Vortex

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Capítulo Veintiséis

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Medusa los dejó lo más cerca del Pentágono que se atrevió a llegar, y Tom, Vik y Wyatt lograron que algunos automovilistas los alcanzaran hasta Arlington. El centro comercial de Pentagon City estaba cerrado por la noche, así que llevaron a cabo su segunda operación sigilosa de esa jornada. Entrar en Obsidian había sido una experiencia dramática que había puesto en peligro sus vidas; ingresar en la Pollería de Toddery fue otra cosa.

Apenas podían contener la risa, mientras recorrían el pasaje entre el centro comercial y el Pentágono, tratando de pensar qué excusa darían para explicar por qué no figuraban como ausentes en la Aguja. Por fin, decidieron simplemente presentarse ante los oficiales de guardia y simular que los habían descubierto tratando de salir del edificio. A los tres los reprendieron y les dieron un fin de semana de tareas aburridas y libertad restringida, pero los hicieron entrar en la Aguja y a nadie le llamó la atención. En un edificio lleno de adolescentes, no era raro ni inusual atrapar a algún cadete tratando de salir fuera de hora.

Tom sentía tanta adrenalina que estaba seguro de poder correr quince kilómetros de ser necesario. Hasta se ofreció a devolver los camuflajes a la armería. Cualquier cosa con tal de demorar el sueño. No podría dormir por un largo rato.

Estaba atravesando la pista de Calistenia en penumbra cuando una sombra se movió, y descubrió que el teniente Blackburn lo estaba esperando. Se le heló la sangre en las venas. Se quedó petrificado, pensando en Heather. En lo que había visto.

—¿Y bien, Raines? —le dijo con tono fatigado. En la penumbra parecía varios años mayor—. Seguramente me tendrá preparada alguna mentira descabellada. Adelante.

—Los tomé prestados para hacer una broma —respondió, levantando los trajes de camuflaje óptico.

—No es cierto. Hoy estuve trabajando hasta tarde… —dijo, negando con la cabeza. Tom se movió, incómodo. ¿Trabajando? Entonces no se había ido a dormir después de lo sucedido con Heather—. Y me enteré en tiempo real, por los canales confidenciales, que no hacían otra cosa que hablar de eso, de un accidente en Obsidian Corp. Toda un ala del establecimiento quedó destruida. Aunque le cueste creerlo, de inmediato pensé en usted. Me fijé en su señal de GPS y, según indicaba, había pasado las últimas tres horas en el baño. Casualmente, también Ashwan y Enslow.

—Creo que fue algo que comimos —aventuró Tom—. Ya conoce el restaurante indio de Chris Majal…

—¿Realmente piensa que alguna vez en todo este tiempo me he creído alguna de sus ridículas excusas?

—Está bien —admitió, y dio un suspiro—. Nos descubrió. Fuimos nosotros. Y usted lo sabe. El transmisor ya no existe. Lo destruimos. Liberamos a Yuri. Y sabía que tenía que hacer más daño al lugar en vez de apuntar solo al transmisor o habría sido demasiado conspicuo; por eso también atacamos otras partes.

—¿Sabe qué cosa es conspicua, Raines? Incendiar el corazón del estado de seguridad.

—Fuimos cuidadosos. Nos ocupamos de las cámaras de seguridad y nos protegimos tan bien con estos trajes que no dejamos rastros de ADN, y el único lugar donde nos los quitamos, lo quemamos después. Ni siquiera el Intersticio registró nuestro viaje. Ese transmisor ya no controla a Yuri. Ya no está. Póngame en el censador y se lo demostraré, y entonces podrá aprobar que le instalen un neuroprocesador antes de que sea demasiado tarde.

Blackburn se acercó y las sombras se deslizaron por su rostro marcado por las cicatrices.

—Digamos que hago lo que quieren. Que informo a mis superiores que Sysevich ya no representa una amenaza. En ese caso, estaría felicitándolos por lo que hicieron. Estaría recompensándolos.

