Virus

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Doce

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DOCE

Al oír las palabras de Lauren, mis pensamientos entraron en barrena. ¿No quedaba nadie con autoridad en Ottawa? ¿Incluso los altos mandos del Gobierno habían huido?

En ese caso habíamos llegado hasta allí para nada.

Tenía tanta hambre que mi estómago había empezado casi a digerirse a sí mismo, pero, aun así, tuve que hacer un esfuerzo para comerme la papilla que me había traído Hilary. En cuanto terminé fui directamente a la cabaña a contarles a Gav y a Tobias lo que acababa de descubrir. Mientras repetía las palabras de Lauren, Gav asintió, como si no le sorprendiera. A lo mejor ya se lo esperaba: una de las primeras cosas que me había dicho era que no podíamos confiar en que la gente que tenía el poder cuidara de nosotros, que primero iban a velar siempre por sí mismos.

—Ven —dijo cuando terminé de hablar, y me cogió de la mano.

Tobias se volvió hacia el otro lado, incómodo. Me senté en el regazo de Gav y dejé que me abrazara. Se me llenaron los ojos de lágrimas, y parpadeé con todas mis fuerzas. Los había arrastrado a todos hasta allí, ahora no me podía derrumbar.

—Lo siento mucho, Kae —dijo él, abrazándome aún con más fuerza—. Pero, por lo menos, lo sabemos antes de seguir adelante.

—Sí —murmuré.

Además, habíamos encontrado un lugar con calefacción y comida, y con espacio suficiente para quedarnos tanto tiempo como necesitáramos, tal como había sugerido Hilary durante el desayuno. Sin embargo, nada de aquello aliviaba el dolor que notaba en el pecho.

En cuanto me hube recuperado, volví a salir y encontré a Tessa y a Meredith en el invernadero, con Hilary. Realmente, era difícil adivinar que allí estuvieran cultivando plantas a propósito, pues el suelo estaba lleno de planchas de madera y malas hierbas que crecían entre los cultivos.

—Las cosechas no son tan abundantes como podrían serlo —dijo Hilary—, pero es más seguro que parezca que está abandonado.

Caminamos sobre las planchas de madera para no dejar pisadas. Meredith se balanceó con los brazos extendidos, como si hiciera equilibrios sobre la barra fija, mientras Tessa paseaba por entre los diferentes cultivos e iba haciendo todo tipo de preguntas, como: «¿Habéis intentado plantar cebollas entre las zanahorias?», o: «¿Qué fertilizante utilizáis?». Hilary dio un salto de alegría cuando Tessa le dijo que si querían que las semillas de lechuga brotaran solo tenían que trasladarlas a un lugar con más sombra.

Cuando volvimos a la sala comunitaria para comer, Leo seguía allí, escuchando la música con los ojos cerrados, dejando que la melodía le invadiera todo el cuerpo. No lo había visto tan relajado desde que nos habíamos marchado de la isla.

La decisión debería haber sido sencilla. No tenía ningún sentido ir a Ottawa; teníamos que quedarnos en la colonia, por lo menos hasta que dejara de hacer tanto frío y pudiéramos regresar a la isla, sanos y salvos. Pero cuando me eché con Meredith en la cabaña vacía que Hilary nos había ofrecido para que pasáramos la noche, el dolor me oprimió aún más el pecho.

El invernadero era increíble, pero en realidad no alcanzaba para alimentar a la veintena de personas que vivían en la colonia. La avena, las galletitas que habíamos comido con la sopa y la pasta de la cena habían salido de otra parte. ¿Qué iban a hacer cuando ya hubieran saqueado todas las casas de las inmediaciones? ¿Y cuándo se les terminara la gasolina del generador?

Hilary actuaba como si todo fuera a seguir eternamente así, como si pudieran vivir para siempre en aquella burbuja, aislados del resto del mundo. Pero la vida no funciona de esta forma. Todos los grupos de seres vivos forman parte de un ecosistema y deben enfrentarse a sus depredadores y competidores, y a las exigencias del entorno. A lo mejor la colonia aguantaría unos meses más, o incluso otro año, pero antes o después, por muchas precauciones que tomaran, el mundo los iba a alcanzar, tal vez en forma de un helicóptero que lanzara bombas como sobre los confiados habitantes de una isla.

