

Uh uh uh... ¿Qué tipo de conversación es ésta?

 

Hablamos de un desaparecido. Hablamos de cosas serias. ¿Te pone nervioso hablar de verdad? ¿Te avergüenza?

 

 

No, claro que no, pero este tono tan solemne...

 

¿Prefieres frivolizar?

 

 

Estoy haciendo entrevistas interesantísimas y no diría que los demás se hayan expresado con frivolidad.

 

¿Cómo se han expresado?

 

 

No sé, yo qué sé. Con palabras menos graves, no tan trascendentes.

 

Me gusta la juerga probablemente cien mil veces más que a ti, pero me pongo serio cuando hablo de cosas serias, y conocer las fuerzas que mueven el alma de alguien puede ser una de ellas.

 

 

¿Ves? Otra vez.

 

Qué pasa. ¿No te gusta la palabra alma?

 

 

No es que no me guste pero es... un poco carca, ¿no crees? El alma, el espíritu, las fuerzas... Todo ese discurso, ya sabes.

 

Son palabras que te quedan grandes, eso es lo que creo. Como blanco o negro. Las palabras están ahí para definir ideas. Existen para ayudarte a entender, y eso significa que hay algo importante que las soporta. De manera que repito: ¿te dejaron o dejaste?

 

(Transcurren dos minutos de asfalto.)

 

 

Me dejaron.

 

Gracias.

 

 

¿Puedo fumar?

 

No.

 

 

Pero tú fumas.

 

No demasiado, y siempre al aire libre. Eres joven, así que no hace tanto que te dejaron.

 

 

Casi dos años.

 

¿Un hombre o una mujer?

 

 

¿Qué más da?

 

Y entonces decidiste cambiar el chip. Buscaste un modelo, una excusa, un faro que te sirviera de guía. ¿Por qué escogiste a Gabi?

 

 

Es una manera un poco esquemática de resumir mis dos últimos años, pero digamos que tienes una parte de razón. Esta historia me ayuda a desmarcarme.

 

O sea, tú lo que quieres es viajar y la historia de Gabi es tu excusa.

 

 

Es lo que él hacía, ¿no? Viajar con cualquier excusa.

 

No siempre. Eres ambicioso, quieres encontrarle. Sería una buena medalla, ¿eh? ¿Quieres ser su Stanley? Yo creo que a él le gustaría que le fueran a buscar.

 

 

Eres el primero que opina así.

 

Era su amigo. Los amigos sabemos más.

 

 

Eso es discutible.

 

Pues discutamos.

 

 

¿Piensas que no puedo? No supongas que desprecio la teoría. Aunque no lo creas, no se me da mal. Lo que pasa es que ya no me apetece enterrarme con palabras. Hablas del moa, vale. Pero lo investigas ahora, después de que tu amigo haya desaparecido. Te diré algo: yo he conocido hasta tal punto a Gabi que supe que un día iría en busca de ese pájaro. Le leí tanto y con tal cuidado, que supe que en un momento de su vida viajaría en busca de algo definitivamente intangible, de una fantasía real. Porque leyendo de verdad a alguien se puede entrar en su cabeza, seguro que sabes de qué te hablo. Con esta búsqueda siento que tengo la oportunidad de acercarme un poco más a esa fuerza o energía o llámalo como quieras, a ese impulso creador capaz de cambiar vidas.

Reconozco que su historia me ha enganchado de un modo que ya no puedo explicar y ahora me gustaría llevarla todo lo lejos que pueda. Me siento un poco como él mismo cuando fue a Pakistán. Siempre dijo que antes de implicarse en el libro sobre Magraner rechazaba la idea de arriesgar la vida por contar una historia pero que después de aquella experiencia entendió a los biógrafos, a los corresponsales de guerra. Y eso es lo que busco: entender.

 

Tendrás que vivir lo que él vivió. Buscarle donde ha desaparecido.

 

 

Si es necesario... Creo que quiero hacerlo.

 

Pero sigues aquí. Hablando con todo el mundo, pero aquí.

 

 

¿La verdad? Tengo miedo a ir.

 

¿Por qué?

 

 

Porque él no ha vuelto y yo quiero volver. ¿Por qué viajó a Pakistán? ¿Cuál fue su verdadero motivo?

 

Cuando no nos empuja la ilusión, lo hacen los desengaños.

 

 

¿Con quién?

 

No se trata de personas. En todo caso, se trata de una: tú mismo. Por eso es tan difícil sacarte de encima las sombras. Al principio de un viaje parece que no es tan complicado olvidar. Luego...

 

(En un margen de la carretera hay un coche aparcado. Bajo los árboles, una familia ha desplegado varias sillas y una mesa repleta de tacos de tortilla de patatas, jamón, queso y gambas.)

 

Domingueros.

 

 

Pero ¿qué quería olvidar?

 

(Jose sigue mirando a la familia por el retrovisor hasta que vuelve a fijarse en el asfalto frente a él. Obviamente, no va a responder.)

 

 

He leído textos sobre alguna de vuestras excursiones y, bueno, desde luego que os comportabais como domingueros profesionales.