—Entiendo que probablemente podría dejar que Vengerov matara a Yuri. Entiendo también que probablemente usted sea capaz de… no sé… matar a alguien que representara una amenaza para usted —se encogió de hombros, sin quitarle los ojos de encima; el cuerpo de Blackburn se tensó, y él supo que estaba preguntándose si habría algo más detrás de esas palabras—. Pero no creo que vaya a dejar morir a Yuri sin motivo —recordó por un instante el apartamento vacío del teniente y aquella tonta vela—. Tal vez no le importe lo que yo piense de usted ni lo que piense nadie más, pero no creo que sea un monstruo insensible. Si le da la espalda a Yuri y lo deja morir, Wyatt nunca lo superará. Jamás podrá perdonarlo. Ni se perdonará a sí misma. Y usted no va a permitir eso.

Blackburn parecía una estatua. No se movía.

—Además —prosiguió, inspirado—, si realmente necesita más incentivos puedo comprar su aprobación de un nuevo procesador para Yuri. Tengo algo más. Información. Esto le va a gustar.

—¿Qué cosa? —preguntó en voz baja.

—Joseph Vengerov tiene un neuroprocesador —el rostro de Blackburn se congeló—. Supuse que no lo sabía. Yo tampoco.

—Eso es imposible —dijo, tras una pausa—. Es demasiado viejo. Le habría dañado el cerebro.

—Pues no. Lo tiene en la cabeza. Lo vi. Eso tiene que valer algo para usted —concluyó. Le arrojó los trajes y Blackburn los atajó automáticamente—. Piénselo. Me voy a dormir. Estoy agotado.

Se metió las manos en los bolsillos y dejó al teniente solo, en la pista de Calistenia en sombras, inmóvil, con el atado de trajes de camuflaje en las manos.

A las pocas horas de recibir su nuevo neuroprocesador, Yuri comenzó a resistirse al respirador, de modo que se lo reemplazaron por una cánula nasal. Los tubitos en la nariz le daban un aspecto decididamente menos extraterrestre que el enorme tubo que había tenido en la garganta.

Empezó a despertarse por lapsos de algunos minutos, hasta llegar a una hora entera. Un día, Tom, Vik y Wyatt estaban juntos allí cuando despertó. Todos sus recuerdos habían sido descargados al nuevo procesador, pero todavía no había hablado con ellos.

—¿Thomas? ¿Vikram? —no había divisado a Wyatt, que estaba escondida junto a la puerta.

Ellos se acercaron.

—Hola, amigo. Bienvenido al mundo de los despiertos.

—Me alegro de estar de vuelta —dijo Yuri, recostándose en la cama. Luego, levantó un brazo y se lo observó sorprendido—. ¡Mi gran masa muscular!

—Lo siento, amigo —dijo Tom, sintiendo lástima por él.

—Sí, vas a tener que trabajar. Eso te pasa por pasar tantos meses en cama —bromeó Vik—. A propósito, Yuri, ahora me parece un momento inmejorable para que tú y yo tengamos una competencia de levantamiento de pesas; el ganador se lleva cien.

Tom le dio un puñetazo en el brazo en nombre de Yuri, y este rio débilmente.

El malestar que le quedaba pareció disolverse cuando Wyatt se acercó y se sentó a su lado. Yuri estiró el cuello hacia atrás para poder mirarla con adoración, y por primera vez desde que Tom recordaba, ella lo miró del mismo modo.

Cuando ella se inclinó para besarlo, los pensamientos de Tom volaron hacia otra persona.

Necesitaba ver a Medusa.

Últimamente había tensión en la Aguja Pentagonal, de modo que muy poca gente prestaba atención a la recuperación milagrosa de Yuri Sysevich o a su reincorporación al servicio activo una vez que completara su recuperación física. En cambio, todos hablaban de la deserción pública y sensacional de Elliot. O murmuraban acerca de cómo Heather Akron había enloquecido en la Cumbre del Capitolio y luego había desaparecido. Hasta su señal de GPS ya no estaba.

Tom sabía la verdad, y le revolvía el estómago comprender que, esencialmente, estaba encubriendo un asesinato… pero no sabía qué otra cosa hacer. Demasiados secretos suyos estaban enredados con los de Blackburn.

