Viva

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Tina y Alfonsina

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Tina y Alfonsina

TINA Y ALFONSINA

Porque estos dos nombres son inseparables en nuestra memoria, porque estas dos mujeres llevaron al mismo tiempo vidas paralelas, elevémosles el mausoleo que merecen. Son los azares de la miseria italiana, la huida de los campesinos, los barcos cargados de pobres de los que hablan las novelas de Traven, los barrios insalubres donde los emigrantes se amontonan en las Américas. Ambas nacieron en las provincias del norte, Alfonsina en la frontera con Suiza, en los últimos años del siglo XIX. Una se reúne con su padre en San Francisco, en el barrio de Little Italy; la otra desembarca a la edad de cuatro años en el puerto de Buenos Aires, en el barrio de Palermo.

Por suerte o por desgracia, ambas son bonitas, llaman la atención, como se suele decir. Tina hace un poco de cine y Alfonsina se convierte en actriz a los quince años, y luego en autora, a los veinticuatro, de un primer libro de poemas del que ella decía que fue escrito «para no morir». Personaje desubicado, feminista en el país del machismo, institutriz de niños retrasados, consejera de las bibliotecas populares del Partido Socialista en Buenos Aires, periodista que usa el seudónimo asiático de Tao Lao, Alfonsina abandona enseguida sus primeras «mieles románticas» bajo la influencia de la poesía modernista del nicaragüense Rubén Darío. Despliega su talento en el seno de lo que se llama ya, en la Argentina de los años veinte, el posmodernismo.

Dedica su libro Languidez «a los que, como yo, nunca realizaron uno solo de sus sueños». Su gloria es brutal y frágil, la reciben como a una diva en los palacios atlánticos de Mar del Plata. En Buenos Aires, se integra en la pequeña banda de La Peña, que se reunía en el café Tortoni. Allí frecuenta a Borges, a Pirandello, a Marinetti; después se une a la otra pequeña banda de Signos, los del hotel Castelar, donde se encuentra con Ramón Gómez de la Serna y Federico García Lorca. Alfonsina atraviesa el Río de la Plata rumbo a Montevideo, quizás canta el tango en el café Sorocabana del mismo modo que en el café Tortoni. Se convierte en la amiga del uruguayo Horacio Quiroga.

Siguiendo el modelo del libro de Nordahl Grieg, a uno le gustaría escribir Aquellas que murieron jóvenes, y dedicarlo a Reisner, Kahlo, Modotti y Storni. Muy pronto el vuelo de la abigarrada mariposa se hace pesado y lento. La poesía de la dama morena se vela con una dulce y terrible negrura, se deja invadir por completo por las dos imágenes incesantes del mar y de la muerte, la muerte y el mar, una inundación lenta e inexorable de aguas negras, desde «Frente al mar», «Un cementerio que mira al mar» o «Alta mar», hasta el premonitorio «Yo en el fondo del mar». En octubre de 1938, cuando Tina está todavía en España, Alfonsina se instala por última vez en un hotel balneario de Mar del Plata. Algunos meses antes, al enterarse del suicidio de Horacio Quiroga, había escrito este poema epónimo:

Morir como tú, Horacio, en tus cabales,

y así como siempre en tus cuentos, no está mal;

un rayo a tiempo y se acabó la feria…

allá dirán…

Horacio Quiroga había muerto como en sus cuentos y Alfonsina morirá como en sus poemas. El 22 de octubre, compone el último y lo envía a Buenos Aires, «Voy a dormir». Tres días más tarde, según la leyenda y la letra de la canción popular, después de haber esperado en vano a un último amante, o al menos su llamada telefónica, se adentra en el mar y se ahoga. Diademas de gotitas acompañan su marcha lenta en el agua, y sus labios quizás murmuren el primer dístico de «Dolor», escrito doce años antes:

Quisiera esta tarde divina de octubre

pasear por la orilla lejana del mar…

Las divinas tardes de octubre en Argentina no son las del otoño sino las de la primavera austral. Ella avanza en las doradas aguas del atardecer. Tras el suicidio de la paseante nostálgica, de la Ofelia atlántica, un letrista, Félix Luna, compone el bolero «Alfonsina y el mar», en el que retoma alguno de los versos de su último poema, «Voy a dormir»…

Te vas, Alfonsina, con tu soledad…

Y en la tumba de Tina Modotti, en el Panteón de Dolores de México, mejor que estos versos del poeta estalinista Pablo Neruda que allí están grabados,

Tina Modotti, hermana, no duermes, no, noduermes:

tal vez tu corazón oye crecer la rosa

de ayer, la última rosa de ayer, la nueva rosa.

Descansa dulcemente, hermana

yo escojo para ella aquellos de Alfonsina Storni, en su complicidad de grandes enamoradas:

Si en los ojos te besan esta noche, viajero,

si estremece las ramas un dulce suspirar,

si te oprime los dedos una mano pequeña

que te toma y te deja, que te logra y se va.

Si no ves esa mano, ni esa boca que besa,

si es el aire quien teje la ilusión de besar,

oh, viajero, que tienes como el cielo los ojos,

en el viento fundida, ¿me reconocerás?

Con lágrimas Eugenia

A decirte adiós venimos

Muy de mañana partimos

Bajo el cielo más sereno

Hacia México nos vamos

Vela al viento nos marchamos

Adiós pues hermosa Eugenia

En un año volveremos.

Una canción de la Legión

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