 

Va con el carácter mediterráneo. El sol, la cervecita, la paella, el jamón... Si disfrutas de eso, lo demás importa menos. De vez en cuando está bien soltar al troglodita que llevas dentro.

 

 

¿Tú crees?

 

Yo me he reído mucho con él haciendo el idiota y criticando al mundo. ¿No te divierte criticar a otras personas? Empezando por ti mismo, ¿eh? Por ejemplo, mírame. Mira qué pinta.

 

(Jose es corpulento y lleva una camiseta de tirantes que realza su complexión. Se tapa la cabeza absolutamente rapada con una gorrita de fieltro típica entre los hacendados andaluces. Las sofisticadas gafas oscuras de lente amplia le confieren un aire entre mafioso y retro.)

 

¿Qué parezco?

 

 

¿Un macarra?

 

Exacto. Alguien de quien es tan fácil burlarse como temer.

 

 

Indiscreto, en cualquier caso.

 

Al contrario: vulgar. España está llena de macarras. Son una institución. ¿Por qué crees que Gabi vino al Rocío? ¿Por qué escribió sobre esa España inesperada? Buscaba reflejar la otra cara de un país que veía en la calle pero del que casi no se hablaba en los medios de comunicación. La gente gastaba dinero como nunca, se construían edificios inteligentes, autopistas, se hablaba de crecimiento, prosperidad, se batían récords de todo tipo y aparentemente no existían problemas. Sin embargo, cuando salías a la calle no encontrabas esas personas despiertas y evolucionadas que uno asocia a las sociedades de vanguardia. No. Ahí fuera topabas con la envidia y el servilismo y la mezquindad y la corrupción y la codicia de toda la vida, aumentadas por la impostura dirigida desde los media aleccionados para vender un país de las maravillas. Pero resultaba que las fachadas eran muy espectaculares, mientras que los individuos actuaban más o menos como siempre. O peor, porque creían que eran mejores, así que encima se acomodaban en su idiotez recreándose en la ilusión de riqueza en la que les permitían vivir. Lo que llama la atención es que a la vez éramos conscientes de la farsa, porque se hablaba alegremente de burbujas, la burbuja inmobiliaria, la burbuja tecnológica, inflando entre todos el mundo mientras parecíamos olvidar que las burbujas explotan.

Se suponía que España era otra, más bonita y moderna y educada, pero en cuanto rascabas te salía esa España inesperada, que era la de toda la vida. La España que quiso censurarle su libro sobre Canarias. La España que no tantos años antes nos había metido en una guerra. Fueron años muy negros, aunque para muchos parecía otra cosa porque corría el dinero. En el caso de que buscaras una reacción en la gente, podías sentir una enorme impotencia. La forma que eligió Gabi para enfrentarse a la suya fue escribir un libro de seiscientas páginas sobre su país.

 

 

Tú también te enfrentas de muchas maneras. Eres pintor, poeta, escultor, fotógrafo, licenciado en bellas artes, antropología y humanidades... ¿Me dejo algo?

 

Estamos llegando.

 

(La furgoneta cruza un pequeño puente sobre la marisma y accede a un terreno sin asfaltar donde un magrebí vende retratos de la Virgen del Rocío. Tras aparcar el vehículo, Jose camina hasta la entrada de la ermita. Dos parejas se fotografían bajo la entrada. Un jinete vestido de rejoneador pasa al galope por la explanada levantando polvo.)

 

La noche del salto a la reja esto es un infierno. La gente se pega por tocar a la Virgen. Se habla de la radicalidad de los chiíes, pero hay ritos cristianos... Y la cuestión es que, creas en un dios o en otro, siempre manda el dinero. Detrás de todas esas procesiones hay un negocio descomunal.

 

 

Eres profesor. A tus alumnos del instituto les has proyectado Asesinos natos para comentar la técnica narrativa. Les animaste a llenar el vestíbulo de basura para protestar por la falta de higiene en las aulas. Tienes algo de pionero, de revolucionario, de renacentista del siglo XXI...

 

Por favor. No hace falta que sigas por ahí, los halagos me irritan, en especial si vienen de un desconocido que no sabe nada sobre mí. No me fío de las buenas palabras.

 

 

¿Ni si son sinceras?

 

Hay que defenderse del halago.

 

 

¿Y si eres tú quien halaga?

 

Lo hago constantemente, ayuda a sobrevivir. Pero también sé que cuando se adula a un imbécil, algo se pierde.

 

 

¿Entonces?

 

Qué le vamos a hacer.

 

(Un día después, al atardecer, la furgoneta zigzaguea por las empinadas cuestas de las Alpujarras. Una amiga de Jose llamada Denisse muestra su galería de arte, donde hay una sola fotografía expuesta. Luego nos lleva a un bar donde Denisse baila flamenco, nos invita a jamón y whisky. Cuando la anfitriona se despista, Jose vierte el whisky en la maceta que soporta un cactus. Murmura: «Tengo una úlcera. Quizá sea un síntoma de algo».