Algunas cosas no eran tan complicadas.

Tom le debía a Medusa su vida, la vida de Yuri y la libertad de Vik y Wyatt. Le pareció que pasó una eternidad hasta que ella volvió a entrar en el sistema. Cuando se encontraron, ya no hubo avatares ni escenarios simulados, sino solo una habitación blanca, una plantilla sin diseño. La tomó en sus brazos y dio vueltas con ella.

—Es increíble todo lo que te debo, y voy a compensarte de alguna manera.

—Lo sé —rio—. Estás muy en deuda conmigo. Tuviste suerte de que viera tu nota de despedida, tan cariñosa.

—¿Cómo la encontraste tan pronto? La escribí antes de salir.

—Te lo dije. Estoy monitoreando tu actividad en línea para asegurarme de que no comprometas nuestras identidades. Si en tu base de datos personal aparece alguna referencia a Medusa, me llega un aviso. Agregué también «Murgatroid», por si acaso.

—Debería haberla dirigido a «El Troid» —dijo, riendo.

—Entonces estarías muerto.

—Sí —dijo, poniéndose serio—. Estaría muerto.

—Una vez que supe que te habías ido —prosiguió Medusa—, mantuve esas naves en espera. Apenas saliste del edificio, me enfoqué en tus coordenadas para ver si necesitabas ayuda —le dio un puñetazo leve—. Debiste pedirme ayuda desde el principio.

—Pero lo hicimos porque nuestro amigo necesitaba que destruyéramos ese transmisor, Medusa. No podía pedirte que corrieras ese riesgo…

—No era necesario que lo hicieras. Nunca lo fue.

—No, supongo que no —murmuró Tom, con asombro.

Un año atrás, antes de la Cumbre del Capitolio, había pensado en pedirle que perdiera por él, pero no había podido resignarse a hacerlo. Sabía que ella le diría que no. ¿Por qué alguien habría de hacer eso por él? Más tarde, Medusa le había dicho que tal vez lo habría hecho. Él no le había creído. Ni siquiera mucho después. Hasta ahora, que había hecho algo tan peligroso solo por él. Se conmocionó al comprender que solo por él, ella se había arriesgado a llamar la atención de Obsidian Corp.

Tom la abrazó con más fuerza, porque tuvo la súbita y terrible sensación de que ocurriría algo horrible si la soltaba.

—Tengo que preguntarte algo, Medusa.

Ella se echó hacia atrás, escudriñando los ojos de Tom; mientras él le acariciaba el cabello negro.

—Escucha —se humedeció los labios, con el estómago inquieto por una maraña de razones—, espero equivocarme, pero voy a tratar de adivinar tu nombre una vez más.

—¿Ahora?

—Ahora —respondió, con voz grave—. ¿Te llamas Yaolan?

Medusa dio un respingo, y él sintió algo frío y aterrador que le apretaba el vientre, pues se dio cuenta de que sí lo era.

—¿Cómo lo…? —murmuró—. ¿Entraste en los archivos de personal de la Ciudadela? ¡Te dije que no hicieras eso, Tom!

—No —la tomó por los hombros, lleno de terror. Se inclinó para mirarla directamente a los ojos—. Lo dijo Joseph Vengerov. Establecí interfaz con su neuroprocesador, brevemente…

—¿Su neuroprocesador?

—Exacto. Tiene uno. Tenías razón cuando dijiste que LM Lymer Fleet estaba vigilándote: era Vengerov quien lo hacía, porque descubrió lo que puedes hacer. Yo no podía ingresar en su sistema porque ya había encontrado la manera de bloquearnos el acceso. Sabe que hay un «fantasma» en la máquina. Sabe cómo detectarnos, cómo bloquearnos, y cuando me descubrió dentro de su sistema me llamó «Yaolan».

Medusa se cruzó de brazos y dio un paso atrás, y otro más. Tom deseó que no se apartara de él siempre que algo le preocupaba.

