Vigilantes

Vigilantes


Capítulo 19

Página 23 de 31

Capítulo 19

La aeronave en el mapa avanzaba a un ritmo dolorosamente lento. Adam había estado absorto con ella durante la última media hora, más o menos, observando fijamente mientras se acercaba cada vez más a la frontera egipcia. Sam y Oriyanna habían estado dormidos por la mayor parte del vuelo de doce horas y media, la cabeza de Oriyanna descansando sobre su hombro como una almohada durante las últimas horas. Aunque ahora había empezado a causarle un pequeño dolor en el cuello, no quería despertarla. El sueño había sido un lujo del que Adam no había sido suficientemente afortunado para beneficiarse. Había logrado una extraña hora y media de sueño aquí y allá, pero no había caído debidamente, siempre al tanto de los usuales ruidos de fondo que uno tiene durante un viaje por aire. El rumor constante de los motores jet, el murmullo de charla de los pasajeros y tripulación de cabina mientras se ocupaban de sus asuntos. Enrollando la manga de su suéter por lo que parecía ser la centésima vez, siendo cauteloso de no despertarla, frotó parcialmente y rascó la erupción enrojecida que había brotado en su brazo. La necesidad constante de prestarle atención no había hecho más que enrojecerla e inflamarla más de lo que ya se veía. Para empeorar las cosas, una erupción similar había comenzado a florecer en la parte superior de su muslo. Adam no podía verla, pero el persistente dolor picante debajo de sus pantalones cargo se sentía exactamente igual al que tenía su brazo, cuando había captado su atención por primera vez unas horas después de haber dejado Nueva York.

Se sentía como si algo se arrastrara por el área de piel afectada. Inclinándose hacia adelante, sacó la botella de agua mineral, ahora algo tibia, del bolso de red del asiento frente a él, desenroscó la tapa y tomó un último trago del líquido tibio. Mientras que el dolor sordo de su herida en la cabeza había finalmente comenzado a disminuir, otra jaqueca había comenzado casi en conjunto con la erupción. Se sentía como aquellas que siempre tenía cuando trabajaba en un país caluroso, si no lograba tomar suficientes fluidos. La botella vacía en la mano de Adam era la tercera que había tomado durante el vuelo, pero hasta entonces no había aminorado el dolor en absoluto. Tratando de apartar la mente de sus dolencias, Adam corrió la persiana de la ventana a medias, bañando de inmediato su línea de asientos con el fuerte sol de la tarde. Muy por debajo del cielo, las aguas enjoyadas del Mediterráneo se extendían lejos del desierto. La pequeña aeronave en el mapa estaba obviamente fuera de escala, si fuera creíble, la mitad del 747 estaba ahora sobre la costa de Libia, mientras que los asientos de primera clase y el piloto estaban en Egipto. Hizo a Adam pensar en un acertijo que alguien le había dicho alguna vez.

Si un avión se estrella y la mitad de este aterriza en un país y la otra mitad en otro, ¿dónde entierras a los sobrevivientes?

No era el más difícil de los problemas para resolver para cualquiera con medio cerebro. No se necesitaría enterrar a los sobrevivientes.

La afluencia repentina de luz hizo que Oriyanna se revolviera en el asiento junto a él. Adam deslizó la persiana de nuevo hacia abajo y volvió su atención a la cabina, en busca de un sobrecargo. Necesitaba otra botella de agua, sentía la boca más seca que el desierto debajo de ellos. Mientras ella abría lentamente los ojos, la erupción en su brazo comenzó a demandar atención de nuevo. Adam deslizó la mano por su manga y se ocupó de ella mientras movía su hombro para recuperar algo de sensación. Oriyanna bostezó y estiró las piernas, y accidentalmente pateó el asiento de enfrente, para molestia de su ocupante, quien a propósito se quejó lo suficientemente alto para que le escucharan.

«¿Dónde estamos ahora?» preguntó ella en voz baja, con voz soñolienta.

«Justo cruzando a Egipto», respondió Adam mientras trabajaba en la irritada sección de piel. El parche en su pierna comenzó a molestar, como si estuviera celoso de la atención que su hermano estaba recibiendo. Sacando su mano de la manga, Adam se paralizó de horror al ver sangre fresca en sus dedos.

«¿De dónde vino eso?» preguntó Oriyanna con urgencia, despertándose de inmediato.

«Mi brazo, comenzó a picar no mucho después que salimos del JFK». Se enrolló la manga para revelar la erupción, la capa superior de piel casi desgastada por rascarse constantemente, dejando un desastre sangriento, como si alguien hubiera frotado papel de lija sobre la piel. Se veía mucho peor que hacía una hora, «También tengo una en la pierna». Oriyanna no necesitaba decir una sola palabra, él pudo saber por la apariencia de su rostro lo que ella estaba pensando. «Pero es sólo una erupción, ¿verdad?» dijo él, con pánico. «Digo, tuve un eczema terrible cuando era niño, quizá todo este estrés ha hecho que se encienda de nuevo».

«¿Has notado algo más?»

«Sólo que la cabeza me duele como loca», respondió, su voz haciéndose más temblorosa a cada segundo. «Pero diferente a cómo me sentí después de que Finch me secuestró, es más como si no hubiera bebido suficiente agua. He tomado tres botellas mientras ustedes dormían, pero nada parece calmarla».

Oriyanna sujetó su brazo y examinó la piel enrojecida, con ojos abiertos y alerta, antes de colocar su mano sobre la frente de él, «Tienes fiebre también, ¿no puedes sentirla?»