Cenamos, salimos de copas y bailamos en una discoteca llena de jóvenes y algún hombre trajeado. Varios chicos se quitan la camiseta haciéndola girar como aspas de helicóptero mientras bailan gritando.

Uno de los trajeados, que ya se aflojó el nudo de la corbata, aplasta la palma de una mano contra la falda prieta de Denisse. Jose bebe Coca-Cola light observando, sin intervenir demasiado; deja que corra la noche.

Al salir de la discoteca, ha amanecido. Denisse, Jose y varios trajeados que ya no lo están tanto van a comer chocolate con churros. Denisse nos ofrece su casa para dormir y Jose acepta. Antes de acostarse, la mujer enseña su dormitorio. De unos apliques sobre la cama cuelgan una serie de ilustraciones infantiles de Caperucita, Blancanieves, lobos, brujas. Denisse no tiene hijos. Pone un tema operístico a todo volumen antes de cerrar los ojos.

A mediodía, Jose vuelve a estar al volante.)

 

 

Al final me voy a creer eso de que a ti te pasan cosas más raras de lo normal.

 

¿Será un don o una maldición? Ya no me doy cuenta de lo raras que son algunas cosas. De todas formas, hoy no ha pasado nada muy distinto de la noche que vine con él. Hubo fuegos artificiales..., colaron a un burro en la discoteca... Denisse metió la cabeza de Gabi entre sus tetas antes del chocolate con churros... Vivir cosas peculiares anima a escribir en primera persona.

 

 

Dependerá de qué se trate.

 

No. Lo extraño siempre atrae, siempre es digno de ser mostrado porque amplía las posibilidades. Es una oportunidad que un escritor debe amortizar. Sobre todo, debe demostrar que sabe contar esa experiencia. Ensanchar el mundo con el nuevo conocimiento adquirido. Un artista debe aparcar el pudor y desnudarse. El desnudo justifica su existencia.

 

 

El desnudo es complicado. También puede ser exhibicionismo, impudicia, vanidad.

 

Y generosidad. El desnudo eres tú. Tú sin aderezos ni ocultaciones ofreciéndote a una multitud sin rostro. Lo que al principio suele llamar más la atención de un desnudo es la autocomplacencia o lo feo, porque así de mezquinos somos. Pero luego viene lo otro. El desnudo, más que terrible, debe ser tan sincero que parezca extraño. ¿Sabes algo estupendo que ofrece lo extraño? Que te excita, y en ese estado todo es más intenso.

 

 

Vivir en esa tensión debe de ser bastante cansado. Lo primero que me dijiste al salir fue que me relajara.

 

Hablo de otro tipo de tensión. Hablo de una lo bastante familiar como para que conceda relajarse en ella. Lo bueno de conocer la tensión es que te permite identificar todo lo que no la tiene.

 

(Jose no tarda en estacionar en un parador de carretera. Pide cecina, chocos y cerveza.)

 

 

Antes has dicho que Denisse le metió la cabeza entre las tetas...

 

Despertaba el lado maternal de las mujeres. Sobre todo de las mujeres grandes, quiero decir las tiarronas, las voluminosas. No entiendo cómo les gustaba tanto.

 

 

¿Y los hombres? O sea, cómo les caía a los hombres. No me refiero en lo sexual.

 

Como todo el mundo, no sé. Aunque a algunos editores no les caía muy bien. Me contó unas anécdotas que... si llega a tener otro carácter podían haberle enterrado. Había uno más joven que él, un hijo de papá de esos que movían dinero con la literatura, que decidió contratarle un libro. Fue lo único bueno que hizo por él, porque luego todo fueron menosprecios. No respondía al teléfono, no cumplía nada de lo que prometía, Gabi se enteró de que le iba llamando mindundi por los corrillos... Supongo que nada muy distinto de lo que suele pasar con un autor joven que no da beneficios memorables. Lo que le acabó de indignar fue que el chaval no le devolviera un libro sobre fantasías que le había prestado.

 

 

¿Fantasías?

 

Las que se celebran en Marruecos. Ese espectáculo en el que varios jinetes simulan una carga de caballería disparando al aire.

 

 

Sí, las conozco.

 

—¿No te parece simbólico? —me dijo después de contarme la historia.

El respeto. Todos merecemos respeto, y si alguien te lo pierde, debe pagar. No es necesario atacarle, bastaría la ignorancia. Los que hablan de mindundis son los mismos que después se llenan la boca con palabras como grandeza..., prestigio... La grandeza, el prestigio, ¿quién vive de eso hoy? ¿Qué es eso? ¿Quién decide quién lo tiene? ¿Quién es el repartidor? ¿Quién ha demostrado tenerlo?

 

 

Él también faltaría al respeto a alguien en algún momento.

 

Supongo. Y espero que se lo hicieran pagar.

 

(En la barra del restaurante dos hombres discuten sobre las prestaciones del paro. Uno defiende la gestión del partido de derechas en el poder. El otro defiende los planteamientos de la denominada izquierda.)

 

¿Ves? Esto es España. División. O eres de izquierdas o de derechas. O viejo o joven. O rico o pobre. O rojo o azul. O blanco o negro.

 

 

O catalán o castellano.

 

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