¿De veras podían vivir de aquella forma, como si hiciera tan solo unos meses no hubieran tenido casas, trabajos y vidas?

Papá, Nell y los voluntarios del hospital habían seguido trabajando incluso cuando los pasillos de la clínica estuvieron atiborrados y hubieron dejado de recibir ayuda del continente. Seguro que no eran los únicos que no se habían rendido, ¿no? ¿Y si salvar el mundo o dejar que siguiera así dependía tan solo de que yo continuara adelante con la vacuna hasta encontrar a quienes buscábamos?

Sin embargo, cuando ya había cerrado los ojos y estaba a punto de dormirme, me asaltó otra pregunta.

¿Y si seguía adelante pero no lo lográbamos, y todos los que me acompañaban morían a causa de mi decisión?

A la mañana siguiente nos reunimos todos en la cabaña de la cuarentena. Leo se sentó en el colchón, junto a Tessa. Tobias estaba de pie junto a la pequeña ventana, y Gav, apoyado en la pared, con el codo encima de la neverita. Yo me senté a su lado y Meredith se subió a la cama.

—Creo que está bastante claro que no tiene ningún sentido ir a Ottawa —dije—. Si la situación estaba tan mal como dice Lauren, desde hace más de un mes, en este tiempo no habrá hecho más que empeorar. Así pues, tenemos que decidir qué vamos a hacer.

Tessa asintió.

—Creo que Hilary y los demás preferirían saber qué planes tenemos, y si queremos quedarnos o no.

—Bueno —dije. Me miré las manos y estudié a los demás, intentando juzgar sus reacciones—. Esa es una opción: quedarnos por lo menos hasta que el tiempo mejore. Tienen espacio y podríamos intentar contactar con alguien por radio.

Tobias se apartó de la ventana.

—O sea, ¿que vamos a arrojar la toalla? —preguntó.

—Pues… —dije. La vehemencia de su voz me había pillado desprevenida.

Pero Tobias no me dejó continuar.

—Las probabilidades de que localicemos a la persona apropiada en la radio desde este rincón perdido en medio de la nada son casi nulas —siguió diciendo—. La gente necesita la vacuna ahora, ¿no? Por eso decidisteis abandonar la isla. Que una ciudad no sea un destino recomendable no significa que no lo sea ninguna.

—¿Y a ti qué te importa? —le espetó Gav—. Hace una semana ni sabías que existía la vacuna. Lo único que querías era esconderte en tu base militar y esperar a que el resto del mundo se arreglara solo.

Tobias se sonrojó.

—Vale, es verdad —dijo—. Y desde luego no entraba en mis planes unirme a un grupo de adolescentes. Pero por una vez en la vida sé que estoy haciendo algo importante, y lo quiero seguir haciendo. ¿Vosotros no?

Sonaba tan convencido que me avergoncé por haberme planteado abandonar. Pero él estaba solo, y yo, por el contrario, tenía que pensar en mis amigos y en Meredith.

Naturalmente, si Tobias quería seguir adelante a lo mejor no había necesidad de arrastrarlos a todos. Tal vez pudiera hacer lo que necesitaba sin arriesgar las vidas de todos en el proceso.

—No me habéis dejado terminar —dije, incorporándome—. Solo he dicho que esa era una opción. La otra es seguir adelante. He estado pensando… Lauren ha dicho que es posible que el Gobierno se haya trasladado a Toronto. Es la ciudad más grande del país. Eso significa que es la que dispone de más hospitales, más médicos y más policías encargados de velar por la paz. Y si encontramos un coche, solo son cinco horas más que hasta Ottawa.

Hubo una pausa.

—Vale la pena intentarlo —apuntó Leo finalmente.

—Toronto —dijo Gav. En su voz cansada se insinuaban los cientos de kilómetros que teníamos por delante. Pero antes de que pudiera seguir hablando, Tessa se me adelantó.