«No lo sé», gimoteó, sintiéndose nauseabundo. «Quizá sólo pensé que comenzaba a ponerse un poco aliente aquí dentro». Adam pudo sentir un estado de pánico aproximándose. «¿Crees que...?» ni siquiera podía atreverse a decirlo.

Damas y caballeros. Interrumpió la voz del capitán por el intercomunicador. Pronto estaré activando la señal de abrocharse el cinturón de seguridad para nuestro arribo al Aeropuerto Internacional de El Cairo, esperamos tenerlos en tierra en aproximadamente treinta minutos. Es una tarde tibia y agradable ahí abajo, las temperaturas del aire están en la región de veintiún grados centígrados, esos son setenta Fahrenheit.

«Bueno, al menos es parece jodidamente más cálido de lo que estaba en Denver», dijo Sam, frotando sus ojos. «Mierda, vaya que necesitaba dormir. No recuerdo nada después de - » se desvaneció. «¿Qué pasa con ustedes dos?»

«¿Cómo te sientes?» preguntó Oriyanna.

«Un poco gastado todavía, pero acabo de despertar. ¿Por qué?»

«No, ¿cómo te sientes?» repitió ella impacientemente.

Sam se percató de la erupción sangrienta en el antebrazo de Adam, «Oh, ¿qué carajos es eso?» exclamó con asco.

«Apareció justo después de que dejamos el JFK, también tiene una en la pierna, además tiene fiebre. ¿Tienes algún síntoma?» Oriyanna trataba desesperadamente de sonar bajo control.

«No – lo sé», balbuceó Sam, enrollando sus mangas y tentando sus piernas, como si tratara de sacudirse un ejército invisible de hormigas. «No, ¡estoy bien! ¿Y a qué te refieres con síntomas?»

«No dije nada antes», comenzó Oriyanna. «No quería que estuvieran extremadamente pendientes de qué buscar». Sujetó la mano de Adam, pero en esta ocasión ni siquiera su toque le ayudó a sentirse mejor. «Este virus comienza atacando la piel», dijo seriamente, «es probable que aquellos que lo contraigan tengan una serie de erupciones e irritaciones al principio. Después de eso vuelve todas las células de tu cuerpo en contra de sí mismas...»

«De acuerdo, ¡basta!» imploró Adam, arrebatándole su mano. «No necesito escucharlo. ¿Cuánto tiempo tengo?»

«No estoy segura», respondió, honestamente, «Pienso que quizás doce horas a lo mucho antes de que no puedas funcionar adecuadamente, luego otra hora antes de...» no pudo atreverse a decirlo, y no necesitaba hacerlo. «Adam, lo siento mucho», concluyó, bajando la mirada y sintiéndose incapaz de hacer algo.

Adam se dejó caer abatido sobre su asiento, «No – no sé qué hacer. ¿Qué puedo hacer?» suplicó, mirando a Oriyanna con ojos horrorizados. Un disturbio más atrás en la aeronave atrajo la atención de ella, desabrochando su cinturón de seguridad, se arrodilló sobre el asiento y miró hacia la parte trasera del fuselaje. Tres filas detrás, dos hombres sobrecargo atendían a un chico de no más de diez años, su rostro asustado estaba cubierto en manchas de erupción que habían comenzado a sangrar. Ella pudo ver manchas similares sus dos brazos pálidos. La conmoción estaba atrayendo la atención de algunos otros pasajeros, haciendo que el rumor de charla de fondo aumentara su volumen, como si una persona invisible tuviera un control remoto y estuviera subiendo el volumen gradualmente. Examinando el resto de la cabina, Oriyanna detectó al menos otros nueve pasajeros con síntomas similares, el chico parecía ser el caso más avanzado y era el que llamaba más la atención. Nadie estaba muerto ¡todavía!

«Ha comenzado», dijo ella, tomando asiento y abrochándose el cinturón de seguridad. «No eres el único, Adam», continuó ella, como si fuera algo reconfortante. «Puedo ver que hay al menos otros nueve pasajeros enfermos. ¿Cuánta gente hay en esta cabina?»

«No estoy seguro», respondió Sam, mirando alrededor y tratando de descifrarlo. «Quizá unos ciento cincuenta, ¿por qué?»

«Eso significa que poco más del seis por ciento de la gente en esta cabina está enferma». Hizo la cuenta con la velocidad de una computadora, «Si vemos esto como un segmento de la población global, significaría que más de cuatrocientos cincuenta y cinco millones de personas ya están enfermas, y eso es dentro de las primeras veinticuatro horas».

«¿Qué puedo hacer?» exclamó Adam otra vez, desde su asiento. Había comenzado a trabajar en su otro brazo y la piel comenzaba a mostrar las primeras señales de enrojecimiento.

«Bebe mucha agua», respondió Oriyanna, tratando de reconfortarlo, mientras apartaba su mano para que dejara de rascarse. «Sé que suena a locura, pero perderás mucha a través del sudor a medida que la fiebre aumente, si no la reemplazas te sentirás peor». Encontró su botella a medio terminar debajo de su asiento, desenroscó la tapa y se la extendió, «Bébela», lo alentó.

«¿No hay nada que puedas hacer?» exclamó Sam. Un pánico marcado comenzaba a establecerse a través de la cabina. Una auxiliar de vuelo pasó apresurada, sus manos cubiertas de sangre. Sam no pudo ver si era suya o no. La charla preocupada de los otros pasajeros continuó aumentando, mientras más y más gente se percataba de lo que estaba ocurriendo.

«Necesitamos aterrizar y llegar hasta El Tabut», respondió Oriyanna, tratando de sonar lo más calmada posible.