—¿No te das cuenta? —le dijo Tom, con tono apremiante—. Estás en peligro. Va a ir por ti, especialmente después de lo que pasó. Creo que por eso quería que te enviara el virus: quería dejarte fuera de combate por un tiempo para ver si el fantasma en la máquina desaparecía mientras no estabas en actividad. En ese caso, tendría la confirmación de quién es el fantasma. Ya sospecha que eres tú.

Ella apretó la mandíbula, y sus clavículas se destacaron cuando se enderezó.

—Qué bueno que me previniste. Tendré cuidado.

—¡No basta con tener cuidado! Él lo sabe.

Pero Medusa sacudió la cabeza y Tom sintió frustración, porque ella no podía entender. Ella veía a Joseph Vengerov como un CEO más de la Coalición. No había estado dentro de su mente en aquel instante breve, no había sentido su deseo feroz de poseer, la necesidad cegadora de poseer sin conciencia, sin escrúpulos, sin dudar de sí mismo. Ella no tenía a un Blackburn ni a un Yuri que le sirvieran de ejemplos de lo poco que Vengerov valoraba la vida humana.

—¿Qué debo hacer, entonces? Aunque sospeche de mí, no tengo manera de resolverlo.

—Sí la tienes. Puedes venir aquí.

—¿Allá? —repitió, incrédula—. ¿A la Aguja Pentagonal?

Pero los pensamientos de Tom iban mucho más rápido, y se sentía muy seguro. Él tenía algo que Medusa no… y por extraño que resultara, se dio cuenta de que era el arma más potente de todo su arsenal.

Tenía a Blackburn.

El teniente sabía todo sobre Vengerov. Era el único que podía enfrentarlo a nivel técnico. La única persona que lo odiaba sin vacilar. Y después de verlo asesinar a Heather, Tom sabía algo más: Blackburn haría lo que fuera necesario para impedir que su habilidad cayera en manos de su enemigo. Apelaría a cualquier medio. Era raro que, sin sentir ninguna conexión con Blackburn, sin tenerle aprecio, Tom tuviera la certeza de que podía contar con el odio que este le tenía a Vengerov como nunca había podido contar con ninguna otra cosa, ni siquiera con su propio padre.

En un aspecto, al menos, Tom podía tenerle una confianza ciega.

Blackburn debía mantener a Vengerov lejos de Tom; y también lejos de Medusa. No había en la Tierra ningún lugar más seguro para ella que bajo su tutela.

—Sí, ven aquí —Tom se entusiasmó—. Haz interfaz con una nave, o lo haré yo y luego iré a buscarte. Yo te esconderé, nos cuidaremos mutuamente y… puedo explicarte mejor las razones, pero sé que aquí estarás a salvo. Lo . Entonces, si Vengerov trata de atraparte en la Ciudadela, ya estarás fuera de su alcance. ¿No te das cuenta? —había otra cosa que también encajaba. Le dio un vuelco el estómago—. Podríamos vernos. Vernos de verdad. Por primera vez.

La expresión de ella se suavizó. Se inclinó hacia adelante y le dio un golpecito en la punta de la nariz que lo hizo sentir un poco tonto.

—Te agradezco la oferta de protección, pero creo que ya quedó claro cuál de los dos tiende a ser la damisela en apuros.

—Medusa, si no vienes ahora, quizá no tengas la oportunidad más tarde. En nuestro sistema no tengo programas que me avisen si estás en problemas. Ni siquiera voy a enterarme si pasó algo. No sabré que necesitas ayuda.

—Tendré que correr ese riesgo —respondió en tono suave—. No puedo irme. Perdería todo.

Tom entendió: nada de lo que dijera la haría cambiar de idea. Aunque tomara la amenaza con la misma seriedad que él, no se resignaba a confiarle su destino. Podía comprender eso. No imaginaba lo que sería marcharse voluntariamente de la Aguja e insertarse en el mundo de ella. Y eso que Medusa nunca lo había traicionado.

Lanzó un lento suspiro y sintió que ella lo abrazaba. La atrajo suavemente y le acarició el cabello sedoso, que se movía con su aliento.

—Conque Yaolan, ¿eh? —su procesador tradujo el nombre—. ¿Orquídea aceitosa?

