Viva

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En Ciudad de México

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En Ciudad de México

EN CIUDAD DE MÉXICO

En otro sector de la inmensidad urbana del Distrito Federal, lejos de Coyoacán, en la colonia Hipódromo de La Condesa, está La Selva, una pequeña terraza invadida por diminutos pajaritos negros y llena de macetas de flores, en la que hay un cactus dentro de un bidón al que la herrumbre embellece y sobre el que revolotea una mariposa amarilla.

Hace diez años, los taxis de la capital eran todavía escarabajos Volkswagen verdes y blancos. Hoy, en su mayoría, son berlinas color oro y púrpura. Así se mueve el mundo. Y eso que todavía no es el fin de la Historia. Este país sigue sin parecerse a ningún otro. En estos diez años, he vuelto a leer aquí a Trotski y a Lowry, y al hilo de ellos, a otros escritores que vinieron a perderse en México, como Cravan y Traven; he tomado los hilos, devanado los ovillos, tejido los vínculos y reunido las vidas de tres mujeres, también ilustres y también desaparecidas hace mucho tiempo, que estuvieron enredadas en todas las historias de esta pequeña banda de México, tres mujeres a las que la devoción popular y la sabiduría de las naciones deberían elevar a las alturas de las pirámides indígenas de escalones de piedra, para colocar en sus cimas tres altares donde depositar los libros de Larisa Reisner, los cuadros de Frida Kahlo y las fotografías de Tina Modotti, distribuir al azar las virtudes de las tres Gracias —la Alegría, la Abundancia y el Esplendor— y convocar en sus gradas a los sacerdotes de plumas multicolores y a los penitentes, los orantes, los exiliados, los sin papeles y los apátridas. A todos aquellos que se cruzan en la clandestinidad o a bordo de algún barco:

Así es como se encuentra Sandino con Traven y Trotski, con Cravan.

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