«¿Por qué? ¿Qué jodido caso tiene?» espetó Sam, alzando la voz por encima de la algarabía. «Ahora no tenemos la Tableta Llave, gracias a mí. No tenemos armas, ¿Qué carajos puedes hacer? - ¡Nada! Ya está, ¡se acabó el jodido juego!» El timbre monótono del intercomunicador interrumpió a Oriyanna antes de que pudiera decirle que se calmara.

Damas y caballeros. Vino la voz del capitán, sólo que esta vez no era tan calmada y rutinaria como lo había sido antes. Tenemos una situación en curso en tierra, el control aéreo nos ha pedido que permanezcamos en espera por ahora. Hubo una larga pausa mientras la cabina de repente se cerró en un silencio mortal. En los últimos minutos han detenido todo el tráfico aéreo, estoy siendo informado que de manera inmediata todos los aeropuertos han sido cerrados. Están buscando la manera de bajarnos mientras hablo, les mantendré informados... el intercomunicador se cortó mientras una pequeña y sutil onda de choque atravesó la cabina. Cuando el intercomunicador se apagó, de igual forma lo hicieron las luces de cabina y cada pantalla de televisión en los reposacabezas de los asientos. Por alguna extraña razón, el silencio causado por el anuncio del capitán se mantuvo pensativamente en el vuelo 205 de Egypt Air, como si cada pasajero estuviera escuchando el mismo sonido, pero el sonido que todos esperaban escuchar se había ido. Los motores se habían detenido también.

* * *

Desde el pequeño bar estilo cafetería en el Aeropuerto Internacional de El Cairo, Xavier observó con horror mientras el programa de noticias de la BBC comenzaba a reportar la epidemia. Habiendo aterrizado hacía una hora, había librado aduana y migración antes de dirigirse a la sala de llegadas para esperar a Oriyanna. A juzgar por el reporte del noticiero, los primeros casos habían ocurrido mientras él estaba en el aire. Durante las últimas horas la historia había ganado fuerza, como una bola de nieve rodando por una colina. Mientras más y más hospitales alrededor del mundo comenzaban a reportar casos del misterioso virus, la historia se había apoderado completamente de los noticieros. Había golpeado tan repentinamente que los reportes iniciales eran vagos cuando mucho. De los cuarenta minutos de cobertura, Xavier había aprendido que los primeros casos habían aparecido en China, Inglaterra, Australia y Estados Unidos, y luego, como un incendio forestal, en unas horas se había esparcido afectando países por todo el globo. Algunos reporteros en China aseguraban que la gente ya estaba muriendo; casi inmediatamente, el gobierno chino lo había denunciado como falso.

Xavier revisó el tablero de llegadas, el vuelo de Egypt Air desde el JFK aún se mostraba a tiempo pero la creciente presencia militar en el aeropuerto le estaba haciendo sentir inquieto. Algo estaba ocurriendo, algo grande. Mientras observaba la pantalla LCD de llegadas, estalló en una ráfaga de actividad cuando cada uno de los vuelos cambió a Cancelado, causando una ola de exclamaciones de insatisfacción y asombro de aquellos esperando recibir a sus amigos y familiares. El ruido de fondo se volvió tan grande que nadie se percató del anuncio en los altavoces que primero vino en un apresurado raudal en árabe. Xavier no necesitó esperar por la traducción, como todos los de su tipo, él podía hablar, leer y entender cada idioma usado ampliamente en la Tierra. ¡Estaban cerrando el aeropuerto! Después que el locutor había terminado en su lengua nativa, cambió a inglés.

El Aeropuerto Internacional de El Cairo lamenta informar que debido a una situación en curso, estamos cerrando el aeropuerto de manera inmediata. Por favor, evacúe su edificio actual a través de la salida de emergencia o salida más cercana.

La fila en el mostrador de información se estaba volviendo inmensa, mientras que aquellos esperando decidieron ignorar la petición o simplemente no la escucharon. La gente comenzó a darse empellones por un lugar y a empujarse para apartarse. Xavier vio a dos hombres árabes intercambiar un torrente de insultos apresurados antes de comprometerse en una completa pelea de puños. Congelado en su asiento, observó mientras un grupo de soldados marcharon hacia la sala de llegadas e inmediatamente comenzaron a desalojar a la gente. Aquellos que decidieron no irse calmadamente eran tomados y arrastrados fuera antes de ser depositados bruscamente en el área de ascenso y descenso al frente del edificio, como una pandilla de borrachos revoltosos siendo echados de un bar. Xavier no podía entender bien por qué las cosas estaban ocurriendo tan rápido, el virus apenas tenía su primer día y unas cuantas horas. En algún lugar del planeta, un laboratorio de investigación debió obtener una primera muestra y se había percatado de su potencial mortal, era la única explicación del repentino giro de acontecimientos. El estallido de un arma de fuego resonó a través de la sala de llegadas, cuando uno de los soldados disparó dos rondas al aire en un intento desesperado por restaurar el orden. Xavier había visto suficiente, y recogiendo su bolsa, se apresuró a través del alboroto y salió del aeropuerto.