—Orquídea brillante —ella se apartó y levantó el mentón para mirarlo a los ojos—. Qué extraño. Por fin sabemos nuestros nombres.

—Esta relación está avanzando muy rápido —sus labios esbozaron una sonrisa.

—Sí. Hipervelocidad. Necesitamos más espacio. China y Estados Unidos no están suficientemente lejos —dijo ella, y sus ojos brillaron con picardía.

—Uno de los dos tendrá que mudarse a Neptuno, entonces.

—Yo no —susurró ella, acercándose a él.

Tom la besó, y por un momento no hubo nada más en el mundo, solo Medusa… Yaolan. No quería soltarla nunca.

Pero a Tom no le gustaba engañarse y no podía aceptar la derrota pasivamente. Se apartó de ella, con el cuerpo saturado de terror, sabiendo que había una manera de resolverlo. Podía salvarla. Había una manera, una sola. Había estado dispuesto a salir a la nieve en la Antártida por ella. Y ahora estaba dispuesto a hacer eso.

—Perdóname, Yaolan.

Una sombra pasó por su rostro.

—¿Que te perdone?

La miró directo a los ojos y pensó la frase que lo activaría: Nunca le haré eso a ella.

Por un instante notó la confusión en sus ojos oscuros, mientras el virus de Vengerov se descargaba en su procesador, y Tom pudo verla fugazmente por última vez en ese momento de clara y terrible traición. Luego, el avatar de Medusa se disolvió de la simulación y él se quedó solo, en el vacío.

Tom estaba sentado en el restaurante, inquieto, pasando una moneda de un dedo cibernético a otro, mientras Vengerov bebía una copa de vino y reproducía el video en el que Tom atacaba a Medusa con el virus. Lo había descargado con el censador y había eliminado todo, menos ese fragmento. Después había contactado a Vengerov y acordado un encuentro para entregarle las pruebas, sintiéndose como un imbécil que hacía una ofrenda a una deidad pagana. El hombre, por cierto, había aceptado como si así fuera: lo había convocado a una de sus muchas propiedades, sin ninguna sorpresa, como si fuera un tributo merecido de un humilde novato.

Cuando quedó satisfecho después de ver el video, sostuvo el chip neural con dos dedos y observó a Tom por encima.

—Estoy muy complacido con usted, señor Raines. Justo cuando empezaba a sospechar que tendría que enviar a otro a hacer el trabajo, usted cumplió, después de todo. He recibido informes de la Ciudadela que confirman su relato. Me alegra ver con mis propios ojos que es cierto. Lo felicito.

No había nada de venganza en su voz. Ni siquiera estaba molesto con Tom por haberlo hecho esperar. Nada de eso. Solo tenía la satisfacción de haberlo obligado por fin a cumplir sus órdenes.

Tom recordó su breve incursión en la mente de Vengerov: el hombre no había sentido temor por la intromisión, ni nerviosismo. Esa habría sido la reacción humana natural, pero él no la tenía. Había sentido expectación, una sensación de desafío, un deseo de tener, de controlar, de poseer, y Tom se encontró preguntándose si sería su neuroprocesador personal lo que lo hacía tan inhumano, o si habría nacido así.

—Dígame, Raines, después de todo este tiempo —preguntó con voz sedosa—, ¿qué lo hizo cambiar de idea?

—Supongo que se podría decir que aprendí mi lección.

Vengerov sonrió, con el rostro angular lleno de satisfacción. Obviamente pensó que Tom se refería al día en que casi lo había matado, cuando había intentado demostrarle que no podía hacer nada, que él podía destruirlo a su antojo.

Pero en realidad él estaba pensando en Elliot y en la Cumbre del Capitolio. Solo Elliot habría podido decir aquellas palabras a cientos de millones de personas. Solo Elliot habría podido plantear un desafío tan abierto, porque nadie lo esperaba de él. Solo aquel que había cooperado y transigido durante tanto tiempo habría podido llevar a cabo aquel ataque a la Coalición delante del mundo entero. Elliot también le había enseñado algo a Tom.