—Yo no voy.

Leo se volvió repentinamente hacia ella.

—¿Cómo?

—Que me quedo aquí —insistió con voz firme—. Si sigo con vosotros, no seré más que otra boca que alimentar. Aquí, en cambio, puedo ser útil; si quieren sobrevivir, los de la colonia necesitan a alguien que entienda de cultivos.

—¿Y por qué no lo habías dicho antes? —preguntó Leo.

—Lo he decidido justo antes de llegar aquí —confesó ella—. En el fondo no cambia nada para vosotros, ¿no?

Leo le dirigió una mirada dolida.

—¿Podemos hablar un momento? —dijo, levantándose—. ¿Tú y yo solos?

—Ya sé que la vacuna te importa más que la suerte de esta colonia —señaló Tessa—, y lo entiendo.

—¿Te importa? —preguntó, señalando la puerta.

Tessa dudó un momento, pero finalmente se levantó y lo siguió. Meredith frunció el ceño.

—Nosotros no nos podemos pelear —dijo—. Somos los buenos.

Hacía un segundo había estado planteándome la posibilidad de dejar atrás a mis amigos, pero ahora que era una opción real se me revolvió el estómago. Debería haber anticipado la decisión de Tessa, lo tendría que haber sabido desde que, de lejos, había visto el invernadero.

Gav se encogió de hombros.

—Es perfectamente libre de decidir si quiere venir o no, ¿no?

Lo fulminé con la mirada.

—Tú tampoco quieres venir.

Abrió la boca y la volvió a cerrar.

—Yo no me quiero quedar aquí —respondió, y le dio un golpecito a la nevera—. Y sé lo importantes que son las vacunas. Pero entiendo cómo se siente Tessa. Durante todo el viaje no he sido más que un lastre. No tengo ni idea de dónde encontrar un coche, no sabría llegar a Toronto ni a ninguna otra parte… Pero todo eso no importa. Sea cual sea el plan, estaré ahí. No lo vas a hacer sola.

—Gav —dije—. No me opondría a…

Pero antes de que pudiera terminar me tocó la mejilla.

—Te lo dije una vez y te lo repito: no te pienso dejar —susurró, y me besó. Sus dedos me acariciaron la piel y noté sus labios calientes sobre los míos.

Tobias carraspeó y Meredith soltó una risita. Yo me aparté, sonrojada.

—Será mejor que vayas a ver si esos dos han decidido ya quién se queda y quién se va —sugirió Gav con una sonrisa—. Y luego vuelve y dinos cuándo quieres que nos marchemos.

—Lo lograremos —dije al tiempo que me levantaba—. Vamos a encontrar la forma de llegar hasta allí.

—Desde luego que sí —afirmó Gav.

Meredith me siguió afuera de la cabaña. Leo estaba de pie cerca de los árboles, con la cara hundida bajo la bufanda y los brazos tensos a ambos lados. Solo.

—Mere —dije—, ¿puedes ir a la cabaña a ver si nos hemos dejado algo, gorras, mitones o lo que sea?

—Pero yo quiero saber qué ha pasado con Tessa —dijo.

La miré y enarqué las cejas.

—Mere, hablaremos de esto más tarde.

Ella resopló y su aliento formó una nube en el aire gélido. Entonces se alejó resbalando sobre el hielo. Me acerqué a Leo y me detuve a unos pasos de donde se encontraba. No levantó los ojos, pero era evidente que se había percatado de mi presencia. Al cabo de un momento estiró el cuello lo justo para sacar la boca de debajo de la bufanda.

—Al parecer le da igual —dijo—. Creo que se ha quedado más que sorprendida de que me haya ofendido. Dice que no cree que tenga sentido seguir juntos si necesitamos cosas distintas. Y que, de todos modos, no hay casi ninguna pareja que empiece a salir a los dieciséis que termine junta. ¿Acaso esperábamos que lo nuestro fuera para siempre? —preguntó, y soltó una carcajada titubeante—. Yo no esperaba que fuera para siempre. Lo único que quería era que antes de tomar una decisión así hablara conmigo.