El rumor del camino principal aledaño lo recibió mientras se detenía cerca de la fila de taxis. No sabía qué hacer. En algún lugar ahí arriba estaba el vuelo de Oriyanna, cerrar los aeropuertos era una cosa, pero ¿qué iban a hacer con los miles de vuelos en el aire en ese momento? Tendrían que aterrizarlos en algún lugar y poner a los pasajeros en cuarentena, la aeronave no volaría por siempre. No era la primera vez en las últimas semanas que se sentía inepto. No había manera concebible en que pudiera verla a ella llegando hasta él. Supo que Buer estaría tratando finalmente de llegar hasta El Tabut, y sabía que por sí mismo y desarmado no tenía esperanza de poder detenerlo. Una parte de él quería detener un taxi y dirigirse a La Meseta, mientras que la otra parte gritaba por quedarse cerca del aeropuerto en caso de que las cosas cambiaran. Permaneció congelado fuera de la sala de llegadas, Xavier sintió que su cuerpo trataba de partirse en dos, hasta que un deteriorado Mercedes-Benz color beige se detuvo con un rechinar de llantas justo frente a él. Xavier observó mientras un hombre despeinado y sin afeitarse saltó fuera del vehículo, dejó el motor encendido y se dirigió de prisa hacia el edificio, sólo para ser detenido por un soldado que ahora se había apostado en la puerta. Ganó la parte de él que estaba ansiosa por tratar de llegar a La Meseta, y sin pensarlo siquiera, se apresuró hasta el Mercedes y se trepó dentro. Poniendo el vehículo en reversa, aceleró el motor antes de dejar atrás el caos creciente del aeropuerto. A pesar de los eventos en curso, la autopista exterior aún estaba llena con el tráfico de lunes por la tarde, y por el momento las cosas parecían relativamente normales. Era una comparación extraña y espantosa con la escena que acababa de dejar atrás. La mente de Xavier estaba acelerada, y no tenía idea de lo que haría cuando eventualmente llegara ahí. Sin embargo, una cosa estaba clara, tenía que intentar hacer algo, incluso si moría intentándolo.

Permaneciendo alejado del centro de El Cairo, se apresuró por la pequeña ciudad adyacente de Al Abajiyya, siguiendo las señales para llegar a Guiza. Se sintió ciego, no había manera de saber cuánto tiempo tenía, o no tenía. Buer aún podía estar a miles de millas, atrapado en el caos que había causado, o podía estar ya en Egipto, tal vez incluso en La Meseta. No podía soportar pensar en eso. No por primera vez, Xavier replegó sus preocupaciones al fondo de su cabeza y se concentró en la tarea presente: llegar ahí y no morir. Mientras se acercaba al puente de El Rawda, el pesado tráfico eventualmente se detuvo por completo. Maldiciendo bajo su aliento, Xavier se unió a una fila de automóviles, todos tratando de cruzar las aguas turbias del Nilo. El sol de la tarde penetraba a través de las ventanas polvorientas, haciéndolo incómodamente caliente. El aire acondicionado del vehículo había visto mejores días, e incluso trabajando al máximo, no hacía nada más que ofrecer una débil hilo de aire viciado, con un olor a huevo que se sumaba al incómodo olor a tabaco rancio de la apestosa cabina. Xavier bajó la ventanilla y se asomó, tratando de ver a qué se debía el retraso. Adelante, un viejo autobús parecía estar descompuesto justo en el puente, vapor brotaba del compartimiento del motor. Los pasajeros, que desembarcaban de él gradualmente, estaban de pie en una línea al pie de la barandilla, mirando hacia el río. Unos coches detrás, alguien comenzó a tocar la bocina impacientemente, como si su molestia mágicamente resolviera la situación. Dejando la ventanilla abajo para dejar entrar algo de aire fresco dentro del auto, Xavier trató de relajarse en el asiento y esperar. Su mente divagó hacia Oriyanna y cómo debía ser estar atrapado en el aire, a miles de pies sobre la ciudad. De repente sintió un pequeño pulso correr a través del automóvil. Inmediatamente, el tráfico en espera se quedó en silencio cuando cada motor se apagó al unísono, dejando el puente bañado en un silencio misterioso. Una de las preguntas de Xavier había sido inmediatamente respondida; ahora sabía exactamente dónde estaba Buer. A diferencia de la mayoría de los otros usuarios del camino, Xavier sabía que no tenía caso intentar volver a encender el Mercedes. Abandonando el vehículo robado continuó a pie, aún tenía que cubrir una buena cantidad de millas. Entre toda la incertidumbre, una cosa era definitiva: en las próximas dos horas, el destino decidiría el resultado.

* * *

«Entonces, Karim», dijo Finch, inclinándose hacia enfrente para leer el gafete del robusto guía de turismo, «¿cómo podría conseguir unas entradas para un recorrido dentro de La Pirámide de Khufu?»

«Los boletos salen a la venta a las siete treinta AM», respondió el guía en un inglés perfecto. «Sólo permiten doscientas cincuenta personas al día, así que necesita llegar temprano para evitar decepciones». La pequeña choza de madera se sentía incómodamente caliente. Karim tenía el beneficio de un ventilador de escritorio soplándole la cara, y egoístamente nada del aire que fluía llegaba más lejos que el otro lado del mostrador donde Finch se encontraba.

«¿Y qué hay de recorridos nocturnos? Mis amigos y yo esperábamos entrar esta noche. Estamos especialmente interesados en visitar la cámara inferior».

«Lo siento, señor», respondió Karim, suspicaz, «los recorridos terminan a las cinco y media, acabamos de cerrar por esta noche. Además, la cámara inferior ha estado cerrada al público por algún tiempo, el pasadizo hacia abajo es muy peligroso. Ni siquiera estoy seguro de que abrirán mañana, los noticieros están diciendo algo acerca de que todas las atracciones turísticas permanezcan cerradas. Estoy esperando una actualización de mi jefe en El Cairo». Finch observó a Karim comenzar a rascarse automáticamente una erupción enrojecida en su cuello, y sus manos también se veían ligeramente irritadas a los lados. Karim obviamente no estaba exento de los síntomas exactos del virus que ya estaba trabajando en su cuerpo. Si tuviera la más remota idea, no estaría tan relajado.

«Entonces, ¿no hay manera en que tú puedas llevarnos personalmente?» Finch sacó su billetera y abanicó un gran fajo de billetes de cien dólares americanos. Por un breve momento, vio la tentación brillar en los ojos del guía.