—Solo por curiosidad, ¿cómo piensa llamarse cuando sea combatiente?

Cuando. No «si». Sabía lo que eso significaba: Vengerov estaba asegurándole que recibiría su soborno por un trabajo bien hecho… y por si acaso quería valerse de él nuevamente en el futuro.

A Tom se le revolvió el estómago, pero mantuvo una expresión neutral y respondió:

—Todavía no lo sé. Cambio de idea todo el tiempo.

—Ah. Y, ¿qué nombre elige hoy?

Tom contempló al oligarca que ocupaba el centro del estado vigilante, quizá el hombre más poderoso del mundo, sentado a la mesa con aquel procesador secreto en el cráneo y una copa de vino en la mano. Entonces, sonrió.

—Cianuro.

Tom, Vik y Wyatt acordaron no contarle a Yuri sobre su aventura en Obsidian. Si este veía a Joseph Vengerov, le resultaría más fácil no tener que mentir sobre nada. Vik insistía en que la ignorancia podía ser una bendición.

El día en que Yuri pudo caminar sin ayuda, sus amigos lo acompañaron al Salón Lafayette. Cuando anunciaron las promociones y se escuchó el nombre del último novato, todos lo observaron:

—… Yuri Sysevich. Felicitaciones a todos los nuevos cadetes de la Compañía Media.

Él se quedó sentado sin mover un músculo, con los ojos azules muy abiertos y una mano paralizada en el aire, donde había quedado cuando iba camino a acariciar el cabello de Wyatt.

Tom y Vik rieron al verlo tan atónito, y Wyatt le tomó la mano y la besó.

—Felicitaciones, intermedio.

Yuri seguía tratando de despertar de su sueño cuando se anunció el nombre de Vik —lo cual no fue ninguna sorpresa— en la lista de la Compañía Superior. Pero luego llegó la verdadera conmoción para los demás, al escuchar:

—… y Thomas Raines.

Hacía un año que Tom ansiaba esa oportunidad. Verdaderamente. Pero cuando las cabezas de sus amigos se dieron vuelta para mirarlo, sintió una especie de inquietud sombría, sabiendo que lo habían promovido a instancias de Joseph Vengerov, como recompensa por haber traicionado a Medusa. Otra vez.

Yuri lo palmeó en el hombro, Wyatt le alborotó el pelo y Vik lo empujó con actitud juguetona. Pero él ni siquiera pudo fingir una sonrisa.

Había una persona que estaba muy inconforme con la promoción de Tom. Deliberadamente, Tom llegó tarde a su último lunes de Calistenia de nivel intermedio para no tener que entrar a la rutina de ejercicio con los demás. Karl lo emboscó justo frente a la pista y lo empujó contra la pared.

—¿Cómo lo lograste, Benji? —le preguntó, y Tom percibió su aliento acre.

—¿No tienes nada que hacer? —respondió, mientras lo apartaba de un empujón.

—¿Tienes un arreglo con el general Marsh? —le gritó, y su cara grande y mofletuda se retorció de ira y odio—.

¡Me consta que estabas en una lista negra!

En el pasado, a Tom podría haberle causado gracia el rostro enrojecido del chico y sus puños grandes agitándose. Ahora se sentía extrañamente ajeno a todo eso. Era una pérdida de tiempo.

—Supongo que ya no estoy en esa lista —respondió.

—Bueno —Karl le clavó un dedo en el pecho. Con fuerza—. No pienso dejarte llegar tranquilamente a la CamCo, si eso es lo que piensas. Voy a pelear contigo todo el tiempo.

Tom analizó la situación con cuidado, porque estaba muy seguro de que Elliot le había señalado con exactitud qué cables debía cortar para desarmar aquella bomba.

—Está bien —dijo—. Hazlo.

—¿Qué? ¿Es todo lo que tienes que decir?

—Oye, quieres pisotearme. Ya entendí. Nunca te cansas. Tengo que felicitarte por tu empeño —se volvió y se dirigió hacia la pista de Calistenia, pero la mano de Karl aterrizó en su hombro y lo jaló hacia atrás.