—Creo que a Tessa eso de dar opción de replicar a los demás cuando ya ha tomado una decisión en firme no se le da muy bien —sugerí.

—Ya —dijo Leo haciendo una mueca—. Sé que a lo mejor no te lo crees, pero Tessa me importa. Mucho. Pero, bueno, si a ella yo no le importo tanto… En fin, tiene que hacer lo que crea que es mejor para ella.

—Pero eso no quiere decir que no duela —repliqué, y en aquel momento me di cuenta de que yo también estaba herida. Había visto a Tessa como una amiga. Habíamos pasado por un montón de cosas juntas durante los últimos meses, pero tampoco me había dicho nada a mí, a pesar de que seguramente había estado pensando en quedarse desde el momento en que le había preguntado a Hilary por el invernadero.

No sabía si habría intentado hacerla cambiar de opinión. Me dije que seguramente no. Y por eso Tessa ni siquiera había sacado el tema. Era como si para ella todo en la vida fuera siempre blanco o negro. Debía de ser una sensación bastante agradable.

—Bueno —dije—, si quieres te puedes quedar con ella. La vacuna… es cosa mía. No quiero que vengas si prefieres quedarte aquí.

Leo me miró fijamente. Tenía los ojos de un marrón tan oscuro que casi parecían negros.

—¿No quieres que venga si prefiero quedarme aquí? —preguntó—. ¿O no quieres que venga y punto?

Se me hizo un nudo en la garganta.

—Leo… —empecé a decir, pero no supe cómo seguir.

—Yo no quiero que nuestras vidas sigan así para siempre —soltó—. No sé si la vacuna va a cambiar las cosas, pero existe la posibilidad. Es la mejor opción que tenemos y quiero luchar por ella. Pero si he enredado tanto las cosas que no me quieres tener cerca, me quedaré para no molestar. Solo me lo tienes que decir.

No me había dado cuenta, pero necesitaba escuchar ese aplomo en su voz. No sonaba ni derrotado ni asustado. Sonaba como él mismo. Bastó con eso para que se hiciera un poco de luz en mi interior, un rayo de esperanza.

—Ahora mismo, entre nosotros todo es raro —dije—, y no quiero que sea así. A lo mejor lo que diré ahora sonará estúpido, pero yo solo quiero recuperar a mi mejor amigo.

Leo esbozó una sonrisa.

—Vale —respondió—. Pues mira.

Entonces me pasó los dedos por la frente, tan rápido que casi ni me dio tiempo a notarlos, y repitió el gesto en su frente. A continuación hizo un gesto con la mano, como si arrojara lo que tenía a los árboles, tan lejos como podía.

—Ya está —dijo—. Esa sensación extraña ha desaparecido. Volvemos a ser solo viejos amigos, como siempre.

Había sido solo un gesto, pero en ese momento me sentí liberada, como si hubiera cogido toda la extrañeza que se había ido acumulando entre los dos y la hubiera desterrado. Esbocé una sonrisa.

—Utiliza esa magia para encontrar un coche, y a lo mejor llegaremos a alguna parte —le dije.

Le iba a preguntar si necesitaba más tiempo, para, tal vez, volver a hablar con Tessa, cuando Justin se acercó corriendo a través del claro del bosque. Se detuvo ante nosotros, jadeando.

—¡Escondeos! —gritó—. Una furgoneta se ha parado en la autopista, a medio kilómetro de distancia. Han salido tres personas y vienen hacia aquí. No parecen pacíficas, una de ellas lleva un rifle.

Me puse tensa.

—¿De qué color es? ¡La furgoneta, digo!

Justin se me quedó mirando como si le acabara de preguntar si la escopeta era chula.

—Verde. ¡En marcha, vamos! Escondeos debajo de las camas de las cabañas. Podéis sacar el plafón lateral y meteros debajo. Voy a decirles que apaguen el generador.

Una furgoneta verde. Justin se largó corriendo hacia el edificio comunitario y a mí me recorrió un escalofrío.

—Meredith —dije mientras cruzaba el hielo tan rápido como podía.

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