«No, lo siento» dijo con firmeza.

«¿Qué? ¿No tienes las llaves?» tanteó Finch. «Esto es mucho dinero, más de lo que debes ganar en un año».

«Tengo las llaves, pero puedo terminar en prisión si me atrapan. Tengo una esposa y un hijo que dependen de mí. Lo siento, señor, pero tendrá que ser un no», concluyó, sacudiendo su cabeza ligeramente rechoncha.

«Prisión», murmuró Finch, arqueando las cejas con sorpresa. «Bueno, seguramente eso debe ser mejor que morirse».

La frente de Karim se arrugó ligeramente mientras trataba de registrar lo que el extraño y molesto americano había dicho. «¿Morirse?» repitió él, «¿Por qué habría de...?» Finch agitó la pistola con silenciador por encima del mostrador y le disparó directamente en la cabeza. Por unos segundos, las gruesas piernas de Karim sostuvieron su peso corporal mientras una delgada línea de sangre color rojo oscuro corría hasta su ojo izquierdo, la mirada confundida permaneció en su rostro como si fuera una fotografía viviente. Finch observó mientras ocurría lo inevitable; las piernas de Karim eventualmente cedieron y se desplomó sobre el suelo.

«Te hice un favor», susurró Finch, mientras se agachaba detrás del mostrador y comenzaba a hurgar en los bolsillos del guía muerto, hallando eventualmente lo que buscaba sujetado a un llavero en el cinturón de Karim. El pequeño montón de llaves de candado parecían poco impresionantes comparadas con el edificio que abrían, no había otras llaves en ningún otro lugar de la pequeña oficina de boletos. Sólo esperaba que las llaves abrieran cualquier barrera o puerta sellada de la cámara inferior. Metiendo el arma en su pretina y ocultándola bajo su camiseta, Finch salió de la pequeña oficina, volteando el letrero en la puerta a CERRADO mientras lo hacía.

«Charlas en muchas de las líneas de gobierno sugieren que podrían cerrar los aeropuertos en unos treinta minutos», dijo Mitchell, mientras Finch se trepaba de nuevo en el Volvo.

«¡Tan pronto!» exclamo Buer desde el asiento delantero, «Originalmente, estimamos que tomaría poco más de veinticuatro horas para que llegaran a ese punto».

«Parece que el Centro de Control de Enfermedades en Vermont se apoderó de algunos de los primeros casos. El gobierno estadounidense tiene una buena idea de a qué se enfrentan, aunque no lo están haciendo del conocimiento público». Mitchell apagó la iPad y la colocó en el asiento junto a él; siempre parecía estar pegado a algún tipo de pantalla de computadora.

«¿Estamos dentro?» preguntó Buer, volviendo su atención a Finch.

«El guía no pudo ser persuadido con dinero en efectivo», respondió, arrojándole las llaves a Buer, quien las cogió con reflejos de relámpago.

«Es gracioso, pensé que la mayoría de las cosas en esta parte del mundo tenían un precio. ¿Supongo que tuviste que usar otros medios?»

«Es gracioso, pensé que la mayoría de las cosas en esta parte del mundo tenían un precio. Supongo que tuviste que usar otros medios».

«Podría decir eso», sonrió él, poniendo el gran Volvo en marcha y avanzando hacia adelante. A pesar de la situación en curso en todas partes del mundo, aún había varios turistas paseando por el área. Puede que aquellos que habían pasado el día entero afuera explorando los muchos tesoros de La Meseta ni siquiera estuvieran enterados de los acontecimientos. Finch miró por el espejo retrovisor; el ex-general Harrison Stone estaba tras el volante de un vehículo idéntico, siguiéndoles. Finch pudo ver su cabello encanecido detrás del volante; parecía de muy baja estatura para haber sido alguien en un puesto de autoridad. Acompañándole iban tres tipos del equipo de seguridad de Buer, Tom Ellis, Mike Hardy y Troy Jennings, músculos a sueldo nada distintos a los hermanos Malone que sin duda habrían estado ahí, si no les hubieran matado antes en Colorado. A pesar de la gravedad del evento, era un equipo relativamente pequeño. La teoría era simple, introducirse en la estructura, luego llegar al nivel inferior. Desde ahí dependería de Buer y lo que había logrado aprender de la chica para lograr que todo funcionara.

Finch abandonó el Volvo en un área designada para autobuses. Los últimos recorridos turísticos se habían ido hacía casi una hora, las únicas personas paseando por ahí eran vendedores ambulantes de suvenires y aquellas familias con vehículos de renta disfrutando del periodo nocturno más tranquilo. A menos que fuera cancelado, más autobuses llegarían una vez que anocheciera, trayendo a multitudes de turistas ansiosos por ver el espectáculo nocturno de luz y sonido. Con los eventos desarrollándose tan rápido, Finch dudaba que hubiera algún grupo ahí esa noche.

«Ustedes tomen posición afuera», instruyó Buer, inclinándose dentro del vehículo de Stone. «Mantengan los ojos pelados, no tiene sentido que llevemos walkie-talkies. Una vez que lleguemos bajo tierra serán inútiles».

«No hay problema», respondió Stone. Su experiencia militar significaba que estaba más que acostumbrado a seguir órdenes. «Esperan compañía».

«Lo dudo, pero manténganse alerta», ladró Buer. «Mitchell acaba de revisar, el vuelo en el que va Oriyanna sigue en el aire, y no aterrizarán por al menos otra hora. Existe una buena posibilidad de que lleguemos hasta El Tabut antes de que aterricen. Si lo hacemos y funciona – bueno, sólo digamos que no creo que nos den más problemas».