—¿A qué estás jugando, Fido? ¡Sea lo que sea, no te va a dar resultado!

Tom sintió una fascinación morbosa. Habría jurado que el chico se veía más molesto ahora que si lo estuviera insultando.

—A nada —respondió, muy calmado—. Te soy completamente sincero: respeto tu tenacidad. Te respeto por eso.

Karl frunció el ceño. No se movió.

Él se acomodó el cuello de la ropa y se alejó por la pista de Calistenia. Divisó a los nuevos intermedios, que devolvían sus equipos a la armería después de su escalada, y en la confusión le resultó fácil entrar en el depósito, ponerse un exotraje, camuflaje óptico y un par de abrazaderas centrífugas.

Luego escaló hasta la punta de la Aguja Pentagonal.

Se quedó un momento de pie en el techo. Estaba a suficiente altura para divisar los bordes de un grupo lejano de anuncios aéreos que resplandecían sobre Richmond, Virginia.

Buscó en el bolsillo el transmisor de acceso remoto que ya había recibido para las vacaciones. Se lo calzó al cuello. Sabía que Medusa se encontraba incapacitada, sin poder conectarse a Internet. Lo más importante era que Vengerov también lo sabía. Por lo tanto, el hombre que estaba en el centro del estado vigilante, que estaba detrás de la seguridad, los drones y las fuerzas de reserva que mantenían el mundo como estaba, se daría cuenta de que era imposible que fuera Yaolan quien hacía lo que él estaba a punto de hacer.

Si los ejecutivos de la Coalición pensaban que Elliot Ramírez era un agitador por haber destruido todos los anuncios aéreos de Texas, durante la Cumbre del Capitolio, si veían ese hecho como una chispa que podía encender algo mayor, Tom estaba a punto de brindarles un infierno.

Salió de sí mismo y entró al subsistema central que controlaba todos los anuncios aéreos del hemisferio occidental y cargó el código que había escrito, pasando de un nodo a otro. Volvió a su cuerpo mientras, a lo lejos, los anuncios se encendían con la imagen que les había programado, arrojando una blanca luz brillante sobre el paisaje. Luego entró en el servidor del Departamento de Seguridad de la Nación, fue hasta las señales de vigilancia y observó imágenes de la gente deteniéndose en las calles y mirando hacia los anuncios aéreos. En todas las ciudades del hemisferio occidental los carteles habían perdido todos los avisos publicitarios. Ahora mostraban un texto negro claramente definido que pregonaba el desafío de Tom:

EL FANTASMA EN LA MÁQUINA

ESTÁ VIGILANDO

A LOS QUE VIGILAN

Dejó la frase allí, y se quedó contemplando al horizonte, donde los anuncios brillaban con el mensaje dirigido a Joseph Vengerov y a todo el estado de seguridad con su red de vigilancia y control.

Allí había algo que no controlaban. Allí había algo que no habían visto venir.

Le dio a Vengerov suficiente tiempo para llamar a sus técnicos, para gritarles por teléfono que quería que rastrearan la transmisión. Solo el tiempo suficiente para que entendiera que la chica a quien había incapacitado en China no era la entidad que estaba buscando en Internet.

Ahí tienes. Aquí está tu fantasma en la máquina, pensó, vengativo. Ahora ven a buscarme. Inténtalo.

Y entonces se activó la siguiente fase del virus. Las pantallas fueron haciéndose más y más brillantes, y la potencia fue en aumento hasta que llegaron a la sobrecarga y estallaron en halos de escombros, esparciendo fragmentos como una cortina en el cielo.

Lo invadió una sensación de júbilo. Estaba seguro de que había hecho algo importante. Sabía que eso podía cambiarlo todo, pero nunca antes se había sentido tan bien; sentía que eso era exactamente lo que debía hacer, y que precisamente para eso estaba allí.

La nube de destrucción fue extendiéndose sobre la tierra hasta desvanecerse. Pronto no quedaban rastros de que la Coalición de Multinacionales hubiera estado bloqueando el cielo. Cuando cayó la noche, lo único visible era el universo infinito de estrellas.

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