«¿Y Xavier?» preguntó Stone.

«No hay señales de él. Creo que podemos asumir que aún estaba en la casa en Austin cuando la destruimos».

«Señor, a pesar de eso, no me gustaría asumir nada», dijo Stone con franqueza.

«Bien», respondió Buer. «Quédense donde están, va a ser una noche larga pero histórica». Dio una palmada sobre el techo del Volvo y caminó alrededor hasta la parte trasera, abriendo el maletero.

«¿Están seguros que eso causará una explosión suficientemente grande?» preguntó Finch, mirando un artefacto explosivo en la caja de transporte acolchada de Buer.

«¡La explosión no necesita ser tan grande!» soltó Buer, furioso. «Cuando detone, El Tabut en Arkkadia estará activo. La explosión será amplificada millones de veces y causará más daño del que jamás podrías imaginar. Ahora deja de hacer preguntas y comienza a ayudar». Al tomar el peso del dispositivo sintió que su espalda se combaba un poco, era más pesado de lo que parecía. Buer azotó el maletero con un chasquido agudo antes de tomar la Tableta Llave de su bolsillo y examinarla por un segundo. «Andando», instruyó, «Mitchell, irás con nosotros, dudo necesitarlo pero puede que queramos tus conocimientos tecnológicos para algo». Mitchell se incorporó detrás de Finch mientras caminaban hacia la arena apisonada; una ligera brisa nocturna comenzaba a levantar un poco de polvo que se arremolinó alrededor de sus tobillos mientras caminaban hacia la Gran Pirámide. La estructura se erguía opresiva ante ellos, empequeñeciendo la enorme complexión de Buer.

* * *

Desde el otro lado de La Meseta, Stone observó las tres figuras hacerse más pequeñas con cada minuto mientras se acercaban a la antigua estructura de apariencia ominosa. «De acuerdo, hay que equiparnos», comenzó. «Quiero línea de visión en las cuatro esquinas. Manténganse en contacto, he puesto los radios en el canal cuatro». Sacó los pequeños aparatos de la guantera y se los entregó, quedándose con uno. «Cualquier cosa ligeramente sospechosa, repórtenla. No podemos dejar que las cosas salgan mal, sólo Finch sabe muy bien cuán implacable puede ser Buer con los errores evitables». Encendió su radio y activó el micrófono, enviando de inmediato un chillido de respuesta por la cabina del Volvo. «Mantengan las armas en sus arneses cubiertos. Aún hay turistas por aquí, y no queremos levantar ninguna sospecha». Stone abrió la puerta de golpe y saltó a la arena. Después del gélido aire acondicionado dentro del Volvo, el cálido aire vespertino del desierto le golpeó como la puerta de un horno abriéndose. «Ellis, tú y Hardy tomen el lado alejado. Jennings, tú toma la esquina trasera más cercana a nosotros. Yo tomaré el frente, quiero ojos en la entrada principal». Los tres hombres, todos vestidos a tono en trajes de combate en desierto, asintieron en entendimiento. «Una vez que estén en posición, revisen sus radios, luego retiren las baterías y pónganlas en esto, hasta después del pulso electromagnético». Les entregó a todos una bolsa de cierre metálica. «Mantengan sus teléfonos encendidos, de esa manera sabrán cuando haya golpeado. Después de eso, mantengan silencio en el radio a menos que tengan algo que reportar». Stone fue hacia la parte trasera del vehículo de renta y sacó tres botellas grandes CamelBak de su bolsa. «Estarán ahí afuera por algunas horas, así que llévense estas», continuó, entregándoles las botellas, una a la vez. «Refrescará considerablemente cuando oscurezca dentro de la siguiente hora, pero manténganse hidratados. ¿Está claro?» Sus instrucciones fueron recibidas con un «Señor» al unísono, mientras todos metían su ración de bebida en los grandes bolsillos de sus pantalones a tono. «Bien, ¡en marcha!» Concluyó Stone. Siguiendo la misma línea que había tomado Buer hacía unos minutos, se dirigió a través de La Meseta y hacia la Pirámide. A su derecha, la Esfinge permanecía pensativa, como lo había hecho por miles de años, como un guardián de piedra, manteniendo un ojo vigilante sobre todo lo que pasara junto a ella.

* * *

Finch subió primero los ásperos escalones de piedra cortada, el montón de llaves robadas de nuevo en su mano. Mientras ascendía mantuvo un ojo en los pocos turistas abajo, aprovechando la última luz del día para tomar algunas fotografías de las famosas estructuras. Iban a tener un despertar horrible cuando volvieran a sus hoteles. Se preguntó cuántos de ellos habían presentado la erupción y dolor de cabeza durante el día pero decidieron ignorarlo, culpando al clima cálido. Alcanzando la puerta metálica, se detuvo y examinó el candado grueso que la mantenía en su lugar. La puerta parecía casi nueva, obviamente, su predecesora no había podido soportar las agresivas condiciones del desierto, como lo habían hecho las pirámides. Barajando entre las llaves, encontró una que mostraba el mismo símbolo del fabricante que el candado. La llave se deslizó a la primera y abrió fácilmente el candado con un chasquido.

«Estamos dentro», dijo, volviéndose para mirar a Buer y Mitchell que esperaban detrás. Finch dio un último vistazo precavido alrededor antes de abrir la puerta y deslizarse dentro.

El aire en el corredor de entrada era frío y húmedo; olía como si hubiera estado encerrado en la pirámide por mil años. Afortunadamente, el sistema de iluminación seguía encendido, evitándole a cualquiera la necesidad de usar una linterna. Siguiendo el pasillo de entrada, Finch condujo el camino, y mientras más se adentraba, el aire se volvía más húmedo y frío, el sistema de iluminación cubría las paredes con un misterioso brillo naranja. Siguiendo el túnel inclinado hacia abajo, Finch llegó hasta un cambio en los pasadizos. La puerta enrejada en hierro, como la de una prisión, que llevaba más adentro, a las entrañas de la estructura, era lo que estaba buscando. La ruta turística, brillantemente iluminada, llevaba hasta un pasillo más arriba que seguía hasta la Galería Principal.

«Es esta», vino desde atrás la voz estruendosa de Buer. Resonó en las frías paredes de piedra, amplificándola, haciendo que sonara más grave y sonora de lo normal. En la tenue luz artificial Finch revisó el candado. Tenía el mismo símbolo que el de la entrada principal. Ninguna de las otras llaves parecía coincidir, pero probó la llave conteniendo la respiración. Funcionó. Quien fuera que estaba a cargo de la seguridad, tenía un juego de candados para todo el sitio. En realidad, tenía sentido, no había nada que robar dentro de la pirámide. Finch abrió la puerta metálica, haciendo que rechinara ruidosamente sobre sus bisagras sin usar, el chillido estridente resonó en las paredes y rebotó hasta las profundidades del oscuro corredor delante de él. La tenebrosa escalinata descendente parecía no tener fin, y si había alguna luz en las entrañas de la estructura, no estaba encendida. Buer tomó su linterna y la encendió; el rayo de luz atravesó la oscuridad perpetua como una daga.

«Yo me hago cargo desde aquí», exclamó, confiado. «Mitchell, ven al frente con tu linterna también. La siguiente cámara está a unos vente metros o más bajo tierra, así que tenemos un gran descenso».

Eventualmente, las escaleras llegaron hasta la cámara inferior. El aíre gélido se había enfriado lo suficiente para que Finch viera su aliento en la luz de la linterna, mientras rebotaba sobre las paredes lisas. A su derecha, la habitación se elevaba sobre una plataforma cortada toscamente, que tenía un profundo canal labrado en el medio. «Entonces, ¿qué estamos buscando?» preguntó, ajustando la caja de transporte en su hombro.

«Por aquí», vino la voz de Buer entre la oscuridad. «Necesitamos llegar ahí abajo». Apuntó su linterna a un foso directamente al otro lado de donde habían salido del túnel de acceso. Finch caminó hasta ahí y miró dentro. La linterna de Buer apartó la oscuridad, hallando el fondo a unos diez pies debajo. La base de la estructura parecida a un pozo estaba hecha de roca lisa. «Necesitamos llegar ahí», afirmó Buer, escalando el barandal de protección. «Toma esto», le dijo a Finch, entregándole la Tableta Llave. «Quiero que todos estemos listos antes de que esté abajo». Finch y Mitchell observaron mientras Buer saltaba dentro del foso, golpeando el fondo con un porrazo que rebotó hasta la boca del pozo, llegando hasta ellos.

«Yo iré después», dijo Mitchell, sentándose y deslizándose sobre el borde. Estirándose hacia arriba, Buer era capaz de sujetar sus pies y bajarlo.

«Pásame la caja», dijo Buer. Usando la larga bandolera, Finch se inclinó sobre el borde y bajó la caja, hasta que estuvo a unos pies de los brazos estirados de Buer. Rezando por que no la dejara caer, Finch la soltó y deseó lo mejor. Entre la penumbra vio a Buer coger la caja y bajarla antes de colocarla en el suelo. Finch metió la Tableta Llave en su bolsillo. El extraño objeto parecía iluminarse más brillante que nunca, y no había diferencia distinguible entre cuando la sujetaba y cuando no. Deslizando su trasero sobre la roca polvorienta, Finch se dejó caer desde el borde. Buer no estaba ahí para sostener sus pies, y tras una ráfaga de rasguños y raspones cayó y chocó de costado contra la base de piedra dura con un golpe seco. En cuanto golpeó la cubierta, el suelo de roca aparentemente sólido se movió con un gañido metálico, piedra sobre piedra, causando una serie de chasquidos agudos que resonaron a través de la cámara. Lentamente al principio pero después ganando ritmo, la base descendió más profundo bajo la pirámide de lo que nadie había estado por más de tres milenios.

El descenso duró por unos diez segundos antes de que el ascensor de piedra se detuviera en el fondo con un rechinido. Buer recorrió con su linterna alrededor de la pared lisa circular; parecía como si estuvieran alojados en un tubo de piedra. «Pásame la Tableta Llave», dijo, extendiendo la mano. Sacándola de su bolsillo, Finch se la entregó, el extraño metal había incrementado un poco más su brillo usual, y las vibraciones que venían de él eran casi perceptibles para el oído. «Ya debemos estar cerca», exclamó Buer, sosteniendo el artefacto. «Esta cosa se está volviendo loca». Colocó la Tableta Llave contra la piedra curva mientras Finch y Mitchell observaban, ambos rezando porque algo ocurriera. Eran unos cien pies hasta la entrada, y sin medios para escalarlos, estarían verdaderamente atrapados, como un niño en un pozo. Cuando la Tableta Llave completó una vuelta en la pared de piedra, un sonido retumbó en el foso, como presión siendo liberada. Justo ante sus ojos, una parte de la pared descendió bajo la plataforma, revelando un corredor como de vidrio perfectamente liso que se iluminaba por sí mismo sutilmente en la penumbra. El metal parecido a un espejo parecía ser el mismo que el de la Tableta Llave. El extraño túnel se extendía por otros cien pies antes de terminar. Buer salió del foso del elevador, y en cuanto su pie tocó la superficie plana iluminada, se encendió brillantemente alrededor de él. Rápidamente, Finch y Mitchell le imitaron, y el gentil zumbido del material sobrenatural resonó a través de sus zapatos y subió por sus cuerpos como un diapasón.

« ¡Nunca he visto nada como eso!» exclamó Mitchell, mirando maravillado a su alrededor.

«Nadie ha visto esto por miles de años», respondió Buer, con ojos bien abiertos y triunfantes. «Vamos, ya casi llegamos». Conduciendo el camino, Buer se dirigió por el extraño pasadizo iluminado.

« ¿Qué es esta cosa?» preguntó Finch.

«Taribio», respondió Buer, volviéndose para mirarlo. «No es un metal natural, es una combinación de tres minerales diferentes encontrados el Arkkadia, es tanto conductor como amplificador». Buer llegó primero al final del corredor. A diferencia de las otras paredes lisas, esta estaba hermosamente inscrita, un lado mostrando una inscripción intrincada de la Tierra vista desde el espacio, la otra, una inscripción igualmente intrincada de Arkkadia. Incluso parecía estar a escala; Arkkadia se erguía orgullosa, el más grande de los dos planetas. Cubriendo la brecha entre ellos estaba un grabado tipo doble hélice que conectaba y unía los dos mundos. Bajo la asombrosa imagen corría un grabado escrito. El extraño lenguaje coincidía con las inscripciones en la Tableta Llave.

«¿Es Arkkadiano?» preguntó Finch, en voz baja.

«Lo es», respondió Buer, llanamente, examinando el diagrama. «Dice: Juntos en unidad, dos mundos como uno. La cámara de El Tabut debe estar justo detrás de esta puerta».

«¿Puerta?» preguntó Mitchell, «parece un callejón sin salida».

«Las cosas no siempre son lo que parecen», respondió Buer, sosteniendo la Tableta Llave en un pequeño panel liso en medio de la superficie grabada. Cuando los dos metales hicieron contacto, brillaron como acero incandescente por un breve segundo antes de que un fuerte silbido llenara el aire. La pared inscrita se partió a la mitad, rompiendo su apariencia lisa perfecta. La Tierra y Arkkadia se separaron mientras las dos mitades se replegaron para revelar una habitación asombrosa, cubierta con el mismo metal misterioso que el corredor y la Tableta Llave. El Tabut estaba directamente frente a ellos sobre un altar a tono. Dos postes largos, redondos y lisos corrían a cada lado, extendiéndose más allá del cuerpo del artefacto por tres pies a cada lado. El cuerpo principal estaba decorado pródigamente sobre sus cuatro lados con un patrón que parecía más algo que uno vería grabado sobre un mueble fino de madera. Dos seres alados permanecían orgullosos sobre su superficie perfectamente lisa, uno de cara al lado Este de la habitación y el otro al Oeste, sus espaldas arqueadas como si miraran conjuntamente a los cielos.

«Se ve justo como lo representan los libros de historia de la Tierra», dijo Mitchell mientras entraba cautelosamente a la habitación, casi esperando caer a través del piso reluciente. Mirando hacia abajo, pudo ver su propio reflejo invertido mirándole. Lo único que evitaba que la cámara pareciera una caja lisa de metal era una pequeña ranura que cortaba la habitación perfectamente por la mitad. Corría por el piso, bajo El Tabut, por ambas paredes y a través del techo.

«Este artefacto fue visto por los ojos del hombre hace mucho tiempo», dijo Buer, su voz se asentó en la habitación, las paredes no devolvían ningún tipo de eco. «Habrían usado Humanos de la Tierra para ayudarles a construir esta habitación. Es lógico que convirtiera en leyenda, lo único que se distorsionó con los años fue su verdadero propósito. En los primeros días jamás habrían sido capaces de comprender su verdadero significado».

Se acercó al altar y pasó una mano por la superficie de El Tabut. A pesar del frío de la habitación, el metal se sentía tibio al tacto y brillaba en el punto de contacto, dejando un extraño rastro de luz mientras lo hacía. «He deseado ver esto por más años de los que ninguno de ustedes puede comprender».

«¿Por qué la habitación está partida a la mitad?» preguntó Finch, agachándose y examinando la ranura.

«Cuando se logre la singularidad, el lado Oeste de la habitación estará en Arkkadia, el lado Este permanecerá en la Tierra. En dos horas a partir de ahora podrán verlo por ustedes mismos», respondió Buer, abriendo los broches de la caja de transporte y examinando la bomba. Volviéndola a cerrar, cargó la caja y cruzó la habitación, colocándola en el extremo Arkkadiano de El Tabut. «Cuando los dos mundos se unan, la bomba aparecerá automáticamente en Arkkadia. Cuando eso ocurra, desactivaré nuestro lado, rompiendo el contacto. No tendrán tiempo para reaccionar; detonará veinte segundos después de la singularidad». Volviendo al centro de El Tabut, Buer permaneció ante el Arca como un predicador maniático ante un altar; agachándose, insertó la Tableta Llave en una pequeña ranura en la base, justo en el centro. Inmediatamente las vibraciones en la habitación se volvieron más intensas, como la estática que uno escucha cuando está muy cerca de una subestación eléctrica. «Después del pulso electromagnético sacaré la bomba de la caja y la alistaré», concluyó, retrocediendo por un segundo antes de caminar hacia el lado Este del artefacto. Levantó ambas manos y sujetó ambos polos, como si fuera a levantar el artefacto por un lado. En cuanto su piel hizo contacto, un pulso de aire cargado eléctricamente azotó la habitación, lanzando a Finch y Mitchell al suelo.

Ir a la siguiente página

Report Page